Es noticia
Los alimentos están más caros que nunca, pero tras las Navidades darán un respiro
  1. Economía
EL GOBIERNO NO TOMA MEDIDAS

Los alimentos están más caros que nunca, pero tras las Navidades darán un respiro

Comida y bebida resultan ajenas a la moderación de los precios de los últimos meses. Sin embargo, su abaratamiento en los mercados internacionales permitirá doblar la curva en 2023

Foto: Precios en el mercado del Fontán, en Oviedo. (EFE/ J. L. Cereijido)
Precios en el mercado del Fontán, en Oviedo. (EFE/ J. L. Cereijido)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Los alimentos han tomado el relevo de la energía como la gran preocupación cada vez que las familias echan cuentas. Mientras la electricidad ya es más barata que hace un año, la comida está más cara que nunca. La guerra de Ucrania, que ha tensionado algunas cadenas de suministro, y la crisis inflacionista, que dispara los costes de producción y distribución, son las responsables. Sin embargo, ya se atisban algunas señales de esperanza en los mercados internacionales. La cesta de la compra nos seguirá dando un susto en lo que queda de este año, pero después de las Navidades todo indica que empezarán los primeros síntomas de moderación.

* Si no ves correctamente este formulario, haz click aquí

De momento, la comida se ha convertido en el nuevo motor de la inflación. Los datos desagregados de octubre, que ha publicado esta semana el Instituto Nacional de Estadística (INE), sitúan a los alimentos y bebidas no alcohólicas como el subgrupo que más se ha encarecido durante los últimos 12 meses, hasta batir su máximo histórico: un 15,4%, casi el doble que el segundo, que es el transporte (8,8%). En el mismo período, la vivienda y los suministros solo han subido un 2,6%, con una bajada del 15,4% para la electricidad, la primera en el último año y medio.

Gracias al alivio de la energía, el índice de precios de consumo (IPC) ya se desacera hasta el 7,3%, tras tres meses consecutivos de moderación, pero la inflación subyacente, que elimina los elementos más volátiles, se mantiene estable en el 6,2%. Es el menor diferencial entre ambas desde el inicio de la espiral de precios, en el verano de 2021.

Lo que empezó como una crisis energética se ha ido trasladando al conjunto de la economía, con los alimentos a la vanguardia de las subidas. Un dato: en enero, justo antes de la guerra de Ucrania, la comida y las bebidas no alcohólicas solo crecían un 4,8%, 1,2 puntos por debajo del IPC general, mientras que ahora se sitúan 8,2 puntos por encima. Desde entonces, su curva siempre ha ido en aumento, hasta cruzarse con la de energía y tomar el relevo de la luz, el gas y los combustibles en los titulares de los periódicos y los bolsillos de los consumidores.

De hecho, el de los alimentos es el subgrupo que más aportó al crecimiento de la inflación en octubre respecto al mismo mes del año anterior: 0,23 puntos, más que el resto de bienes y servicios juntos. Y lo mismo, incluso de forma más acusada, ocurre si se establece la comparación con septiembre (0,54 puntos). Solo el calzado se encareció más en los últimos 31 días, pero su repercusión fue menor.

Foto: Una mujer con una cesta de la compra. (EFE/Biel Aliño)

No es un fenómeno exclusivo de España, aunque en nuestro país resulta más llamativo que en otros. Mientras en Alemania e Italia —o incluso Francia— la espiral de precios se sigue acelerando, en la cuarta economía de la moneda única ya se está suavizando, con la notable excepción de las cosas de comer, que se encarecen a un ritmo similar al del conjunto de la zona euro. Es por ello que constituyen el principal motivo de alarma para ciudadanos y autoridades, mientras que en otros países todavía hay muchos frentes abiertos (especialmente el energético).

Las medidas del Gobierno para paliar los efectos económicos de la guerra han conseguido embridar los precios de la electricidad, el gas o los combustibles, pero no han evitado que los alimentos se encarezcan más que en Francia o en Italia. Básicamente, porque no se ha tomado ninguna de calado en este ámbito. Los globos sondas lanzados durante los últimos meses, como la imposición de un tope para una cesta básica de productos, han caído en saco roto.

En este contexto, los españoles pagan un 43% más por el azúcar que hace un año, un 38% más por las harinas o un 34% más por la mantequilla. Leche, huevos y pasta se han disparado en torno a un 25%, las patatas y el queso casi un 20% y la carne, el pan, el arroz y el aceite de oliva alrededor de un 15%. De hecho, ocho de cada diez productos se han encarecido a un ritmo de doble dígito, y solo 4 de los 44 que conforman la lista suben menos que la media de la inflación. Son los frutos secos, el chocolate, los cereales de desayuno y el apartado de otros. En la siguiente tabla puede consultar cómo ha evolucionado la lista completa del INE desde antes de la pandemia hasta ahora.

¿Por qué se dan estos datos tan desproporcionados? Los expertos desmienten las acusaciones de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que apunta a la voracidad de las distribuidoras de alimentación con el mismo énfasis que a la inflación. Según la última Central de Balances Trimestral, publicada en septiembre por el Banco de España, la generación de energía eléctrica y el refino de petróleo fueron los únicos sectores donde se está dando un aumento considerable de los márgenes empresariales en lo que llevamos de año, mientras que en el resto se han mantenido más o menos estables. Es decir: el aumento de los precios de los alimentos se debe, en realidad, a la imputación de los costes que sufren los diferentes agentes de la cadena alimentaria.

