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'Matusalén': generación X contra los 'centennials', ¿quién ganará la batalla (de gallos)?
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'Matusalén': generación X contra los 'centennials', ¿quién ganará la batalla (de gallos)?

Nuestro Kevin Smith patrio, el abulense David Galán Galindo, reúne un reparto mezclado de caras conocidas y actores nuevos en una comedia a ritmo de hip hop

Foto: Carlos Areces y Julián López en 'Matusalén'. (Flins y Pinículas)
Carlos Areces y Julián López en 'Matusalén'. (Flins y Pinículas)

Sólo hace cuatro años que el abulense David Galán Galindo estrenó su ópera prima, Orígenes secretos (2020), estrenada en Netflix, una suerte de reivindicación de la cultura comiquera superheroica pasada por el tamiz del costumbrismo castizo con la que consiguió abrirse un hueco en una industria que se le había resistido hasta entonces. Un año después, junto a Esaú Dharma y Pablo Vara escribió y dirigió una autoficción animada sobre un trío de credores que encuentra el atajo perfecto para ganar un Goya: dirigir una película de animación, puesto que en más de una ocasión sólo ha habido un título nominado en dicha categoría. Gora automatikoa (2021), aparte de ser una película muy divertida, descarada y clarividente, utilizó las bases de los Premios de la Academia para cumplir con los criterios mínimos para competir por un cabezón. Lástima que aquel 2021 sí se produjeron varias películas de animación y la tríada no acabó de rematar el chiste metacinematográfico-burocrático.

Creador interdisciplinar -ha escrito novelas, obras de teatro y guionizado cómics y programas de televisión-, Galán Galindo podría resumirse como un Kevin Smith a la española, militante de la cultura alternativa -o lo que antes de las redes sociales podía considerarse alternativa-, hacedor de cosas, da igual el formato y el objetivo, más allá de divertirse y de trabajar con otros hacedores de cosas. En 2022, junto a Salva Espín, empujó a un Antonio Resines a lápiz y colores dentro de un multiverso apocalíptico como protagonista del cómic Sargento Resines (Editorial Salvador Espín Bernabé), una marcianada pop metarreferencial con el actor convertido en una especie de Terminator en guerra contra "la tontería". Sólo este 2024 Galán Galindo estrena una película de acción real (Matusalén) y un cómic (Pro, (Panini)), resultado de una voracidad creativa y una necesidad de compartir su cosmogonía friki en la que personas reales y personajes ficticios se cruzan y en la que existen leitmotivs como las chicas de pelo rosa o chistes sobre el alto índice de paro de la carrera de Periodismo.

Precisamente, en la Facultad de Periodismo -localizada en la película en la Facultad de Farmacia de la Complutense- es donde transcurre gran parte de la acción de Matusalén, que se estrena en cines este fin de semana tras su paso por el Festival de Málaga fuera de concurso. Heredera de la comedia americana gamberra-pero-para-todos-los-públicos, Matusalén parte de una premisa ya vista en títulos como Regreso a la escuela (1985), de Alan Metter y con Rodney Dangerfield de protagonista, El becario (2015), de Nancy Meyers y con Robert De Niro, o el clásico millennial Nunca me han besado (1999), de Raja Gosnell y con Drew Barrymore en el papel principal: el personaje principal, ya adulto, debe volver al pupitre y enfrentarse a las dinámicas y a las jerarquías estudiantiles. Pocas pesadillas más angustiosas que la idea de volver al instituto, a los exámenes, a las pullas pasivoagresivas de los compañeros de clase. Aunque, pensándolo bien, algunos de esos comportamientos acaban reproduciéndose años después en cualquier oficina y con sujetos con canas en la entrepierna. Quien tapiaba los exámenes con el brazo como si escondiese el secreto alquímico de la piedra filosofal nunca podrá escapar de su propia repelencia.

Matusalén es una reivindicación de la adultescencia, de ese nuevo concepto de hombre que no acaba de matar a su niño interior. Galán Galindo se trae ese punto de partida a Madrid, al Madrid de barrio, de casas de protección de ladrillo anaranjado, de parcelas comunes, a esa ciudad periférica que normalmente no sale en las películas y que ha sido cuna del hip hop español de los noventa, que es el hilo conductor de la película. El Alber (Julián López) es un hiphopero que todavía no ha tenido la suerte de triunfar, pero está en ello. Ya ha pasado la cuarentena, trabaja -no especialmente bien- como repartidor de pizza, vive en el piso de su abuelo Alarico (Manuel Galiana) junto a su cuidadora, Vilma (Marieta Sánchez), y a la sembra de un hermano (Adrián Lastra) cantante de un solo éxito. Al cumplir dos años de contrato, su jefe (Jorge Sanz) lo echa para no tener que hacerle indefinido, el mismo día en el que su abuelo le anuncia que se va a casar con Vilma y que lo echa de casa. Así que Alber decide que es el momento de hacerse un hombre de provecho y matricularse en la universidad.

