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Las víctimas más inesperadas de la inflación: los artesanos que hacen las huchas de cerdito
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ETERNAS SUPERVIVIENTES

Las víctimas más inesperadas de la inflación: los artesanos que hacen las huchas de cerdito

Su elaboración sigue siendo santo y seña de algunas de las alfarerías en España. En un momento en que el ahorro es clave para muchas familias, las huchas reclaman su lugar

Foto: ¿Hora de recuperar esos ahorros antes de que pierdan valor? (Guillermo Martínez)
¿Hora de recuperar esos ahorros antes de que pierdan valor? (Guillermo Martínez)

Tan solo se tardan dos minutos en moldear su cuerpo. Luego hay que añadir las cuatro patitas, sus dos orejas y, claro, el rabo. Todo eso para que, una vez haya engordado lo suficiente, lo rompamos con un martillo y toda la ilusión del mundo. Las huchas de cerditos han acompañado a generaciones y generaciones de niños y niñas, prestos todos en gastarse sus pequeños ahorros en ese capricho para el que han reunido calderilla durante meses. Aunque pudiera parecer lo contrario, este tipo de alcancía sigue comercializándose como antaño, cuando los más pequeños aún no tenían una cuenta bancaria. Solo una cosa podrá terminar con ellas: la desaparición del dinero en efectivo.

Juan Andrés Luque tiene 53 años, pero todavía se acuerda del martillazo que pegó a su hucha para conseguir las "cuatro perras" que gastarse en la feria de La Rambla, en Córdoba. Él es uno de los dueños de la alfarería El Yiyo, ubicada en el mismo pueblo y un lugar conocido por sus elaboraciones de cerámica. "Llevo cuatro décadas haciendo estas huchas, son mi especialidad. Depende del tamaño, pero podemos hacer unas 100 huchas al día", dice. Cada una de ellas es única, como todas las que se producen en las pocas alfarerías artesanales que sobreviven en España.

"Fabricarla con apertura es un pecado, hay que romperla para disfrutar los ahorros"

Este cordobés desconoce el porqué de un cerdo. Como tantas cosas en la vida, la respuesta correcta es la más sencilla. Hace siglos, tener un cerdo era sinónimo de prosperidad. Los menos pudientes apenas podían consumir carne, así que aquellos que criaran este animal en su familia siempre podrían tirar de él en caso de necesidad. Así, tirar de él, matarlo, es lo mismo que pegar un martillazo al cerdito de barro que con tanto entusiasmo se ha ido engordando, moneda a moneda, durante tanto tiempo. Esta matanza simbólica no difiere tanto de la tradicional: los alfareros siempre venden más huchas en septiembre y enero que en cualquier otro momento del año, momentos en los que el bolsillo aprieta y hay que ahorrar para los meses venideros.

Hay una ley no escrita que prohíbe fabricarla con una apertura abajo. "Eso es un pecado, hay que romperla para disfrutar de los ahorros. Además, si se pudiera abrir con un tapón solo venderíamos una a cada persona", agrega Luque. En su pequeña alfarería producen huchas de cerditos que terminan en toda España, pero también en Francia y Alemania, lo que indica que la tradición no es solo de nuestro país. "El precio de venta en origen depende del tamaño, desde 1,50 euros la más pequeña hasta los 30 de la más grande. Eso cuando sale de aquí, en tienda, se triplica", concede Luque.

Hay que romperla, siempre

Felipe Zabala es el dueño de Zabala Artesanía Contemporánea, un taller de Puente del Arzobispo, en Toledo. En su caso, además de la típica hucha de cerdito, también las produce esmaltadas. “Están las de barro, las típicas, pero luego hay en colores como blanco, rojo burdeos, azul cobalto o verde botella”, concreta. Tiene 54 años y lleva 30 haciendo estas huchas: "Para hacer el cuerpo no se tarda casi nada, unos dos minutos. Lo minucioso viene después con las patas, las orejas y el rabo". Una vez secas, van directas al horno para la cocción.

placeholder Además de la clásica de barro, también las hacen esmaltadas. (G. M.)
Además de la clásica de barro, también las hacen esmaltadas. (G. M.)

"Al principio sí hacíamos una mueca para poder sacar el dinero, pero vimos que la clave es que tengas que romperla, es su esencia", expresa el toledano. Desde su perspectiva, la gente ha vuelto a este pequeño artefacto para ahorrar. "Están bien porque metes el dinero y no lo puedes sacar hasta que esté llena. Ya no solamente la utilizan niños, también adultos" dice Zabala, que espera con ahínco el momento en que sus dos hijos rompan su hucha de cerdito.

