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¿Dónde están los ladrones? Shakira y la ceguera de la riqueza
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María Díaz

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¿Dónde están los ladrones? Shakira y la ceguera de la riqueza

Hace 25 años, Shakira se hacía esa pregunta en forma de canción pop protesta. En 2023 la pregunta ha dejado de ser una incógnita

Foto: Shakira a su llegada a la Audiencia de Barcelona el pasado 20 de noviembre. (EFE/Enric Foncuberta)
Shakira a su llegada a la Audiencia de Barcelona el pasado 20 de noviembre. (EFE/Enric Foncuberta)
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En 2002, la pubertad aún no había terminado de hacer su trabajo conmigo, pero Shakira ya era una estrella. Sony consideró que aquel año era buen momento para lanzar un recopilatorio de grandes éxitos de la artista, el único de su carrera, aunque el material disponible se haya duplicado. Aquel disco terminó en mi pequeña colección personal. Para una niña de once años sin internet en casa, sus recursos culturales lo eran todo en el mundo y como tesoros los guardaba, aumentaba y cuidaba con mimo. Había que sacarles todo el jugo, así que se reproducían todas las canciones, se memorizaban todas las letras y se leían todos los libretos. El texto lo recuerdo con frescura todavía hoy.

Para quien no estuviera allí, Shakira era entonces una artista pop consolidada con años de carrera en castellano, pero que había dado ya el salto al mercado internacional con Servicio de Lavandería, un álbum que se lanzó en español y en inglés con éxitos como Suerte (Whenever, Wherever) u Ojos así (Eyes Like Yours). Aquello fue un punto de inflexión hacia un pop más producido y el giro copernicano que, en mitad de la fiebre del WonderBra y de Victoria’s Secret, consiguió que una legión de chiquillas berreara aquello de "suerte que mis pechos sean pequeños y nos los confundas con montañas". En dos idiomas, para más mérito.

El caso es que el estilo de la colombiana estaba muy lejos aún de reguetones, vallenatos, bachatas y wakawakas. Se trataba de un pop rock suave, con punto de indie intenso y otro de folk indeterminado, que poco a poco se hacía más tarareable y popular. De hecho, recuerdo con claridad cómo el equipo de marketing que aprobó el contenido del libreto consideró una buena idea señalar por escrito que Shakira había rechazado desde sus comienzos en la industria componer o cantar música latina, a pesar, decían, del éxito inmediato que eso le hubiera reportado. En definitiva, otros tiempos.

Respeto al repertorio, casi todo canciones de amor con perspectiva dramática, alguna balada de letra machirula y algo de canción protesta. Porque la primera Shakira tenía un puntillo de cantautora medio hippie, como si de una Alanis Morissette latina y multicultural se tratara. Su canción más política se incluía, por supuesto, en su disco Grandes Éxitos.

Foto: Sede de la SGAE en Madrid (EFE))

¿Dónde están los ladrones? se lanzó como tema principal del disco homónimo en 1998. La canción se pregunta dónde puede haber ladrones y apunta a los juzgados, las escuelas y las iglesias, por poner algunos ejemplos. Shakira hace un repaso por todos los estratos sociales y en todos ellos hay ladrones, dando a entender el tema de la canción: la corrupción institucional y generalizada. La cantante se atreve incluso a sugerir que los ladrones no solo podrían ser los otros, sino también su propio público y hasta, quizá, ella misma.

Por supuesto, aquella miscelánea de amor romántico, política relativista y actitud de espíritu libre me llamaba la atención; estaba en la edad para ello. Sin embargo, cuando se publicó su siguiente disco, Fijación Oral, yo ya tenía mis quince añitos y todo aquel rollo de cantautora global ya me olía a chamusquina. La gasolina había cambiado por completo el panorama de la música popular, hasta cotas que entonces no comprendíamos, y supongo que Shakira y Alejandro Sanz se olieron la tostada, porque ante el miedo a la obsolescencia se liaron la manta a la cabeza con el infame y bien titulado reguetón La tortura. Y claro, por ahí sí que no, porque yo era una cría, pero ya entonces sabía que Daddy Yankee no sería un poeta, pero tampoco era un hipócrita. Hasta ahí llegó mi afición infantil por la música de Shakira.

