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Del exceso a la penitencia: cómo la cultura de la dieta se ha alimentado de las celebraciones religiosas
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Del exceso a la penitencia: cómo la cultura de la dieta se ha alimentado de las celebraciones religiosas

Mientras el Cristianismo pierde adeptos, el culto al cuerpo los gana por momentos. Y, como en cualquier momento de transición cultural, la nueva religión parasita las costumbres y las estructuras de la vieja

Foto: Cena de Navidad para personas sin hogar y necesitadas en Essen (Alemania). (EFE/Christopher Neundorf)
Cena de Navidad para personas sin hogar y necesitadas en Essen (Alemania). (EFE/Christopher Neundorf)
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La bandeja de chacinas, la de dulces y turrones, el jamón en la cocina. La comida no solo forma parte de las celebraciones navideñas en la mesa, sino que conforma el paisaje casi tanto como las luces, el árbol o el belén. La comida es la excusa, es el centro y es el fin.

Su presencia es constante y total, tanto que la temporada de festividades se cierra con un dulce propio, el roscón de reyes. Con ese aro de masa al aroma de azahar se cierra — y comienza de nuevo — el círculo del periodo festivo más largo del calendario y que más impacto en el balance psicológico anual tiene.

Ovalada como el roscón es la trayectoria de la tierra en torno al sol, y en el mismo instante en que se encuentra el haba y se mete en la boca el último pedazo, comienza otro ciclo que, siguiendo cierta lógica pendular, se aleja de la abundancia y se acerca a la contrición.

Normalmente, estas fluctuaciones ocurrían en momentos muy concretos, como lo es la cuesta de enero, y en muchas ocasiones por cuestiones económicas, más que estéticas o morales. Sin embargo, como el signo de los tiempos, estos ciclos se disparan y centrifugan cada vez con mayor rapidez.

Foto: Foto: iStock.

Que las dietas —tal como las entiende cualquiera que esté vivo desde la segunda mitad del siglo XX— no funcionan no es un misterio para nadie. Los estudios científicos indican un 95% de fracasos en la ejecución, mantenimiento y resultados de las dietas y la mera observación cotidiana apunta, también y sin duda, hacia la misma dirección.

Un sistema de merma voluntaria de la calidad de vida y el placer común, que requiere de la disciplina patológica — o milagrosa — de Santa Catalina de Siena, famosa por sus ayunos y penitencias, no parece ser algo muy sostenible en el tiempo, siquiera algo muy humano.

Los estudios científicos indican un 95% de fracasos en la ejecución, mantenimiento y resultados de las dietas

Para muchos, el calendario de festivos es más una cuestión laboral que religiosa. No tengo muy claro hasta qué punto recuerdan los cristianos al niño Jesús, entre gamba y gamba, en Nochebuena, ni cuantos practicantes renuncian a la carne en la Cuaresma.

Conozco, sin embargo, múltiples casos de ritualistas anuales en torno a las dietas, verdaderos actos de purga y restricción colectiva motivados por una fe que nunca se revela como verdadera, pero que con los años no se extingue. Con la culpa a las espaldas y el paraíso de la delgadez como recompensa — el único cuerpo digno de lo divino — los acólitos hacen oídos sordos a las evidencias y, como el catecismo, recitan: el lunes empiezo.

Como todos los credos, una vez establecido en blanco y negro los conceptos de bien y mal, su aplicación da lugar a dobles morales. Lo que es justo en un cuerpo, es injusto en otro; lo que en ocasiones es un pecado, en otras es un premio. Señalar estas contradicciones solo enfurece y refuerza en su fe a los creyentes.

Con la culpa a las espaldas y la delgadez como recompensa, los acólitos hacen oídos sordos a las evidencias y recitan: el lunes empiezo

Supongo que debe hacer algo de placer muy retorcido en el proceso de pecado y penitencia: pasarlo mal para pasarlo bien y viceversa; un tipo de refuerzo intermitente del que es difícil de salir, como ocurre en las relaciones de abuso de poder o de maltrato.

Como la misma religión, la cultura de la dieta cumple una función reguladora: mide el tiempo, aquello que pasa entre los propósitos de año nuevo y la operación bikini. La futilidad del ritual dietético introduce, de nuevo, a los seguidores del culto en la rueda de tareas irrealizables. En conclusión, una pérdida de tiempo más que una herramienta que permita controlarlo.

Si algún lector, entre un cacho de turrón y un pedazo de roscón de reyes, se siente identificado leyendo esta sarta de sinsentidos, le pido, por favor, que elimine la culpa cristiana de estas saturnales descontextualizadas, de estas fiestas del solsticio desmadradas que son las Navidades y acepte los hechos, abandone las supersticiones y disfrute lo que pueda durante las vueltas al sol que nos queden. Felices fiestas.

La bandeja de chacinas, la de dulces y turrones, el jamón en la cocina. La comida no solo forma parte de las celebraciones navideñas en la mesa, sino que conforma el paisaje casi tanto como las luces, el árbol o el belén. La comida es la excusa, es el centro y es el fin.

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