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Una vida en el Stelvio: el Giro que casi gana Paco Galdós
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una maglia por 41 segundos

Una vida en el Stelvio: el Giro que casi gana Paco Galdós

Francisco Galdós cuenta cómo fue el durísimo Giro de 1975 que endurecieron los italianos y que se resolvió en la cima del Stelvio (2.757 metros de altitud) en el mano a mano con Bertoglio

Foto: Imagen del ciclista de Lasarte, Francisco Galdós Gauna
Imagen del ciclista de Lasarte, Francisco Galdós Gauna

"Es de esas carreras en las que todo te sale bien. Dormía sin problemas, descansaba mucho, comía con apetito... ningún traspiés. Solo que... faltaron unos segundos". Unos segundos. Cuarenta y uno, concretamente. Delante, un casi desconocido. Casi. Lo justo. Qué más da. Delante, el primero, y primero solo puede ser uno. Hace casi medo siglo (joder, cómo pasa el tiempo, oigan) un alavés estuvo a punto de ganar el Giro. Vistió de rosa durante un montón de etapas. Mantuvo opciones hasta el último día. El último, sí, porque de aquellas la carrera acabó... en el Stelvio. Nada de paseos para el vencedor, copitas de champán, chinchines y una volata de prestigio. No. Vamos a montar el tinglado en el puerto más alto de Italia. Pero nos adelantamos... A ver.

Francisco Galdós (Lasarte, 1947) tiene una memoria extraordinaria. Francisco (mejor si le dicen Paco, entonces seguro que vuelve la cabeza) recuerda hasta el último detalle de aquel Giro. El que podía haber sido suyo. Antes de Induráin, de Contador. Casi nada. Pero... no pudo ser. Se le cruzó el destino. Y un italiano, que de aquellas te salían hasta de debajo de las piedras en la primavera ciclista.

Foto: Bernal entrando en la meta de la undécima etapa (Reuters)

"Es que el Giro era mi carrera", me cuenta Galdós. El segundo de 1975, otro tercero, un cuarto, también noveno. Historial selecto. Destacó en las otras Grandes, ¿eh? Cuatro veces entre los diez mejores en Francia. Tres en la Vuelta, un segundo en 1979. Aquel año solo Zoetemelk fue mejor que él. “Pero aquella vez no tuve opciones de victoria, él fue muy superior. En el Giro, en cambio...”. El neerlandés se puso líder en Peña Cabarga. Paco recuerda. “Sí, a mí aquel puerto me gustaba, de la Vuelta a Cantabria”. Y apostilla, orgulloso. “Yo gané tres veces allí, en tu tierra”. Nadie supera esa marca, respondo. “Nadie”, concluye él.

Las encerronas de los italianos

Pero hablábamos del Giro. Año 1975. Sin Merckx, que para la época era una noticia buenísima, por más que Merckx fuese menos Merckx en las Grandes aquel año (para clásicas aun tiraba, el buen hombre, que enganchó San Remo, Lieja, Amstel y Flandes en primavera... en Roubaix solo pudo ser segundo porque pinchó mil veces... ya ven, fruslerías). Buena oportunidad. “Me gustaba el Giro a mí”, recuerda Paco, “porque era una carrera bastante cómoda. Había lucha solo en las montañas, y allí nosotros, los del KAS, nos defendíamos. En el Giro mandaban los italianos, y tenías que correr al ritmo que ellos mandaban. A veces te ponían encerronas, te engañaban con el recorrido. También los capos. Sí, sí, hoy nada, tranquilos. Y resultaba que había emboscadas gordas. Recuerdo un puerto que subimos nada más salir en una etapa, creo que fue el año 1976. Ascenso durillo, bajada de tierra. Ninguno de nosotros lo sabíamos, y Moser la lió muy gorda allí”.

Así que... conocimiento de la prueba (había corrido ya cuatro veces), ambición (KAS rondó la victoria con Fuente un par de veces), buen estado de forma. Todo parecía mirarle con cariño a Galdós. “Yo venía de ganar en Romandía. Allí estaba Merckx, creo que es la mejor victoria de todo mi palmarés. Eso, venía de ganar, fuerte, en forma, y me puse pronto arriba”. Y tan arriba. Cuarta etapa, llegada a Campobasso. Battaglin, líder (ganó un día antes en Prati di Tivo), pincha. La maglia rosa cae sobre los hombros del segundo, que es Paco Galdós. De forma inesperada. También curiosa. Algo impensable hoy en día. “Sí, es que no estaba en mis planes coger el líder tan pronto, pero con el pinchazo de Battaglin... Tuve fortuna. Pero no estuvo del todo claro, los jueces tardaron mucho en tomar la decisión, la Jollj Cerámica reclamó, dijo que Giovanni estaba dentro del último kilómetro cuando pasó lo que pasó. Así que la maglia me la dieron en el hotel. Sí, sí, en el hotel. La foto oficial, para periódicos y eso, me la hicieron en el balcón del cuarto...”

