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Jorge Bustos: "He visto a un periodista, un torero y una arquitecta viviendo en la calle"
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Jorge Bustos: "He visto a un periodista, un torero y una arquitecta viviendo en la calle"

El periodista publica 'Casi', donde habla de los sintecho y de la labor del centro de acogida más grande y antiguo de España

Foto:  Jorge Bustos. (Cedida por Libros del Asteroide)
Jorge Bustos. (Cedida por Libros del Asteroide)

Jorge Bustos llega con puntualidad británica, aparece con gesto un poco tímido y bajando los ojos mientras sonríe: "Es un poco raro, porque al final nosotros —los periodistas— no estamos acostumbrados a dar entrevistas, sino a hacerlas", se excusa, pues lleva unos días sin parar de contestar preguntas para la presentación de su libro. La cafetería donde nos hemos citado se encuentra a tiro de piedra no solo de su propia casa, sino también del motivo que nos ha reunido y que conforma su libro: el Centro de Acogida de San Isidro, apodado cariñosamente (por decirlo de algún modo) el Casi, que es como también se llama la nueva obra de no ficción que Bustos acaba de publicar con Libros del Asteroide.

El Casi es el centro de acogida más grande de España, quizá de Europa —señala el propio autor al principio de su ensayo—, no lejos del Palacio Real, al pie de la montaña urbana de Príncipe Pío, y, según señalábamos, también cerca de la casa del periodista, que se decidió a escribir el ensayo después de mudarse, cuando se topaba continuamente con sus usuarios en el portal. Al salir del metro aparecen: un grupo de tres hombres desayuna una botella de whisky, apoyados en una escalera, cerca de la cafetería. Una mujer desgreñada camina sin rumbo calle abajo. Lo advierte el propio Bustos: "Los turistas se apartan de su camino, los vecinos se debaten entre la repugnancia y la misericordia". A fuerza de fingir que no los vemos, parecen hacerse invisibles.

PREGUNTA. El Casi tiene más de 80 años, ¿cuál es su historia?

RESPUESTA. El Casi lo ha sido todo. Es una institución legendaria de la red de asistencia municipal. Se fundó en 1943 en la posguerra, en esa época había entrado en vigor la ley de vagos y maleantes que es una ley que aprueba la República pero que aplica sobre todo el franquismo, y claro, para el franquismo "vagos y maleantes" era un término muy amplio: los borrachos, los indigentes, las prostitutas... entonces el Casi empezó a acoger a gente de muy diverso tipo. Familias enteras nacieron ahí. Ha sido una penitenciaria, una fundación religiosa —todavía vive una pequeña comunidad de monjas de Hijas de la Caridad—, aunque la titulación siempre haya sido pública, en aquella época el estado de bienestar estaba en pañales, entonces se le dio a las monjas la gestión del centro. De hecho, ahora mismo quedan cinco —monjas— muy mayores, y la Orden de las Hijas de la Caridad ha estado interrumpidamente desde el principio. Ha sido un lugar gestionado en dictadura, en democracia, por gente de izquierdas, de derechas, ateos, católicos... en noviembre de 2023 se hizo un acto muy bonito con motivo de los 80 años al que acudieron desde Marta Higueras a Ana Botella. Es un sitio en el que todo el mundo se conjura para paliar la situación más extrema de pobreza extrema. Y eso que hay lugares donde todavía hay gente aún más dañada, como el Puerta Abierta o La Rosa. No sobran manos precisamente para ocuparse de gente así.

P. Una de las cosas más llamativas que relatas en el libro es la situación de las mujeres sin hogar, que cuentas que "consumen cocaína para no quedarse dormidas porque las pueden violar". Mientras investigabas, ¿qué es lo que más te llamó la atención?

