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España deja atrás la crisis de precios, pero la desinflación será mucho más lenta en 2024
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LOS OPTIMISTAS HAN GANADO

España deja atrás la crisis de precios, pero la desinflación será mucho más lenta en 2024

El abaratamiento de la energía, más rápido e intenso de lo esperado, dejó margen en 2023 para subir salarios sin alimentar la espiral, pero los vientos de cola tienden a amainar

Foto: Cartel con descuentos en una tienda de Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)
Cartel con descuentos en una tienda de Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)
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El debate sobre la inflación, que ha marcado los dos últimos años tras décadas olvidado, se apaga de nuevo, mientras la economía comunitaria va entrando en una suerte de coma inducido por las subidas de los tipos de interés. La receta del Banco Central Europeo (BCE) ha favorecido un pírrico crecimiento en el bloque de la moneda única, con baches en algunos trimestres y socavones recesivos en varios países, como Alemania. El enfriamiento de la demanda tiene la culpa.

Esta vez, la discusión no la han ganado los más pesimistas, que temían una inflación permanente, causada por la catarsis energética y enquistada por el contagio de esta al conjunto de la economía, en una espiral de salarios y precios que nos retrotraería a los años setenta del siglo pasado e inauguraría un nuevo paradigma de estanflación. Tan pronto como el mercado del gas ha emprendido el camino hacia la normalidad, el índice de precios de consumo (IPC) lo ha acompañado. Y, en ambos casos, la velocidad y consistencia del fenómeno desinflacionista ha resultado sorprendente.

Un único dato resulta suficiente para ilustrar cómo los más optimistas de los optimistas se han acabado imponiendo, e incluso se han quedado cortos: la inflación de la eurozona marcaba doble dígito en noviembre de 2022, y un año después es solo de la cuarta parte, un 2,4%, que la acerca al objetivo de estabilidad de precios del BCE.

Puede alegarse que el registro resulta artificialmente bajo, debido a la distorsión estadística causada por el efecto base. También, que el indicador general no es representativo de la tendencia de fondo, y el subyacente —que elimina, entre otros, el efecto del abaratamiento de la energía—, todavía se encuentra en el 3,6%, solo 1,4 puntos por debajo que hace 12 meses. Incluso podría elucubrarse que nada de esto hubiese ocurrido si el BCE no hubiera mantenido ancladas las expectativas gracias a su política monetaria restrictiva. Pero lo cierto es que ninguno de estos matices cuestiona un hecho que, a estas alturas, ya se antoja incontrovertible: los defensores de que la espiral inflacionista sería un fenómeno temporal, que iría amainando a medida que los factores que la provocaron desapareciesen, llevaban razón.

Foto: Un mercado de frutas. (EFE/Bienvenido Velasco)

Manuel Hidalgo, que ha afinado como pocos en España la génesis del problema y su evolución, siempre ha defendido que estábamos ante una cuestión principalmente de oferta. En los albores de la crisis, ya apuntaba la verdadera clave de la controversia: mientras la espiral provocada por la crisis de suministros y la volatilidad energética no se trasladase a los salarios y los beneficios empresariales, no habría tanto que temer.

El pacto de rentas entre la patronal y los sindicatos, plasmado en mayo en el Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC) tardó en llegar, pero ya se hallaba implícito, especialmente del lado de los trabajadores, desde el principio de la crisis. Esto facilitó que, cuando los precios de la energía empezaron a normalizarse, la inflación iniciase el camino de regreso. En España lo hizo incluso más rápido que en una eurozona que, pese a su mayor atonía económica, dependía más del suministro ruso y sí experimentó subidas salariales significativas durante la primera mitad de la crisis.

Pese a que el economista del laboratorio de ideas EsadeEcPol llevaba bastante tiempo afirmando que ya había margen para recuperar el poder adquisitivo de los salarios sin que esto alimentase la espiral de precios, reconoce que las cifras con las que ha finalizado 2023 eran muy difíciles de esperar. La razón es que los precios de las materias primas han caído mucho más rápido de lo que se podía suponer: "Los principales factores que impulsaron la inflación el año pasado han desaparecido, se han dado la vuelta, sobre todo los energéticos. A finales del año pasado, cuando empezaron a bajar muy rápidamente, se elaboraron unas previsiones basadas en estimaciones para el crudo y el gas mucho más elevadas de lo que al final ha ocurrido".

Foto: Un bróker gesticula en el parqué de Wall Street. (EFE/Andrew Gombert) Opinión

Esta es la principal explicación de la sorpresa positiva que ha dado al traste con cualquier augurio, y se ha plasmado en un enorme alivio para los hogares tras dos años de gran incertidumbre. A finales de 2022, la Comisión Europea y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) esperaban una inflación media del 4,8% para 2023, mientras que el Fondo Monetario Internacional y el Banco de España esbozaban un 4,9%. Funcas, la fundación de las antiguas cajas de ahorros, era la más optimista (3,8%), pero también se pasó de frenada: preveía el año con un gas cercano a los 100 euros (así empezó 2023, pero ahora está alrededor de los 30) y un petróleo a 85 (solo alcanzó esa barrera al inicio del otoño). Este viernes, se ha conocido el dato adelantado del IPC de diciembre (3,1%), que permite establecer la media para el conjunto del año: un 3,5%, muy por debajo de todos los vaticinios.

