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El ocaso de los buenos sueldos de provincias: por qué los ricos se juntan en la gran ciudad
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UNA BRECHA DESGAJA OCCIDENTE

El ocaso de los buenos sueldos de provincias: por qué los ricos se juntan en la gran ciudad

La desigualdad regional se ha multiplicado desde 1975 en los países desarrollados por la creciente disparidad de ingresos entre las rentas altas de los territorios más y menos prósperos

Foto: El 'skyline' de Madrid. (EFE/Mariscal)
El 'skyline' de Madrid. (EFE/Mariscal)
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Hubo un tiempo en que las capitales de provincia y otras ciudades pequeñas contaban con una industria potente, que cobijaba a una burguesía dinámica y repartía generosos sueldos entre los trabajadores de las factorías, además de con una creciente élite funcionarial impulsada por la descentralización del Estado. Las universidades se extendieron por el conjunto del país formando profesionales cualificados con salarios elevados que antes de la Democracia no hubieran tenido más remedio que irse a Madrid o Barcelona para estudiar y prosperar. Ese tiempo ha pasado, así en España como en el resto de Occidente, y la prosperidad ha regresado a su lugar de origen: las grandes urbes de las regiones más avanzadas.

Un estudio sobre la evolución de la desigualdad territorial en las principales potencias del mundo desarrollado, el primero que emplea la misma metodología en todas ellas para extraer datos intercomparables, revela la tendencia irreversible a que se enfrentan Europa y Norteamérica: la cohesión interna de los países se está agrietando, pero solo por un extremo de la distribución de la renta. El motivo de la creciente divergencia regional no es que los pobres de las áreas menos prósperas estén aumentando su brecha con los de las más prósperas —al contrario, la están reduciendo—, sino que los ricos de las zonas más pujantes cada vez son más ricos en comparación con los de las zonas decadentes.

España no aparece en la investigación del World Inequality Lab, titulada Desigualdad salarial espacial en América del Norte y Europa Occidental: cambios entre y dentro de los mercados laborales locales 1975-2019, pero un investigador español sí está entre sus autores. Se trata de Luis Bauluz, profesor de Cunef y discípulo de Thomas Piketty, una de las voces más influyentes del mundo en el ámbito de la desigualdad económica. En conversación con El Confidencial, el joven académico considera que, con la prudencia obligada en estos casos, las conclusiones generales del estudio se pueden trasladar a nuestro país: "Me sorprendería si no encontramos algo parecido, incluso la duda es si no será algo más pronunciado. Las tendencias de concentración en Madrid y Barcelona son muy potentes".

España se situaría, así, más cerca de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Alemania que de Francia, la única nación que rompe la dinámica detectada en el estudio. Para todas las demás, la desigualdad de ingresos entre los trabajadores de los diferentes territorios se ha disparado entre 1975 y 2019. Como se puede apreciar en el gráfico extraído del paper, en la locomotora comunitaria se ha doblado, en las dos potencias norteamericanas se ha triplicado y en la cuna de la revolución industrial se ha multiplicado por cuatro.

placeholder Evolución de la desigualdad territorial de ingresos en Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido y EEUU. (Bauluz et al.)
Evolución de la desigualdad territorial de ingresos en Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido y EEUU. (Bauluz et al.)

El caso del Reino Unido resulta paradigmático. Era el país que partía de una mayor cohesión territorial, y ahora es el segundo más desigual, solo por detrás de Estados Unidos, que se sale del gráfico (a estos efectos, y por su tamaño y complejidad, es más comparable con la UE que con un Estado-nación). El antiguo imperio sufrió durante los ochenta una desindustrialización aceleradísima, que transformó su economía bajo el mandato de la conservadora Margaret Thatcher: de una nación fabril a un gran centro financiero global en unos pocos años. Son los que corresponden a la mayor pendiente de la línea roja, y alumbran las profundas cicatrices territoriales que ha producido en las economías occidentales el giro de las últimas décadas hacia el sector servicios.

Las prósperas regiones del norte del país, salpicadas de puertos, minas y factorías, cayeron en una decadencia que pervive hasta nuestros días, mientras Londres hacía de la City la capital de las finanzas a este lado del charco. A cualquier español que haya asistido durante los últimos años al crecimiento de Madrid a costa de las provincias limítrofes no se le escapan las consecuencias demográficas de este proceso: una masiva migración interna que es muy diferente a la de la industrialización. Esta vez no se van manos, sino cerebros. En definitiva: los profesionales cualificados de las ciudades medianas que acaban trabajando en las metrópolis por sustanciosos sueldos, mientras las industrias autóctonas languidecen y, con ellas, la otrora próspera burguesía de raigambre territorial.