Foto: Shakira.

Los últimos 18 años restantes de carreta son bien conocidos: colaboraciones, himnos deportivos, ritmos latinos, hipersexualización y pornografía emocional de la mano de Bizarrap. De la Shakira entregada a causas benéficas, con sus raíces libanesas, su cabello alborotado y los pies descalzos, no quedaba ni rastro. No dudó, sin embargo, en sacarse de nuevo aquel alter ego de la chistera cuando le tocó declarar ante un juez.

Porque sí, ella tenía razón entonces, hace 20 años, la corrupción forma parte de las instituciones pero, por suerte, no estamos tan mal y aún se toman medidas cuando se pilla a alguien con el carrito de los helados. Especialmente si el carrito resultan ser más de 14 millones en tres años en mitad de una relación sentimental totalmente mediatizada.

Entonces, de golpe y porrazo, Shakira se olvida de aquella narrativa de la loba y del piquetón y todo se convierte de vuelta en un amor puro, ciego y arriesgado que la había forzado a una vida nómada, desarraigada; un rollito de ciudadana del mundo que podría colar en el cambio de milenio, pero no ahora. Justifica así sus estancias como múltiples, pero fugaces visitas a Cataluña, a veces de horas, para evitar encuentros en, por ejemplo, Bahamas, donde se podían tropezar con su ex. Ya se sabe, el Caribe es un pañuelo. En definitiva, locuras de enamorada que la dejan a una bruta, ciega, sordomuda y poco menos que apátrida.

No me cabe duda alguna de que Shakira no ha mentido, en su narración fiscal-amorosa, ni una sola vez, al menos no en el sentido estricto

Estas declaraciones, además de formar parte de una estrategia legal bastante evidente y burda, dicen más de lo obtusa que puede ser la perspectiva de una persona a la que el dinero le ha abierto el mundo que sobre cualquier tipo de defensa procesal. Porque no me cabe duda alguna de que Shakira no ha mentido, en su narración fiscal-amorosa, ni una sola vez, al menos no en el sentido estricto. Ella, con sus vuelos privados, se ve como una nómada auténtica; ella, con sus casas en tantos continentes, se siente como una mujer sin raíces; ella, con su ejército de empleados, se percibe como la líder de una tribu. Hay más farsa en sus decisiones artísticas y empresariales que en esa mascarada pública ante la Agencia Tributaria y toda España, en la que las cartas estaban sobre la mesa desde el comienzo.

Durante todo ese proceso con la Justicia, sin embargo, Shakira ha revelado una vergonzosa verdad, de sobra conocida, pero frecuentemente olvidada: el dinero provoca ceguera. No solo se trata de una ceguera social, incapaz de discernir ya lo razonable, lo ético, lo legal, de lo que no lo es. Hay otra capa, una especie de dismorfia moral, que congela la percepción propia en la imagen de una persona que ya no es, que ya no existe, pero que el dinero (motivo último de su extinción) se afana en crear la ficción de persistencia. No sé qué verá Shakira cuando se mira al espejo, pero sé que ya no se pregunta más dónde están los ladrones.

En 2002, la pubertad aún no había terminado de hacer su trabajo conmigo, pero Shakira ya era una estrella. Sony consideró que aquel año era buen momento para lanzar un recopilatorio de grandes éxitos de la artista, el único de su carrera, aunque el material disponible se haya duplicado. Aquel disco terminó en mi pequeña colección personal. Para una niña de once años sin internet en casa, sus recursos culturales lo eran todo en el mundo y como tesoros los guardaba, aumentaba y cuidaba con mimo. Había que sacarles todo el jugo, así que se reproducían todas las canciones, se memorizaban todas las letras y se leían todos los libretos. El texto lo recuerdo con frescura todavía hoy.

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