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Cómo un club valenciano para 80 espectadores se convirtió en templo mundial del jazz
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Cómo un club valenciano para 80 espectadores se convirtió en templo mundial del jazz

Fundado en el barrio del Carmen, en 1991, Jimmy Glass es reconocido internacionalmente como una de las catedrales del jazz mundial. En la actualidad, es el único club de jazz con programación estable en Valencia

Foto: Charles McPherson en la sala valenciana. (Josep Sogues)
Charles McPherson en la sala valenciana. (Josep Sogues)

Cada generación sostiene que su tiempo de juventud coincidió con un esplendor renacentista y su madurez con un momento de decadencia. Si a esto añadimos un cambio de signo político en la encrucijada de décadas y la capacidad de manejar el marco del relato desde los medios de comunicación, tendríamos el cóctel perfecto acerca del suflé valenciano de los años ochenta. La realidad de los datos, una vez filtrada la nostalgia y el sesgo ideológico, ofrece una crónica alternativa sobre los años noventa valencianos. Cimentar el solar no es levantar el edificio. Las iniciativas culturales y los movimientos sociales de la última década del siglo XX fueron prolíficas pese a la pasividad institucional.

Hace 32 años, en el número 28 de la calle Baja cerraba sus puertas un efímero local llamado Movida. Allí, el fotógrafo publicitario Chevi Martínez (Valencia, 1954) emprendía la reforma de un espacio que bautizaría como Jimmy Glass. Hoy, con un aforo para 82 espectadores, es el único club de jazz con programación estable de Valencia. “Mi padre escuchaba a Glenn Miller, Harry Allen, Cole Porter o Xavier Cugat, así que aquella música estuvo presente en mi niñez. Al llegar a la juventud me interesé por los sonidos de mi tiempo: el rock y la psicodelia. De alguna manera siempre estuve vinculado al jazz, al que volví en los años setenta con Miles Davis y el jazz fusión”.

placeholder Brandon Lewis y Jaimie Branch dando un concierto. (A.Porcar)
Brandon Lewis y Jaimie Branch dando un concierto. (A.Porcar)

Cuando el Jimmy Glass alzó la persiana, en 1991, no era una sala de conciertos, sino un club más del barrio, donde se escuchaba rock progresivo, pop, blues y jazz. “No fue hasta 1994 cuando decidí convertirlo en un espacio exclusivo para el jazz. A la gente le chocaba, los antecedentes en Valencia eran escasos, más allá de Tres Tristes Tigres y Perdido. La escena jazzística valenciana estaba protagonizada por Perico Sambeat, Ramón Cardo, Fabio Miano, Ricardo Belda, Cristina Blasco, Luis Llario, Carlos Gozálbez, Richi Ferrer, Jeff Jerolamon, Lucho Aguilar, Manuel Hamerlink, Donato Marot o Salva Faus, entre otros, y la recién inaugurada Sedajazz, una fábrica de músicos que todavía perdura. A lo largo de más de tres décadas hemos ofrecido nuestro escenario como un altavoz más para el jazz autóctono”, comenta Chevi.

Foto: Concierto en Black Note Club, Valencia. (Foto: Black Note)
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La geometría de la sala, algo estrecha y muy cercana a la zona del escenario, permite a un sector del público palpar los conciertos. “La distribución nació así y así se quedó. Le da carácter. No me gustan los espacios que son cajas cuadradas”, incide el propietario, “los primeros espadas del jazz están encantados con el club y con su acústica”. Durante los últimos veinticinco años, por aquí han circulado leyendas, clásicos y nuevas estrellas como Benny Golson, Kenny Garrett, Sheila Jordan, Pat Martino, Wallace Roney, Lee Konitz, Greg Osby, Lou Donaldson, Charles McPherson, Ravi Coltrane, George Garzone, Jerry Bergonzi o Dave Douglas.

placeholder Benny Golson. (Antonio Porcar)
Benny Golson. (Antonio Porcar)

En 2018, la revista estadounidense DownBeat, biblia musical del género, eligió el club valenciano como uno de los 200 mejores recintos de jazz del planeta. Solo los catalanes Jamboree y Harlem, junto a los madrileños Bogui y Café Central, aparecían entre la selección nacional. “La gente del jazz reconoce la verdad. Este es un lugar auténtico, no un local de música diversa. Esto es real. Un proyecto jazzístico bien definido que se ha transmitido entre músicos y agentes internacionales del sector a lo largo de los años”, explica el programador, “las antiguas y las nuevas figuras del jazz como Aaron Parks, Miguel Zenón, Avishai Cohen, Jonathan Kreisberg o Jeremy Pelt han pasado por el club porque tenemos un objetivo, por muy alargada que sea nuestra estructura. El Smalls, un templo del jazz en el Greenwich Village de Nueva York, es un sótano donde se te pegan los zapatos a la alfombra, y sin embargo recoge a la flor y nata mundial”.

Foto: Imagen de archivo de una actuación en el Ensems de Carles Santos. (EFE/Biel Aliño)

A una vuelta de esquina del Jimmy Glass se encuentra el Portal de La Valldigna, una puerta abierta sobre la muralla árabe, que en 1400 unió la Valencia cristiana con la antigua morería. En el laberíntico centro histórico se erigen como dos enclaves permanentes para los valencianos nacidos en democracia, mientras la fisonomía urbana y los nuevos transeúntes transforman el barrio. “El auge del turismo ha sido importante los últimos tiempos para la ciudad, quizá le correspondía por su atractivo, pero el visitante del Jimmy Glass es un turista jazzístico”, cuenta Martínez, “vienen porque tal amigo suyo en Suecia u otro país, le habló del club y acude a varios conciertos semanales mientras pasa sus vacaciones”.

Entre 2007 y 2010, las temporadas de otoño atrajeron a varios tótems del jazz mundial, de manera constante, a lo largo de los meses de octubre y noviembre. Este flujo propició la creación del Festival de Jazz Contemporáneo Jimmy Glass. “Ya estaban viniendo, el riesgo lo había asumido años atrás, así que reformulé esta programación como un festival y vamos a cumplir doce ediciones magníficas. En 2017, el saxofonista Benny Golson lo encabezó. Es un hombre para quedárselo a vivir en casa. A sus 89 años era todo felicidad y amabilidad. Desprendía simpatía y ganas. Y además es Benny Golson, uno de los grandes compositores de jazz de todos los tiempos”, concluye el promotor musical.

Cada generación sostiene que su tiempo de juventud coincidió con un esplendor renacentista y su madurez con un momento de decadencia. Si a esto añadimos un cambio de signo político en la encrucijada de décadas y la capacidad de manejar el marco del relato desde los medios de comunicación, tendríamos el cóctel perfecto acerca del suflé valenciano de los años ochenta. La realidad de los datos, una vez filtrada la nostalgia y el sesgo ideológico, ofrece una crónica alternativa sobre los años noventa valencianos. Cimentar el solar no es levantar el edificio. Las iniciativas culturales y los movimientos sociales de la última década del siglo XX fueron prolíficas pese a la pasividad institucional.

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