placeholder Lucía de la Fuente, elena de Lara y Jason Fernández son los compañeros de Periodismo de Alber. (Flins y Pinículas)
Lucía de la Fuente, elena de Lara y Jason Fernández son los compañeros de Periodismo de Alber. (Flins y Pinículas)

Matusalén explota los tópicos generacionales y enfrenta a los X -nacidos entre 1965 y 1981- y los Z -nacidos entre finales de los años 90 y mediados de los 2000-, con un Alber intentando navegar las nuevas fórmulas de interacción social juvenil. Muchas cosas han cambiado entre las generaciones a nivel de expresión cultural: la moda, la cuestión identitaria, la nomenclatura -¿puede un rapero blanco admirador de Tupac decir "negrata"? Pero las estructuras siguen siendo las mismas, inamovibles, atávicas: la jerarquía de abusadores y abusados. Las chicas ya no quieren ser princesas, que cantaba Sabina -referencia boomer-, sino streamers o activistas, y hoy, que tanto se habla del edadismo, Julián López interpreta al hombre blanco heterosexual de más de cuarenta vapuleado por un grupo de jóvenes que utilizan los estereotipos de género, edad y raza en su favor, como un privilegio. El Alber es la versión castiza, masculina, patosa, más naíf y menos cáustica de la Mavis de Young Adult (2011). Julián López maneja a la perfección esa comedia que parece involuntaria, sin esfuerzo, en un personaje casi salido de un cómic, en su construcción.

El Alber vive anclado en su adolescencia mientras lo rodean hombres frustrados que han dejado al lado sus pasiones juveniles -ya sea pinchar discos o bailar breakdance- para convertirse en padres de familia y trabajadores insatisfechos. Raúl Cimas, en el papel del mejor amigo del protagonista, atrapado en una vida convencional y que en cierto modo admira la vida despreocupada que lleva, o el bedel interpretado por Carlos Areces, resignado a limpiar los pasillos de la universidad, invisible tanto para profesorado como alumnado. Sin embargo, las mujeres de la película parecen encontrarse cómodas con sus papeles de madres y profesionales de éxito, como en el caso del personaje de Miren Ibarguren, Amaia, el interés amoroso del Alber.

placeholder Miren Ibarguren es la chica de los sueños de El Alber. (Flins y Pinículas)
Miren Ibarguren es la chica de los sueños de El Alber. (Flins y Pinículas)

Entre el reparto de caras conocidísimas también se encuentran Antonio Resines y María Barranco -que han compartido decenas de películas- como los padres del Alber, y Alberto San Juan en el papel del rapero Kase O -buen ojo fisonomista el director-, que protagoniza una escena poscréditos -otro guiño al cine de superhéroes- muy metamusical. Para apuntalar este reparto, el clásico trío de compañeros de clase protagonizado por la nueva generación de actores veinteañeros encabezados por Lucía de la Fuente, Elena de Lara como activista uwu y Jason Fernández, el robacorazones.

Matusalén es una película muy disfrutable, que recicla conscientemente gags clásicos de la comedia americana -siempre hay un vómito-, pero que también recurre a referentes cercanos de la cultura pop española. Matusalén se reapropia de la clásica estructura de comedia romántica universitaria, pero desde la distancia irónica de un director que, aunque se encuentre a caballo entre ambas generaciones, parece sentirse mucho más identificado con sus protagonistas adultescentes. Y, aunque no haya inventado nada, la película funciona como un divertimento honesto con líneas de diálogo memorables, una banda sonora con temas de históricos de la escena como Zatu y Kase O y unos personajes entrañables. Quizás le falte un poco de desmesura, de dejarse llevar, porque los mejores momentos son aquellos en los que la comedia se entrega al absurdo, al desconcierto. Un punto más de transgresión, al estilo de la muy infravalorada Promoción fantasma (2012).

Pero la personalidad de la película trasluce en los giros inesperados, las réplicas sorprendentes, esa sincera admiración a los ídolos del hiphop español y la profunda identificación con los personajes. Porque nunca se es demasiado viejo para ser joven.

Sólo hace cuatro años que el abulense David Galán Galindo estrenó su ópera prima, Orígenes secretos (2020), estrenada en Netflix, una suerte de reivindicación de la cultura comiquera superheroica pasada por el tamiz del costumbrismo castizo con la que consiguió abrirse un hueco en una industria que se le había resistido hasta entonces. Un año después, junto a Esaú Dharma y Pablo Vara escribió y dirigió una autoficción animada sobre un trío de credores que encuentra el atajo perfecto para ganar un Goya: dirigir una película de animación, puesto que en más de una ocasión sólo ha habido un título nominado en dicha categoría. Gora automatikoa (2021), aparte de ser una película muy divertida, descarada y clarividente, utilizó las bases de los Premios de la Academia para cumplir con los criterios mínimos para competir por un cabezón. Lástima que aquel 2021 sí se produjeron varias películas de animación y la tríada no acabó de rematar el chiste metacinematográfico-burocrático.

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