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El nuevo centrismo
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El nuevo centrismo

Están construyéndose consensos motivados por necesidades de Estado y que surgen como vía de salida de la encrucijada política, económica y geopolítica en la que nos encontramos. Salvo en España

Foto: Lina Khan. (Kevin Wurm/Reuters)
Lina Khan. (Kevin Wurm/Reuters)
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Hay muchas cosas que están pasando en la política estadounidense mientras los debates se continúan situando en el Trump contra Biden. Un reciente artículo publicado en The New York Times viene a subrayar que algunas aguas se están removiendo en el norte de América. El texto titulado Un nuevo centrismo está surgiendo en Washington, muestra cómo, en un entorno profundamente polarizado y más con la cercanía de las elecciones, y en un país que vive en una brecha ideológica profunda entre los dos grandes partidos y con apuestas culturales muy distintas entre regiones del país, en los últimos tiempos se han conseguido acuerdos bipartidistas para un buen número de medidas.

Las normas aprobadas tienen que ver con aranceles, política comercial, infraestructuras, semiconductores, con la violencia provocada por el uso de las armas o con procesos electorales. Y no solo eso: hay varios proyectos en los que unos y otros están colaborando, como los casos en que la progresista Elizabeth Warren ha lanzado iniciativas conjuntas con republicanos trumpistas, como Josh Hawley o J.D.Vance. Incluso Lina Khan, presidenta de la Comisión Federal de Comercio, muy decidida a que la normativa antitrust se desarrolle con gran fuerza, ha merecido el apoyo de políticos republicanos (los menos, eso sí).

Lo más importante no es la simple existencia de estos acuerdos, que tampoco son tan inusuales, y menos ahora. EEUU se encuentra en un momento crucial: su hegemonía comienza a ser puesta en cuestión y hay intereses nacionales en juego, por lo que no es raro que aumente el número de asuntos en los que hay acuerdo de fondo. Sería extraño, sin ir más lejos, que los paquetes para la ayuda a Ucrania no se hubieran aprobado, o que cualquier decisión relacionada con Israel no consiguiera una mayoría apoyada por ambos partidos.

Los tiempos exigen un cambio de eje: el Consenso de Washington no ha traído nada bueno para EEUU y tampoco para sus ciudadanos

Lo relevante aquí es la convicción de fondo, que teje estos acuerdos, de que EEUU necesita un cambio de rumbo. Su posición internacional y sus problemas nacionales, su déficit comercial y la deuda acumulada están relacionados con políticas que en los últimos años se han demostrado fallidas. David Leonhardt, el autor del texto, señala el punto central: el neoliberalismo, el Consenso de Washington, según el cual el capitalismo liberado a su suerte traería prosperidad al conjunto de los estadounidenses, aumentaría la paz en el mundo y conseguiría que las autocracias girasen hacia las democracias, no ha producido resultados nada buenos para EEUU, y tampoco para sus ciudadanos. Alrededor de este núcleo se fija el consenso emergente, y a partir de él se está construyendo un nuevo lugar de encuentro entre sectores demócratas y conservadores. Los tiempos exigen un cambio de eje que despliegue nuevas orientaciones.

El consenso de los estadounidenses

Además, esta perspectiva encuentra su apoyo en necesidades internas: "En muchos temas de alto perfil, especialmente relacionados con la economía, la mayoría de los estadounidenses comparte un conjunto básico de ideas". Están a favor tanto del capitalismo como de la intervención gubernamental para abordar las deficiencias del libre mercado, están crecientemente preocupados por el excesivo poder de las grandes empresas, se muestran escépticos con el libre comercio y la elevada inmigración y entienden que China supone es un gran riesgo.

Las preocupaciones de los ciudadanos son también preocupaciones sistémicas. EEUU, como país hegemónico, está perdiendo pie. Es natural que reaccione. Lleva demasiados años promoviendo unas políticas que se han vuelto contra sus clases medias y trabajadoras, que han debilitado masivamente su poder industrial, que ha fiado todo a las armas y al dólar, y que ha permitido, cuando no fomentado de manera indirecta, el ascenso chino. A pesar de que su establishment está todavía pendiente de las viejas lógicas, es un país dinámico y con vitalidad intelectual. Es lógico, por tanto, que las nuevas perspectivas vayan abriéndose paso a izquierda y derecha, aunque sea todavía de manera incipiente.

Son muchos años viviendo de copiar lo que otros hacen y de subirse al carro en marcha, por lo que cuesta mucho sacudirse la inercia

Mientras tanto, en Europa, y no digamos en España, la magnitud de la crisis de Occidente es entendida, pero no ha sido asimilada, y menos aún combatida. Dada la habitual incapacidad continental para pensar en común y el insistente seguidismo que las instancias políticas, los intelectuales y expertos y el empresariado europeo y nacional han mostrado en las últimas décadas, es complicado que estos debates cobren fuerza aquí. Son muchos años viviendo de copiar lo que otros hacen y de subirse al carro en marcha, por lo que cuesta mucho sacudirse la inercia y comenzar no solo a pensar por sí mismos, sino a hacerlo desde otro marco.

La inacción española

En España no parecen posibles consensos sobre asuntos cruciales para nuestro país, ya que los partidos están inmersos en una brecha tremendamente complicada de cerrar, pero tampoco los sectores sociales con influencia proponen algo más que seguir por el mismo camino. La ciudadanía también parece dominada por las inercias políticas. Sin embargo, hay elementos objetivos que podrían ser beneficiarse de una posición acordada entre izquierdas y derechas.