Óscar Velasco Gascón y su hermano regentan la alfarería que lleva sus apellidos desde Arrabal de Portillo, en Valladolid. “Esta es una de las piezas más laboriosas que hay. Llevo trabajando 40 años en esto y diría que es uno de los productos más tradicionales que existen”, dice. Hijo de alfarero, en su casa siempre hubo una hucha de cerdito: "Recuerdo que tenía una pequeña, porque tampoco conseguía muchos ahorros y así la podía romper antes", rememora. En realidad, el producto sigue siendo un éxito en cada feria a la que van: "Quizá los niños de ahora no la tienen porque no la ven, pero en cuanto la ven, la quieren".

Capricho de niños, ilusión de mayores

Desde luego, a nadie se le escapa que a cualquier padre o madre le haría ilusión que su hijo o hija le pidiera una hucha de cerdito. Es como si, de repente, prefirieran jugar con un yoyó antes que a la PlayStation. "Además, que es algo relativamente barato. Aunque con los intermediarios los precios se pueden hasta triplicar, cuando salen del taller la hucha media, de unos 15 centímetros, cuesta cinco euros", añade Velasco.

"Los niños de ahora no la tienen porque no la ven, pero en cuanto la ven, la quieren"

Álvaro Montaño ve pasar los días en La Rambla, el pueblo cordobés conocido por su cerámica. Fabrica este producto tan típico desde hace 20 años en la alfarería que lleva su apellido: "Aquí no hay moldes ni maquinaria que intervenga. Es una cosa que lleva un trabajo artesanal y a la que tienes bastante cariño", expresa. Entre el cuerpo y las partes que hay que endosarle, cada cerdito se lleva unos cinco minutos de su tiempo, y luego la cuece unas 24 horas en el horno a unos mil grados.

"Recuerdo a un alfarero que trabajaba en este taller con mi padre y que las hacía como algo extraordinario, que no se hacían habitualmente. Poco a poco se fue tomando como costumbre y la empezaron a demandar", sostiene Montaño. Y donde hay demanda, allá que va la oferta. Ahora, sus dos hijas viven con su hucha de cerdito: "El momento de romperlas es bastante especial porque es una alegría el poder disfrutar de sus ahorros para comprarse cualquier capricho o cosa que necesiten", agrega este alfarero cordobés.

La antigua libreta bancaria

Cerámica Rambleña es la empresa de Rafa Osuna. Él no fabrica las piezas de barro, pero sí las comercializa. Informático de profesión, su presencia en internet le permite llegar a Estados Unidos y Turquía, siempre con piezas realizadas en La Rambla. "Es una marca pensada para ayudar al artesano y no aprovecharse de ellos como hacen los mayoristas", incide. De los 1.800 pedidos al mes que gestiona desde su empresa, 300 corresponden a huchas de cerdito: "Y más que voy a tener, porque en este pueblo no hay mucha más gama que ofrecer, pero en otras partes de España sí y ahora estoy preparando crear una nueva marca, Cerámica España", aduce.

placeholder Con ahorros o sin ellos, dan ganas de soltarle un martillazo. (G. M.)
Con ahorros o sin ellos, dan ganas de soltarle un martillazo. (G. M.)

Desde el punto de vista de Montaño, todo esto tiene que ver con la cultura del ahorro de cada familia. "Es cierto que los chavales ahora pronto tienen una cuenta en el banco que les llevan sus padres, pero la gente siempre ha estado acostumbrada a ahorrar en estas huchas. Habrá otras personas que tengan la libreta bancaria como parte de su cultura, pero yo me quedo con el cerdito", concluye.

Tan solo se tardan dos minutos en moldear su cuerpo. Luego hay que añadir las cuatro patitas, sus dos orejas y, claro, el rabo. Todo eso para que, una vez haya engordado lo suficiente, lo rompamos con un martillo y toda la ilusión del mundo. Las huchas de cerditos han acompañado a generaciones y generaciones de niños y niñas, prestos todos en gastarse sus pequeños ahorros en ese capricho para el que han reunido calderilla durante meses. Aunque pudiera parecer lo contrario, este tipo de alcancía sigue comercializándose como antaño, cuando los más pequeños aún no tenían una cuenta bancaria. Solo una cosa podrá terminar con ellas: la desaparición del dinero en efectivo.

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