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18-F en Galicia: punto de partido y de campeonato para Feijóo
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UN PANORAMA AJUSTADO

18-F en Galicia: punto de partido y de campeonato para Feijóo

El PP conservaría la mayoría absoluta por la mínima, entre 38 y 39 escaños. La probabilidad de los de Génova se hace casi certeza si Sumar no alcanza el 5% necesario para entrar al reparto de escaños

Foto: Feijóo, en una comida popular de simpatizantes y afiliados del PP. (EFE/PP/David Mudarra)
Feijóo, en una comida popular de simpatizantes y afiliados del PP. (EFE/PP/David Mudarra)
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En el comienzo de la campaña electoral en Galicia, no es difícil anticipar el orden en que quedarán los partidos tras el recuento: la primera posición será indiscutiblemente para el Partido Popular, como ha ocurrido siempre en las 11 elecciones autonómicas celebradas en esa comunidad desde 1981. En segunda posición quedará el BNG, resucitado tras el reflujo de las Mareas y en plena crecida. Tercero quedará el Partido Socialista, que se dará por satisfecho si logra igualar su ya mediocre resultado de las elecciones de 2020. La cuarta fuerza será Sumar, que lucha por no quedar fuera del Parlamento. En la cola, Vox y Podemos, sin probabilidad alguna de obtener escaños: sus votos serán improductivos y solo servirán para restar a sus respectivos bloques ideológicos. Y como novedosa incógnita, la posibilidad de que el alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, alcance un escaño en esa provincia. Cualquier alteración en ese orden de posiciones sería una sorpresa monumental.

Sin embargo, en este caso el orden de llegada en la meta importa poco. Todo lo que se juega en estas elecciones gira en torno a una cifra: 38. Esos son los escaños que necesita obtener el PP para conservar el Gobierno de la Xunta de Galicia. Si se desliza a la fatídica cifra de 37 escaños, se irá irremisiblemente a la oposición (salvo en el improbable supuesto de que el partido de Pérez Jácome consiga un escaño y acuda en su socorro).

En 2005, última vez en que Fraga compitió como candidato del PP, obtuvo el 46% del voto y una ventaja de 12 puntos sobre el segundo, pero sus 37 diputados resultaron insuficientes y tuvo que dar paso a una coalición entre el PSdeG y el BNG, encabezada por el socialista Emilio Pérez Touriño. La gestión del bipartito (nunca mejor dicho, porque aquello nunca funcionó como un Gobierno, sino como dos actuando en paralelo) fue uniformemente desastrosa y, cuatro años más tarde, Alberto Núñez Feijóo recuperó la mayoría absoluta para el PP… hasta ahora.

Sirva este recordatorio para subrayar algunas ideas que conviene no perder de vista ante la votación del 18-F: primera, que conseguir la mayoría absoluta en Galicia no es sencillo. De hecho, obliga al PP, privado de la posibilidad de encontrar aliados externos, a situarse claramente por encima del 45%, absorber prácticamente todo el voto de la derecha y confiar en que la fragmentación de la izquierda lo ayude a superar la barrera de los 38 escaños.

Si el PP se desliza a la fatídica cifra de 37 escaños, se irá irremisiblemente a la oposición

La segunda idea a retener es que la hegemonía de la derecha en Galicia es en buena medida engañosa. Observemos el reparto de votos por bloques ideológicos en las cuatro últimas elecciones autonómicas (considerando únicamente las fuerzas que obtuvieron escaños):

La tendencia al equilibrio es evidente: durante todo el periodo de gobierno de Feijóo, en las sucesivas elecciones autonómicas la derecha nunca consiguió despegarse de la izquierda por más de dos puntos. El PP encadenó cuatro mayorías absolutas (incluso en 2009, en que obtuvo menos votos que la izquierda) por la única razón de que el PP monopolizó el voto conservador mientras la izquierda siempre concurrió dividida en al menos tres candidaturas.

Esa circunstancia se repetirá en 2023, si bien en esta ocasión Vox puede restar al PP entre dos o tres puntos que serían improductivos. De la misma forma, si en la izquierda los votos de Sumar y de Podemos resultaran inútiles como predicen las encuestas, la probabilidad de que la suma del BNG y el PSdeG rebase en escaños al PP sería ínfima.