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Así se sigue retroalimentando el proceso, aderezado por la atracción de rentas altas procedentes del extranjero hacia los principales centros urbanos. Son los ganadores de las "economías de aglomeración" propias de la integración de los mercados internacionales. Esta deriva está provocando lo que los autores del estudio llaman "aguda división entre las ciudades globales superestrellas y las ciudades posindustriales dejadas atrás". En España, las primeras se ven reflejadas en la rivalidad de dos equipos de fútbol que juegan en otra liga; las últimas, recuerda Bauluz, estarían representadas por localidades decadentes de tamaño medio, como la asturiana Avilés. Las consecuencias saltan a la vista: la desigualdad regional se está ensanchando, tras una primera fase del Estado de las autonomías marcada por la creciente convergencia.

Lejos de una cuestión eminentemente espacial, esta dinámica también agrava el problema de la cohesión social. De hecho, en las últimas dos décadas del siglo pasado, el crecimiento de la disparidad del salario medio entre territorios contribuyó en gran medida al crecimiento de la desigualdad de renta en el Reino Unido. Antes del thatcherismo, señalan los autores, la cuestión regional solo explicaba el 3% de la dispersión salarial en el conjunto del país, una cifra similar a la de Alemania, pero ahora ya determina el 7%, por delante de los otros cuatro Estados estudiados. "El Reino Unido es inusual en el grado en que la desigualdad salarial espacial ha contribuido a mayor desigualdad salarial nacional", señala el estudio.

Igual que los ricos de las regiones prósperas y decadentes se han ido separando desde los años 70, los pobres cada vez son más homogéneos

En el extremo opuesto se sitúa Francia, que apenas ha visto variar el diferencial de sueldos entre los habitantes de los diferentes territorios. Bauluz señala que este país ya partía de una concentración muy elevada de las rentas altas en la capital, pero dibuja una segunda hipótesis: el mayor grado de centralización de sus políticas ha podido contribuir a la igualación regional. Desde inicios de siglo, la segunda economía de la moneda única ha ido reduciendo la dispersión de rentas entre los territorios, en un proceso que, más pronto (Reino Unido) o tarde (Alemania), también ha llegado a otros países europeos.

Esa corrección no se entiende sin el papel del Estado. Igual que los ricos de las regiones prósperas y decadentes se han ido separando desde los años setenta, los pobres de todas las latitudes cada vez son más homogéneos. Los investigadores atribuyen la paradoja a las políticas públicas nacionales, como la generalización del salario mínimo, que Alemania, por ejemplo, no estableció hasta 2015. En España, el hecho de que el SMI sea igual en Jaén que en Guipúzcoa constituye un mecanismo potentísimo para reducir el diferencial de ingresos entre las clases bajas de ambos territorios.

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Se dan, por tanto, dos fuerzas opuestas: una a favor de la desigualdad regional, impulsada por una economía global concentrada en los servicios de alto valor añadido —particularmente financieros— en las grandes ciudades, y otra que rema hacia una mayor cohesión espacial, representada por las iniciativas de los poderes públicos para contrarrestar la brecha. Esta última ha podido amortiguar el impacto disgregador de la globalización entre el 10% más pobre, pero se muestra impotente a la hora de evitar la tendencia irrefrenable hacia la concentración de los más ricos en unas pocas metrópolis.

Aunque el estudio solo se refiere a los trabajadores, ya que utiliza estadísticas de la Seguridad Social de los cinco países estudiados, Bauluz y sus compañeros de investigación ya están preparando una segunda entrega basada en datos fiscales, lo que permitirá introducir otras fuentes de ingresos y acercarse más al nivel real de riqueza. En ese sentido, el profesor de Cunef destaca que la brecha territorial todavía puede ser mayor cuando se incluyan las rentas derivadas de la propiedad inmobiliaria, que se ha convertido en una extraordinaria retribución para los ricos —y no tan ricos— de las grandes ciudades, gracias a unos precios del alquiler desorbitados.

Siempre hay ganadores y perdedores, concluye Bauluz. La metropolización de la economía mundial ha dejado entre los segundos a todos esos trabajadores de provincias que cobraban buenos sueldos... y también a sus hijos, que han tenido que emigrar a la capital en busca de la prosperidad que sus padres alcanzaron un día en la periferia.

Hubo un tiempo en que las capitales de provincia y otras ciudades pequeñas contaban con una industria potente, que cobijaba a una burguesía dinámica y repartía generosos sueldos entre los trabajadores de las factorías, además de con una creciente élite funcionarial impulsada por la descentralización del Estado. Las universidades se extendieron por el conjunto del país formando profesionales cualificados con salarios elevados que antes de la Democracia no hubieran tenido más remedio que irse a Madrid o Barcelona para estudiar y prosperar. Ese tiempo ha pasado, así en España como en el resto de Occidente, y la prosperidad ha regresado a su lugar de origen: las grandes urbes de las regiones más avanzadas.

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