R. Esa anécdota me la contó un trabajador social porque ellas no suelen contar sus traumas ni abrirse, menos a un periodista. Una mujer en situación de calle es la criatura más vulnerable del universo... en determinados barrios se apagan las luces, estás en la calle y estás expuesta a cualquier tipo de peligro. Algunas se echan un chulo que las protege de otros merodeadores porque, según dicen, prefieren que las viole uno a que las violen todos, y si están protegidas por un tío especialmente duro que puede espantar al resto... esta forma de pensar te revela que están en la selva. Es una situación de supervivencia. Y para las mujeres es más difícil sobrevivir que para los hombres. La sociedad a la que nos dirigimos, debido al individualismo cada vez más agresivo, lleva a que cada vez haya más gente en estas circunstancias. Cada día pueden entrar cuatro o cinco personas por la puerta del Casi, donde les hacen entrevistas personales para determinar su perfil y dónde se les puede atender. No es lo mismo alguien que se ha quedado en la calle después de un desahucio que alguien que ha venido en patera o una prostituta. Las mujeres son las más vulnerables y por ello el Ayuntamiento ha creado programas de intervención rápida para sacarlas rápido de la calle, porque si lo consigues tienen muchas probabilidades de reinserción.

"Algunas mujeres se echan un chulo que las protege porque, según dicen, prefieren que las viole uno a que las violen todos"

P. ¿Más que los hombres?

R. Más que los hombres si las coges a tiempo. Sucede igual con los jóvenes, que son más reinsertables.

P. ¿Cómo entra entonces alguien en el Casi? ¿Se mide según la vulnerabilidad, hay una lista de espera...?

R. Sí, tienen lista de espera. Analizan en tres niveles el grado de vulnerabilidad y como hay tantos tienen que hacer una especie de triaje en función de la urgencia. Ponderan capacidad de reinserción, tipo de daño, si es por consumo de adicciones o mental... en una persona sin hogar se dan generalmente todas las formas de desgracia a la vez. No se separa por "aquí están los que tienen problemas psiquiátricos o aquí están los de la heroína". También hay personas que no tienen casa, sobrias y que sus familiares pasan de ellos. Están completamente lúcidos pero quizá lo único que les pasa es que no tienen hogar, pero está bien. 300 personas todos los días en un centro así, cada una con sus problemas... pues ves los mayores ejemplos de humanidad: desde generosidad a la maldad más extrema. Hay racismo, putadas, hay gente que se priva de lo poco que tiene para dárselo al otro, algunos que se enamoran y le suben la cena a la persona que quieren, y también hay gente que ha intentado matar a otros tirándoles a las vías del metro o quemándolos... es un micromundo que exige una inteligencia emocional y una vocación admirable.

placeholder 'Casi', edita Libros del Asteroide.
'Casi', edita Libros del Asteroide.

P. Esta pregunta es un poco cliché, pero después de haber escrito el libro, haber visto e investigado tanto... ¿crees que has cambiado?

R. Hombre, yo creo que no escribimos o leemos para no cambiar nada. La escritura de un libro nos cambia y la lectura de un clásico también. Pero no es mi trabajo como periodista convertirme en una especie de agitador de conciencias, no aspiro a la redención. Los periodistas exponiendo los problemas a lo que aspiramos es a que la gente estimule su imaginación moral. La moral no tiene que ver con el sentimiento o la razón sino con la imaginación, si la tienes muy entrenada puedes ponerte más fácilmente en el lugar del otro, pero si no eres capaz de imaginar el dolor ajeno es difícil que te comportes bien cuando te encuentres con el dolor de los demás. Y al final todos en la vida nos vamos a enfrentar con el sufrimiento, y hay gente mejor entrenada y otra que no es capaz de lidiar con ello. El periodismo y el reporterismo aspiran a mirar allí donde nadie más quiere mirar. Yo nunca aspiré a escribir periodismo social o un libro como este, pero haberlo hecho sí me ha humanizado, porque yo partía del rechazo a las personas sin hogar como mucha gente, cuando tienes que pasarlas por encima para llegar al portal de tu casa. Lo primero que sientes es rechazo, pero a base de entender que algunos de ellos son universitarios o tienen familia o que han tomado malas decisiones pero también han tenido mala suerte pues te detienes un momento y humanizas la mirada. Te das cuenta de que te podría pasar a ti.

