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Viaje a la España de los toldos: "Lo cutre está por todas partes, es lo que nos identifica"
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LA VERDADERA BANDERA

Viaje a la España de los toldos: "Lo cutre está por todas partes, es lo que nos identifica"

O de cómo un arquitecto, un escritor, un fotógrafo y un periodista emprendieron una aventura hacia el final del urbanismo de extrarradio para descubrir el secreto de Lo Español

Foto: Pablo Arboleda, en mitad de la calle más española de España. (Alejandro Martínez Vélez)
Pablo Arboleda, en mitad de la calle más española de España. (Alejandro Martínez Vélez)

Pablo Arboleda se detiene en mitad de la calle María Antonia, se da la vuelta, nos mira, sonríe y nos teletransportamos. Dejamos de estar en Usera y pasamos a estar en cualquier lugar de la geografía urbana de nuestro país. Hemos encontrado el kilómetro cero de Lo Español.

—Esto podría ser cualquier calle de España. Esto es la calle española por antonomasia.

Hagamos recuento. Un taller mecánico. Un bar. Una cafetería (que no es lo mismo que un bar). Un cartel que reza 'callista', con un número de teléfono de siete cifras. Es decir, de antes de la época de los prefijos: 23 años, mínimo. Balcones abiertos, balcones cerrados. Bombonas de butano, CD colgados, bicicletas en la pared. Una proporción de garajes y portales de vivienda de tres a uno. Infinitos signos de 'vado permanente'. Antenas parabólicas y aires condicionados. Edificios de cuatro alturas, las famosas cuatro alturas.

Y sobre todo: toldos verdes. El elemento arquitectónico que da coherencia a la calle. ¿A la calle? A toda España. Es lo que sugiere Arboleda, arquitecto e investigador en la Universidad Carlos III cuyo nombre estará para siempre relacionado con el grupo de Facebook Amigos del Toldo Verde. “Desde su aparición en los años sesenta del siglo pasado, el toldo verde es el elemento más característico de la arquitectura española de las últimas décadas”, reza la descripción. “Este grupo nace con el objetivo de dotar al toldo verde de la atención que merece, posicionándolo como símbolo de significación identitaria y, por ende, patrimonial. Porque patrimonio es lo que somos; no lo que queremos ser”.

"Toldo verde, Toledo". "Toldo verde, L’Hospitalet". Distintos lugares, misma foto

A Arboleda le sorprendió el éxito casi instantáneo del grupo del toldo verde. La gente sigue subiendo cada día nuevas fotos tomadas con su móvil, “sabiendo que cinco minutos después alguien subirá una imagen exactamente igual a la suya”. Ese probablemente sea el secreto del éxito: haber identificado algo con lo que la gente puede identificarse, una bandera alternativa de España. Somos el toldo. Al arquitecto le llama la atención que la gente suba sus fotos proporcionando coordenadas espaciales y temporales, a pesar de que el toldo es eterno y omnipresente: “Toldo verde, Toledo”. “Toldo verde, L’Hospitalet de Llobregat”. “Toldo verde, atardecer”. La foto, la misma.

El toldo verde se ha convertido en otra expresión de una tendencia que gana fuerza. Lo cutre entendido como filosofía. Desde C. Tangana hasta el rap de barrio, el retorno de las vajillas Duralex o ensayos como ‘Vidas baratas. Elogio de lo cutre’, del columnista de El Confidencial Alberto Olmos, pasando por el costumbrismo irónico de Homo Velamine. Arboleda nos cita en Usera, “ese paraíso del toldo verde”, y pide expresamente que nos acompañe Olmos.

El objetivo, ir en busca de lo cutre, para ir en busca de nosotros mismos. Como todos vivimos en barrios de toldo verde, es como viajar al descansillo de tu casa.

placeholder Toldo verde, Usera, Madrid. (Alejandro Martínez Vélez)
Toldo verde, Usera, Madrid. (Alejandro Martínez Vélez)

Así que Arboleda saca el móvil y recita lo que escribió en su día: “Más allá de su literalidad, el toldo verde constituye la metáfora perfecta de toda una cultura material asociada a algo más amplio e indiscutiblemente nuestro: lo cutre. Despojemos a ese vocablo de su sentido peyorativo y reconozcamos, con la cabeza bien alta, que somos cutres, ergo somos auténticos”. El toldo verde es un estado mental, como llenar una botella de Coca-Cola de dos litros de agua o colocar CD en el balcón para espantar a las palomas. Olmos asiente: “Pues sí, eso es mi libro”.

