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"Las mayores campañas de desinformación las han protagonizado los presidentes"
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Entrevista con Rasmus Kleis Nielsen

"Las mayores campañas de desinformación las han protagonizado los presidentes"

Organizaciones como el Instituto Reuters llevan tiempo advirtiendo sobre el retroceso que está sufriendo la libertad de prensa en el mundo, también en las democracias consolidadas

Foto: El director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, Rasmus Kleis. (Cedida)
El director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, Rasmus Kleis. (Cedida)
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Rasmus Kleis Nielsen es profesor de Comunicación Política y director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, un centro de investigación abierto por la Universidad de Oxford en 2006 para analizar la situación del periodismo en todo el mundo y los desafíos políticos, tecnológicos y jurídicos a los que se enfrenta la libertad de información. Es una de las organizaciones con más recursos e independencia para comisionar informes de expertos y cogerle la temperatura a la profesión. Hablamos durante una hora por videoconferencia.

PREGUNTA. Las organizaciones que os dedicáis a esto lleváis al menos diez años alertando de las crecientes restricciones a la libertad de prensa en casi todo el mundo, incluidas muchas democracias establecidas. El diagnóstico sale parecido desde todos los ángulos, desde Reporteros Sin Fronteras (Francia), Freedom House (Estados Unidos), pasando por vosotros (Reino Unido). ¿Cuáles son los factores que contribuyen a este deterioro? ¿Y en qué países o grupos de países las cosas están peor?

RESPUESTA. Creo que hay dos asuntos fundamentales. Por una parte, estamos viendo que algunos líderes que cuentan con un amplio apoyo popular llegan al poder y, una vez allí, comienzan a desmantelar sistemáticamente los controles y equilibrios que salvaguardan la estabilidad institucional. Al principio no es tan evidente. Luego, con el tiempo, erosionan la capacidad de las personas para desafiar al gobierno a través de elecciones libres y justas. Por ceñirnos a países democráticos, en Europa hemos visto problemas muy serios al respecto en Hungría, en Polonia… En otras latitudes ha sido más rápido, por ejemplo, en varios países de América Latina. Hay que permanecer vigilante porque el proceso no se lleva a cabo mediante un derrocamiento de la democracia. No estamos hablando de un golpe de Estado, ni de un golpe fuerte. No estamos hablando de que el ejército entre y anuncie a la nación que han formado un gobierno militar. Es diferente a como sucedía en el siglo XX. Se trata, a menudo, de personas que son elegidas democráticamente y que luego desmantelan progresivamente los sistemas que han usado para llegar al poder. Estos problemas, desafortunadamente, son muy pronunciados incluso dentro de la Unión Europea. Y una vez que un país consigue ser miembro de la Unión Europea, las herramientas para detener a estos líderes ya son muy limitadas.

Foto: Periódicos amontonados. (Getty Images/Justin Sullivan)

P. Decías que hay dos factores. ¿Cuál es el segundo?

R. Es lo que yo llamo censura de las masas, donde grupos que no tienen por qué ser políticos intentan sistemáticamente acosar e intimidar a personas que no les gustan y con las que no están de acuerdo. Lanzan material desagradable, terrible y odioso, incluso amenazas de violencia. Esto es particularmente común cuando se trata de mujeres, que a menudo son atacadas durante campañas que pueden ser muy misóginas. En muchos países también hay un componente racial o religioso muy fuerte. Se somete a las víctimas a experiencias tan desagradables y aterradoras que acaban optando por no usar su derecho a expresarse.

P. Supongo que estás al tanto de la situación que hemos vivido en España recientemente. ¿Crees que la desinformación puede convertirse en un arma, en una excusa para introducir leyes o medidas más estrictas, para poner en peligro la libertad de prensa?