"El Casi es un micromundo. Hay racismo, personas que se enamoran… y también hay gente que ha intentado matar a otra tirándola a la vía del metro"

P. Comentas en el libro que cuando recibes en poco tiempo varios golpes traumáticos tienes muchas más posibilidades de acabar en esta situación. Y al final es lo que acabas de decir, que nos puede suceder a cualquiera, pero no te paras a pensarlo. Simplemente estableces una barrera entre "ellos" y "nosotros".

R. Claro, son el otro absoluto. Te puedes identificar con los ucranianos que sufren las bombas de Putin porque los ves parecidos a ti, pero identificarte con un sinhogar que camina con andrajos, que va alcoholizado, que habla solo, que huele mal... parece más difícil, ¿no? Estamos cableados así, establecemos una barrera antropológica, lo hacemos de manera instintiva y para nosotros son casi otra especie...

P. Y creemos que tienen la culpa de lo que les sucede, ¿no?

R. Pensamos que tienen lo que se merecen porque todos somos el producto exclusivo de nuestras decisiones. Esto es mentira, igual que es mentira que no somos responsables de nada y que todo es culpa del sistema o el capitalismo. Son dos trolas, una de extrema izquierda y otra de extrema derecha, y te das cuenta cuando hablas con ellos y conoces sus historias. Se calcula que un 15% son titulados universitarios, yo me he encontrado una arquitecta palestina, un crítico de arte que conoció a Andy Warhol, un periodista que firmó en El País y en El Mundo, un torero... no estamos a salvo por pertenecer a la clase media o tener una familia, no estamos blindados ante la desgracia. Todos vamos a sufrir tres o cuatro traumas devastadores a lo largo de nuestra vida, pero ellos lo sufrieron en muy poco espacio de tiempo (un problema de salud, te enganchas al juego, pierdes la casa, te deja tu pareja)... si encadenas varios golpes seguidos te puedes ver en la calle. Y en cuanto acumulas noches en la calle el nivel de deterioro es terrible. Si pasas un mes en la calle, nunca serás el mismo. Si pasas un año, es muy jodido que salgas de ahí, aunque hay milagros, como Jesús, un pintor del Retiro que pasó ocho años en la calle y cuya norma era que jamás dormiría con la espalda pegada al suelo, porque había conocido a compañeros que por eso se habían vuelto locos y se habían abandonado, pero él tenía un propósito de supervivencia, era consciente de su talento como pintor.

"Si pasas un mes en la calle, nunca serás el mismo. Si pasas un año, es muy jodido que salgas de ahí"

P. De hecho mencionas en el libro a Primo Levi y esto que cuentas recuerda mucho a Si esto es un hombre, cuando un personaje explica que para seguir siendo humano hay que mantener la higiene, lavarse la cara...

R. Justo, Jesús siempre iba a baños públicos y a comedores sociales y dormía en bancos y marquesinas, y eso le salvó. Aunque era alcohólico (su padre también lo había sido y está estudiado que hay una cierta predisposición genética hereditaria), luchó por mantener un último reducto de dignidad. Y el tipo lo ha conseguido, está hecho polvo y ha tenido cuatro trombos, pero el otro día estuvo conmigo en la presentación del libro y te lo cuenta todo con humor, y siempre dice que lo que más le dolía era el desprecio, que durante días y días nadie hablase con él. Algunos acaban perdiendo el lenguaje porque si no hay un receptor al otro lado... solo hablamos porque esperamos ser escuchados.

P. También mencionas a otro personaje —Gonzalo— al que ves leyendo a Faulkner y parece que hay cierta condescendencia en que nos llame la atención que una persona sin hogar esté leyendo a Faulkner, la verdad.