Las clases medias y las trabajadoras creen que sería preciso dotar a nuestro país de una industria más arraigada en el territorio

La industrialización de España es una de ellas: hay una amplia aceptación entre las clases medias y las trabajadoras de que sería preciso dotar a nuestro país de una industria mucho más vigorosa y arraigada en el territorio, de formas que se recuperasen sectores perdidos, que se impulsaran nuevos y que se apoyasen los existentes. La oposición a esta reindustrialización ha provenido de las clases medias altas y del mundo de los expertos, en general economistas, pero incluso en estos sectores aparece cada vez más una posición proindustria. Existiendo estas bases, y dado el momento europeo, resultaría relativamente fácil que se articulasen proyectos que contaran con el apoyo de ambas partes del espectro político, porque ese consenso subterráneo ya está presente. Nada de esto, como sabemos, está ocurriendo.

Otro ejemplo de los enredos presentes. Las empresas estratégicas españolas no están en manos españolas porque han quedado atravesadas por capital extranjero con propósitos rentistas, el de recibir la mayor cantidad posible de beneficios anuales. O, al menos, así es de momento, porque habrá que ver cómo actuarán esos accionistas cuando los asuntos geopolíticos comiencen a presionar de verdad. Sería lógico que estas empresas de sectores clave no quedasen expuestas a riesgos. Una posibilidad sería que el capital español participase en ellas, pero los grandes actores económicos locales se han separado de nuestro territorio salvo para recaudar dividendos y se han despreocupado de cualquier tipo de interés nacional. Otra opción pasaría por la participación del Estado en el accionariado de esas firmas para asegurar nuestros intereses, como ocurre en Telefónica, pero ese movimiento molestaría mucho a los partidarios del mercado libre. Existe una tercera posibilidad, la que apuntan Letta y Draghi, la creación de campeones europeos en los que esas empresas (en sectores como las comunicaciones, la energía o la banca) se integrasen. Pero incluso en este caso, deberíamos contar con un punto de partida sólido para conseguir que los intereses españoles no quedasen diluidos en los futuros campeones europeos.

Hace falta definir los intereses nacionales, así como una estrategia para el futuro. Justo con lo que no contamos

De manera que podemos optar por dejar el camino expedito al libre mercado y que nuestros intereses estratégicos los decidan los accionistas, por la participación del Estado de manera activa o por la integración en entidades mayores. Todas ellas son vías con ventajas y problemas, pero que exigen una toma de posición a partir de la definición de los intereses nacionales y de una estrategia para el futuro. Justo con lo que no contamos.

Será incómodo

En este punto, conviene recordar que el incipiente consenso entre la izquierda y la derecha estadounidense (que es mayor del que creemos en los asuntos clave) no se está produciendo por afinidades ideológicas, sino por necesidades de Estado y en interés de su población, y como vía de salida de una encrucijada. A Europa le ocurre lo mismo, y España, como parte del sur europeo, padecerá en exceso si la salida a esta situación, con las tensiones entre EEUU y China, las guerras de Ucrania y Gaza, el final de la globalización feliz, no tiene lugar de una manera positiva. Los estadounidenses no apuestan por ello: creen que el crecimiento europeo será muy débil en las próximas décadas.

Foto: Andueza y Pradales en un pleno del Parlamento Vasco. (EFE/Adrián Ruiz Hierro)

Es momento, pues, de comenzar a pensar insistentemente en los grandes asuntos españoles. Nuestro entorno político y mediático, por cuestiones de conveniencia y de luchas entre élites, sigue enredado en la aplicación de la amnistía, la mujer del presidente y el novio de la presidenta, Milei y demás, pero ninguna de sus discusiones rozará siquiera los problemas que España deberá afrontar. Lo que supone, de hecho, dejar España en manos de lo que decidan otros países.

En la medida en que los tiempos exigen abordar temas muy relevantes que van más allá de los elementos puramente partidarios, sería conveniente comenzar a buscar puntos de encuentro. Y dado que el consenso español es hoy imposible, quizá sea el momento de que empecemos a buscarlo a partir de la formulación de nuevas preguntas que sacudan la inanidad de nuestra esfera política, económica y social. Y si las preguntas no pueden ser las mismas que antes, las respuestas tampoco lo serán y, por tanto, van a resultar mayoritariamente incómodas. Pero, si no hacemos esto ahora, ¿cuándo? Se puede creer que se pelea por los intereses de España atacando al presidente (o defendiéndolo), pero no es cierto; es hacer de la política un espectáculo. La realidad está en otra parte.

Hay muchas cosas que están pasando en la política estadounidense mientras los debates se continúan situando en el Trump contra Biden. Un reciente artículo publicado en The New York Times viene a subrayar que algunas aguas se están removiendo en el norte de América. El texto titulado Un nuevo centrismo está surgiendo en Washington, muestra cómo, en un entorno profundamente polarizado y más con la cercanía de las elecciones, y en un país que vive en una brecha ideológica profunda entre los dos grandes partidos y con apuestas culturales muy distintas entre regiones del país, en los últimos tiempos se han conseguido acuerdos bipartidistas para un buen número de medidas.

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