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El 'Don Juan' de Byron no es el seductor, sino el seducido
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El 'Don Juan' de Byron no es el seductor, sino el seducido

El bicentenario de la muerte del poeta justifica una extraordinaria edición y traducción de Andreu Jaume que enfatiza el retrato del libertino apátrida y hedonista, y que ataca las convenciones del mito

Foto: Portada de la nueva traducción del 'Don' Juan de Lord Byron a cargo de Andreu Jaume.
Portada de la nueva traducción del 'Don' Juan de Lord Byron a cargo de Andreu Jaume.

"Eres un coñazo, un charlatán, un bufón, y a lo sumo un simple mamporrero y nada más". El pasaje entrecomillado no forma parte de la memoria de insultos que ha inventariado Óscar Puente, sino de los epítetos con que Lord Byron degrada a Platón en el canto inaugural de su Don Juan.

Pretendía vengarse del idealismo -ilusionismo- del filósofo ateniense. Y restregarle la expectativa del alma como mensaje disuasorio al hedonismo y al materialismo (en sentido presocrático), entre otras razones porque el Don Juan de Byron es ácrata, apátrida, epicúreo, transgresor... e inacabado.

No alcanzó el poeta británico a terminarlo cuando la infección de una garrapata lo condujo a las tinieblas en 1824, aunque el contratiempo hizo posible que el poema satírico eludiera el “problema” del final. Queda abierto. Y la propia inconclusión no solo redunda en el enigma sobre la condena o la redención que acaso aguardan al libertino, sino que incorpora un matiz de originalidad equivalente a la mayor audacia de todas: el Don Juan de Byron no es el seductor, sino el seducido, el instrumento del poder femenino.

Tiene sentido evocar el poemario mayúsculo de Byron porque se cumple el bicentenario de su creación (frustrada) y porque ha aparecido en español la versión de Andreu Jaume (Penguin), no ya artífice de empresas titánicas en el ámbito de la traducción - de la Biblia del Oso al repertorio de Shakespeare- sino mediador de un trabajo exhaustivo y profundo cuyo rigor ha eludido la tentación de forzar y precipitar las rimas. Las concibe Byron de acuerdo con la tradición y la métrica de las octavas reales (abababcc), pero el gran acierto de Jaume consiste precisamente en haber trasladado el ritmo interior de la partitura, como si fuera más relevante la corriente que el oleaje.

placeholder Ilustración de Lord Byron. (Getty/Hulton Archive)
Ilustración de Lord Byron. (Getty/Hulton Archive)

“El inglés y el español son dos lenguas prosódicamente muy distintas, por mucho que hayan sido educadas poéticamente en una misma tradición”, explica Jaume. “El inglés tiene bastantes menos posibilidades de trabar rimas que el castellano, de ahí que en numerosas ocasiones Byron se vea obligado a forzar los sonidos con asociaciones fonéticas que en nuestra lengua serían obligatorias y martilleantes. En el original, la “ottava rima” se convierte en un feliz reflejo del modelo italiano, pero solo es eso: un reflejo aproximado e irónico que confiere al inglés una gracia especial y aérea. Obligar al español a cumplir con el mismo esquema arruinaría esa levedad y convertiría la traducción en un ejercicio en falso”.

No lo comete Andreu Jaume. Ni tampoco elude la tarea de introducir la obra con un ensayo preliminar cuya enjundia narrativa y académica predispone las mejores condiciones de lectura. “El personaje que presenta Byron se parece muy poco al burlador de Sevilla”, escribe Jaume. “Más allá de su origen andaluz, prácticamente no hay nada que pueda asociarse a las recreaciones más canónicas del mito. En su Juan, Byron puso muchos rasgos de sí mismo como joven excepcionalmente guapo, perseguido siempre por mujeres ávidas y manipuladoras. Y ese es el primer rasgo distintivo del protagonista del poema. Aquí don Juan no es un seductor sino un seducido. El primer gesto revolucionario del poeta consistió en girar las tornas y evidenciar el deseo de las mujeres, algo que resultó escandaloso para la época”.

Visitó el poeta Sevilla y Cádiz, pero fue la Venecia irreal y espectral de Goldoni y Casanova el escenario más propicio a la promiscuidad

El poemario, en efecto, exuda la peripecia existencial y biográfica de Byron. No solo por las cuestiones filosóficas, sino por el desarraigo que describe su condición de vagabundo ilustrado y de hedonista desmedido. Visitó el poeta Sevilla y Cádiz, pero fue la Venecia irreal y espectral de Goldoni y Casanova el escenario más propicio a la promiscuidad sexual, cultural, cosmopolita.

Se vengaba Byron de la Inglaterra previctoriana -y de sus escritores, Wordsworth más que ninguno- como si ya adivinara el advenimiento del puritanismo. Y convertía a su Don Juan en el protagonista de un poema de aventuras que itinera entre España y Rusia. Y que retrata al héroe como esclavo en Grecia, como amante de la emperatriz Catalina en San Petersburgo y como víctima del deseo femenino. Incluido el pasaje del último canto -el XVII- que llegó a escribir antes de morir a los 36 años.

La escena “final” es una parodia del género metafísico con que otros autores eminentes -de Mozart a Molière, de Zorrilla a Kierkegaard- concibieron el descenso del libertino a los infiernos confrontado al fantasma del Comendador. Y es verdad que el Don Juan de Byron percibe un fantasma enigmático en sus estancias, pero se trata de un equívoco y de un travestimiento que encubre el bisbiseo de una amante aristócrata:

“El fantasma, si lo era, parecía el alma
más dulce que jamás acechara bajo capucha
santa, hoyuelo en barbilla, cuello de marfil
se perdía en algo semejante a carne y hueso.
Se abrieron el negro hábito y la capucha siniestra
y revelaron, ay, eso que antes debieron,
en plena, voluptuosa, mas no cubierta forma,
el fantasma de Su alegre Excelencia... ¡Fitz-Fulke!”

"Eres un coñazo, un charlatán, un bufón, y a lo sumo un simple mamporrero y nada más". El pasaje entrecomillado no forma parte de la memoria de insultos que ha inventariado Óscar Puente, sino de los epítetos con que Lord Byron degrada a Platón en el canto inaugural de su Don Juan.

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