R. Me arrepiento de no haber hablado con él, solo me acerqué y le pregunté qué le estaba pareciendo el libro, y luego cuando le vi otra vez estaba leyendo a Joyce y pensé: joder. Me quedé alucinado. Tienen una pequeña biblioteca en el Casi y se lee bastante. Lucía, que aparece al final del libro también era una apasionada de la novela histórica. Y en el grupo de los que se ponen a beber enfrente de la estación de Príncipe Pío había un exlegionario que era fan de Pérez Reverte. Este Gonzalo, que estuviera en medio del grito y del alcohol y decidiera aislarse para entender a William Faulkner... me pareció increíble. Muchas de las cosas que cuento acabará habiendo gente que me diga que me las he inventado, pero no, tío, es para darse una vuelta un día por el Casi. Es una mina de historias, no tienes que inventarte nada, a veces tienes incluso que rebajarlas.

P. Mencionas varias veces la pandemia, que yo me acordaba del vídeo que ha salido hace poco que parecía todo idílico, con la gente en los balcones... ¿cómo se gestionó?

R. Para la dirección del Casi fue un desafío e iban improvisando sobre la marcha. Al principio creían que iba a ser una masacre con esta gente que tiene todo tipo de enfermedades y patologías previas, y sin embargo no hubo grandes focos de contagio por una cuestión muy desmoralizadora pero rigurosa: nadie se acerca a ellos. Para la propagación del covid necesitas estar a cierta distancia de un ser humano, y ellos forman un núcleo al que nadie se quiere acercar. Funcionó la asepsia del asco: como daban asco estaban aislados. Además, no van a bares, a restaurantes, a discotecas, a cruceros, que es donde se coge el covid. Aun así fue un desafío porque imagínate lo que es no salir durante semanas para personas con graves problemas mentales. Cuento el intento de suicidio de una persona que se tiró de un segundo piso. Fue muy difícil de gestionar por el estrés que supuso pero en términos de mortalidad no fue significativo.

"Durante el covid, no hubo grandes focos de contagio por una cuestión muy desmoralizadora pero rigurosa: nadie se acerca a ellos"

P. También me llamó la atención que en un capítulo hablas de una excursión a Ávila. ¿Son normales ese tipo de actividades?

R. Sí, lo que pasa es que son odiseas. A nosotros nos puede parecer que es poco exótico, pero te aseguro que para esta gente hasta caminar a la pradera de San Isidro... para un grupo de ocho personas se necesitan tres monitores. Imagina para 50. Ahí ayudan las ONG, que asumen la responsabilidad de devolverles a todos sanos y salvos y es muy difícil. La excursión a Ávila tuvo momentos muy berlanguianos, yo veía al voluntario y estaba muy nervioso porque tenía que cuidar a personas increíblemente dañadas, y los que no lo están se ponen a maquinar maldades: cómo robar en la tienda de souvenirs, cómo robar a la guía, cómo robar a un viandante, que sucedió (y luego además de robarle le enseñó la polla y acabó en comisaría). Fue una aventura terrible. A ver, no conviene idealizarlos, no es esta cosa dickensiana de que la pobreza es inocencia. La pobreza te hace peor, pero es que si cada día estás luchando por sobrevivir y tienes que usar tu ingenio... pero al mismo tiempo estas excursiones son muy bonitas porque pasas mucho tiempo con ellos y se abrían más. Te cuentan sus historias, sus adicciones, te mienten. Una mujer llamada Ana Patricia me contó que había estado en las FARC y que coincidió en la cárcel de Brieva con Luis Roldán y que este se enamoró de ella. Sales de ahí hecho polvo pero al ver a los trabajadores sociales también piensas que todavía hay esperanza. Si todavía queda gente que ayuda al más olvidado no seremos una sociedad inhumana, supongo.

P. Y hablando de voluntarios, si yo quiero ir al Casi a echar una mano, ¿puedo hacerlo?

R. Hombre, claro, van a agradecértelo porque siempre faltan manos, sobre todo después de la pandemia. Este es un voluntariado especialmente demandante, las personas sin hogar son el último nivel de la cadena social. Si vas a un orfanato o con viejecitos es más fácil, pero es que estas personas te reciben regular. Es gente que solo ha recibido violencia, entonces no va a creerse que otra persona no tenga intenciones sospechosas. No siempre, claro, luego hay otras que te lo agradecen y en seguida se enganchan y el voluntario se convierte en alguien fundamental para ellos porque no tienen a nadie más.

