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Molière: el día en que murió de verdad el enfermo imaginario
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Molière: el día en que murió de verdad el enfermo imaginario

El 400 aniversario del nacimiento del dramaturgo expone la universalidad y la ubicuidad de su obra, la audacia en la construcción de arquetipos y el humor como remedio a la censura

Foto: Retrato de Molière caracterizado como César. (Nicolas Mignard/dominio público)
Retrato de Molière caracterizado como César. (Nicolas Mignard/dominio público)

El foyer de la Comédie-Française aloja el fetiche de un sillón de piel que Molière empleó en las últimas funciones de ' El enfermo imaginario'. Urge desmentir que el dramaturgo falleciera en el trance del espectáculo premonitorio, pero también procede aclarar que sí lo hizo unos días después, no solo víctima de una neumonía y de una tuberculosis —tenía 51 años— sino protagonista del último sarcasmo. Se moría de verdad el enfermo imaginario. Agonizaba y capitulaba el agitador de la sociedad francesa.

Es la razón por la que trató de neutralizarse la expectativa de una sepultura cristiana. La Iglesia tenía proscritos de la fe a los actores, pero se convino una dispensa regia gracias a la cual pudo alojarse a Molière en el cementerio de la capilla de Saint Joseph. Sin derecho a una lápida identificable. Y expuesto a la compañía de suicidas, herejes y neonatos sin bautizar.

Foto: 'Tartufo, el impostor', dirigida por José Gómez-Friha

La fecha de aquel sepelio clandestino —febrero de 1673— es tan relevante como la de la exhumación. La Revolución acudió a exaltar la ejecutoria iconoclasta de Molière. Y no está claro que los huesos inhumados fueran los suyos, pero tanto valieron pare resucitar al padre de la comedia moderna como terminaron realojados en el cementerio de Père-Lachaise.

Allí pueden homenajearse a la vera del los restos de Jean de la Fontaine, en una suerte de recinto ajardinado. Compartieron época y aventuras el dramaturgo y el fabulista. Y fueron los artífices de un siglo, el XVII, que abrió el camino de la Ilustración bajo la gloria solar de Luis XIV.

Fue el rey Borbón el destinatario de un espectáculo total que Molière y Jean-Baptiste Lully le ofrecieron en el palacio de Chambord. Conocían ambos la afición del monarca a la danza. Y convirtieron 'El burgués gentilhombre' en una sátira premonitoria que caricaturizaba el arribismo de la burguesía. Y que destripaba el esnobismo de su protagonista, monsieur Jourdain.

Podía haber sido el retrato de una época, pero la intuición y el talento de Molière predispusieron la clave de acceso a la condición humana

“No sabía que toda mi vida había hablado en prosa”, le confiesa a su instructor, después de haber descubierto la diferencia con la poesía. Y de haber sido expuesto —y timado— a un curso acelerado de aristocracia.

Podía haber sido el retrato de una época, la lámina de un momento, pero la intuición y el talento de Molière predispusieron la clave de acceso a la condición humana. Es la manera más sencilla o superficial de explicar una cuestión tan compleja como la universalidad. Francia celebra el 400 aniversario del nacimiento de Molière desde el entusiasmo patriótico y desde la totalidad de sus obras, pero el dramaturgo nacional ha rebasado todo sentido de pertenencia. Se le conmemora en París igual que en Dallas o en Johannesburgo. Y se identifica en su teatro la perspicacia en la construcción de arquetipos atemporales. El avaro de Molière es el avaro, igual que su misántropo es el misántropo y que el Tartufo representa a la categoría del impostor.

Foto: Los hermanos Machado

Lo mismo puede decirse del hipocondriaco, del fanático, del libertino, de la beata, del moralista, aunque la vigencia de Molière fuera del espacio y del tiempo, no contradice el impacto en la sociedad a la que perteneció. Y viceversa, pues la ejecutoria de Moliére se resintió de la censura de la Iglesia, del acoso de la burguesía, de las presiones de la aristocracia y de la persecución de los acreedores. Podía haberse ganado la vida como tapicero y camarero real, en la tradición de la familia. O haberse dedicado a las leyes, como estuvo cerca de suceder, pero la pasión por el teatro clásico —Plauto, Terencio— y la epifanía que supuso asistir a una obra de Corneille precipitaron la decisión se pluriemplearse como dramaturgo, actor y empresario teatral. Fundó su propia compañía, el Ilustre Teatro. Trabajó en otras. Y casi siempre tuvo a su vera la influencia de Madeleine Béjart.

Fue su compañera, su musa, su amante. Y su colega de fatigas en las giras provinciales que la compañía tuvo que emprender cuando la censura de París convirtió a Molière en argumento sistemático y persecutorio.

Las dudas de la partida de bautismo se entremezclan con otras que enfatizan el problema de diferenciar la realidad de la leyenda

El teatro representaba la mayor amenaza al sistema. Concitaba a espectadores iletrados e ilustrados, pero también puede decirse que la censura y la presión eclesiástica contribuyeron a afilar el ingenio de Molière. Y proponer un género, la comedia moral, que denunciaba y corregía los defectos de la sociedad con el recurso de la ironía y la carcajada. “Hacer reír a la gente honrada” decía él mismo a propósito de la terapia grupal.

Molière no se llamaba Molière, sino Jean-Baptiste Poquelin. El pseudónimo de origen bretón o normando lo adquirió por razones desconocidas. Conviene recordarlo la vigila de su nacimiento. Si es que realmente nació el 15 de enero de 1622. Las dudas de la partida de bautismo se entremezclan con muchas otras que enfatizan el problema que supone diferenciar la realidad de la leyenda. Y que justifica preguntarse si es cierto o no lo es que Molière vistiera de amarillo el día de la última función. Puede que no ocurriera así, pero el respeto al color prohibido representa el homenaje de todos los actores del mundo.

El foyer de la Comédie-Française aloja el fetiche de un sillón de piel que Molière empleó en las últimas funciones de ' El enfermo imaginario'. Urge desmentir que el dramaturgo falleciera en el trance del espectáculo premonitorio, pero también procede aclarar que sí lo hizo unos días después, no solo víctima de una neumonía y de una tuberculosis —tenía 51 años— sino protagonista del último sarcasmo. Se moría de verdad el enfermo imaginario. Agonizaba y capitulaba el agitador de la sociedad francesa.

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