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Port Saplaya, la urbanización valenciana que quería ser Venecia
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Port Saplaya, la urbanización valenciana que quería ser Venecia

Apodada la 'Pequeña Venecia', la promoción inmobiliaria nacida en los setenta ha sobrevivido con una salud de hierro, convertida en un núcleo tematizado

Foto: El complejo turistico y residencial Port Saplaya.
El complejo turistico y residencial Port Saplaya.

Port Saplaya, al norte de Alboraia, apenas a unos minutos de Valencia en dirección litoral, es uno de aquellos enclaves polarizadores que no admite tibieza: representa un urbanismo torcido buscando el trampantojo estilístico, pero al mismo tiempo es un refugio marino para sus 2.000 vecinos que –en ocasiones– tienen la sensación de pasar la vida dentro de un barco.

Cincuenta años después de su construcción, como un apéndice inmobiliario buscando llenar de color la Valencia setentera ha entrado en el club de reclamos venecianos. Apodada la Pequeña Venecia es carne de clickbait entre la promoción turística. En formato mini encaja a la perfección con la deriva que el historiador Salvatore Settis explica a propósito de la irrupción de centenares de venecias que, supuestamente, tratan de emular a la verdadera: “¿Y si estuviese ocurriendo justo lo contrario? ¿Y si las versiones falsas que se esparcen por el mundo acabasen pervirtiendo la imagen que tiene de sí misma la verdadera Venecia? ¿Y si se convirtieran en el modelo latente? ¿Y si una Venecia sin pueblo estuviese buscando su identidad en Las Vegas, en Dubái o en Chongging?”, se pregunta Settis en Si Venecia muere.

Foto: Viajar a esta ciudad dejará de ser gratis para sorpresa de todos: precio y a partir de cuándo (iStock)

Los edificios de apartamentos turísticos de Port Saplaya podrían ser, por dentro, igual que los de cualquier enclave de la costa española, solo que por fuera, como un escenario de cartón piedra, se configuran a partir de una torre del mago, de un castillo, de plazas con arcadas, de torreones y ventanas románicas, de cadalsos. Un supuesto carácter medievalizante solo que alrededor de un puerto náutico y en mitad de un espíritu playero.

El color de sus casas, bien de tonos pastel, ha tenido que contar con una ordenanza municipal que busca fijar una paleta definida, sin transgresiones, con el objetivo de mantener el estilo del conjunto. Se fijaron los ocres, sienas y granates como tonos permitidos –inspirados realmente en Saint Tropez–, pero desde hace décadas la inventiva artística de nuevos propietarios amenazaba con alterar el rasgo más relevante de Port Saplaya: su tematización unitaria.

Foto: European Focus

Lejos de ajustarse a un tipismo aborigen o de querer recrear el estilo real de un pueblecito valenciano delante del mar, su clave es la escenificación. Un main road efecto Disney que permite ofrecer una experiencia de viaje, pero al lado de casa. La trascendencia viral de la urbanización ha demostrado el éxito de la idea. Atrae por su excentricidad y también por ella compensa algunas de sus deficiencias urbanísticas.

No busca estar pegada a la realidad, con el ancla puesta, sino salir a navegar. Por tanto ser emblema de una autenticidad –la de los pueblos marineros románticos de Francia e Italia–. Como explica el periodista italiano Marco d’Eramo “cuanto más teatralizada es la puesta en escena de la autenticidad, más se homologa, más se lima la ‘tipicidad’”. Siguiendo con el pensamiento de Venturi y Brown (como contraposición a Mies y su menos es más), “menos es un aburrimiento”. Saplaya es un más es más.

placeholder Un policia local de Alboraya vigila las playas de la Patacona y Port Saplaya.
Un policia local de Alboraya vigila las playas de la Patacona y Port Saplaya.

Aunque en origen atrajo sobre todo a segundas residencias y a urbanitas con ganas de un escarceo a la veneciana, la proximidad estrechada con la ciudad lo ha convertido en un asentamiento para la vivienda habitual. Un lugar tranquilo y veraniego todo el año, a pie de playa, a menos de diez minutos de Mestalla. La fábula de vivir lejos de la agitación urbana, aunque a quince minutos (en coche) de todo. Señalado por arquitectos y urbanistas como un lugar fuera de contexto, el verano infinito es en cambio un aliciente potente que ha hecho que, lejos de decaer, Port Saplaya sea visto como una oportunidad.

En pleno escenario de furor inmobiliario la promotora Quabit junto a la sociedad municipal de suelo de Alboraia (Egusa) acordaron la construcción de 900 viviendas, un hotel, una nueva marina y un auditorio. El inicio de una nueva era de crecimiento. El pinchazo de la burbuja, en cambio, frustró unos planes que acabaron en los juzgados. En 2017 la Audiencia Provincial de Valencia confirmó la sentencia que obligaba a la sociedad pública a devolver los 23,4 millones que Quabit había adelantado para el desarrollo de la operación.

Foto: Quabit (EFE)

A diferencia de Venecia, Port Saplaya aspira a ganar población. Sin núcleo primigenio ni una cultura previa como pueblo, se define por su invento. Sus propios vecinos, ya enraizados, se niegan ahora a que siga creciendo. Frente al riesgo de nuevos desarrollos urbanísticos argumentan que no queda espacio, que ya hay suficiente densidad y en cambio siguen faltando equipamientos escolares, zonas verdes y deportivas. La Pequeña Venecia no se puede hacer más grande.

Pero al margen de cuitas inmobiliarias, el principal atractivo de la demarcación es el efecto que causa. Una evidencia de cómo la tematización edificatoria está más de moda que nunca. No es lo que hay, es el efecto que causa.

Port Saplaya, al norte de Alboraia, apenas a unos minutos de Valencia en dirección litoral, es uno de aquellos enclaves polarizadores que no admite tibieza: representa un urbanismo torcido buscando el trampantojo estilístico, pero al mismo tiempo es un refugio marino para sus 2.000 vecinos que –en ocasiones– tienen la sensación de pasar la vida dentro de un barco.

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