R. Creo que este es un riesgo muy real. Y pienso que estamos en un momento muy preocupante, en un contexto de recesión democrática y de amenaza real a los derechos fundamentales. Esto está ocurriendo incluso en democracias liberales históricamente estables. Hay gobiernos hablando de recurrir a prohibiciones y medidas restrictivas, a veces contra medios de comunicación extranjeros, a veces para combatir protestas, a veces guerras lejanas, a veces asuntos domésticos. Y todo ello sin entrar en lo que está pasando en países más autoritarios. Necesitamos recordar que el derecho a la libre expresión es un derecho humano básico, que involucra tanto el derecho a expresarse como el derecho a informarse libremente. Nos respaldan décadas de jurisprudencia en Europa. Como ciudadanos, tenemos derecho a acceder a la información, incluso si es impactante, ofensiva, perturbadora o discutible. Por incómoda que sea la información, cualquier restricción que se plantee tiene que estar muy justificada por la ley y claramente descrita. ¿Cuál es la base legal y el objetivo para restringir el acceso de los ciudadanos a la información? El criterio no puede ser que algo no le guste a alguien. Hay muchos expertos legales y organizaciones de derechos que muestran su preocupación por esta especie de pánico a la libertad de expresión que se está abriendo camino.

Como ciudadanos, tenemos derecho a acceder a la información, incluso si es impactante, ofensiva, perturbadora o discutible

P. De hecho, ya existen muchas leyes en todos los países que limitan la libertad de expresión cuando, por ejemplo, entra en colisión con otros derechos, como el derecho al honor. Los tribunales atienden demandas al respecto todos los días.

R. Es cierto. Existen restricciones legales amparadas bajo la Convención Europea de Derechos Humanos. Es más, en varios países europeos todavía hay leyes vigentes lamentables, que limitan algunos aspectos de la libertad de expresión y que son anteriores a la Convención Europea de Derechos Humanos. Por ejemplo, las leyes contra la blasfemia o leyes problemáticas pensadas para no ofender a jefes de Estado. La mayoría no se aplican, pero ahí están en los textos y podrían ser usadas. Hemos visto intentos preocupantes de usar algunas de estas leyes para silenciar las voces críticas. En cualquier caso, durante los últimos 50 años ha habido un esfuerzo concertado por actores políticos, legales y organizaciones de derechos que han alzado la voz cuando los estados han decidido limitar los derechos fundamentales. Por eso la capacidad del estado ha estado limitada y sujeta a supervisión y escrutinio. Te pongo un ejemplo reciente: el gobierno francés intentó prohibir las protestas contra la guerra israelí en Gaza después del ataque terrorista del 7 de octubre. Pero luego la decisión fue anulada por los tribunales franceses.

Foto: El expresidente de EE. UU., Donald Trump, a su llegada a la Corte Suprema de Nueva York. (ZUMA Press/Laura Brett)

P. Además de las limitaciones formales o legales, hay ataques directos, a veces ad hominem, que amenazan la capacidad de un periodista o un medio para seguir haciendo su trabajo.

R. Los gobiernos no pueden hacer lo que quieran. Hay límites. Y creo que están traspasando algunos de esos límites. A veces es solo retórica, pero si examinas más de cerca lo que están diciendo te das cuenta de que es bastante problemático. Muchos periodistas han estado a la vanguardia de la lucha por los derechos de los ciudadanos. Y estos derechos no son solo para los periodistas, sino también para el público. Cuando un político sugiere nuevas restricciones, o utiliza la retórica para ejercer presión, siempre nos dicen que es por nuestro bien. Así es como funciona siempre, ¿verdad? Siempre es para proteger a los niños o para proteger a los adultos. Parece que los políticos no creen que seamos capaces de protegernos a nosotros mismos.

P. Se produce una paradoja con la desinformación que no es fácil comprender si no te dedicas a esto. Y es que la desinformación es un problema que los gobiernos no pueden atajar sin acabar provocando otro problema mayor.

R. Creo que tienes razón. Es importante reconocer que hay situaciones en las que, como ciudadanos, queremos que el gobierno actúe, pero que no actúe directamente. Yo fui parte del Grupo de Expertos de Alto Nivel de la Unión Europea sobre Desinformación en Internet, y el informe que publicamos en 2018 fue muy claro al alertar de que hay muchas cosas que los gobiernos pueden hacer para ayudar a proteger a la sociedad contra la desinformación. Por ejemplo, creando instituciones más robustas y resilientes que puedan ayudar a los ciudadanos a formarse su propia opinión. Sin embargo, debido a que la desinformación a menudo involucra a políticos, este intervencionismo puede ser utilizado como excusa para socavar las libertades civiles. Por eso la mejor manera de abordarlo es de forma indirecta.

