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'Sparta': una perturbadora película sobre un pedófilo trae la polémica a San Sebastián
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70 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

'Sparta': una perturbadora película sobre un pedófilo trae la polémica a San Sebastián

El cineasta austríaco firma una película delicada e incómoda que ha levantado ampollas en Alemania y ha provocado que Toronto la retire de su programación

Foto: Un fotograma de 'Sparta', de Ulrich Seidl. (Filmin)
Un fotograma de 'Sparta', de Ulrich Seidl. (Filmin)

Entre los chistes de tópicos regionales está aquel de humor negrísimo que insinúa que lo más típico de Austria, aparte de la tarta Sacher y de Mozart, son los sótanos donde los austríacos encierran a sus víctimas. Por eso de Amstetten y sus monstruos. Austria es un país que se caracteriza por su belleza decadente, por la alargada sombra de Alemania y el nazismo y por un carácter centroeuropeo muy dado a los demonios personales, si permiten la generalización. Un cineasta como Ulrich Seidl solo podría haber nacido en un lugar como Austria. Quizá Polonia. Sus películas, de personajes alienados y temas incómodos, guardan esa ironía existencialista y retorcida que tanto nos cuesta digerir en los países mediterráneos. Sus paisajes, bañados en un filtro de tristeza, hormigón y asfalto, representan esa Europa central que arrastra siglos de flagelaciones y un pasado pesado y melancólico, como el clima. Seidl, que siempre ha ido un paso más allá de Haneke y ha mostrado intereses mucho menos burgueses—, no ha conseguido, sin embargo, el reconocimiento de su compatriota. Ojalá no lo consiga exclusivamente por la polémica que ha rodeado la película, sino que por fin se ponga en valor una filmografía contundente, personalísima y compleja, con una gran capacidad de agitación sin recurrir a la obviedad.

Seidl, gran retratista de este feísmo sublimado, compite en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con 'Sparta', la segunda parte del díptico conformado con 'Rimini' —que compitió por el Oso de oro el pasado febrero en la Berlinale—, que retoma el personaje de Ewald, un tipo gris con voz aflautada —como de castrato—, abrumado por una existencia gris e insatisfactoria que viene de una pulsión contra la que se resiste. Ewald (Georg Friedich) vive en un piso pequeño en una ciudad industrial con su novia rumana, con la que comparte planes de un futuro normal, sin muchas pretensiones. Su padre, demenciado, pasa los días en una residencia de ancianos y Ewald lo ayuda a refrescar la memoria con canciones viejas de la guerra. Que en el contexto de un hombre austríaco casi centenario adoptan unas connotaciones mucho más siniestras.

placeholder Uno de los niños actores de 'Sparta'. (Filmin)
Uno de los niños actores de 'Sparta'. (Filmin)

Ewald está frustrado por la incapacidad de satisfacer sexualmente a su novia y por no poder escapar de sus pensamientos recurrentes, y decide emprender un viaje a una región deprimida —todavía más deprimida— de Rumanía para montar una escuela de judo gratuita para niños desfavorecidos.

Coescrita junto a Veronika Franz —colaboradora más que habitual de Seidl—, 'Sparta' desvela poco a poco la aflicción de Ewald, que se entiende desde un primer momento, pero que él mismo va comprendiendo dando sutiles pasos y yendo un poco más allá. Ewald es un hombre inofensivo. Cuida de su padre. Se sienta a tomar un chato de vino —o lo que sea que sustituya al chato en la Europa del gulash— con sus vecinos. No habla demasiado. No monta escándalos. No llama la atención. Y Seidl enseña cómo poco a poco su pulsión reprimida va conquistando todas sus decisiones, toda su existencia. Esa idea martilleante que no consigue silenciar, que va perforando todos los aspectos de su vida, incapacitándole para mantenerse en esa normalidad anodina que tanto desearía. Un hombre que toma conciencia de estar condenado a la soledad y el repudio.

placeholder Otro momento de 'Sparta', con George Friedrich como Ewald. (Filmin)
Otro momento de 'Sparta', con George Friedrich como Ewald. (Filmin)

