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El Vietnam de los sanitarios: "Esto nos va a pasar factura. Que nadie tenga dudas"
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RELATO DEL MIEDO Y LA ANSIEDAD DIARIA

El Vietnam de los sanitarios: "Esto nos va a pasar factura. Que nadie tenga dudas"

Los expertos lo advierten. La situación de estrés que viven los sanitarios tendrá consecuencias. Ahora estamos en la fase de supervivencia. Luego habrá que asumir lo que ha pasado

Foto: El personal sanitario del Hospital 12 de Octubre de Madrid regresa a sus labores tras el aplauso recibido como cada día a las 20:00. (EFE)
El personal sanitario del Hospital 12 de Octubre de Madrid regresa a sus labores tras el aplauso recibido como cada día a las 20:00. (EFE)

Los hospitales de Madrid llevan viviendo semanas entre referencias bélicas. "Esto es medicina de guerra", se decían unos médicos a otros en el cambio de guardia cuando todo estalló en la tercera semana de marzo. No era para menos: ampliaciones improvisadas de las UCI, salas de espera llenas de camas, pacientes tapados con mantas por el suelo y sanitarios protegiéndose con plásticos y bolsas de basura. "Como médicos podemos no impresionarnos tanto con ciertas cosas. Pero para esto no podíamos estar preparados", repiten varios profesionales contactados por este diario. También están las limpiadoras acostumbradas a pasar el quirófano en una jornada normal que ahora se juegan el tipo. Celadores que hacen decenas de sudarios con bolsas y chorros de lejía. Médicos que asumen la decisión de a quién intubar y a quién no o enfermeras que acompañan en su último suspiro a pacientes que nunca volvieron a ver a su familia.

Los psicólogos ya no se cortan en advertirlo: el estrés postraumático será inevitable. "Tendríamos que estar diseñando ya sistemas de evaluación y seguimiento si no queremos ver consecuencias", explica Mari Paz García-Vera, catedrática de Psicología Clínica por la Universidad Complutense y coordinadora del servicio telefónico que ha puesto en marcha el Ministerio de Salvador Illa y el colegio oficial del ramo para atender a los sanitarios que viven en primera línea la salvaje crisis del Covid-19. "Intentamos dar pautas para que puedan manejar sus emociones y las rumiaciones que no paran. Piensan en si hicieron bien en darle el respirador a aquella señora que llegó antes o qué pasó con otro paciente que no tuvo esa suerte. Muchos no aprenden a descansar y al llegar a casa solo lloran".

placeholder Personal sanitario del Hospital de la Princesa de Madrid. (EFE)
Personal sanitario del Hospital de la Princesa de Madrid. (EFE)

Sus preocupaciones se agolpan en cada jornada. La que más se repite sigue siendo la de contagiar a la familia cuando llegan a casa. No dar besos a sus hijos y la obsesión por quitarse la ropa nada más entrar por la puerta. Ainhoa Cuesta (30 años) es enfermera en el Hospital del Henares y lleva días con fiebre en casa. A veces baja a unas décimas, pero no terminan de irse. "Me asusta no remontar. Que algo pase. Mi madre me necesita. Cada día me llama para ver cómo estoy. Solo pensar que me pueda pasar algo me estresa una barbaridad", reconoce al otro lado del teléfono.

"Fui la última en darle la mano, no su hija"

García-Vera pone el acento también en el nivel de exigencia que muchos de los sanitarios sufren. También se lo autoimponen. El volumen de trabajo no ha dejado de crecer pero, además, se ven obligados a asumir roles que nunca antes habían manejado. "Acompañar a una persona cuando va a fallecer y está sola no es algo de lo que se tengan que ocupar las enfermeras", explica. Le sucedió a Cristina Pérez (28 años), enfermera en la planta de pediatría del Hospital Infanta Leonor de Vallecas. De un día para otro desaparecieron los murales, las cunas, los cambiadores. A la mañana siguiente la planta destinada a 14 niños llena de luz y colores se convirtió en una unidad al 100% Covid con 49 camas para adultos. El día y la noche.

Foto: Hospital de campaña dentro del propio Hospital del Henares, en Coslada.

"Entramos en estado de 'shock'. Era como haber cambiado de trabajo", relata a este diario. Con las visitas completamente restringidas en todo el hospital, las enfermeras han ido adquiriendo el papel de familiares casi de forma inevitable. Hablar, combatir la soledad y la pena que muchos tienen, e incluso asegurarse de que tengan cepillos de dientes o cuchillas de afeitar. Una sobrecarga de trabajo que, al final, provoca que te lo lleves todo a casa. "Es el estrés, no saber gestionar las emociones y el rol que nos toca ejercer. Tener que llamar a los familiares con malas noticias".

