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En primera persona | Un enfermo se hace preguntas
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Juan Torres relata su experiencia

En primera persona | Un enfermo se hace preguntas

El martes 31 la doctora me dijo que por primera vez "tenía razones para ser optimista". En 48 horas se operó el prodigio y la recuperación fue exponencial

Foto: Juan Torres, en el hospital, ingresado por coronavirus.
Juan Torres, en el hospital, ingresado por coronavirus.

El pasado 20 de marzo ingresé en el Hospital Clínico de Madrid con síntomas de coronavirus tras una semana de intentos inútiles por conseguir atención médica a través de los protocolos oficiales. Ingresé en estado grave, con un cuadro de neumonía muy desarrollado. De urgencias me subieron a la planta de neumología y en ella he permanecido casi tres semanas sometido a un tratamiento cuyos detalles no sería capaz de detallar con una mínima solvencia.

El martes 31 la doctora que ha dirigido mi proceso me manifestó por primera vez que “tenía razones para ser optimista”. En 48 horas se operó el prodigio y la recuperación fue exponencial: el tratamiento había funcionado. Ahora es cuestión de semanas, de paciencia, pero ya está: he salido adelante.

Foto: Hospital del Henares (Coslada) este 7 de abril (a la izquierda) y el 31 de marzo (a la derecha). (EC)

Todo esto no es más que una anécdota y no contiene en lo que a mí se refiere ningún elemento de heroicidad. No he combatido contra nadie ni soy un soldado movilizado en ninguna guerra. Solo soy un enfermo, eso sí, cabezota y pertinaz, que desde el primer día se mostró dispuesto a colaborar con los profesionales que le tocaran (y nunca mejor dicho) en suerte.

Así que este artículo no tendría ninguna importancia si no fuera porque durante estos días duros, angustiosos, críticos, el enfermo se ha hecho algunas preguntas. Las personales (por qué a mí y cosas de esta índole) son irrelevantes. Importan, en cambio, creo, las que nos atañen a todos, las que nos interpelan, las que nos obligan a pensar.

Preguntas que nos atañen

Acotemos, primero. Hablamos de España. Esto es una pandemia, y es el mundo entero el que está implicado. Pero el enfermo está enfermo, y débil, y la cabeza no le da para grandes análisis. El enfermo se fija en su entorno, en su red de afectos, en el tejido social y profesional que forma el andamiaje de su vida cotidiana.

Y en esa acotación territorial y social que, para entendernos, llamamos España, el enfermo percibe que en el origen de esta pandemia ha habido tres tipos de personas: las víctimas, los culpables y todos los demás.

Las víctimas son -somos- las más fáciles de retratar: enfermos, muertos, sus familias, sus afectos. La foto resultante es borrosa, movida, incompleta, pero hay foto.

Foto: Una mujer con una mascarilla entra en la residencia de mayores Orpea Loreto. (EFE)

En tercer lugar -luego volveremos al segundo: el 'flash back' fue un buen invento que ya utilizó Homero- figura una inmensa masa de personas que, sin ser víctimas directas, están en este lío irremediablemente y algún rol juegan en él. Gente anónima, ciudadanos de a pie, personas normales y corrientes que en enero empezaron a oír hablar de este extraño asunto y tres meses después han visto transformadas sus vidas en muchos casos para siempre. Dentro de este colectivo de millones de ciudadanos anónimos hay un grupo muy especial: el que está en primera línea enfrentándose a la situación como puede y cuanto puede.

Es imposible detallarlos: desde científicos y profesionales de la salud a proveedores de servicios y alimentos, desde reponedores a transportistas, desde empresarios que intentan aportar soluciones a curritos que intentan ejecutarlas, desde ingenieros que se quiebran la cabeza por hallar soluciones a la gestión de residuos o a la instalación de infraestructuras, hasta los técnicos que las implementan, en unas condiciones y con unas retribuciones en muchos casos ridículas; desde los voluntarios hasta los militares. Profesionales públicos, privados y mediopensionistas. Tantos y tantos.

¿Héroes? El enfermo no sabe, no contesta. Es una palabra tan fuerte, tan connotada, y es un colectivo tan complejo... Pero en ese magma líquido de personas variopintas, de esforzados y de talentosos, de iluminados y de deprimidos, es donde se concentra lo mejor del ser humano, lo que lo ha hecho grande como especie: su curiosidad infinita, su capacidad de esfuerzo, de superación, de búsqueda. De sacrificio.

