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'Un amor': también puede ser oscuro, retorcido y obsesivo
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'Un amor': también puede ser oscuro, retorcido y obsesivo

La adaptación al cine de la novela 'Un amor', de Sara Mesa, a cargo de Isabel Coixet, promete convertirse en una de las favoritas de la temporada de premios

Foto: Laia Costa y Hovik Keuchkerian en 'Un amor', la adaptación al cine de la novela de Sara Mesa a cargo de Isabel Coixet. (BTeam)
Laia Costa y Hovik Keuchkerian en 'Un amor', la adaptación al cine de la novela de Sara Mesa a cargo de Isabel Coixet. (BTeam)

Los caminos del amor son inescrutables y la novela Un amor, de Sara Mesa, planteó los mecanismos de un amor necesitado, desesperado, retorcido, obsesivo y muy lejos de los cánones pulcros de lo que se ha consensuado bautizar como la "responsabilidad afectiva". En la búsqueda de la erradicación del sufrimiento, la sociedad moderna, avanzada, civilizada, propone el ideal amoroso como norma. Quitémosle al amor lo dañino, lo frustrante, lo sucio, lo errático, lo esquivo, lo críptico, lo narcisista, lo doloroso y quedará, como imaginó Huxley, un sucedáneo aséptico y feliz del amor. En la novela, Nat, una de las protagonistas de ese amor, se obsesionaba con "los nombres exactos" de las cosas, como si, catalogándolas, acotándolas, tuviésemos al menos algo de control sobre ellas. Definir los límites de lo impreciso. Y pocas cosas hay más imprecisas, más inefables, más oblicuas que el amor, sea el amor lo que sea.

Por estos terrenos agrestes está acostumbrada a transitar la ficción de Isabel Coixet, que, en cuanto leyó la novela de Sara Mesa, imaginó la película en la que se ha convertido hoy. Y se siente desde el primer fotograma ese enamoramiento de la directora catalana con la novela de la escritora madrileña en uno de sus trabajos más viscerales. La estudiada sofisticación del cine de Coixet deja paso al impulso en una película terrosa, orgánica y oscura, y así ha conseguido que la película sude, que la película manche, que las feromonas traspasen la pantalla en la que será, sin duda, una de las favoritas de la temporada de premios.

placeholder Laia Costa es Nat, la protagonista de 'Un amor'. (BTeam)
Laia Costa es Nat, la protagonista de 'Un amor'. (BTeam)

Coixet enfrenta los cuerpos contra el paisajecontra en el sentido más activo de la palabra, en una pelea—, con una protagonista, Nat (Laia Costa, con la que Coixet vuelve a trabajar después de la serie Foodie Love, y que podría repetir el Goya a Mejor actriz por segundo año consecutivo), una mujer aparentemente frágil y rota que necesita sobrevivir en un entorno agreste, no solo geográficamente, sino emocionalmente. Y es en la pareja que forma Costa con Hovik Keuchkerian —inmenso como el Alemán—, que centra la historia, y en el paisaje riojano, que le da contexto, donde Un amor encuentra sus grandes hallazgos.

Nat es una joven que se traslada al pueblo riojano de La Escapa en una huida de un pasado y una ciudad que intuimos ha dejado heridas. Trabaja como traductora, de nuevo un intento de trasladar ideas y conceptos no solo de un idioma a otro, sino de un contexto cultural a otro y de la persona traducida a sí misma. Porque Nat no puede evitar acabar haciendo suyo parte del sufrimiento de los refugiados a los que interpreta. Nat alquila una casona antigua y destartalada desde donde traducirá sus encargos, los suficientes como para llevar una vida modesta, calmada y lejos del ruido, recluida en sí misma. Su casero (un inquietante Luis Bermejo) le regala un perro tan inadaptado como ella para que le haga compañía y la proteja. ¿De qué?, cabría pensar. ¿De qué ha de protegerse una mujer sola en La Escapa?

placeholder Laia Costa es Nat, la traductora que se traslada a La Escapa. (BTeam)
Laia Costa es Nat, la traductora que se traslada a La Escapa. (BTeam)

