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Hasta ChatGPT lo sabe: en España odiamos al empresario y amamos al emprendedor
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UNA ASIGNATURA PENDIENTE

Hasta ChatGPT lo sabe: en España odiamos al empresario y amamos al emprendedor

La falsa dicotomía entre las dos figuras marca el debate político en plena crisis inflacionista. Estas son las razones que explican la polémica de las últimas semanas

Foto: El empresario Amancio Ortega. (EFE/Cabalar)
El empresario Amancio Ortega. (EFE/Cabalar)

En España existe una percepción común de que los empresarios son personas deshonestas que solo persiguen su propio beneficio sin preocuparse por los demás. Esta percepción está fundamentada en la imagen de los empresarios como personas que utilizan sus recursos y conexiones para obtener beneficios a costa de los demás. La realidad es que existen empresarios honestos y deshonestos, como sucede con cualquier otra profesión.

Sin embargo, el estigma que rodea a los empresarios españoles es mucho más grande que en otros países. Esto se debe en parte a la cultura, donde una persona con mucho poder y riqueza es vista como alguien a quien hay que temer. Esta percepción se ha visto reforzada por los escándalos que han salpicado a la clase empresarial española, como el caso de las hipotecas 'subprime' de la banca española que llevó a una crisis de deuda soberana.

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Por otro lado, el emprendedor es visto como alguien que emplea su talento y creatividad para crear algo único y útil. Los emprendedores se ven como innovadores que contribuyen al desarrollo económico y al bienestar de la sociedad. Esta imagen es especialmente fuerte en España, donde un gran número de personas han creado sus propios negocios con éxito. Esto ha contribuido a una imagen positiva de los emprendedores, que a menudo son vistos como héroes modernos.

En resumen, en España existe una imagen negativa de los empresarios y una imagen positiva de los emprendedores. Esto se debe en parte a la cultura y a los escándalos que han salpicado a la clase empresarial española. Por otro lado, los emprendedores son vistos como innovadores útiles que contribuyen a la economía y al bienestar de la sociedad.

Foto: La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. (EFE/Javier Lizón) Opinión

Los créditos no son para el autor de este reportaje, sino para una inteligencia artificial que se dedica a recolectar lo que va encontrando por internet para construir su propio discurso. En solo cuatro párrafos, la máquina responde a la cuestión que da título a este artículo, y algunas de sus reflexiones coinciden con las de la media docena de fuentes consultadas. Hasta ChatGPT lo sabe: los españoles odiamos a los empresarios y amamos a los emprendedores. Pero en El Confidencial hemos preferido que sean ellos, y no un algoritmo, los que expliquen por qué.

Esta historia comienza en el número 23 de la calle Piamonte, en el céntrico barrio madrileño de Chueca. Allí, un grupo de jóvenes ataviados con sudaderas y deportivas, casi todos con un Mac más fino que la montura de sus gafas de pasta —el prototipo de hispters—, toma café de comercio justo —lo sirven refugiados empleados por un proyecto solidario— y habla relajadamente. Es uno de los cinco Impact Hub de la capital, unos espacios de trabajo colaborativo —coworking— que posee el primo del opositor venezolano Henrique Capriles. También alberga la sede social de la startup de motocicletas eléctricas Velca, dirigida por un hombre de aspecto imponente y gesto risueño que bromea nada más llegar: "Cada vez que hay una ronda de financiación bajo de peso, y cuando se acaba, subo".

Entre emprendedor y empresario solo hay una diferencia: uno aún no gana dinero y el otro sí

Emilio Froján llegó a pesar más de 120 kilos tras la última, en la que su compañía levantó 2,1 millones de euros. Este gallego en sus primeros treinta, elegido directivo del año en los Global CEO Excellence Awards, constituye el prototipo de emprendedor: resulta imposible que a alguien le caiga mal. Un día dejó la empresa de patinetes eléctricos en la que trabajaba en Alemania para montárselo por su cuenta, aunque esto supusiese trabajar de sol a sol para acabar el día en la habitación más barata de Madrid. En solo cuatro años, su proyecto, que empezó con un capital de unos pocos miles de euros, ha conseguido facturar 2,5 millones, aunque no será rentable hasta el año que viene.

"Ese es el paso de emprendedor a empresario, cuando ya no necesitas ampliar capital porque has conseguido validar que tu modelo funciona", reflexiona el fundador de Velca. Pero asegura que, cuando esto ocurra, seguirá durmiendo en albergues cada vez que vaya a congresos internacionales y, si le dejan sus compañeros, pondrá un colchón en el expositor donde lucen las motos de la compañía, de varios colores e inspiración italiana.