Su primer día en la primera línea de la pandemia no lo olvidará. "Se empezó a poner muy malito un paciente. Tenía 90 años y no se podía hacer nada. Llamamos a un familiar, lo equipamos con mascarilla y bata y ahí estuvo, en una silla, a metro y medio de distancia viendo a su padre morir. Al final fui yo la última en darle la mano cuando, en realidad, era algo que tenía que haber hecho su hija. Pero no se podía". Ha tardado tiempo en contener las lágrimas al contar su experiencia. Es una de muchas en medio de la frustración que deja el virus: "Aunque sean personas mayores tenemos la sensación de que es del todo injusto. Que no era su momento para morir y menos aún hacerlo en estas circunstancias. Sin tener a tu familia cerca, sin que después lo puedan velar".

placeholder Imagen de una zona habilitada para la asistencia en el hospital de emergencias de IFEMA. (Reuters)
Imagen de una zona habilitada para la asistencia en el hospital de emergencias de IFEMA. (Reuters)


"Repaso cada movimiento. ¿Qué hice mal?"

Ángel Luis Rodríguez, médico de atención primaria y responsable del gabinete de psicología del sindicato médico AMYTS, también está al frente de una iniciativa de apoyo emocional a los sanitarios. Reconoce que los más jóvenes están sufriendo los peores efectos. "Muchos llaman diciendo que se han equivocado de profesión. Se culpan por no haber tenido los medios". El 'efecto culpabilidad' también está cada vez más presente: "Nos contagiamos en un porcentaje mayor por la falta de medios y encima te crees culpable por llevar el virus a tu familia o por haber fallado en algo".

"Piensa en cómo se quitó el EPI, si llegó a tocar algo con el guante derecho. Si fue en los vestuarios. Se siente mal por no seguir al pie del cañón"

Alberto Cabañas (28 años, residente de cuarto año de Medicina de Familia) tose al otro lado del teléfono. También tiene fiebre y dolor de cabeza, pero sigue esperando a que le hagan la prueba. Ante la sintomatología se ha aislado, pero no sabe por cuánto tiempo. Lo reclutaron de su centro de salud de Numancia (Puente de Vallecas) para ir al hospital de emergencias de IFEMA hace dos semanas. Sufrió la desorganización inicial. Se siente mal por no seguir al pie del cañón. Repasa cada uno de sus movimientos para encontrar "lo que hice mal". Piensa en cómo se quitó el EPI, si llegó a tocar algo con el guante derecho. Si fue en los vestuarios y en las salas en las que se agolpaban los primeros días hasta que la maquinaria estaba engrasada. No sabe cuándo ocurrió.

La culpabilidad no frena ahí. "Otra cosa que me costó mucho es dejar a mis pacientes del centro de salud. Llevo años con ellos, este último viéndoles sin parar. Me generó un impacto emocional grande dejarles. Era el momento de estar con ellos en la primera línea. Muchas asistencias son llamadas de teléfono para tranquilizar. Pero separarte así de tus pacientes, que al final son tu casa, tu barrio… cuesta mucho".

En IFEMA además no existen las rutinas. No hay cuadrantes, cada día se improvisan los turnos para la siguiente jornada. "No sabemos si estaremos en un sitio o en otro. De mañana o de tarde. Esto también afecta mucho a la calma. No tienes referencias y genera mucho estrés". Alberto no tiene dudas que la situación "pasará factura en términos de salud mental". "Nadie podía imaginar esto. La normalidad nos supera como para estar gestionando otras muchas cosas que nos tocan cada día. Estamos sobrepasados", reconoce.

"Ahora estamos en la supervivencia"

Namdev Freund, psiquiatra del Hospital Universitario Príncipe de Asturias (Alcalá de Henares), asegura que en este momento los sanitarios todavía están en la fase de "supervivencia", de afrontar el día a día con el volumen de pacientes y atender a los máximos posibles. Cuando la siguiente fase se produzca, la de asumir lo que realmente ha ocurrido con esta pandemia, habrá que buscar la manera de "gestionarlo bien" para evitar peores consecuencias.

