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El empresario anticapitalista que triunfó, fracasó y se sintió profundamente aliviado
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Entrevista

El empresario anticapitalista que triunfó, fracasó y se sintió profundamente aliviado

El argentino Papo Kling fue el artífice de las tiendas Kling a comienzos de los 2000. Tuvo un éxito enorme. Y en 2016 salió de la empresa y todo se acabó. Lo cuenta en 'Fractura expuesta', un libro que se bebe como el agua

Foto: Una modelo con ropa de Kling. (Cedida)
Una modelo con ropa de Kling. (Cedida)

En la primera década de los 2000 en Madrid todavía se vestía feo y desaliñado. Había un sitio, el Mercado de Fuencarral, bastante horrible y decadente, pero que, sin embargo, era el lugar de la modernidad. Estaba en una esquina clave de aquel entonces: entre Chueca y Malasaña. Por allí estaban también todos los garitos de los veinteañeros de la época.

Y por allí andaba también el argentino Papo Kling, que había aterrizado en España "con un trabajo de mierda", después de que su familia se hubiese exiliado a Uruguay con la dictadura. Entre unas cosas y otras acabó montando la tienda de ropa Kling y dando con la tecla de aquella generación: naif, juguetona, algo aniñada y popera. Y de ahí al estrellato, los millones y las franquicias.

Hasta que todo se desmoronó. Hasta que las cuentas no empezaron a cuadrar. Hasta que la generación creció y ya no era tan naif y hubo fallos de estrategia y, en definitiva, el palacete se cayó y Kling acabó abandonando la empresa en 2016 (que cerraría finalmente en 2022). Ahora lo cuenta todo en el libro Fractura expuesta (Círculo de Tiza), que se lee como el agua, que está lleno de dinamismo y que es también un ejercicio de nostalgia y de perdón consigo mismo. Es también el reflejo de una generación, de una época y de un Madrid. Un libro muy regalable para cuarentañeros de hoy.

placeholder Fractura expuesta, de Papo Kling.
Fractura expuesta, de Papo Kling.

PREGUNTA. En el libro señalas que como pequeñoburgués solo tenías dos salidas: o curar el cáncer o hacer la revolución. Tus padres eran militantes de izquierdas que se exiliaron a Uruguay con la dictadura argentina.

RESPUESTA. En mi casa se leía mucho y mal. Todos mis recuerdos de niño son que cualquier rico que anduviera dando vueltas por ahí era sospechoso. Algo había hecho mal. Y crecí con esa especie de mandato. Por tanto, me tenía que dedicar a algo que fuera una causa noble y evidentemente el dinero, el comercio y el mundo de la empresa estaban cercanos al diablo. Cuando llegué a España no dije, "quiero ser emprendedor", sino que llegué con un trabajo de mierda, de ilegal, tenia veintipocos años aunque había llegado en avión, tampoco en patera. Pero tenía esa precariedad que al principio la disfrutaba como una aventura pero después de un tiempo empecé a pensar, "ya está bien, vamos a empezar a hacer algo productivo". No conseguía trabajo porque no tenía papeles y pensé en montarme algo.

Era comienzos de los 2000 y yo andaba dando vueltas por la calle Fuencarral. Andaba con la fauna moderna de la época, iba a bailar electrónica… Aquel era un Madrid muy particular que se empezaba a modernizar a paso gigantesco. El contraste que yo veía con la Argentina deprimida al borde del corralito… aquí había un festival de consumo, de droga, de fiesta… Y yo tenía muchas ansias de crear algo, de ser independiente económicamente, de armar un proyecto artístico que ni siquiera era el mío y al mismo tiempo tenía el peso de decir "en qué coño estaba pensando". Empecé a transitar esa tensión entre lo que quería ser y lo que debía ser. En algún punto la historia de Kling es esa, traicionar a algún Dios.

P. ¿Fue la historia de una contradicción?

R. Sí. Estuve años de psicoanálisis. Yo vivía permanentemente con la sensación de estar enfermo, de hipocondría, malestar corporal, que yo atribuía a los viajes y al estrés, pero lo que tenía era una especie de tornado dentro girando en dirección contraria que me alertaba de esas contradicciones. Uno puede pensar, la vida es un poco eso, sí, pero no todo el tiempo.

P. ¿Hubo alivio cuando todo se acabó?

R. Sí, sí. Cuando yo ya estaba fuera de la empresa y una exempleada me llama y me dice: "Cierra Kling". Y se pone a llorar. Y yo pensé, aquí hay algo extraño, es ella la que está llorando y yo no. Yo tenía una sensación de alivio: por fin se acabó, por fin había muerto la bestia. Yo en ningún momento disfruté excesivamente de nada de lo que sucedía y sí que cuando me puse a escribir esto tenía la distancia suficiente como para empezar a disfrutarlo porque al final fueron 15 años de cosas superguays.