La media de la subyacente, en cambio, ascendió al 6%, por encima de lo que preveían Funcas o el Banco de España. Esto da una idea de hasta qué punto el inesperado —por intenso— abaratamiento de la energía ha permitido conseguir la cuadratura del círculo: crecer, en el caso de nuestro país, mucho más de que lo que se preveía, pero con una inflación mucho menor. La oferta, y no la demanda, fue determinante en la formación de la espiral, y todo apunta a que también lo ha sido en su desmantelamiento: el contagio de los récords de las materias primas al resto de la economía, pese a resultar evidente —como muestra el dato de la subyacente—, nunca llegó a retroalimentarla. "Los salarios han subido, pero gracias a la bajada de la energía lo han podido hacer sin acelerar los precios", resume Hidalgo. Hasta noviembre, los convenios con efectos en este año contenían una revalorización salarial del 3,49%, incluso por debajo de la inflación media anual, según los datos del Ministerio de Trabajo.

Raymond Torres, director de Coyuntura de Funcas, también sitúa a los precios energéticos como principal factor desinflacionista, pero añade un segundo elemento desde el otro lado del mercado: "Los beneficios empresariales, que habían sido un factor de inflación en un contexto de demanda pujante el año pasado, poco a poco han ido frenándose en un contexto de debilitamiento de la demanda interna".

Un 2024 más estable

De momento, no parece que ninguna de las dos tendencias anteriores vaya a cambiar en 2024. Por el lado de la oferta, los precios de las materias primas siguen a la baja, a pesar de la proliferación de fenómenos geopolíticos que podrían tensionarlos, como la guerra entre Israel y Hamás o los ataques de los rebeldes hutíes en el Mar Rojo. Por la parte de la demanda, todas las previsiones económicas muestran una cierta atonía para el año que viene, aunque en el caso de España afecta más a la externa, condicionada por la zozobra de nuestros principales mercados. El consumo interno aguanta mejor, impulsado por la recuperación del poder adquisitivo de los salarios en algunos ámbitos, pero que no es suficiente para generar nuevas tensiones de precios.

El Banco de España prevé una inflación media anual del 3,3% en 2024; Funcas la eleva al 3,5%, la misma cifra que este año

Continuar el proceso desinflacionista al ritmo de los últimos meses, sin embargo, resultará complicado. "Los factores favorables poco a poco van amainando", recuerda Torres. Los expertos consideran que los precios energéticos, especialmente el del gas, no volverán a la situación previa a la invasión de Ucrania, y las tendencias desglobalizadoras, con una apuesta europea por la autonomía estratégica que inevitablemente suma inflación, han llegado para quedarse. Por contra, la transmisión tardía de la política monetaria puede seguir ayudando a contener la demanda algunos trimestres más. En ese contexto, el Banco de España prevé una inflación media anual del 3,3% en 2024; Funcas la eleva al 3,5%, la misma cifra que este año.

Hidalgo se muestra mucho más optimista: "Si no tenemos ningún evento crítico que afecte a los mercados energéticos, esperamos que haya una senda de decrecimiento convergente al 2% [el objetivo de BCE], No lo alcanzaremos todavía, pero no me extrañaría que nos quedásemos muy cerca". El control de los salarios, añade Torres, será una de las claves, ya que la falta de mano de obra en algunos sectores, como la hostelería, los seguirán presionando al alza. Sin embargo, todos descartan a estas alturas que se vayan a producir los temidos efectos de segunda ronda, que hasta ahora no han hecho acto de presencia.

La inflación está controlada, pero todavía dará algunos sustos en forma de alzas puntuales, como la que se producirá en enero, ante el fin de algunas medidas excepcionales para contener la espiral, como el IVA hiperreducido de la luz o el gas (aquí puede consultar todos los detalles). Sin embargo, el paquete aprobado en el Consejo de Ministros del pasado miércoles demuestra que el Gobierno no está dispuesto a correr riesgos, e irá retirando el escudo social de manera paulatina para alterar lo menos posible la evolución de los precios. Nadie quiere sorpresas en 2024; por fin, tampoco nadie las espera.

El debate sobre la inflación, que ha marcado los dos últimos años tras décadas olvidado, se apaga de nuevo, mientras la economía comunitaria va entrando en una suerte de coma inducido por las subidas de los tipos de interés. La receta del Banco Central Europeo (BCE) ha favorecido un pírrico crecimiento en el bloque de la moneda única, con baches en algunos trimestres y socavones recesivos en varios países, como Alemania. El enfriamiento de la demanda tiene la culpa.

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