Foto: Fausto Coppi, leyenda del ciclismo italiano. (Archivo)

Once días retuvo la prenda Galdós. Etapas suaves, media montaña como mucho. Victorias para de Vlaeminck, Perurena, van Linden... Ese perfil. Jornadas inolvidables, la sensación de sentirse el centro de todo, el tipo más fuerte. Aunque... miedos, también. Algo que no funciona como lo hizo antes. El equipo KAS (maillot amarillo, mangas azules, estampa reconocible para cualquiera) no es tan fuerte. Tiene nombres, pero... Igual no todos reman en la misma dirección con todas sus fuerzas. Habla Galdós. “No tuve equipo, no. Carril andaba enfermo, y él era un ciclista fortísimo. Txomin Perurena y González Linares no estaban por la labor, no tenían muchas ganas de trabajar, así de claro. Lasa... Bueno, Lasa siempre corría un poco para él, guardándose algo”. No es extraño que se buscasen componendas. Dos son más fuertes que uno. Casi siempre, al menos.

Continúa Paco. “Nosotros teníamos un acuerdo con la SCIC, el equipo de Baronchelli. Es que ellos montaban bicicletas de la marca Colnago, y el Kas también. Un acuerdo de fábricas, ya ves. Así que hablamos, y se decidió que o ganaba Gianbattista o ganaba yo, pero ninguna escuadra iba a tirar a por el corredor de la otra. De hecho eso casi me cuesta la general, porque en una etapa él se filtró en una escapada, una escapada de muchos hombres, y a mí me pillaron atrás. Recuerdo que Gimondi me decía de tirar, que se te va la carrera, Paco, se te va, pero yo no podía hacer nada, no podíamos arrastrar a todo el pelotón por culpa del dichoso pacto. Así que solo ponía ritmo la Jollj, el equipo de Battaglin y de Bertoglio. Los teníamos allí, a lo lejos, los veíamos, pero cada vez se iban un poco más. Entonces recuerdo que había un repecho larguísimo, una recta que no se acababa nunca, y Lasa me dijo que atacábamos y enlazábamos con los de delante. Lo conseguimos casi arriba, jadeando que casi no podíamos con nuestro alma. Allí sí me ayudó, mira...”

Los nervios en la contrarreloj

La memoria de Galdós es prodigiosa. Apunta curvas, baches, cuestas. “Es que volví por aquellas zonas años después, una vez retirado. Para recordar todo, que en carrera no te puedes andar fijando”. La contrarreloj, por ejemplo, cuando perdió su maglia. Forte dei Marmi, estampa habitual en aquellos tiempos, con Torriani dictando desde su coche. “Aun lo recuerdo. Eran cuarenta kilómetros y solo había cuatro curvas, porque el recorrido consistía en subir hasta un cierto punto y volver. Cuarenta kilómetros y solo cuatro curvas. Pues bien, me caí en la primera, qué te parece. Es que salí muy nervioso, y además vi algo que me crispó aun más. Como la carrera tenía esa forma que te digo los ciclistas nos veíamos en el ir y venir. Pues bien, me cruzo con Battaglin, y veo que va a rueda de una moto de la organización. Eso ya me terminó de romper la concentración y... caída. Por aquel entonces en las cronos se hacían bastantes trampas, sí. Ah, Battaglin cogió el líder y yo quedé tercero. Segundo iba un compañero suyo. Fausto Bertoglio”.

Bertoglio... ay, Bertoglio. Al fin aparece, el nombrecito. Un tipo de segunda, un jornalero del pedal. Veintiséis añitos, tres como pro. Cero victorias. Auténtico desconocido... pero no para Galdós, ojo. “No era un cualquiera, Bertoglio. No era un favorito, pero no era un cualquiera. Yo le tenía echado el ojo desde Romandía. Allí la última etapa fue una contrarreloj de veinte kilómetros. En Lancy. Ganó Merckx y él hizo segundo, ojo. Veinticinco kilómetros fueron, nada de una crono tipo prólogo. Yo logré mantener el liderato frente a Josef Fuchs, por veinte segundos. Fuchs llegó a ganar una Lieja años más tarde”.