"En ningún momento disfruté excesivamente de nada de lo que sucedía"

P. Vamos al principio. ¿Cómo viviste que Kling empezaba a funcionar?

R. Era una cosa inexplicable. La gente más cercana que me conocía, mis padres… De repente empezaban a ser conscientes de que esto estaba creciendo, de que se estaba formando un circo XXL… A lo mejor era un ejercicio de inconsciencia, de inmadurez, de no estar preparado, y lo viví como algo normal. En ningún momento fui consciente ni del éxito, además que el éxito siempre es algo muy relativo. ¿Qué es el éxito? Todo estamos más o menos de acuerdo en lo que es el fracaso. Pero ¿yo estaba teniendo éxito? Pues no lo sé. Estaba montando algo grande y en algún punto dañino para el medioambiente… es decir, no es todo tan fácil.

P. Bueno, hay un dato clave de qué es el éxito empresarial: estaban entrando millones.

R. Sí, eso es un indicador impepinable. Pero tampoco era una empresa superrentable porque las decisiones que tomábamos tampoco estaban exclusivamente basadas en lo comercial. En un momento se tornó en proyecto artístico, lo que pasa es que cuando tienes una empresa que factura millones, con un montón de empleados, con franquicias… si todas tus decisiones dependen de lo artístico en algo te vas a equivocar.

P. Antes hablábamos del Madrid de los 2000… ¿El Madrid actual no acogería igual un proyecto como Kling?

R. Yo creo que no. Aquel era un momento y un lugar… Cuando empezó la marca apenas la gente tenía email y no existían las redes sociales, no existían conceptos como la viralización, los memes… Una transferencia tardaba tres días y a China diez días… Hoy es todo instantáneo, rápido, acelerado… Incluso la moda. Cuando apareció Kling nosotros hacíamos una pequeña interpretación de la época, hoy la moda es una carrera contra el tiempo. Es todo el tiempo la novedad, lo efímero, lo nuevo… No sé si Kling hoy podría nacer en un Madrid, una España, un mundo como el de hoy… Sería otra cosa. Kling tuvo sentido porque había una generación que cuando se hizo grande desapareció. Y perfecto. Fue un momento para una gente y se acabó.

"Hoy es todo el tiempo la novedad, lo efímero, lo nuevo… No sé si Kling hoy podría nacer en un Madrid, una España, un mundo como el actual"

P. Pasó con Kling y con otras que tuvieron su momento en aquella primera década de los 2000. Quizá dieron con la tecla de una determinada generación, un determinado momento con esa ropa un tanto naif, cuqui, juguetona… con colecciones más pausadas, tampoco había una compra tan impulsiva, no se compraban 20 camisetas del tirón… Y todo ese mundo desapareció. Ahora lo que existe es Shein y derivados. Antes hablabas del medio ambiente…

R. Sí. Yo creo que si no nos vamos a la mierda como civilización en 30 años estas cosas en algún momento las van a tener que regular. Así como se está metiendo mano para que la gente no coja vuelos de menos de 45 minutos si tiene transporte en tren de alta velocidad, hay un montón de cosas en el tema de la moda, independientemente de si comprar ropa de calidad es elitista porque es más caro… Lo de la democratización de la moda me parece fantástico, ahora, si eso significa una logística descomunal, unos precios tirados y unas condiciones laborales pésimas… La verdad es que yo no quiero que democraticen la moda. La moda, en general, siempre apela a estos conceptos confusos como el greenwashing, lo sostenible, la circularidad… Y en realidad son eufemismos que lo único que hacen es postergar la decisión de regular un sector que es el segundo más contaminante del planeta después del petrolero. Todo bien con Inditex, es como un orgullo patrio que nadie quiere tocar, y se estudia en las escuelas de negocio…, pero una cosa es una cosa y otra cosa es que esto de la moda es insostenible. Alguien va a tener que meter mano en algún momento, o la Unión Europea, o los gobiernos o quien sea porque tampoco se puede apelar a la responsabilidad individual. Si a nosotros como consumidores nos han tratado como idiotas durante 30-40 años ahora de golpe si modificamos nuestros hábitos de consumo solucionamos todos los temas medioambientales… Es mentira. Hasta que no se les meta mano a las corporaciones no hay nada que pueda solucionarse.

placeholder El empresario Papo Kling. (Cedida)
El empresario Papo Kling. (Cedida)