Un alivio con efecto retardado

Javier Ibáñez de Aldecoa, economista jefe de CaixaBank Research especializado en inflación, destaca dos factores principales para explicar las subidas: la energía y los problemas de oferta. El primero es menos intuitivo, pero no por ello menos importante. El encarecimiento de la electricidad y los combustibles, pero también de los fertilizantes —que han llegado a duplicar su valor, impulsado por la escalada del gas—, ha tenido un impacto brutal durante los últimos meses, al representar un 10% de los costes del sector agrícola y un 20% de los del sector pesquero. "A pesar de las recientes caídas de los precios de la energía, estimamos que sigue existiendo un efecto indirecto de la energía sobre los precios agro que puede tener cierto retardo, por lo que continuamos viendo el impacto del alza de precios de meses pasados", resume el experto. El contexto empieza a favorecer, pero toca armarse de paciencia.

Lo mismo ocurre con los problemas de oferta. La reapertura de las economías tras la pandemia causó importantes cuellos de botella que se han ido atenuando durante los últimos meses, por lo que Ibáñez de Aldecoa ya les otorga menos peso que el encarecimiento de la energía. Sin embargo, este alivio ha estado muy condicionado por la situación en el este de Europa. La contienda de Ucrania ha generado una gran presión alcista sobre algunos productos, especialmente los cereales, que Rusia ha utilizado como arma de guerra, bloqueando el paso del grano a través del Mar Negro. El reciente acuerdo para prorrogar las exportaciones de alimentos —y también de fertilizantes— a través de esa vía clave supone una gran noticia. Pese a que la incertidumbre continúa, lo peor parece estar tocando a su fin.

"Los precios de los alimentos están bajando, pero no llegarán a tiempo para Acción de Gracias"

En ese escenario, solo cabe una posibilidad, que los datos han ido corroborando desde el principio del verano: tarde o temprano, los alimentos se abaratarán. El primer paso para que se note en la cesta de la compra es que bajen de precios en los mercados internacionales. Y esto ya está ocurriendo desde hace varios meses. Carlos Sánchez se preguntaba en este artículo de finales de julio si las caídas mensuales —que se llevan produciendo ininterrumpidamente desde abril— solo constituían una tregua o el inicio de una nueva tendencia tras la crisis de los últimos dos años, que se inició después del confinamiento y la guerra no hizo más que agravar.

El paso de tiempo ha dado la razón a los más optimistas: el índice de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) que pondera los precios de los alimentos en los principales mercados internacionales está a punto de entrar en negativo por primera vez desde el verano de 2020, en plena pandemia. En octubre, solo se situaba un 1,9% por encima de los registros del mismo mes del año pasado. Para tener una referencia, en marzo, justo al inicio de la guerra, la tasa interanual ascendía al 34%. Algunos productos, como los tomates o el salmón, ya se han desplomado un 40% desde máximos.

Pero eso no significa que podamos cantar victoria todavía. Lo explicaba enfáticamente en una columna de opinión el periodista de Bloomberg Javier Blas, una referencia internacional en el análisis de los mercados de materias primas: "Los precios de los alimentos están bajando, pero no llegarán a tiempo para Acción de Gracias". La festividad se celebra en Estados Unidos el próximo jueves, un mes antes de la Navidad. En tan poco tiempo, no existe margen para que la moderación de los precios en los mercados internacionales se acabe trasladando al súper: el proceso suele durar unos meses, mientras los distintos agentes se van adaptando a la nueva situación. La ley de la oferta y la demanda —el mayor consumo siempre impulsa los precios durante las celebraciones de final de año— tampoco favorece un respiro. Todavía habrá que esperar.

La tendencia bajista resulta consistente y se empezará a notar en el bolsillo de los consumidores en 2023, pero eso no significa que los precios vayan a bajar. Como suele ocurrir con la inflación, las subidas se consolidan, y las esperanza ahora es que los alimentos sigan la misma trayectoria que la mayoría de los componentes del IPC: una progresiva moderación, sobre todo a medida que se vayan comparando los registros con los del primer semestre de este año, que fueron especialmente inflacionistas ante el estallido de la guerra. Es lo que se conoce como efecto base. Las subidas de tipos de interés emprendidas por los bancos centrales también ayudarán.

"De cara a los próximos meses, esperamos que los precios de los alimentos continúen al alza debido a este efecto retardado de la energía sobre los precios de consumo. Sí prevemos que a lo largo del primer trimestre de 2023 comenzarán a moderarse, gracias a la estabilidad de los precios energéticos y a los efectos de base", concluye Ibáñez de Aldecoa. Es el mismo pronóstico que expresó esta semana el ministro de Agricultura, Luis Planas. Los langostinos saldrán carísimos en Navidad, pero esta vez la cuesta de enero será hacia abajo.

Los alimentos han tomado el relevo de la energía como la gran preocupación cada vez que las familias echan cuentas. Mientras la electricidad ya es más barata que hace un año, la comida está más cara que nunca. La guerra de Ucrania, que ha tensionado algunas cadenas de suministro, y la crisis inflacionista, que dispara los costes de producción y distribución, son las responsables. Sin embargo, ya se atisban algunas señales de esperanza en los mercados internacionales. La cesta de la compra nos seguirá dando un susto en lo que queda de este año, pero después de las Navidades todo indica que empezarán los primeros síntomas de moderación.

Inflación IPC Macroeconomía
El redactor recomienda