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'O corno': por qué las historias de mujeres no son solo para mujeres
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'O corno': por qué las historias de mujeres no son solo para mujeres

Es la última Concha de Oro de San Sebastián, y el segundo largometraje de la vasca Jaione Camborda nos traslada hasta la Galicia rural de los años setenta

Foto: Janet Novás es María, una mujer que ayuda a parir y a abortar a las mujeres de su pueblo. (Elastica)
Janet Novás es María, una mujer que ayuda a parir y a abortar a las mujeres de su pueblo. (Elastica)

Se quejan algunos últimamente de que en España se premia un solo cine, rural, intimista y hecho por mujeres. Se quejan de que todas las películas se parecen, de que la autoría es indistinguible, de que las películas son indistinguibles. Como si fuera de Madrid solo existiese una masa informe y homogénea de historias ya contadas. Como si no existiesen las especificidades ni los matices. Como si la mirada íntima fuese exclusivamente e inevitablemente femenina. Como si fuese igual una propuesta naturalista que otra más onírica y que otra más pictórica. Como si diese igual una cámara en mano que una puesta en escena de plano fijo, inmóvil, sostenido. Como si la caligrafía naciese de la entrepierna. Como si los espectadores masculinos fuesen tan limitados que solo pudiesen ser espectadores de sus propias historias, y no de las protagonizadas por mujeres.

Jaione Camborda es la última directora española que se ha hecho con un premio en un festival de primera categoría. Su película, O corno, es la última Concha de Oro del Festival de San Sebastián, un drama ambientado en la ría de Arousa en el año 1971. Algunas de sus secuencias recuerdan más a la mirada antropológica de Arraianos (2012), de Eloy Enciso, y generacionalmente Camborda tiene mucho más que ver con la Nova Ola del Cinema Galego, muy apegado a su tierra, que lo que haga cualquier otra cineasta en la otra punta de la península.

El cornezuelo, o corno en gallego, es un hongo que crece en algunas especies de cereales. De color oscuro y muy tóxico, ha sido —dice— responsable de algunos episodios históricos de histeria colectiva, como los del baile de San Vito. Tradicionalmente, también se solía utilizar en la práctica de los abortos clandestinos —todos—, para detener las hemorragias. Y es ese cornezuelo el que da título a O corno, película rodada en gallego y portugués, la historia de María (la bailarina Janet Novás en su primer papel en el cine), una mariscadora de una pueblo de la ría de Arousa que también trabaja como partera y, todos los vecinos lo saben, ayudando a interrumpir el embarazo.

placeholder La película de Jaione Camborda está ambientada en la ría de Arousa en los años setenta. (Elastica)
La película de Jaione Camborda está ambientada en la ría de Arousa en los años setenta. (Elastica)

La segunda película de Camborda no se detiene excesivamente en contemplaciones, sino que su narrativa es práctica y directa. Incluso después de una primera secuencia larga, de alrededor de 15 minutos, en la que vemos cómo María asiste el parto de una vecina. La cámara de la directora adelanta una propuesta más bien pictórica, de cuadros fijos, espacios fragmentados, la figura humana en contraste con los fondos de piedra, colores ocres y pardos, luz de claroscuro. Y la primera escena busca la materialidad de los cuerpos, la fuerza de la biología, el parto de una mujer en su forma más animal —el momento en el que aprietan las caderas de la parturienta—, entre gritos que parecen aullidos. O el momento en el que, varias escenas después, el bebé se amorra al pezón, con mirada casi documental.

Sin embargo, una vez pasado el inicio, todo transcurre de manera directa, sin vericuetos. Apenas diálogos, a una acción le sigue una causa y a esta la siguiente. No hay preciosismo, sino un lenguaje muy inmediato, y a veces se echa en falta algo más de poesía. La intención de Camborda parece la de quitar cualquier edulcorante, cualquier estetización, cualquier adorno innecesario a la historia. Y quizás por ello se siente más árida, menos envolvente. Cuando María huye de su pueblo —recordemos que el aborto no se legalizó hasta 1985—, pasa la frontera hasta Portugal y se cruza con diferentes personajes condenados a la subsistencia, O corno se va tornando más oscura y opresiva.

placeholder María debe huir de su pueblo y esconderse en la vecina Portugal. (Elastica)
María debe huir de su pueblo y esconderse en la vecina Portugal. (Elastica)

Y uno de los grandes fuertes de la película es esa representación de la clase trabajadora de campo y de mar, esas ropas deshilachadas, esas manos moldeadas por el trabajo en la tierra, esos fondos siempre rellenos de extras que dan presencia a la pobreza del currito.

Y es el dolor lo que atraviesa a las mujeres que aparecen en O corno. Un dolor biológico, connatural al propio hecho de ser mujer. Porque tanto el parto como el aborto son dolorosos. Las dos caras de la misma moneda: no hay opción estéril para ellas. Todas las mujeres unidas en una cadena invisible por la maternidad, sean ellas madres o no. Y son solo las mujeres las que perciben dicha cadena, puesto que son las únicas que la miran —los ojos de la adolescente Luisa (Carla Rivas) en el parto de su madre, mientras los hombres de la casa se parapetan detrás de una puerta, como si aquello no fuese con ellos—. Como si las historias de sus mujeres, de sus madres, de sus hijas no fuesen con ellos.

Se quejan algunos últimamente de que en España se premia un solo cine, rural, intimista y hecho por mujeres. Se quejan de que todas las películas se parecen, de que la autoría es indistinguible, de que las películas son indistinguibles. Como si fuera de Madrid solo existiese una masa informe y homogénea de historias ya contadas. Como si no existiesen las especificidades ni los matices. Como si la mirada íntima fuese exclusivamente e inevitablemente femenina. Como si fuese igual una propuesta naturalista que otra más onírica y que otra más pictórica. Como si diese igual una cámara en mano que una puesta en escena de plano fijo, inmóvil, sostenido. Como si la caligrafía naciese de la entrepierna. Como si los espectadores masculinos fuesen tan limitados que solo pudiesen ser espectadores de sus propias historias, y no de las protagonizadas por mujeres.

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