Sobre los culpables

El enfermo hablaría mucho más de ellos si no fuera porque ahora tiene que ocuparse del tercer grupo: los culpables.

Imagina el enfermo que tiene que haber culpables. En distintos grados, con distinta intencionalidad, eso ya lo determinarán, llegado el caso, los tribunales. Pero hay culpables, de eso al enfermo no le cabe duda.

Están en primer lugar los obvios, los que siempre se señalan: el gobierno, los políticos, el sistema, el Estado, todo ese 'blablablá' populista y tópico. Quién sabe: es tan fácil siempre simplificar con esto. Hace muchos años que al Estado nacional burgués, tan útil para la gestión de lo público a lo largo del siglo XX, se le deshilacharon las costuras. Convertido en un elefantiásico aparato de burocracia e ineficiencia, a quién puede extrañarle que afronte la presente situación como un viejo boxeador noqueado antes de acabar definitivamente arrumbado sobre el ring.

Hace muchos años que al Estado nacional burgués, tan útil para la gestión de lo público a lo largo del siglo XX, se le deshilacharon las costuras

El Estado, sus instituciones -ay, Europa, dónde se habrá quedado-, su boyante parlamento, su flamante poder judicial, su compleja estructura territorial sostenida por millones de funcionarios perfectamente redundantes… Esto de que los virus no respeten los procedimientos administrativos lo ha llevado fatal.

El gobierno es el único órgano de ese Estado que aguanta como un campeón: gesticulante, gritón, desencajado. Un presidente roto al frente de un ejército de vicepresidentes, ministros y secretarios de Estado alineados con la tesis de la Reina de Corazones del País de las Maravillas de Alicia: no importa lo que significan las palabras, lo importante es quién manda aquí.

Foto: El presidente, Pedro Sánchez, durante la reunión del comité de gestión técnico del coronavirus en Moncloa. (EFE) Opinión

Sí, el enfermo piensa que el Estado y el gobierno algo tendrán que alegar en su defensa. Como tendrán que alegar todas y cada una de las piezas del entramado institucional que hicieron de la pandemia objeto de burla y ninguneo: todos los partidos políticos, las autoridades locales y regionales -tan celosas de salvaguardar sus tradiciones-, las instituciones culturales y deportiva, las patronales y los sindicatos, por supuesto, esos apesebrados... Los medios, siempre sedientos de sangre y subvenciones.

Pero al enfermo lo obsesionan otros culpables de los que se habla poco: los tibios, los pasotas, los ingenuos, los egoístas. Tantos que se tomaron a chanza las amenazas, tantos como siguieron con sus risas y sus bromas y sus besos y sus zaharandas, como si no fuera con ellos.

Y los peores, los peores de todos, según lo ve el enfermo desde la distancia: los que en la fatídica semana del 9 de marzo, cuando era evidente que todo había estallado y cuando cada uno de nosotros era una bomba de contagio, y hasta las autoridades habían tenido que tomárselo por fin en serio, no tuvieron reparo en marcharse a las playas, a las segundas residencias, a los países vecinos -que pregunten en el Alentejo portugués su opinión sobre los madrileños o en el sur de Francia sobre los catalanes de Igualada- a seguir disfrutando de la fiesta porque qué bien nos van a venir estas vacaciones.

Y el enfermo piensa, particularmente, en una joven profesional súper preparada -perdona, chico, pero es que pienso en inglés- que, decretado ya el cierre de Madrid, se subió al coche con su marido para irse al chalet de sus adinerados suegros en Marbella, “porque allí se puede teletrabajar en condiciones”.

En fin, son tantas las preguntas, que el enfermo se agobia y tiene que parar. Parar aquí, de momento, para recuperar el resuello, pero sin ánimo de parar.

Porque para el enfermo, en un momento así, solo tiene sentido seguir haciéndose preguntas.

* Juan Torres es empresario, consultor, fundador de Deva, tesorero de APRI y enfermo de Covid-19.

El pasado 20 de marzo ingresé en el Hospital Clínico de Madrid con síntomas de coronavirus tras una semana de intentos inútiles por conseguir atención médica a través de los protocolos oficiales. Ingresé en estado grave, con un cuadro de neumonía muy desarrollado. De urgencias me subieron a la planta de neumología y en ella he permanecido casi tres semanas sometido a un tratamiento cuyos detalles no sería capaz de detallar con una mínima solvencia.

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