Otro tópico engañoso es el del peso abrumador del voto rural en Galicia. En esa comunidad, hay siete núcleos urbanos con más de 60.000 habitantes, en los que vive un millón de personas. Pues bien, en esas siete grandes ciudades gallegas hay actualmente tres alcaldes del PSOE, dos del BNG, uno de Democracia Ourensana y tan solo en uno (Ferrol) gobierna el Partido Popular.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto al candidato del partido a la Xunta, Alfonso Rueda. (EFE/Cabalar)

Las encuestas creíbles publicadas hasta ahora (todas menos la de siempre) coinciden en atribuir al PP la mayoría absoluta, si bien mucho más ajustada que la actual: prácticamente todas se mueven en una estimación de entre 38 y 40 diputados para el PP, frente a los 42 que obtuvo en 2020.

Los datos más continuos provienen de los trackings diarios de Sondaxe para La Voz de Galicia y de EM/Analytics, en colaboración con Electomanía, para Nós Diario. Las estimaciones más recientes sitúan al PP entre dos y tres puntos por debajo de su resultado de 2020, que se corresponden con el crecimiento de Vox. Ahora bien, la suma de BNG y PSdeG ya iguala o rebasa al PP, lo que sería una ventaja sustancial si se añaden las estimaciones para Sumar y Podemos.

No obstante, el PP conservaría la mayoría absoluta por la mínima, entre 38 y 39 escaños. La probabilidad del PP se hace casi certeza si Sumar no alcanza el 5% necesario para entrar al reparto de escaños. Si lo lograra, podría obtener entre dos y tres escaños en las provincias de A Coruña y Pontevedra y, en un Parlamento de cuatro o cinco partidos, la mayoría del PP estaría en grave peligro. Eso estaría casi asegurado con una lista conjunta de Sumar y Podemos y resulta muy problemático concurriendo por separado. La estimación para Podemos es ínfima, pero suficiente para alejar la frontera del 5%.

La estimación para Podemos es ínfima, pero suficiente para alejar la frontera del 5% de Sumar

Así pues, la división del antiguo espacio podemita en dos listas es suicida para las aspiraciones de la izquierda y, a la vez, la mayor garantía para el PP, que solo tendría que ocuparse de no descender durante la campaña y mantener a Vox por debajo del 2%.

A simple vista, puede decirse que la izquierda está ante la oportunidad más clara desde 2005 de disputar al PP el Gobierno de la Xunta, pero probablemente la desperdiciará por culpa de Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, cuyos votos, que podrían ser productivos si se agruparan, irán a parar por separado a la misma papelera. Los herederos de las Mareas, que llegaron a obtener el 19% del voto y 14 diputados en 2016, han terminado siendo, como orgullosamente decía hace años un dirigente comunista centroamericano, "pocos, pero bien sectarios".

Foto: La portavoz nacional del BNG y candidata a la Presidencia de la Xunta, Ana Pontón, posa en su despacho. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)

Con todo, quedan unas cuantas incógnitas por despejar:

1. La participación. La cifra de 2020 (48%) fue excepcionalmente baja, inválida como referencia. Aquella fue una votación extraña, tras un aplazamiento sin cobertura legal, realizada en plena pandemia y en pleno mes de julio y sin incertidumbre en cuanto al resultado. En el histórico, se comprueba que la participación en autonómicas suele estar en torno al 55%, que sube por encima del 60% cuando hay expectativa de cambio. Es de esperar, pues, una participación superior a la de hace cuatro años.

2. El desempeño de los candidatos. Todos son nuevos excepto Ana Pontón, del BNG, que ha demostrado ser extraordinariamente eficiente en las campañas electorales, especialmente en los debates. Ella es la gran baza de los nacionalistas para obtener su mejor resultado histórico y la única presidenta verosímil en el caso de que el PP pierda la mayoría absoluta. Por otra parte, está por ver si Alfonso Rueda es capaz de retener la fidelidad de los votantes de Feijóo.

placeholder La candidata del BNG a la presidencia de la Xunta de Galicia, Ana Pontón. (Europa Press)
La candidata del BNG a la presidencia de la Xunta de Galicia, Ana Pontón. (Europa Press)

3. El efecto de una convocatoria anticipada sin otro motivo que un cálculo táctico del partido gobernante. Es sabido que las elecciones anticipadas las carga el diablo: pueden resultar un éxito como la de Ayuso en Madrid o una pifia como la de Mañueco en Castilla y León.

