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Auge y caída de Celsa: la heredera del 'fuego catalán' que acabó por quemarse
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Auge y caída de Celsa: la heredera del 'fuego catalán' que acabó por quemarse

Desde que la banca se desprendió de su deuda para traspasarla a fondos oportunistas, la posibilidad de un final accidentado para Celsa estuvo sobre la mesa, por mucho que Rubiralta Rubió y su equipo trataran de evitarlo

Foto: Logo de Celsa en su fábrica de Castellbisbal (Barcelona). (Reuters/Alberto Gea)
Logo de Celsa en su fábrica de Castellbisbal (Barcelona). (Reuters/Alberto Gea)
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Dicen que cuando en 1887, el arquitecto catalán Joan Torras i Guardiola levantó en Barcelona un gran andamio destinado a soportar los trabajos de construcción del Monumento a Colón, la estructura causó tal sensación a nivel internacional que pronto se le comenzaría a conocer como el Eiffel catalán. Pero más que un imitador del francés, lo que Torras mostraba ser con su magistral empleo de los metales era el continuador de una tradición que desde la Edad Media había mantenido a Cataluña a la vanguardia de la metalurgia.

No en vano, fue en Cataluña donde tuvo lugar una creación fundamental para el desarrollo de esta actividad, como sería la mundialmente reconocida forja catalana, que daría pie a lo que algunos historiadores conocerían como el fuego catalán.

Años después, cuando la siderurgia alcanzó una posición crítica en la actividad económica de España, especialmente tras la instauración de la dictadura franquista, Cataluña pareció quedar relegada a una posición secundaria, a la sombra del protagonismo alcanzado por los altos hornos de Vizcaya y Sagunto o las instalaciones de Ensidesa en Asturias.

Foto: Logo de Celsa Group. (Celsa Group)

Pero por detrás de aquellos gigantes de la siderurgia integral, a través de los que el Estado franquista trataba de canalizar sus objetivos de desarrollo de la economía nacional hacia la mitad del siglo XX, subyacía un amplio ramillete de pequeñas empresas acereras, muchas de las cuales tenían en Barcelona su cuna. Una de ellas era precisamente Torras Herrería, la firma bajo la que Joan Torras i Puig dio continuidad al negocio emprendido por su padre, a la muerte de este en 1910. Otra, nacida mucho tiempo después, sería la Compañía Española de Laminación S.A., más conocida como Celsa.

Este era un proyecto puesto en marcha en 1967 por los hermanos Francisco y José María Rubiralta en Sant Andreu de la Barca (Barcelona). Lo que inicialmente nació como una pequeña empresa relaminadora de redondo corrugado, con un capital inicial de 10 millones de pesetas, mantendría en sus primeros años una actividad modesta, aunque creciente, que tendría en la inauguración de su primer horno eléctrico, diez años después, uno de sus episodios esenciales.

Celsa aceleró su crecimiento al calor de la reconversión del sector en los 80 y 90

Habría que esperar, sin embargo, a la década siguiente para que Celsa sí diera un paso adelante que la acabaría situando como uno de los nombres de referencia de la industria siderúrgica española. Eran los años de la primera reconversión de la industria siderúrgica en España, con la que el Gobierno socialista buscaba, entre otras cuestiones, una limitación de una capacidad productiva que se había evidenciado excesiva, alentando una consolidación empresarial.

Fue entonces, hacia finales de la década de 1980, cuando Celsa comenzó a englobar un sinfín de otras compañías, alentado por las ayudas ofrecidas por el Gobierno socialista para la concentración de empresas siderúrgicas. Entre las compañías que fueron absorbidas por el que se encontraba la propia Torras Herrería y Construcciones y su filial Altos Hornos de Cataluña o la cántabra Nueva Montaña Quijano (posteriormente renombrada como Global Steel Wire), además de un sinfín de otras pequeñas empresas como Nervacero, Industrias del Besós o las históricas trefilerías Moreda y Riviere (esta última ya en 1999).

Como escribiría el periodista Josep Maria Cortés, en un artículo publicado en Crónica Global, los Rubiralta se valieron de aquel proceso de reconversión para comprar "a precios de saldo factorías del hierro en manos de capital vasco —los Echeverría, Delclaux, Churruca, etc.— y las convirtieron en chatarrerías, el negocio del futuro en un sector que saltaba del fuego al frío". En efecto, Celsa se había especializado ya entonces en la fabricación de acero a partir de chatarra, una especie de siderurgia verde que ha sido emblema de su actividad desde entonces.

Foto: Los trabajadores de Nissan se concentran en la Zona Franca y cortan el tráfico. (EFE)

Aquel boom de adquisiciones, muchas de ellas saldadas con el posterior desmantelamiento de instalaciones tras integrar los activos más atractivos (fue este el proceder, por ejemplo, con Torras Herrería o la gallega Sidegasa), elevó definitivamente a Celsa a la primera plana de la siderurgia en España, hasta el punto de ser un actor principal en las negociaciones para la privatización —tras la segunda reconversión del sector a inicios de los 90— de las grandes firmas del sector, agrupadas bajo la marca Aceralia, que con el tiempo se convertiría en una de las piezas originales del gigante internacional Arcelor.