placeholder Francisco Galdós en el Stelvio
Francisco Galdós en el Stelvio

Pero... Bertoglio, decíamos. Que se saca de la manga un rendimiento epatante camino de Il Ciocco. Crono mixta. Veinticuatro kilómetros llanos, los cuatro últimos que miran inmisericordes hasta el cielo. Rampas del dieciocho, ciclistas clavados con esos desarrollos que se llevaban antes y ahora no te permitirían subir ni la cuesta de tu urbanización. Perfecto para la Jollj. Primero y segundo, un suspiro entre ambos. Galdós a dos minutos. Queda toda una semana. Toca atacar. Tarea complicada. “Ya me lo dijo Gimondi en una etapa que se escapó Bertoglio y nos pilló un tiempo. Que me la iba a liar...”

Precisamente Felice, tercero definitivo, tuvo un papel clave en aquel final de carrera. Fue camino de Alleghe, penúltima etapa. A subir: Forcella Staulanza, Santa Lucia, Fedaia, Pordoi. Allí se la jugó Galdós, escapando con Roger de Vlaeminck y Conti. Por detrás, el juego. Sigue Galdós. “Ese día estaba hundido Bertoglio, pero Gimondi lo mantuvo en carrera, tirando de él. Hasta apareció en la prensa. Todos lo apoyaban, los italianos eran muy de ayudarse entre ellos si llegaba la situación”. En Alleghe se impone de Vlaeminck. El recordman de la Roubaix, un tipo que tiene los Cinco Monumentos, gana la etapa que sube hasta el lago de la Marmolada. “Pero es que el belga era fortísimo, fortísimo. Si estaba en forma subía una barbaridad. Aquel año se llevó siete etapas en el Giro”. También hizo cuarto final. Buen botín.

Foto: Bernal, celebrando su liderato. (Reuters)

Y llega la jornada decisiva. La más extraña de todas. La Vuelta acaba en Madrid, el Giro en Milán, en París el Tour. Solo que a veces no, a veces los organizadores se ponen creativos (bueno, los de la Grande Boucle no, porque allí son muy de tradiciones). Verona, Roma, Santiago de Compostela, Bilbao o Donosti en aquellas Vueltas iniciales. Pero esto... esto es algo sin precedentes. Vamos a hacer algo que jamás pueda repetirse. Terminemos todo en un puerto. En montaña, sí. Pero no en cualquiera, porque eso es para otros. Nosotros... innovamos. Cima del Stelvio, el gran passo italiano, el más alto de todos, el de Carlo Donegani, el que se hicieron los austríacos porque estaban acojonados con Bonaparte. Allí arriba, a 2.757 metros de altitud sobre el nivel del mar. Solo Iseran, de entre collados auténticos, llega más cerquita del cielo. Una locura, sin duda, cómo vamos a montar aquí el pódium, qué sandez es esta. Pasó.

Pasó y fue hermoso

Bueno, para Galdós igual no tanto. “Iba tranquilo, confiado. Eso sí, pensaba que era muy difícil ganar. Yo creo que todos los demás, mis compañeros y mis rivales, lo veían más sencillo. Es que... mira, yo no tenía la moral de Fuente. El Tarangu se hundía y seguía creyendo en sí mismo, seguía creyendo que iba a voltearlo todo al día siguiente. Y yo no era así”. Únicamente 41 segundos entre Bertoglio y Galdós. 'A priori', el bresciano tiene todas las de perder. Mostró carencias el día anterior, es joven, no tiene experiencia, su equipo resulta más flojo. Y luego estaba el Stelvio, ese monstruo. Veinticinco kilómetros al ocho por ciento, por redondear. Una de las dificultades más formidables que existen en el ciclismo. Terreno perfecto para el escalador. Solo que...