Foto: La ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, interviene en el 5º Acto Empresarial por el Corredor Mediterráneo. (EFE/Mariscal) Opinión

Todas las fuentes consultadas coinciden con Froján en que el emprendedor y el empresario juegan el mismo papel en la economía, y que entre ellos solo existe una diferencia: el primero todavía no gana dinero y el segundo sí. Quizá por eso, la imagen de ambos es muy distinta a ojos de la sociedad y de los gobernantes. El mismo Ejecutivo que hasta hace unas semanas mantenía un alto comisionado para hacer de España una nación emprendedora, en manos de Francisco Polo, se despacha día sí y día también contra los empresarios, que están más que nunca en el foco por los beneficios récord de la banca y las energéticas mientras el país sufre la peor crisis inflacionista en cuatro décadas. ¿Realmente son unos seres "despiadados" que solo buscan engrosar sus bolsillos?

Como Amancio Ortega —el fundador del gigante textil Inditex— o Juan Roig —padre de Mercadona, el líder de la distribución en España—, François Derbaix primero fue emprendedor y ahora es empresario. Con solo 25 años, se vino de su Bélgica natal a Madrid para montar Top Rural, un portal turístico en pleno pinchazo de la burbuja de las puntocom. Lo que empezó como un proyecto familiar en una habitación de su casa acabó convirtiéndose en una venta millonaria que le permitió fundar, junto con otros socios, Indexa Capital y BeWater, dos gestoras de fondos que ya compiten de tú a tú con las grandes. Según su experiencia, nuestro país es un buen lugar para emprender, pero las suspicacias empiezan cuando los negocios se consolidan. "España es un país socialista, por lo que no está bien visto que se gane dinero", explica con serenidad en una modesta sala de reuniones al norte de Madrid.

"España es un país socialista, por lo que no está bien visto que se gane dinero"

En realidad, esa desconfianza viene de lejos, mucho antes incluso de que naciese la ministra Ione Belarra, autora de los mayores exabruptos de las últimas semanas. Los restos de la cultura política del franquismo, basada en un fuerte control del Estado, los monopolios y la ausencia de rendición de cuentas de las corporaciones bajo el amparo del régimen, todavía perviven en una sociedad que ve a los empresarios como una de esas caricaturas de Forges: oscuros, prepotentes y siempre con mucha gomina en el pelo y un puro en la boca.

"No nos hace justicia. Hoy a las siete de la mañana he ido a un polígono a Valencia y me preguntaba: ¿dónde están los puros? Yo lo que veía era a trabajadores, mandos intermedios y jefes con su gorro, porque hacía mucho frío", dice Pedro Coca, que es uno de ellos. Desde hace unos años, este experto en infraestructuras preside la fundación Étnor, que trata de promover la ética en los negocios y luchar contra una imagen que, como todas las fuentes consultadas, considera estereotipada y fruto de una generalización injusta: "¿Por qué se ha satanizado al empresario? Seguramente porque estaba a sus cosas y se ha dejado ganar la partida. Debe salir del armario".

Foto: Pedro Sánchez en un acto del PSOE en Málaga. EFE Jorge Zapata Opinión
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La educación y los medios de comunicación no ayudan a vencer los prejuicios. José Luis García Delgado, catedrático de la Universidad de Nebrija, lleva medio siglo estudiando la evolución económica de España. Pese a los grandes avances que ha experimentado nuestro país en este tiempo, en su opinión, el encaje del empresario sigue siendo una asignatura pendiente. "En los libros de texto nunca se cita esa palabra. Se habla de negociante, banquero o capitalista, pero nunca de empresario", dice, en referencia a un estudio que dirigió para el Círculo de Empresarios sobre cómo se caracteriza este figura en la enseñanza.

Durante los últimos años, en cambio, se va abriendo paso la palabra emprendedor, "una figura simpática, informal, que se busca la vida como puede" y, según el economista, genera "una falsa dicotomía" con "el señor de chaleco, traje y anillos bien visibles, en el mejor de los casos" que dirige las grandes compañías. Todos crean riqueza, pero unos se ven como jóvenes con ganas por mejorar la sociedad y los otros como personas de edad avanzada que solo buscan su lucro personal.

"Hay mucha mística sobre el emprendedor, pero no es más que un empresario con la L"

Cada vez son más los institutos y universidades que introducen asignaturas sobre iniciativas de negocio o traen a personas como Froján a sus aulas para que cuenten sus experiencias. Sin embargo, el fundador de Velca lamenta que España todavía se encuentra muy por detrás de otros países en cuanto a cultura emprendedora. "Si veo a un chaval de 17 años en un evento, me acerco y le pregunto: '¿pero qué haces aquí?'. En Estados Unidos eso es normal". El ranking del espíritu emprendedor que elabora la consultora estadounidense Ipsos sitúa a España en el puesto 23 de 29 países, muy por detrás de las naciones anglosajonas.

Pese a todo, las fuentes consultadas coinciden en que el avance de las últimas décadas ha sido espectacular para crear una cultura y un ecosistema empresarial que invite a los jóvenes a emprender en espacios de coworking independientes, como Impact Hub, o en las aceleradoras de empresas promovidas por grandes multinacionales, como Telefónica o Santander. Lejos de lo que podría parecer, ahí es donde se diluyen las barreras entre los empresarios y los emprendedores, ya que los primeros transmiten su experiencia a los segundos e incluso invierten en sus proyectos, como hace Derbaix o Luis Martín Cabiedes.