El auge de la construcción en España en los albores del siglo XX aportaría a Celsa el músculo y la ambición necesaria para dar el salto fuera de las fronteras nacionales. La compañía de los Rubiralta presumía por entonces de ser una de las empresas del sector más diversificadas, ya que englobaba entre sus actividades la fabricación de productos como alambrón, perfiles ligeros, tubo y derivados de trefilería y malla.

Ahora, llegaba el turno de la diversificación geográfica, un proceso que la compañía iniciaría en 2003 con la entrada en Reino Unido, primero, y, posteriormente, Polonia, dos movimientos que alimentaban las aspiraciones de la compañía de alcanzar una facturación de 2.500 millones de euros en 2005. Solo tres años después, y tras entrar también en los países nórdicos y Francia, las ventas del grupo ya rondaban los 5.500 millones de euros.

placeholder Francesc Rubiralta. (Celsa Group)
Francesc Rubiralta. (Celsa Group)

Para entonces, ya habían tenido lugar dos sucesos críticos en el desarrollo de Celsa. Primero, en 2006, tuvo lugar la ruptura entre los dos hermanos fundadores. Al parecer, José María Rubiralta no estaba de acuerdo con la agresiva política de internacionalización implementada por la compañía, en la que cada vez ganaba más peso el hijo mayor de Francisco, Francesc Rubiralta Rubió. El desencuentro entre ambos hermanos llevó a una división de sus negocios, de modo que José María se quedaría al frente de Werten Life, el negocio de diagnóstico y material hospitalaria de la familia, y dejaba en manos de Francisco el control total de Celsa.

Aunque el reparto conllevó el pago por parte de Francisco de una cantidad nunca desvelada a su hermano, todo parecía indicar que era el gran vencedor de aquella división. Como señaló entonces una fuente consultada por el diario El País, "Francisco está sentado en un caballo que vale mucho más que el de su hermano".

Foto: el-hermano-rubiralta-que-parecia-perdedor-y-acabo-ganando-al-quedarse-con-werfen

Pero apenas dos años después, el estallido de la crisis subprime y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria marcarían el fin de la expansión de Celsa y el inicio de sus problemas. Unos problemas que tuvo que afrontar ya desde el sillón presidencial Francesc Rubiralta Rubió, tras la muerte de su padre en noviembre de 2010. Casi desde su primer día en el sillón presidencial, Rubiralta Rubió tuvo que lidiar con la gestión de una abultadísima deuda (de hasta 2.700 millones de euros), mientras se ferraba a la esperanza de una recuperación de la actividad que no hacía más que dilatarse una y otra vez.

Las negociaciones de refinanciación se fueron sucediendo y volviéndose paulatinamente más complejas, a medida que Celsa iba incumpliendo sistemáticamente sus compromisos, maniatada por la realidad de un negocio que nunca recobró las glorias pasadas. Si primero fue la competencia del acero chino la que puso en jaque las expectativas de mejora, más tarde serían las crisis del coronavirus o el encarecimiento de los precios energéticos ante la guerra de Ucrania los que darían empujones adicionales hacia el abismo a un negocio que cumplió sus 50 años de existencia con el agua ya al cuello.

Sobre la mesa

Desde que la banca se desprendió de su deuda para traspasarla a una serie de fondos oportunistas, la posibilidad de un final accidentado para Celsa estuvo siempre sobre la mesa, por mucho que Rubiralta Rubió y su equipo bregaran para tratar de evitarlo por todos los medios.

En una lejana intervención en el Círculo de Economía, Rubiralta Rubió afirmó, en referencia a los duros años de la crisis post Lehman, que "nunca nos rendimos ni pensamos que existen imposibles". Ahora, con el fallo que otorga el control de grupo a los acreedores, el directivo parece aferrado a esa idea, confiado en que el escudo antiopas del Gobierno aún podría concederle una última oportunidad para enmendar el rumbo de la Celsa.

Su huida hacia adelante, sin embargo, parece tener ya las horas contadas. Al heredero del fuego catalán, le han acabado alcanzando las llamas.

Dicen que cuando en 1887, el arquitecto catalán Joan Torras i Guardiola levantó en Barcelona un gran andamio destinado a soportar los trabajos de construcción del Monumento a Colón, la estructura causó tal sensación a nivel internacional que pronto se le comenzaría a conocer como el Eiffel catalán. Pero más que un imitador del francés, lo que Torras mostraba ser con su magistral empleo de los metales era el continuador de una tradición que desde la Edad Media había mantenido a Cataluña a la vanguardia de la metalurgia.

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