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'Los 50 son los nuevos 30': si tu marido te engaña y tu vida se desmorona... ríete
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'Los 50 son los nuevos 30': si tu marido te engaña y tu vida se desmorona... ríete

Valérie Lemercier coescribe, dirige y protagoniza esta comedia sobre una mujer de mediana edad que después de perderlo todo encuentra otra cosa... casi que mejor

Foto: Valérie Lemercier en fotograma de 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)
Valérie Lemercier en fotograma de 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)

El humor, junto a las formas de blasfemar y las excentricidades gastronómicas —pongamos las criadillas o el Surströmming—, es uno de los rasgos más definitorios de la idiosincrasia de un país: si en España triunfa el chascarrillo castizo, de rascada de entrepierna y palillo en la boca, y en Reino Unido la irreverencia pura y negrísima, al límite del mal gusto —recuerdo haber visto la incorrectísima 'Four Lions' en los madrileños Cines Princesa, donde el público empezó a salir en estampida después del primer terrorista que voló por los aires—, Francia es el principal exportador de comedia burguesa y bienhaciente, esa de contrastes y cambios de rol —el inmigrante descarado y el burgués impedido, los yernos multiculturales y el burgués racista, los provincianos norteños y el burgués estirado— que resulta tan exitosa dentro y fuera de sus fronteras.

Siguiendo el mismo esquema que 'Intocable' o 'Bienvenidos al norte' —'Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?' prefiere tomar una vertiente más zafia—, 'Los 50 son los nuevos 30' es una comedia francesa al uso, ligera, con su dosis justa de drama y sus personajes de clase media-alta, y que busca entretener y a la vez hacer reflexionar a la audiencia sobre problemas del primer mundo, aunque en este caso sin recurrir a los clichés sobre choques culturales, sino sobre los prejuicios respecto a la edad.

Foto: Lemercier en 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)

La cinta prefiere cuestionar tópicos sobre aquello que determina en la sociedad actual el éxito personal, sobre la vida a partir de los 50 años, las segundas oportunidades y el amor en la madurez. Y resulta curioso, por lo exitoso de su fórmula, que esta película escrita, dirigida e interpretada por Valérie Lemercier —ganadora de dos premios César— haya tardado casi un año en llegar a la cartelera española. Quizá porque quedaba todavía demasiado reciente el estreno de 'Vuelta a casa de mi madre', una propuesta con una premisa muy similar a la de Lemercier.

placeholder Lemercier y Denis Podalydès, en uno de los momentos de 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)
Lemercier y Denis Podalydès, en uno de los momentos de 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)

La protagonista de 'Los 50 son los nuevos 30' es Marie-Francine —así es el título original de la película—, una mujer de mediana edad casada con un marido algo simplón y desconcertantemente amanerado con quien no tiene demasiado en común —él no aparenta saber demasiado sobre las amistades de ella ni parece que su matrimonio sea excesivamente fogoso—, un trabajo en un laboratorio como investigadora con células madre, dos hijas posadolescentes y un bonito piso de aspecto caro y cuidado. Pero, de la noche a la mañana y tras una serie de catastróficas desdichas, su vida, tal y como la conocía, se desmorona.

La película cuestiona ciertos prejuicios sobre el éxito, la edad y el amor

Primero, su esposo le confiesa que está enamorado. Y no de ella. De una mujer 20 años más joven. Después, el edificio donde trabaja tiene que cerrar por culpa del amianto encontrado en una revisión: 50 años, sobrecualificada y al paro. Y cuando el marido infiel decide quedarse en la casa y encargarse de las hijas, Marie-Francine se encuentra vagando de anuncio de alquiler en anuncio de alquiler hasta que no le queda más remedio que apelar a la caridad familiar y volver a casa de sus padres. Una regresión a la precariedad juvenil.

placeholder Hélène Vincent y Philippe Laudenbach interpretan a los padres de la protagonista. (Caramel)
Hélène Vincent y Philippe Laudenbach interpretan a los padres de la protagonista. (Caramel)

Lemercier apuesta por un humor que, si bien no es de carcajada, explota la simpatía de unos personajes histriónicos y entrañables que intentan adaptarse lo mejor que pueden a una situación anómala. También recurre a los trucos de las comedias de enredo tradicionales y juega a invertir los roles convencionales: en teoría, con 50 años, uno no suele vivir en casa de sus padres, las madres e hijas no se dan detalles de su vida sexual y las parejas adultas no tienen que ir a buscarse un hotel —a no ser que haya cuernos de por medio— para echar un casquete, porque suelen tener, aunque sea, una cama propia.

Lemercier recurre a los trucos de las comedias de enredo tradicionales y juega a invertir los roles convencionales

Aunque en 'Los 50 son los nuevos 30' el punto de vista es el de una mujer, Lemercier no quiere hacer diferencia entre sexos y coloca frente a Marie-Francine al personaje de Miguel, un simpático cocinero hijo de inmigrantes que se encuentra en una situación muy similar a la de la protagonista y con el que la directora explota las posibilidades de la comedia romántica.

placeholder Otro momento de 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)
Otro momento de 'Los 50 son los nuevos 30'. (Caramel)

Sin embargo, la historia amorosa, siendo la principal —en teoría—, queda eclipsada por las situaciones de enredo familiar gracias a las interpretaciones de Hélène Vincent y Philippe Laudenbach, los padres de Marie-Francine, personajes excéntricos dentro de la cotidianidad burguesa. Por un lado, Lemercier subvierte las relaciones madre-hija a través de tres generaciones de mujeres: si la matriarca trata a Marie-Francine como si todavía tuviese 15 años, las hijas de esta última no tienen pudor en contarle en detalle a su progenitora las intimidades de sus vidas en pareja.

placeholder Cartel de 'Los 50 son los nuevos 30'.
Cartel de 'Los 50 son los nuevos 30'.

'Los 50 son los nuevos 30' conoce perfectamente el terreno sobre el que se mueve: el de una película para todos los públicos, con una simpatía estudiada que evita charcos demasiado cenagosos, un relato asequible y académico, sin demasiadas estridencias y con un regustillo final de reconciliación con la propia existencia. Un poco como tomar de postre un yogur de fresa: en general gusta, alguno lo aborrece y rara vez entusiasma.

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