Solo que salió mal. Culpa propia y ajena. “Falló todo aquel día. Subíamos San Pellegrino y Costalunga y los hicimos de paseo. Hacía muchísimo calor, además. No tenía equipo, nadie me ayudaba, no pudimos endurecer. Tampoco ayudaba mi falta de confianza, ¿eh? Y el estar tan cerca en la general... paradójicamente pudo perjudicarme. Porque tenía varias opciones... atacar de lejos, esperar al final... Cuando andas a la desesperada todo es más sencillo”. Aun así Galdós lo intenta, claro, porque esas oportunidades solo llegan una vez en la vida. “Empecé con las arrancadas a veinte kilómetros de la cima, pero haciendo acelerones tímidos. Los italianos me secaban, preferían que ganase Bertoglio. No hablábamos, claro, en esas situaciones no hablas, qué vas a hablar. Yo, además, era un escalador de ritmo, nada de hachazos fuertes como Tarangu. Igual... igual si hubiese tenido esa ambición de hundirme o matar podría haber arriesgado algo más. Pero... Y luego, allá arriba, empezó esa escalera, esa que sale siempre en la tele, las curvas de herraduras encadenadas. Allí ya nos fuimos solos Bertoglio y yo, pero era imposible. En aquel tiempo las curvas tenían unas grietas enormes por el hielo... vi el puerto hace un año, cuando lo subió el Giro, y casi ni se reconocía de lo bien que estaba la carretera. Entonces no. A las horquillas entrabas casi parado, por lo de las grietas, también había agua, algunas partes estaban congeladas y podía patinarte la rueda. Así que aquello era puro sufrir. Tomabas las curvas lentísimo, luego arrancabas, en unos metros a frenar otra vez... imposible atacar”.

Foto:

Más arriba, cuando no queda casi nada para, cuando la cima se ve allá, sobre tu cabeza. Final. Galdós recula. Y, aun así, está a punto de arrepentirse. Me sigue contando. “Como a kilómetro y medio de la meta hablo con Bertoglio. Oye, no te ataco, pero gano yo, ¿eh? El otro encantado, me dice que sí. Trato. Este cabrón me va a ganar la etapa, pensé en aquel momento, porque había descubierto mis cartas. Pero nada, iba muerto. Yo subía a mi ritmo y desde atrás me llegaba su voz. Piano, piano. El último kilómetro lo hice muy fuerte, porque no acababa de fiarme, y el tipo me seguía gritando lo de piano, piano”. Línea definitiva. Paco Galdós gana la etapa final más bizarra que jamás haya existido en una Gran Vuelta. Bertoglio, mismo tiempo. Maglia rosa para el jovencillo. Será tercero un año más tarde. Sumen la Volta a Catalunya de ese 1975. Y ya. Palmarés magro. Uno de esos transalpinos que aparecen casi de la nada para llevarse el Giro. A costa de Galdós, esta vez. ¿Te arrepientes de algo, Paco? “No, fue imposible. De otra forma hubiese podido ser, pero es que hicimos la etapa de paseo. Si le apretamos desde el principio... yo creo que podríamos haberle hundido”.

No me resisto. Sé que es una falta de respeto, pero no me resisto. Oye, Paco... siempre se ha dicho que aquel Giro lo vendiste. Que te dejaste ganar, que la Jollj os pagó un montón de dinero para que no derrocaseis a Bertoglio. ¿Y eso...? Él ríe, travieso. “Sí, a mí también me lo han dicho muchas veces, pero imagino que irá de broma. Al menos yo lo tomo a broma. Siempre se dijo que si me había abierto la pizzería con eso”. Galdós tiene una pizzería en Vitoria, muy señera ella. Dolomiti, se llama, porque al final los recuerdos son buenos. Continúa. “Pero eso, a broma. Con lo que cuesta estar en condiciones para ganar todo un Giro... No, no hubo ningún pacto. Bueno, lo del último kilómetro con Bertoglio. Ah, y lo de Colnago que te comenté antes”, dice.

Terminamos. Pregunto a Paco si sigue el ciclismo actual, si está viendo el Giro de Italia. Él se ríe. “Sí, sí, me gusta mucho. ¿Sabes lo que hago? Tengo una bici estática delante de la tele, y hago los últimos veinte kilómetros con el pelotón, jeje”. Y ¿quién gana?, jugueteo. Él vuelve a reír. “Pues a veces ellos y a veces yo, depende del día”, concluye.

"Es de esas carreras en las que todo te sale bien. Dormía sin problemas, descansaba mucho, comía con apetito... ningún traspiés. Solo que... faltaron unos segundos". Unos segundos. Cuarenta y uno, concretamente. Delante, un casi desconocido. Casi. Lo justo. Qué más da. Delante, el primero, y primero solo puede ser uno. Hace casi medo siglo (joder, cómo pasa el tiempo, oigan) un alavés estuvo a punto de ganar el Giro. Vistió de rosa durante un montón de etapas. Mantuvo opciones hasta el último día. El último, sí, porque de aquellas la carrera acabó... en el Stelvio. Nada de paseos para el vencedor, copitas de champán, chinchines y una volata de prestigio. No. Vamos a montar el tinglado en el puerto más alto de Italia. Pero nos adelantamos... A ver.

Miguel Indurain
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