En 'Sparta' no hay nada estridente ni impostado. El planteamiento naturalista parece incluso documental. Tampoco habría nada incómodo si no fuese por los detalles. No es lo mismo dar clases de judo a dar clases de judo a niños semidesnudos. Pero, al mismo tiempo, la diferencia no es tan grande. Casi imperceptible a los ojos inocentes de los niños. Porque de eso trata la película, de ese espacio invisible entre lo permitido y el delito, entre la normalidad y la abyección. Y la importancia de la mirada resignificante. Seidl lleva al espectador a ese juego, poniéndole delante el objeto a mirar de una manera perturbadora. ¿La foto de un niño desnudo tomada en la playa por su madre significa lo mismo que la foto de un niño desnudo tomada por un vecino? Una canción de la guerra cantada por un anciano austríaco centenario no significa lo mismo que un canto de la Batalla del Ebro, por todo lo que esconde detrás, por todo lo que engloba. Además, ¿qué abuso mayor hay que el que ocurrió en esas guerras, en que los Estados mandaron a millones de niños —porque muchos de aquellos soldados lo eran— al matadero?

Lamentablemente, Seidl ha declinado acudir al Festival de San Sebastián a defender su película después de que las acusaciones de explotación a los actores infantiles y a sus familias vertidas por 'Der Spiegel' hayan maximizado una controversia que parte de la temática del filme —que, por cierto, también es la cuestión central de otra película española que se estrenará en breve—, pero que ha traspasado la pantalla y contaminado la intrahistoria del rodaje. Las familias se quejan de que Seidl no les informó de que sus hijos estaban participando en una película sobre un pedófilo, mientras que Seidl se defiende alegando que los padres leyeron el guion antes del comienzo del rodaje y que muchos estuvieron presentes en el mismo, sin que hubiera ninguna queja.

placeholder Ewald y uno de sus espartanos. (Filmin)
Ewald y uno de sus espartanos. (Filmin)

El sábado, Seidl mandó el siguiente comunicado: "Estoy muy agradecido a José Luis Rebordinos por apoyar 'Sparta' desde el principio, a pesar de la presión mediática y de la repentina e inesperada polémica que ha suscitado. Significa mucho para mí. Mi impulso inicial fue ir a San Sebastián y no dejar sola la película en la que mi equipo y yo hemos trabajado durante tantos años. Sin embargo, me he dado cuenta de que mi presencia en la 'première' podría ensombrecer la recepción de la película. Ahora es el momento de que la película hable por sí sola".

Como un chiste cósmico, en esta película mayúscula y llena de matices y cuidadas ambigüedades, Seidl va a experimentar en sus propias carnes lo que proponía para su personaje. Acabará descubriendo dónde se encuentra la línea invisible entre lo tolerable y lo abyecto. El artista, engullido por su obra de arte.

Entre los chistes de tópicos regionales está aquel de humor negrísimo que insinúa que lo más típico de Austria, aparte de la tarta Sacher y de Mozart, son los sótanos donde los austríacos encierran a sus víctimas. Por eso de Amstetten y sus monstruos. Austria es un país que se caracteriza por su belleza decadente, por la alargada sombra de Alemania y el nazismo y por un carácter centroeuropeo muy dado a los demonios personales, si permiten la generalización. Un cineasta como Ulrich Seidl solo podría haber nacido en un lugar como Austria. Quizá Polonia. Sus películas, de personajes alienados y temas incómodos, guardan esa ironía existencialista y retorcida que tanto nos cuesta digerir en los países mediterráneos. Sus paisajes, bañados en un filtro de tristeza, hormigón y asfalto, representan esa Europa central que arrastra siglos de flagelaciones y un pasado pesado y melancólico, como el clima. Seidl, que siempre ha ido un paso más allá de Haneke y ha mostrado intereses mucho menos burgueses—, no ha conseguido, sin embargo, el reconocimiento de su compatriota. Ojalá no lo consiga exclusivamente por la polémica que ha rodeado la película, sino que por fin se ponga en valor una filmografía contundente, personalísima y compleja, con una gran capacidad de agitación sin recurrir a la obviedad.

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