El toldo verde es también la concreción de ciertos tópicos españoles. Por ejemplo, Arboleda suele escuchar la queja de que no hay toldos en la cornisa cantábrica porque no hay sol. “Pero al final eso es el tópico español, lo flamenco y el sol, la Meseta y el Mediterráneo”. El toldo, además, tiene una datación muy determinada. La arquitectura del ‘boom’ de los años cincuenta y sesenta en los barrios, que produjo miles de viviendas en las grandes ciudades y capitales de provincia, la de la emigración del campo a la ciudad, la del gran cambio demográfico español, la de la generación de nuestros padres. El toldo verde es nuestra memoria generacional.

Un lugar infinito

Cuando uno pasea por un barrio de toldos verdes, le invade la misma sensación que uno debe tener cuando se pierde en el desierto: podría seguir andando eternamente y los toldos no se acabarían nunca. “Y, efectivamente, así es”, sospecha Arboleda. “Solemos pensar que Madrid es su centro, pero ¿cuánto supone, un 3%? Aunque sea por estadística, Madrid son toldos verdes”.

"Si traigo a un amigo aquí, se pensaría que estoy loco, porque no hay nada que ver"

La arquitectura del extrarradio produce un particular efecto deslocalizador, en que se mezclan dos factores esenciales: uno podría estar en cualquier lugar pero cada vivienda tiene sus peculiaridades, como señala Olmos. La sedimentación del paso del tiempo provoca que cada rincón de esas colmenas haya adquirido su propia personalidad. Solo el color del toldo (y su anverso floreado) se mantienen como constantes. Como escribe, “basta que el del segundo piso y el del quinto cierren su balcón, el del cuarto ponga todas las bicicletas y otros aquí y allá exhiban el naranja de las bombonas o el multicolor de la colada para que el edificio resulte visualmente inasumible. Cutre. Y el edificio de al lado es exactamente igual”.

En realidad, la arquitectura cutre del aluvión, la arquitectura producida a toda prisa en España desde los años cincuenta para dar cabida a la inmigración rural, puede servir de metáfora fácil de la condición humana. Todo el mundo es igual, pero un poco distinto. Basta mirar de cerca para darse cuenta: un recuerdo de un viaje extraño, una solución ingeniosa para evitar que el sol se cuele por la ventana del salón, una gotera aún por arreglar. En realidad, no hay dos viviendas en la España del toldo verde que sean iguales, a diferencia de lo que ocurre con las urbanizaciones de las afueras, que todavía no han sufrido el proceso de personalización que otorga el paso del tiempo.

placeholder Unidos por lo cutre. (Alejandro Martínez Vélez)
Unidos por lo cutre. (Alejandro Martínez Vélez)

“Si traigo a un amigo aquí, se pensaría que estoy loco, porque no hay nada que ver”, señala Arboleda, que se crio en Jaen y ha vivido los últimos años en Alemania. Y sin embargo, hay mucho que mirar. El elogio preferido sobre la página es el de alguien que le dijo que Amigos del Toldo Verde le había animado a mirar a su alrededor.

Así que eso hacemos.

Cuatro observaciones de la España del toldo

1) Verjas sobre verjas. En la España de los toldos es habitual que las ventanas de los primeros pisos estén protegidas por verjas. Eso produce un efecto curioso: que las de los segundos pisos, también. Poner verjas en el primero hace que sea mucho más fácil escalar para intentar colarse por el segundo, lo que provoca un efecto contagio que favorece el enrejado. Así que cuando se pone una ventana con verja, es muy probable que empiecen a proliferar a su alrededor.

"Esto no da para gentrificarse", observa Olmos

2) Las luces navideñas no son igualitaristas. Esto lo dice Olmos. “Estas no son como las del centro, ¿no?”. Pues no, las luces navideñas de los barrios del toldo son cutres. No hay una verdadera democracia en la decoración invernal. Lo cual nos lleva a otra observación del columnista: nadie va a un barrio si no tiene algo que hacer ahí. Por lo tanto, no hace falta gastar demasiado en decoración que solo van a ver los vecinos. Es como gastarse los ahorros en un árbol de Navidad para poner en el rincón del salón.