"Ahora estamos afrontando el día a día. Cuando asumamos lo que realmente ha ocurrido, habrá que gestionarlo muy bien y evitar consecuencias"

En su hospital también funciona una aplicación en la que dan soporte a los profesionales. Por ahora han acudido más de una treintena entre médicos, enfermería, celadores… Los que más llaman, explica, son los que están a punto de reincorporarse de la baja. Se trata de la primera hornada de contagiados hace unas semanas en un momento de crisis total: no había material, los EPI se terminaban y tienen un recuerdo muy malo del hospital. "Están como nerviosos por tener que regresar. Tienen en mente un hospital que no reconocen. Piensan que es volver a la guerra, enfrentarse a una Urgencia llena, habilitar zonas que no son para pacientes porque no hay otra manera de atenderlos… Les da mucha angustia volver".

El estrés generado entre los sanitarios tiene mucho que ver con la falta de protección. Como publicó este diario, España resultó ser el país que peor protegía a sus sanitarios. Durante semanas, los profesionales se vieron obligados a recurrir a soluciones creativas para cubrirse el cuerpo (chubasqueros, plásticos, gorros de ducha y hasta pantallas protectoras caseras) y atender a sus pacientes.

placeholder Un dibujo anónimo para pacientes que están solos hospitalizados. (EFE)
Un dibujo anónimo para pacientes que están solos hospitalizados. (EFE)


"A veces nos miramos y lloramos"

Vanesa Fernández (42 años) lleva media vida trabajando en La Princesa como enfermera. Como a tantos otros sanitarios, los aplausos de las ocho de la tarde le acaban pesando. Más que héroes, quieren ser profesionales bien equipados. A la tensión acumulada de las últimas semanas —"esto está siendo una montaña rusa, hay días de mucha motivación y días en los que te vienes abajo"— añadió el peor momento personal que ha pasado en la pandemia cuando su pareja, David, también médico en Fuenlabrada, cayó enfermo con una neumonía bilateral.

Sufrió en primera persona lo que llevaba días viendo el hospital: "Le hice una analítica y le estuve evaluando. Pero ya una noche supe que tenía que ir al hospital. Tos seca que no podía ni dormir, fiebres altísimas". A las siete de la mañana montó a sus hijos en el coche y, al final, su marido se quedó ingresado. "No olvidaré la imagen. Es imborrable. Volviendo a casa, los niños en la parte de atrás del coche. Yo sin parar de llorar y obsesionada con el recurso. Con que pudiera a necesitar un tubo", se repite ahora. Los hospitales de Madrid colapsaron hace semanas cuando tuvieron que duplicar sus camas de UCI. Los cuidados intensivos dejaron de ser en muchas ocasiones para el paciente más grave y se destinaron al que más podía vivir.

"No olvidaré la imagen. Es imborrable. Volviendo a casa, los niños en la parte de atrás del coche. Yo sin parar de llorar y él quedándose ingresado"

"A pesar de tener toda la sintomatología fue negativo en la PCR", explica Vanesa. Uno de esos falsos negativos. Después de tres días de ingreso insistió en liberar la cama para otro paciente que la necesitara y marcharse a casa a seguir con la recuperación. Ahora se sienten las personas más afortunadas del mundo. Han salido de esto. De vez en cuando lloran, se desahogan. Ya pasó lo peor, pero hay días muy duros. Vanesa sigue yendo a trabajar. No quiso hacerse la prueba. Hasta en los momentos de café se aísla de sus compañeros. Sale de casa con la mascarilla puesta. Toda precaución es poca. Lo que tienen claro es que no se puede volver a olvidar la defensa de la sanidad pública.

Los hospitales de Madrid llevan viviendo semanas entre referencias bélicas. "Esto es medicina de guerra", se decían unos médicos a otros en el cambio de guardia cuando todo estalló en la tercera semana de marzo. No era para menos: ampliaciones improvisadas de las UCI, salas de espera llenas de camas, pacientes tapados con mantas por el suelo y sanitarios protegiéndose con plásticos y bolsas de basura. "Como médicos podemos no impresionarnos tanto con ciertas cosas. Pero para esto no podíamos estar preparados", repiten varios profesionales contactados por este diario. También están las limpiadoras acostumbradas a pasar el quirófano en una jornada normal que ahora se juegan el tipo. Celadores que hacen decenas de sudarios con bolsas y chorros de lejía. Médicos que asumen la decisión de a quién intubar y a quién no o enfermeras que acompañan en su último suspiro a pacientes que nunca volvieron a ver a su familia.

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