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Por qué perdemos los papeles con Juan Ortega
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Por qué perdemos los papeles con Juan Ortega

La plaza de La Maestranza es testigo del regreso del maestro trianero después de la inmensa faena que cuajó el 15 de abril y que supone el mayor salto cualitativo de una carrera insólita

Foto:  El torero Juan Ortega lidia su segundo toro durante el festejo de la Feria de la Magdalena. (EFE)
El torero Juan Ortega lidia su segundo toro durante el festejo de la Feria de la Magdalena. (EFE)

Tenía pendiente la buena reputación de Ortega una faena de consagración. Cuajar un toro en Madrid. O en Sevilla. Y lo hizo el pasado lunes. Por esa razón ha adquirido tanta expectación la corrida de este sábado en La Maestranza. Vuelve Ortega después de la aparición del 15-A. Y le acompañan Roca Rey y Pablo Aguado, aunque corresponde al matador trianero replicarse a sí mismo después de haber alumbrado la mejor faena de su vida en presencia del pontífice Morante, como si los muletazos de temple y asombro al noble ejemplar de Garcigrande reivindicaran el derecho al trono.

Juan Ortega se ha convertido en la mayor atracción de la temporada por razones puramente taurinas. Las puramente antitaurinas se fueron consumiendo después de haberse aletargado el culebrón de la espantada nupcial en Jerez de la Frontera. Decidió el maestro ausentarse del altar mayor in extremis, el pasado mes de diciembre, pero el revuelo de la noticia dio lugar a un inesperado debate nacional que no desaprovecharon los medios del corazón ni los programas de mayor audiencia.

Y no es que Ortega fuera un matador conocido. Había adquirido cartel y prestigio entre los aficionados cabales, pero nunca hasta el extremo de convertirse en una referencia del escalafón. Torero de minorías. Exquisito. Y titular de una ejecutoria titubeante que necesitaba la repercusión de un salto cualitativo. Ortega ya había conmovido La Maestranza con el pasmo de su capote. Y volvió a prodigarlo el lunes en un quite por tafalleras, pero el acontecimiento sobrevino con la muleta. Se desmayaba el maestro con la mano izquierda. Toreaba con poder y hondura en estado de genuflexión. Hilvanaba y ligaba los derechazos con una asombrosa despaciosidad, emulando el estribillo al que recurría el ilusionista argentino René Lavand en sus trucos de magia: “No se puede hacer más lento”.

Inspiración, personalidad, estética, naturalidad. La forma y el fondo conjugaron una faena de época. Distinta a todas porque Ortega torea más despacio que nadie. Solo faltaba la solemnidad del pasodoble “Manolete”.

Ortega se ha convertido en la mayor atracción de la temporada por razones puramente taurinas

Lo percibió el maestro -la percibimos todos- como la banda sonora más idónea a la revelación. De acuerdo que Ortega nació en Triana hace 33 años, como Belmonte y Emilio Muñoz, pero se hizo torero en el patio de los califas. Y fue en Córdoba también donde amanecieron sus condiciones.

Se las advirtieron a los nueve años sus profesores en la Escuela de Tauromaquia, pero la carrera de altibajos Ortega no es la de un niño prodigio, sino la de un prodigio adulto que se ha reivindicado en la madurez.

Se desmayaba el maestro con la mano izquierda. Toreaba con poder en estado de genuflexión

Porque estaba más o menos desahuciado. La alternativa en Pozoblanco de manos de Enrique Ponce (2014) no le concedió demasiada continuidad. Hizo bien en terminar los estudios de ingeniero agrónomo y en aceptar una oportunidad desesperada en Las Ventas el 15 de agosto de 2018. La oreja que arrancó al toro de Valdefresno le puso en órbita, tanto como lo hizo una faena excepcional cobrada en Linares en la anomalía de la pandemia (2020). Las cámaras de Movistar documentaron el acontecimiento. Y sirvieron de pretexto al relanzamiento de una carrera que parecía condenada a la marginalidad o la condescendencia del buen ambiente.

De hecho, la explosión mayúscula de Ortega se ha precipitado diez años después de haber tomado la alternativa. La hegemonía del morantismo abrumaba a los toreros de arte, pero el delfín de Triana ha conseguido postularse a la sucesión. Estuvo en el ruedo de La Maestranza cuando Morante cortó el rabo el pasado año. Y fue Morante quien asistió el pasado lunes a la insolencia creativa del colega sevillano. La pureza de los muletazos se correspondía con la inverosímil despaciosidad. Cuestión de ritmo, de cadencia. De mucho valor (nada más peligroso que embraguetarse al ralentí ).Y de sentido de la medida. Incluido el estoconazo.

Resulta que Ortega también ha aprendido a resolver el trance de la suerte suprema. No se le escapan los toros que cuaja. El pragmatismo le distingue de los colegas artistas. Y lleva gente a las plazas. No tanta como Roca Rey, pero mucha más de la que arrastran los toreros de su estirpe.

placeholder Juan Ortega lidia su segundo toro durante el festejo de la Feria de la Magdalena, en la plaza de toros de Castellón. (EFE)
Juan Ortega lidia su segundo toro durante el festejo de la Feria de la Magdalena, en la plaza de toros de Castellón. (EFE)

Coinciden este sábado en Sevilla en la lidia de ejemplares de Victoriano del Río, pero toda la presión se contiene probablemente en las muñecas Pablo Aguado. Sevillano también. Y niño bonito de La Maestranza cuando se destapó con la corrida de Jandilla en la feria de 2019.

El llenazo previsto da idea de la rivalidad, pero no hace falta disponer de una entrada para asistir al desafío. Las cámaras de One Toro democratizan el fenómeno en la recta final de una feria abrileña cuyos principales protagonistas —Perera, Luque, Borja Jiménez, Urdiales— han sucumbido al magnetismo de Ortega en su plenitud y a la suspensión del tiempo.

Lo decía él mismo trasladando al micrófono las sensaciones que se vivieron en los tendidos: “He toreado muy despacito, hasta parecía que (el toro) se frenaba, y ahí la gente perdía los papeles”.

Tenía pendiente la buena reputación de Ortega una faena de consagración. Cuajar un toro en Madrid. O en Sevilla. Y lo hizo el pasado lunes. Por esa razón ha adquirido tanta expectación la corrida de este sábado en La Maestranza. Vuelve Ortega después de la aparición del 15-A. Y le acompañan Roca Rey y Pablo Aguado, aunque corresponde al matador trianero replicarse a sí mismo después de haber alumbrado la mejor faena de su vida en presencia del pontífice Morante, como si los muletazos de temple y asombro al noble ejemplar de Garcigrande reivindicaran el derecho al trono.

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