Este filósofo, expresidente de la agencia de noticias Europa Press, se convirtió en los noventa en un business angel, dispuesto a poner dinero en iniciativas arriesgadas. Ahora, da clase de emprendimiento en el IESE Business School. Lejos de encumbrar al emprendedor, Cabiedes defiende normalizar una figura que antes era vista como "cutre", pero que se ha elevado a los altares como ejemplo de la pujanza que debe tener la economía del futuro: "Últimamente hay mucha mística sobre el emprendedor, pero no es más que un empresario con la L. Ortega y Roig también fueron emprendedores en su día. Es una dicotomía ridícula".

Foto: Ilustración: Sergio Beleña.

Rogelio Velasco, exconsejero de Economía de la Junta de Andalucía, también aborda la cuestión cada día en las aulas de la escuela de negocios IE, donde ha notado una evolución muy positiva durante los últimos años. El experto, que pasó por el Centro de Emprendimiento e Innovación del NYU Stern School of Business, cree que ya no existe una diferencia sustancial entre España y otros países en el clima para iniciar negocios: "El empresario nunca ha tenido buena imagen. Se dedicaba a especular, a evadir impuestos y a explotar a los trabajadores. Pero las startups que se han creado en los últimos años están mejorando la imagen que se tiene del emprendedor y de los empresarios".

Una necesaria autocrítica

Aunque todavía persisten ideas preconcebidas en el discurso político y el imaginario colectivo, las barreras entre ambas figuras se están diluyendo. No hay más que mirar hacia Estados Unidos, donde los CEO de las grandes tecnológicas todavía mantienen un perfil friki y un tanto histriónico, tan alejado de las corbatas que dominan el Ibex. Cabiedes cree que la cercanía, real o aparente, es clave para mejorar la imagen del colectivo: "El discurso no se dirige tanto contra los empresarios como contra las empresas grandes. A nadie se le ocurre decir que la tienda de la esquina es la culpable de la inflación, pero las grandes superficies sí. Mercadona hace no tanto era el colmado de la esquina, pero luego creció y lo hizo bien".

"La empresa necesita beneficios, pero no es una condición suficiente, sino necesaria"

La mayoría de los expertos consultados cree que el éxito se penaliza, pero algunos también hacen autocrítica. Velasco es el más duro, y ve en el comportamiento poco ético de los líderes de algunas multinacionales españolas el germen de la desconfianza. No es el caso de los fundadores de Inditex y Mercadona, sino de los altos ejecutivos de la banca que se han subido el sueldo en plena crisis o de los de algunas empresas energéticas, que se han llegado a burlar de lo mucho que pagan sus clientes mientras obtienen unos beneficios históricos al calor de la guerra. Coca niega que los "usureros" —en palabras de Belarra— sean multitud: "La empresa necesita beneficios, pero no es una condición suficiente, sino necesaria. Los empresarios se sienten cada vez más comprometidos con la sociedad".

Sin embargo, las críticas arrecian en un momento especialmente sensible para muchos ciudadanos, que están sufriendo el impacto de la espiral inflacionista. Derbaix atribuye el señalamiento político a dos factores: el desconocimiento —el único miembro del Gobierno que sabía lo que es pagar una nómina ya ha dejado el Ejecutivo, argumenta, en referencia a la renuncia de Polo— y la búsqueda de votos. El CEO de Indexa Capital pide huir del victimismo en que han caído algunos representantes de la patronal desde la llegada al poder de la coalición entre el PSOE y Unidas Podemos: "Hay que adaptarse a las circunstancias".

Foto:  Opinión
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Tanto Derbaix como Froján son expertos en ello. Ambos estuvieron muchos meses sin cobrar antes de que sus proyectos empezasen a crecer. Y por eso consideran el beneficio un premio justo al riesgo y los sacrificios que tomaron cuando apenas transitaban su primer cuarto de siglo. Mucho otros también lo hicieron, pero no les ha ido tan bien. En cambio, la iniciativa del belga va viento en popa: con una previsión de beneficios de 750.000 euros en 2022 y varios socios de primer nivel, ya se considera a sí mismo empresario.

A la del gallego todavía le queda un poco, pero promete que, si las cosas avanzan, él seguirá siendo el mismo chico malo de siempre. Su sueño es llevar la producción a su tierra y que esta vez le dejen poner una pequeña habitación en la nueva fábrica para echarse tras las largas noches de trabajo. El día que renuncie al polémico lema de Velca —fuck fossil fuels— habrá traspasado el umbral que un día cruzaron Amancio Ortega y Juan Roig. El que conduce al éxito, pero también a la diana de un país que todavía tiene una asignatura pendiente con los empresarios.

En España existe una percepción común de que los empresarios son personas deshonestas que solo persiguen su propio beneficio sin preocuparse por los demás. Esta percepción está fundamentada en la imagen de los empresarios como personas que utilizan sus recursos y conexiones para obtener beneficios a costa de los demás. La realidad es que existen empresarios honestos y deshonestos, como sucede con cualquier otra profesión.

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