3) Los aires acondicionados son los nuevos toldos. Si el toldo verde fue el elemento característico de la fachada española de los sesenta en adelante, lo mismo puede decirse de esos aparatos mecánicos y globalizados, ya al borde del retrofuturismo, que no dejan de servir para lo mismo, refrescar el ambiente. Pero el toldo es popular y el aire acondicionado aún algo elitista. Por cada aparato de aire, hay 20 toldos verdes.

placeholder Verjas y toldos. (Alejandro Martínez Vélez)
Verjas y toldos. (Alejandro Martínez Vélez)

4) Antes se rodaban dramas sociales, ahora ‘thrillers’. Llegamos al cruce entre la calle Tomelloso y la calle Santuario, y Olmos recuerda: “Creo que aquí rodaron ‘Tarde para la ira”. Le respondo: no, la rodaron en Móstoles. Ambos tenemos razón, lo que muestra que la España del toldo es onmipresente. Ya no es escenario de dramas sociales (como las películas de Fernando León de Aranoa), sino más bien de policíacos. De ‘thrillers’ con policías venidos a menos, clase obrera al borde de la marginalidad y macarras de buen corazón que hablan susurrando. Añade Arboleda, “cuando en las noticias tienen que ilustrar un crimen o un atraco, ahí están los toldos verdes”.

El lugar ingentrificable

—Esto no se va a gentrificar en la vida —observa Olmos en mitad de Usera. Y desarrolla: imagínese a los modernos recorriendo esas calles, viviendo en esos pisos, abriendo bares con bicicletas colgadas en la pared. La España de los toldos, sostiene, es difícilmente gentrificable por sus propias características. Sus calles no son como las calles del centro, las de Malasaña o Lavapiés, son calles que se prestan muy poco a ponerse de moda, no tienen el encanto de lo rural.

La España de los toldos es el sueño húmedo del urbanismo moderno

La clase social de la España de los toldos es la que Arboleda denomina la “economía de la furgoneta”. Los mensajeros, los pequeños ‘ñapas’ a domicilio, la horda de autónomos en Kangoo. La España de los toldos no es estar en el último escalón, sino en el penúltimo. Comprar lo segundo más barato, como explica Olmos de sus padres. Lo cutre no es sórdido, sino que es una mezcla de nostalgia y ternura, lo triste y la pena.

Llegamos a uno de los centros neurálgicos de la España de los toldos, el Grupo Marcelo Usera, esos bloques de 12 plantas proyectados en los años cincuenta, oblicuos a la calle, que saludan a los que entran a la capital desde la plaza Elíptica. “Una buena muestra de los principios del racionalismo aplicados a un actuación mediana en una periferia urbana semiconsolidada”, reza la 'Guía de urbanismo y diseño urbano de Madrid'. “Optando por bloques perpendiculares u oblicuos respecto a aquel, que permiten configurar pequeños jardines o placitas que se incorporan al paisaje de la calle”.

placeholder Recuerdos de una vida pasada. (Alejandro Martínez Vélez)
Recuerdos de una vida pasada. (Alejandro Martínez Vélez)

En uno de esos jardines se encuentra el 4 Faroles, con una terraza con una única mesa, que es la nuestra. Desde ella, uno puede contar toldos verdes: alrededor de 40 hasta donde alcanza la vista. Los clientes de viernes por la mañana, “personas muy tranquilas, muy grises, en paro o jubiladas, que cometieron en sus vidas un puñado de errores y casi ninguno fue romper la ley” (Olmos ‘dixit’). A diferencia de los pueblos, en la España de los toldos no hay centros urbanos, solo cruces de calles que dan un poco de amplitud y que hoy en día sirven para instalar terrazas.

Pero por eso mismo, a pesar de su ingentrificabilidad, la España de los toldos es todo aquello que el urbanismo moderno considera deseable. “El barrio es el triunfo de la ciudad, porque ahí se cumple todo aquello que está de moda ahora, la ‘smart city’, la ciudad de 15 minutos”, sopesa Arboleda. “Puedes hacer casi toda tu vida en 500 metros a la redonda”. El sueño de Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, ya se ha cumplido en la España de los toldos, pensada en la época del desarrollo urbano para dar respuesta a las necesidades de sanidad, educación y consumo de esas grandes masas de población. Es un milagro urbanístico y, por tanto, social.

El inmigrante porta hoy la antorcha de lo cutre

Es fácil identificarse con la España de los toldos porque, por sus características arquitectónicas (grandes bloques verticales unidos por ascensores, trazados de calles donde uno tiene que cruzase a la fuerza con sus vecinos, patios interiores y balcones donde uno puede descubrir de qué color tiene los ojos el vecino de enfrente), crea comunidad y cercanía.

En la España de los toldos no hay demasiadas banderas de España, quizá porque la propia bandera ya es el toldo, que es una expresión desideologizada de la identidad propia. En el barrio de toldo verde está el gentrificador que no termina de gentrificar, el vecino de toda la vida, el inmigrante, que porta la antorcha de lo cutre hoy: la España de los toldos cambia.

