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Qué tiene Nueva Zelanda, un país pequeño, pero que saca buenos pilotos como churros
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LIAM LAWSON, LA ÚLTIMA PERLA

Qué tiene Nueva Zelanda, un país pequeño, pero que saca buenos pilotos como churros

Con menos población que la Comunidad de Madrid, tiene una de las medias más altas del mundo de presencia de pilotos en la élite del automovilismo a nivel global

Foto: Liam Lawson ha impresionado en su debut en F1. (EFE/EPA/Koen van Weel)
Liam Lawson ha impresionado en su debut en F1. (EFE/EPA/Koen van Weel)

En 1970, Stirling Moss, el famoso campeón sin corona de la Fórmula 1 declaró: "En términos de su población, la contribución de Nueva Zelanda a los niveles más altos del automovilismo supera con creces la de cualquier otro país". Y, ciertamente, contar en aquellos años con pilotos de la talla de Bruce McLaren o Chris Amon, e incluso un campeón mundial como Denny Hulme, era algo más que destacable. Pero sin restar mérito a aquel hecho, aquella era una época dominada por el Reino Unido y sus excolonias, en una época también en que la Commonwealth era mucho más relevante a nivel político y económico de lo que es hoy. Lo asombroso es que en una competición automovilística mucho más globalizada como la de hoy en día, el país de las antípodas siga exportando sin parar talento de primer nivel.

La última perla surgida de la tierra maorí es Liam Lawson que, en apenas dos carreras, ha demostrado que tiene un brillante futuro y merece un puesto en la Fórmula 1. Pero lo suyo no es ni mucho menos un caso aislado. Fuera de la máxima especialidad del automovilismo, en cualquier campeonato de nivel que se precie hay, como mínimo, un piloto kiwi destacando. Ni siquiera tradicionales potencias automovilísticas como Francia, Italia o Alemania pueden presumir de un plantel de pilotos similar.

Pilotos ganadores por doquier

En la Indycar, por ejemplo, la única réplica que ha tenido Álex Palou ha venido de neozelandeses como Scott McLaughlin o Scott Dixon. En la Fórmula E, Mitch Evans siempre está entre los mejores y lo mismo sucede en el WEC (mundial de resistencia) con Brendon Hartley. Hasta en un campeonato como la NASCAR, que es en la práctica un coto cerrado estadounidense, Shane van Gisbergen debutó de forma sensacional en la especialidad con una victoria.

Y, ojo, porque esta impresionante nómina de pilotos mencionada se limita a los que han ganado carreras en los campeonatos más importantes del mundo, pero junto a ellos hay otros de primer nivel que también brillan fuera de sus fronteras: Marcus Armstrong, Earl Bamber, Nick Cassidy o Andre Heimgartner o, incluso, Louis Sharp, que ya domina la Fórmula 4 británica a sus 15 años. Podría parecer que estamos ante una especie de edad de oro neozelandesa y en cierto modo algo de cierto hay, pero en mayor o menor medida siempre surgió mucho talento de las islas del mar de Tasmania.

Pero precisamente de talento es de lo único que siempre han podido vivir los pilotos neozelandeses. La falta de recursos económicos ha hecho que lo tengan muy difícil para consolidarse en el automovilismo internacional. El bolsillo de los padres llega hasta un punto pero, a partir de un determinado nivel, son las grandes empresas nacionales las que apoyan al talento local. Gracias a Mercedes, por ejemplo, Michael Schumacher debutó en Fórmula 1 y Telefónica fue clave para el ascenso a la máxima categoría de Fernando Alonso. Con un mercado minúsculo, no hay empresas suficientemente fuertes en Nueva Zelanda para dar ese apoyo decisivo a sus pilotos para llegar a la cumbre.

Ningún ejemplo más sangrante de las barreras de entrada económicas para los pilotos neozelandeses que el de Mike Thackwell. El nativo de Auckland ganaba con superioridad insultante en todo aquello que pilotara por debajo de la Fórmula 1, pero la falta de patrocinadores limitó su progresión. Sus escasas oportunidades de correr en la máxima categoría siempre fueron a bordo de coches pésimos o en condiciones muy desfavorables. Harto de ver cómo el dinero se anteponía una y otra vez a su innegable talento, se retiró de las carreras, desengañado, a los 26 años. A decir de muchos, Thackwell es el mayor talento desperdiciado de la historia.