P. ¿Pero cómo?

R. El gobierno puede apoyar a verificadores de hechos independientes, puede apoyar iniciativas de alfabetización mediática o investigaciones realmente independientes. Por poner un paralelismo, si los gobiernos quieren proteger el derecho fundamental a la libertad de religión, crear una iglesia estatal no es la mejor idea, ¿verdad? Pues igual. Yo creo que estos valores han sido compartidos durante mucho tiempo por el espectro político, tanto conservador como progresista, en gran parte de Europa. De hecho, la gente está muy orgullosa de haber construido sociedades donde se limita el papel del estado para evitar experiencias pasadas como el fascismo o el comunismo soviético. Éramos muy conscientes de que la mayor amenaza a la libertad a menudo es el propio estado.

Parece que los políticos no creen que seamos capaces de protegernos a nosotros mismos

P. Se produce otra circunstancia y es que muchas veces son los propios políticos, o los aparatos de sus partidos, quienes introducen narrativas falsas, inciertas, descontextualizadas, con tonos propagandísticos muy virulentos. A menudo utilizan incluso campañas de bots o estrategias agresivas en redes. Otras veces desinforman al negarse a responder preguntas básicas o limitar el acceso a fuentes.

R. Quiero dejar muy claro que estoy convencido de que las formas más transcendentales de desinformación en nuestras sociedades provienen generalmente de la élite doméstica. Muy a menudo son actores políticos, otras veces son líderes comunitarios o religiosos. Lo vimos muy claramente durante la pandemia. Las mayores campañas de desinformación las han protagonizado presidentes que negaban la gravedad de la pandemia, que negaban la eficacia de las vacunas, o que promovían tratamientos falsos que no eran realmente tratamientos sino invenciones absurdas. Otras veces eran líderes religiosos o comunitarios que abrazaban reclamos igualmente falsos, engañosos y dañinos. Al mismo tiempo, creo que es realmente importante reconocer que el hecho de que algunos miembros de la élite mientan no significa que todos mientan todo el tiempo.

P. Claro, porque esa pérdida de confianza es parte del problema también.

R. A eso me refiero. Es el reverso de la misma moneda, porque el riesgo es que acabemos sumergidos en tales profundidades de cinismo que ya no sepamos si podemos confiar en alguien. Esto es un gran desafío para los ciudadanos, pero también para los periodistas y los investigadores. Es más fácil decir algo que averiguar si eso que se ha dicho es realmente cierto. Las frases van más deprisa que la verificación de su autenticidad. Y hay tal volumen de discursos políticos, de contenidos, etcétera, que los periodistas no tienen recursos para verificar cada cosa que pasa o que se dice. Muchos políticos astutos han aprendido a mentir sin engañar de manera demostrable. Por ejemplo, mediante la omisión. Por ejemplo, mediante la generalidad. Por ejemplo, mediante la insinuación.

P. Percibimos la desinformación como un problema contemporáneo, pero tendemos a olvidar la cantidad de veces que se ha usado a lo largo de la historia para justificar guerras, para eliminar rivales, para arruinar reputaciones, etcétera.

R. Hay tres razones principales para que esto ocurra. Primero, ahora tenemos mucha más información de todo tipo, tanto útil como inútil, tanto factual como falsa. Hay mucho más contenido y el problema es más visible. Segundo, han aparecido grandes empresas que juegan un papel clave en la distribución de esta increíble abundancia de contenido. Me refiero a motores de búsqueda, redes sociales, plataformas de video, etcétera, que dependen de algoritmos para decidir qué mostrar y cuándo mostrarlo. Estos algoritmos promueven opiniones fuertes, partidistas, algunas muy creativas hasta el punto de ser extravagantes. Y también promueven mucha desinformación. Vale la pena recordar que la mayoría son empresas extranjeras, generalmente estadounidenses. Esto tiene muchos efectos positivos, pero también han permitido que se propague con más rapidez la desinformación.