Los nuevos depositarios de lo cutre

En la España de los toldos ha ocurrido algo curioso: la población autóctona se ha marchado a los PAU y los inmigrantes han tomado su lugar, pero no por eso han dejado de ser cutres. Como el inmigrante que se compra una camiseta de la Selección española al aterrizar, los nuevos españoles han abrazado España abrazando lo cutre. En Usera viven alrededor de 11.000 ciudadanos chinos. Carabanchel se vació durante los años noventa: perdió casi 30.000. En la siguiente década, la inmigración proveniente de Latinoamérica permitió recuperar esa población.

placeholder Bodegón identitario. (Alejandro Martínez Vélez)
Bodegón identitario. (Alejandro Martínez Vélez)

“Es como el chino que coge un restaurante español y deja la misma carta”, resume Olmos. El 'dumpling' convive con el plato de callos. Latinos, orientales y árabes son los grandes depositarios de la tradición de lo cutre, que han aceptado sin el estigma que tiene entre los españoles como el camino más corto a la integración con el paisaje urbano y social. Mientras tanto, el español parece haber seguido el camino opuesto, dando la espalda a su tradición.

Un ejemplo: en las mesas de los parques, cada domingo, familias de ecuatorianos, dominicanos y venezolanos se juntan para pasar la tarde. Bailan, festejan y se juntan con los demás. Algo que era normal ver con familias de españoles hace décadas, pero ya no tanto. “El español, para alejarse de lo cutre, se ha alejado del espacio público, y se lo ha dejado a la inmigración, que no sufre de esa misma clase de vergüenza”, sugiere Arboleda. “El español ya no se va a jugar al parque o a las pistas, mete a sus hijos en la piscina de bolas o alquila una pista de pádel”.

Las teorías sobre el color son variadas: refleja mejor, da menos calor...

La pregunta del millón de dólares: ¿serán algún día cutres los PAU? ¿Terminarán sufriendo el mismo proceso de personalización e individualización, como un jersey que se usa durante muchos años? ¿Participarán de mismo proceso que consiguió que lo que eran en un primer momento olas y olas de viviendas homogéneas terminasen convirtiéndose en un hogar, nuestro hogar? ¿No es todo lo moderno susceptible de ser cutre?

Parada final

“Esto es relajante”, dice Olmos. Tiene razón. Lo cuenta en su libro: en la España cutre puedes ser tú mismo, llevar un lamparón en la sudadera, cruzar un semáforo en rojo, tirar un papel al suelo. Nadie te mira, ni siquiera cuando haces eso tan extraño que es analizar los lugares donde nadie va a observar nada porque resulta obvio. Eso no pasa en el barrio de Salamanca.

El autor de ‘Vidas baratas’ me envía una ristra de vídeos de rap español que están rodados en la España de los toldos como documentación: ha sido un lugar común del hip-hop nacional desde hace años. Es lo cutre entendido como auténtico. En ‘Chatarra’, de Waor, se atisban los toldos verdes de Orcasitas. En ‘2 Tazas’, de Recycled, un pasaje carabanchelero. El Jincho tiene su ‘Made in Orcasitas’, cuyo vídeo se abre con una vista aérea de los bloques del barrio. “Aquí no hay joyas finas, es bisutería barata / Y cuando hace mucho frío hacemos una fogata / No comemos mariscos, son huevos fritos con patatas”. La esencia de lo cutre.

Patatas alioli es lo que ponen de tapa cuando paramos a comer, caldo gallego con patatas de primero y churrasco con patatas de segundo. Intentemos hablar del elefante en la habitación: ¿por qué los toldos son verdes? Arboleda le resta importancia a la cuestión. Que si proporciona una sensación térmica más baja, que si la empresa que los comenzó a comercializar los fabricaba de ese color, que si el reflejo es más bonito. A él le da igual porque el toldo es una metáfora o, más bien, un espejo. “Si lo cutre está por todos lados, ¿no será lo que nos identifica? ¿No es una idea mejor de españolidad que El Escorial o la Almudena?”.

El protagonista de ‘Solaris’ viajaba a un lejano y misterioso planeta donde sus visitantes tenían visiones reales de sus deseos y miedos más íntimos. Al final, descendía al planeta y, en un extremo de la galaxia, se reencontraba con su padre. Cuanto más lejos viaja uno para encontrar lo cutre, más se acerca a uno mismo.

Pablo Arboleda se detiene en mitad de la calle María Antonia, se da la vuelta, nos mira, sonríe y nos teletransportamos. Dejamos de estar en Usera y pasamos a estar en cualquier lugar de la geografía urbana de nuestro país. Hemos encontrado el kilómetro cero de Lo Español.

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