"No conviene idealizarlos, no es esta cosa dickensiana de que la pobreza es inocencia. La pobreza te hace peor"

P. Hablas de que se puede generar dependencia del centro, ¿cómo evitan que suceda?

R. Es la pregunta del millón, a eso se le llama institucionalización, es decir, son gente tan dañada que cuando les das techo, actividades, comida y atención pues se quieren quedar ahí. El asistencialismo lo que quiere es dar autonomía para que recuperen su vida, ese es el objetivo, pero con personas muy dañadas es utópico pensar que hay un gran número de reinsertados. Pero sí hay un goteo que da sentido, si no se recuperase nadie nunca sería deprimente ser trabajador social. Hay personas que salen de la calle, se van a pisos tutelados y encuentran después trabajos, y hay otras que ven que en los centros pueden vivir y se les da de comer y no quieren esforzarse. Es esta dialéctica: la desatención es inhumana, la atención genera vínculo y este va contra la autonomía. Los más críticos dicen que la propia existencia de los centros es nociva porque les encadena, es una idea muy foucaultiana con eso de la institución como cárcel o control. A mí me parece una exageración y una teoría que llevada al extremo es perversa. Los trabajadores sociales intentan fomentar las actividades, pero es algo muy complicado. Otras personas, por ejemplo, no quieren ir al albergue y cumplir unas reglas sino que prefieren vivir expuestos a agresiones y al frío antes que asumir las normas, pero es que estas nos devuelven la autonomía y la capacidad de convivir. Es muy complejo y nadie tiene la varita mágica.

P. ¿Qué porcentaje de reinserción en la sociedad hay?

R. No te sabría decir un porcentaje pero no será muy elevado en los veteranos. En los que cogen a tiempo sí, hay un índice de rotación muy alto en el Casi o por éxito o por fracaso. Algunos desaparecen sin más, otros van conquistando metas. Hay otros centros, como una pensión que hay en Usera (el programa No second night), con chicas jóvenes que a lo mejor acaban de venir de El Salvador u Honduras, huyendo de las Maras o el proxenetismo y se echan a dormir en el propio aeropuerto, ahí las localiza el SAMUR social, las entrevistan y las redistribuyen a alguna pensión como esta. Ahí sí hay mucho porcentaje de éxito porque las han cogido a tiempo y todavía no se han dejado llevar del todo por el deterioro y las adicciones.

P. Para terminar, hay algo que me sorprende: en los últimos años ya no se ven niños mendigando por las calles, algo que sí sigue viéndose en otros países, incluso de zonas de Europa, como puede ser Bosnia. ¿A qué se debe?

R. Creo que ahí tiene que ver la rápida intervención de los servicios sociales. Una de las trabajadoras del Casi me contaba que a veces llegan mujeres embarazadas que asumen que van a tener que entregar a sus niños, porque saben que no pueden criarlos, son conscientes de ello. En otros países siguen siendo usados para las mafias como medios para obtener limosna. Supongo que deberíamos celebrar que ya no se les vea por las calles, siempre y cuando estén asistidos por instituciones.

Jorge Bustos llega con puntualidad británica, aparece con gesto un poco tímido y bajando los ojos mientras sonríe: "Es un poco raro, porque al final nosotros —los periodistas— no estamos acostumbrados a dar entrevistas, sino a hacerlas", se excusa, pues lleva unos días sin parar de contestar preguntas para la presentación de su libro. La cafetería donde nos hemos citado se encuentra a tiro de piedra no solo de su propia casa, sino también del motivo que nos ha reunido y que conforma su libro: el Centro de Acogida de San Isidro, apodado cariñosamente (por decirlo de algún modo) el Casi, que es como también se llama la nueva obra de no ficción que Bustos acaba de publicar con Libros del Asteroide.

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