Foto: Évole y Ternera (de espaldas) en una imagen del documental. (Netflix)

P. ¿Y la tercera razón?

R. Los políticos centristas que pensaban que el fin de la Guerra Fría era el fin de la historia y que viviríamos para siempre en un mundo de desacuerdos moderados y gentiles entre centro-izquierda y centro-derecha, se han encontrado en un mundo donde muchas personas están votando a partidos heterodoxos, partidos que ellos consideran completamente desconcertantes y ofensivos. Y además no les gusta perder frente a ellos. Esto crea un ambiente propicio para que algunos populistas utilicen la idea de la desinformación y traten de conseguir el efecto contrario, desacreditando a figuras o instituciones que forman parte del establishment. En ese sentido, atacar a los periodistas y sus medios es una técnica muy repetida. Estos líderes te dicen que confíes en ellos y no en medios que están en connivencia con políticos del sistema, con bancos del sistema, etcétera.

P. Es un arma que acaban utilizando todos.

R. Claro, porque a su vez tenemos figuras del establishment centrista que buscan nuevas razones para justificar sus fracasos electorales. Y muchos se sienten atraídos por la idea de que sus problemas se deben a la desinformación en lugar de pensar que quizá no han hecho bien su trabajo y que la gente está buscando un cambio.

P. ¿Pero es más fácil engañar a una nación ahora que hace un siglo?

R. En una sociedad libre, creo que es casi imposible engañar a toda una nación. Es imposible hoy en día, y posiblemente también lo era hace 100 años. Pero no creo que esa sea necesariamente la forma de plantear el problema. Necesitamos mantener dos pensamientos en nuestra cabeza al mismo tiempo. El ecosistema actual nos pone en una situación en la que experimentamos cambios muy repentinos en la opinión pública que a menudo duran poco, pero que pueden ser importantes si coinciden con procesos electorales. Somos más vulnerables simplemente por la velocidad a la que ocurren las cosas.

Foto: Pedro Sánchez durante una sesión del Consejo Europeo en Bruselas. (Reuters/Johanna Geron)

P. Decías que tenemos que mantener dos ideas en la cabeza. ¿Cuál es la segunda?

R. Incluso en los países que han sido democracias liberales durante los últimos 100 años ha habido siempre muchas personas muy mal informadas. Era una creencia generalizada, por ejemplo, que la homosexualidad era una patología, o que los hombres eran intrínsecamente superiores a las mujeres, o que las personas blancas eran intrínsecamente superiores a las personas de otros colores de piel. Hemos tenido varios ejemplos de narrativas engañosas utilizadas para justificar guerras, como pasó en Vietnam. Por ello es importante recordar que, en muchos sentidos, el entorno informativo del pasado hacía que muchas personas estuviesen mal informadas.

P. Una parte relevante de la información falsa que circula en redes tiene más que ver con la oportunidad de viralizarse y ganar notoriedad o dinero que con grandes conspiraciones. No sé si recuerdas el caso extremo de aquellos chavales de Macedonia que viralizaron miles de noticias falsas favorables a Donald Trump, simplemente porque se dieron cuenta de que era rentable. Por aquella época se empezó a hablar de pseudo medios para referirse a este tipo de páginas.

R. Creo que este problema persiste en los rincones de Internet. La publicidad programática permite a cualquier página web monetizar su audiencia. Esto, combinado con la distribución en redes sociales, donde puedes encontrar comunidades dispuestas a interactuar, significa que todavía hay personas que ganan un poco de dinero de esta manera. Si vives en un país pobre, sin otras oportunidades, ganar dinero confundiendo a los estadounidenses puede parecer una alternativa perfectamente atractiva al desempleo. Esto todavía existe en los márgenes de internet.