4. El planteamiento de la campaña del PP. Su baza obvia sería contraponer la perspectiva de un Gobierno gallego estable y tranquilo, que puede presentar una gestión razonablemente positiva, frente a la aventura de un tripartito de izquierdas presidido por el nacionalismo radical.

Si, por el contrario, el PP persiste en el propósito de trasladar el escenario español a Galicia (cosa que nunca hizo en el pasado), convirtiendo la votación en una especie de moción de censura a Sánchez, estará estimulando el voto posicional y, por tanto, trabajando para el adversario. La voluntaria silla vacía del candidato en el debate principal de la campaña indica que hay ganas de repetir errores.

"La izquierda tiene asumida una derrota digna y el PSOE está hecho a la idea de quedar tercero"

En todo caso, es muy diferente lo que se juegan unos y otros. La izquierda tiene asumida una derrota digna y el PSOE está hecho a la idea de quedar tercero: ese resultado no haría temblar la tierra bajo los pies de Pedro Sánchez. Si, por el contrario, lograran desalojar al PP de su santuario electoral, el PSOE, pese a su resultado mediocre, lo celebraría por todo lo alto como un triunfo propio y votaría sin vacilar la investidura de Ana Pontón.

Otra cosa es si Sumar queda fuera del Parlamento en la tierra de Yolanda Díaz. Ella aparecerá como la responsable principal de haber echado por tierra la ocasión de derrotar al PP en Galicia. La tentación de recuperar la libertad de acción que ya han hecho visible partidos como Compromís se agudizaría ante la fragilidad del paraguas que viene ofreciendo Díaz a sus compañeros de viaje.

"Es difícil que una izquierda disgregada pueda ganar estas elecciones. Pero el PP está a tiempo de perderlas si se lo propone"

Alberto Núñez Feijóo no puede permitirse una derrota en Galicia, ni esta vez se le admitirá que esgrima que ganó las elecciones si en su casillero aparece la cifra fatídica de 37 escaños. Primero, porque toda España sabe que él, y no Rueda, es el autor intelectual del adelanto de las elecciones. Segundo y sobre todo, porque el planchazo del 23-J fue de tal envergadura que agotó por completo su cupo de fracasos admisibles. Por eso, en las dos próximas semanas durante el día el PP volcará toda la fuerza de su aparato nacional en salvar el obstáculo, sin que se consientan reservas ni escaqueos. Por las noches, Moreno Bonilla y Ayuso calentarán en la banda por si les toca salir a la palestra.

En resumen: es difícil que una izquierda disgregada pueda ganar estas elecciones. Pero el PP está a tiempo de perderlas si se lo propone, como demostró en julio del 23. Para Sánchez, este es un punto de juego. Para Yolanda, un punto de set. Y para Feijóo, un punto de partido y de campeonato. Si gana, se habrá limitado a cumplir con la rutina; pero si pierde, se escuchará de nuevo el ruido de sables en el PP y comenzará para él una inexorable cuenta atrás. La distancia entre 37 y 38 parece pequeña, pero en este caso es abismal.

En el comienzo de la campaña electoral en Galicia, no es difícil anticipar el orden en que quedarán los partidos tras el recuento: la primera posición será indiscutiblemente para el Partido Popular, como ha ocurrido siempre en las 11 elecciones autonómicas celebradas en esa comunidad desde 1981. En segunda posición quedará el BNG, resucitado tras el reflujo de las Mareas y en plena crecida. Tercero quedará el Partido Socialista, que se dará por satisfecho si logra igualar su ya mediocre resultado de las elecciones de 2020. La cuarta fuerza será Sumar, que lucha por no quedar fuera del Parlamento. En la cola, Vox y Podemos, sin probabilidad alguna de obtener escaños: sus votos serán improductivos y solo servirán para restar a sus respectivos bloques ideológicos. Y como novedosa incógnita, la posibilidad de que el alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, alcance un escaño en esa provincia. Cualquier alteración en ese orden de posiciones sería una sorpresa monumental.

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