Nat se convierte en la última atracción de La Escapa: Píter, el vecino vidriero (Hugo Silva), que se vende como el más moderno del pueblo; la pareja joven ultratradicional (Francesco Carril e Ingrid García-Jonsson) que viene a pasar los fines de semana; el anciano que cuida de su mujer con alzhéimer; la chica que despacha en la tienda de ultramarinos (Violeta Rodríguez). Nat intenta adaptarse a sus nuevos vecinos, a sus problemas de dinero, a su nuevo paisaje vital. Y lo del dinero es importante, porque la falta del mismo será el motor que arranque su historia: durante la estación de lluvias, Nat se dará cuenta de que su casa es prácticamente inhabitable por culpa de las goteras y de un casero que no quiere arreglarlas, con lo que tendrá que recurrir a la ayuda del vecino más misterioso de todos, un horticultor parco en palabras y efusiones al que todo el mundo apoda el Alemán (Keuchkerian). A cambio de arreglarle las goteras, el Alemán le propone a Nat un intercambio sexual. Y lo hace simple y directamente, sin dobles intenciones, un sexo puramente transaccional: tú necesitas un techo nuevo y yo necesito sentirme hombre dentro de una mujer. Nada más.

Y este es el punto de partida de este intento de Coixet y de Mesa de explicar(se) el amor. Nat se adentrará con el Alemán en un territorio emocional confuso en el que se cruzan el deseo, la pasión, el ansia, los celos, el poder, el abuso, en un batiburrillo de sentimientos que acaban dando forma a lo que es Un amor. Y Coixet retrata estas complejidades de forma a ratos sutil —en las conversaciones, en los pequeños gestos, en las confesiones inesperadas— y a ratos descarnada —como en las escenas de sexo—, con un trazo afinado e interesantísimo para las ambigüedades y las incoherencias de las relaciones humanas. Una profundidad que no tienen, sin embargo, los personajes secundarios, que casi parecen representaciones estereotipadas de la fauna urbana: el perroflauta, el fachalecos, el casero hijo de puta...

placeholder Otro momento de 'Un amor', de Isabel Coixet. (BTeam)
Otro momento de 'Un amor', de Isabel Coixet. (BTeam)

Laia Costa vuelve a demostrar que es una de las mejores actrices de su generación con una interpretación contenida y apoyada en miradas y pequeños gestos. Igualmente, Keuchkerian, que por fin tiene un protagonista a su altura dramática. Con su rictus inmutable —salvo cuando discute con Nat por su defecto de intentar hacer suyo el dolor de los demás—, el personaje del Alemán es todo presencia y pequeños matices imperceptibles al ojo, pero no a la cámara. Huele también a premio.

Coixet se ha enfrentado a un reto muy complicado: el de adaptar una novela de mucho éxito y muy reciente (Un amor se publicó en 2020), y sale airosa de ello. Y consigue, dentro del naturalismo que pide el relato, engarzar ciertos momentos de poesía que hacen suya la película, como ese comienzo brutal en los riscos bañados por la niebla o el momento final a ritmo de los arpegios de la guitarra de Palast Orchester y la voz de Max Raabe en Es wieder gut, una canción que promete: "Todo estará bien, desaparecerá el dolor, y verás que todo volverá a estar bien".

Los caminos del amor son inescrutables y la novela Un amor, de Sara Mesa, planteó los mecanismos de un amor necesitado, desesperado, retorcido, obsesivo y muy lejos de los cánones pulcros de lo que se ha consensuado bautizar como la "responsabilidad afectiva". En la búsqueda de la erradicación del sufrimiento, la sociedad moderna, avanzada, civilizada, propone el ideal amoroso como norma. Quitémosle al amor lo dañino, lo frustrante, lo sucio, lo errático, lo esquivo, lo críptico, lo narcisista, lo doloroso y quedará, como imaginó Huxley, un sucedáneo aséptico y feliz del amor. En la novela, Nat, una de las protagonistas de ese amor, se obsesionaba con "los nombres exactos" de las cosas, como si, catalogándolas, acotándolas, tuviésemos al menos algo de control sobre ellas. Definir los límites de lo impreciso. Y pocas cosas hay más imprecisas, más inefables, más oblicuas que el amor, sea el amor lo que sea.

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