P. Pero ese no es el mayor problema de la desinformación, ¿no?

R. No. El problema grave está en los incentivos comerciales de organizaciones mucho más grandes. El contenido que generan los grandes grupos medios de comunicación establecidos, en volumen, supera a la información falsa o engañosa por un factor de entre diez y cien. El público tiene mucho más compromiso con los medios de comunicación que con los proveedores de noticias falsas. Ahora bien, lo que hacemos con ese compromiso es más complicado. Coge el ejemplo de Fox News, en Estados Unidos. Emplea a cientos de periodistas. Tiene programas de noticias, publica historias que provienen de agencias importantes, incluidas Reuters, Associated Press y otras fuentes. Sin duda es una organización asentada con periodistas que ofrecen noticias. También tienen mucho contenido de opinión y muchos programas de debate y discusión de actualidad. Y es en estos otros formatos donde se tiende a dar espacio a personas que a veces hacen afirmaciones muy extravagantes o incluso demostrablemente falsas. Así que hay, ya sabes, algunas voces en la sociedad civil y la comunidad investigadora que esencialmente dirían que Fox News es un canal noticias falsas. Que Fox News es desinformación.

Foto: Rupert Murdoch y Jerry Hall en 2017. (Reuters/Dylan Martinez)

P. ¿Tú también lo crees?

R. No estoy diciendo que esté de acuerdo con esta opinión, pero creo que nos lleva al núcleo del problema de la desinformación: ¿cómo pensamos sobre ella cuando tenemos una situación en la que organizaciones muy, muy grandes y asentadas tienen una relación orgánica con figuras políticas que también forman parte del establishment político? Donald Trump se hace pasar por un perseguido, por un marginado, pero eso es ridículo. Es un millonario de Nueva York y fue presidente. Seguía jugando ese papel desde la mismísima Casa Blanca. ¿Qué puede ser más establishment que un presidente? Desde esa atalaya ha contribuido a propagar todo tipo de noticias falsas. ¿Cómo nos enfrentamos a eso? Creo que esa pregunta es el corazón de nuestros problemas hoy en día. El dilema, como sabes, se desborda hacia las plataformas, como hemos visto en el caso del Sr. Trump. La decisión de Facebook, YouTube y Twitter de hacer cumplir sus normas comunitarias y restringir la capacidad del Sr. Trump para incitar a la violencia en los últimos días de su presidencia tiene que ver con eso.

P. ¿Crees que el público general tiene herramientas para entender el contexto que rodea su dieta informativa? ¿De saber dónde levantar la ceja?

R. Quizá vale la pena decirlo en voz alta. ¡Es muy difícil distinguir! Creo que deberíamos dar crédito a los periodistas por la dificultad del trabajo que hacen, y también entender que no todos los errores o deficiencias se deben a conspiraciones nefastas. A veces es simplemente porque resulta muy difícil averiguar qué sucedió. En nuestros estudios de grupo hemos visto que, cuando se les da tiempo para reflexionar sobre ello, gran parte del público es comprensiva con los desafíos de los periodistas. Pero después de muchos años investigando he llegado a la convicción de que las personas no son idiotas. La mayoría es capaz de navegar en situaciones muy complicadas y difíciles. Sobre todo cuando entienden que la situación es importante. Muchos se muestran superficiales o apresurados cuando navegan por el entorno informativo porque la mayoría de las cosas que se les cuentan no son relevantes para ellos. No es una cuestión de vida o muerte si una organización de noticias es fiable o no. En el fondo, a la mayoría le va a dar igual si el ministro uso una cifra incorrecta en su discurso, o cuál es la cantidad exacta de misiles enviados a Ucrania. Son asuntos quizá interesantes, pero en última instancia no son tan importantes para la vida de la mayoría de las personas. Ahora, cuando las cosas son relevantes, cuando llega una pandemia, por ejemplo, las personas son muy capaces. En momentos de verdadera crisis e importancia, la mayor parte del público es perfectamente capaz de navegar en la información. Claro que hay problemas, pero no deberíamos sucumbir a la condescendencia y pensar que las personas son idiotas. No lo son. Si creemos en la democracia es porque asumimos que los que nos rodean no son mayoritariamente idiotas.

Rasmus Kleis Nielsen es profesor de Comunicación Política y director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, un centro de investigación abierto por la Universidad de Oxford en 2006 para analizar la situación del periodismo en todo el mundo y los desafíos políticos, tecnológicos y jurídicos a los que se enfrenta la libertad de información. Es una de las organizaciones con más recursos e independencia para comisionar informes de expertos y cogerle la temperatura a la profesión. Hablamos durante una hora por videoconferencia.

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