Un caso digno de estudio

Es inevitable preguntarse qué hace tan buenos a los pilotos de ese país para que, con una población que apenas supera los 5 millones de habitantes, sean una máquina de producir prodigios al volante. Ya tiene mérito que, con tan pocos habitantes, los kiwis tengan muchos de los mejores regatistas o jugadores de rugby a nivel global, pero sin industria automovilística propia y alejados geográficamente de las zonas de mayor influencia, estamos ante un caso digno de estudio.

Hay algo en el carácter neozelandés que, sabedores de su histórico aislamiento geográfico, desde niños tienen asumido que si quieren aspirar a grandes empresas, van a tener que emigrar. Sirva de ejemplo la ROK Cup de Karting que se disputa la próxima semana en el circuito de South Garda de Italia. Se trata de una de las competiciones más importantes a nivel internacional del mundo del kart, con casi 400 participantes procedentes de 35 países. Entre los inscritos, siete neozelandeses. ¿Españoles? Ninguno.

La Federación de Automovilismo de Nueva Zelanda tiene, desde hace décadas, un programa apoyado por el gobierno llamado KDF (Kiwi Driver Fund). Se trata de una bolsa de dinero que apoya lo mejor del talento local a participar en las competiciones internacionales, como por ejemplo esa mencionada Rok Cup de Karting. La idea es dar oportunidades para que sus jóvenes más talentosos brillen y surja alguien por Europa, Estados Unidos o Japón que les eche el ojo y los fichen. Así es como Brendon Hartley o Liam Lawson entraron en la órbita de Red Bull. No son hijos de padres millonarios. El dinero familiar daba para pagar la competición local, pero fue la ayuda federativa para dejarse ver fuera de sus fronteras y su talento la que hizo posible el milagro.

En Nueva Zelanda existe también un campeonato local de monoplazas, que tienen una base mecánica similar a la de un Fórmula 3, pero con costes infinitamente más contenidos. El campeonato, al disputarse entre los meses de noviembre y febrero, ha atraído talento internacional deseoso de ponerse en forma durante el parón invernal en el continente europeo. De ese modo, nombres como Yuki Tsunoda, Lando Norris, Guanyu Zhou o Lance Stroll compitieron en algún momento en las antípodas, dando fe del alto nivel de los pilotos locales. El secreto es que, en número de carreras y kilometraje total, el campeonato es similar a la Fórmula Alpine Europea, pero el coste es cuatro veces más barato.

Pero hay un elemento final que favorece que haya una cultura de buen conducir y es la propia red de carreteras y caminos de Nueva Zelanda. Sucede algo similar a Finlandia, cuyas rutas —sean de tierra o de asfalto— obligan a tener mucha destreza al volante. Por otra parte, las competiciones se disputan también de forma mucho más básica, sin toda la parafernalia de trailers, motorhomes y boxes ultraequipados a los que están acostumbrados los pilotos europeos desde niños. Cuando salen de su país son, por general, chavales más resilientes y maduros que los rivales a los que se enfrentan. Podría resumirse que en las antípodas han entendido mucho mejor aquí que, para sacar buenos pilotos como churros, hay que empezar la casa por los cimientos y no por el tejado.

En 1970, Stirling Moss, el famoso campeón sin corona de la Fórmula 1 declaró: "En términos de su población, la contribución de Nueva Zelanda a los niveles más altos del automovilismo supera con creces la de cualquier otro país". Y, ciertamente, contar en aquellos años con pilotos de la talla de Bruce McLaren o Chris Amon, e incluso un campeón mundial como Denny Hulme, era algo más que destacable. Pero sin restar mérito a aquel hecho, aquella era una época dominada por el Reino Unido y sus excolonias, en una época también en que la Commonwealth era mucho más relevante a nivel político y económico de lo que es hoy. Lo asombroso es que en una competición automovilística mucho más globalizada como la de hoy en día, el país de las antípodas siga exportando sin parar talento de primer nivel.

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