P. ¿Cuándo notaste tú que, como dijo el otro, se empezaba a joder el Perú en el mundo de la moda?

R. Hubo varios indicadores. Uno fue en una fábrica en Asia. Yo no solía ir mucho a las fábricas porque allí no pasa gran cosa, uno va a las oficinas de los fabricantes… pero un fabricante me llevó a una de ellas. Era una fábrica descomunalmente grande en China. Entré a un hangar central, en mitad de la fábrica, con techos de 20-25 metros de altura y estaba lleno de barriles como los que almacenan gasolina. Pregunté qué era y me dijeron que era solamente para la colección mía que estaban haciendo en ese momento. Yo hacía doce al año. Y dije, "¿qué tienen? ¿Algodón?". Y el proveedor se rio y dijo: "No, tienen acrílico. La ropa no es solo de algodón. Es algodón en un 10% y el resto es plástico". Y ahí es donde uno empieza a tener la noción de la magnitud de la tragedia. Al final, consumiendo, fabricando, estamos como alienados, no vemos todo este backstage de la moda. El otro momento fue cuando empecé a ver que toda esta expansión y todo el deseo de crecimiento, estas ganas de abrir más tiendas, más colecciones, más franquicias, nuevos productos… no respondían tanto a un deseo mío personal como emprendedor sino a una sociedad de mercado. A una narrativa que de alguna manera te llevaba a crecer. Había que crecer. ¡Y es un error! Perfectamente uno se puede quedar con un proyecto interesante como el que teníamos nosotros con cuatro o cinco tiendas, las diez chaladas que nos compraban y todos felices.

P. ¿Qué impidió ponerle freno? Si tú además no querías…

R. Al final vivimos en una sociedad que por más listos que nos creamos, por más a salvo que creamos que estamos de los mandatos, somos animales sociales, culturales y estamos arrojados a este mundo. Estamos un poco a expensas de lo que sucede. Ojalá en un par de generaciones el hecho de crecer o no crecer pueda reemplazar como paradigma al neoliberal que ahora mismo está en su máximo apogeo. Hay que crecer y crecer como si fuera a acabarse todo mañana.

P. ¿No está esta tendencia neoliberal llevando a una uniformidad en el vestir? Tú que lees a filósofos franceses, parece el triunfo del hombre-masa que decía Deleuze. Todo el mundo quiere ser como todo el mundo. Hace tiempo que quedaron atrás las tribus urbanas…

R. Sí, es un fenómeno neoliberal. Ves las calles de compras en todas las ciudades y son todas iguales también. Y entras a cualquier casa de Madrid y ves los mismos muebles de Ikea. Es decir, hay una tendencia a la uniformidad. Y la gente busca en esa uniformidad sentirse reconocido dentro de una selva en la que es difícil vivir. Hay unas crisis de las generaciones jóvenes y de las nuestras… Hay unas fobias sociales horribles, a la gente le cuestan los vínculos con otros. Se ha reemplazado la forma de ligar, la forma de follar, la forma de comunicarse… Todo se ha reemplazado a una lógica binaria de sí, no, me gusta o no me gusta, like, dislike… Y los seres humanos somos gente tridimensional, no podemos reducirnos a ceros y unos. Vivimos una época compleja, no mucho más que otras como la de la posguerra, que debió ser…Pero claro, cada generación tiene sus problemas y la de la nuestra es esto.

"Hay una tendencia a la uniformidad. Y la gente busca en esa uniformidad sentirse reconocido dentro de una selva en la que es difícil vivir"

P. Hay quien diría que es el triunfo del algoritmo.

R. Definitivamente. Creo que gran parte del relativo éxito que pudo tener nuestra marca en su momento fue que huía del algoritmo. En ese momento no se llamaba algoritmo, pero hacíamos un poco lo que nos gustaba. Y eso tiene que ver con salir del algoritmo. Hoy en día se dice, a ver, qué es lo que más se vende y el algoritmo te dice, "vestidos negros", y todo el mundo se pone a hacer vestidos negros. Y si fabricas vestidos negros los vas a vender y el algoritmo te va a volver a decir que lo sigas haciendo. Pero claro, vender abrigos de pelo naranja XXXL es una carta de presentación.

P. Kling triunfó en la era pre-Instagram y en un momento en el que el Mercado de Fuencarral, que sale mucho en tu libro, era bastante feo pero muy interesante.

R. Yo lo defino como el sitio donde nada de lo que debería haber en una sociedad civilizada estaba. Le tengo muchísimo cariño. El otro día me llamó su dueño, Ramón Matoses, a quien le dedico unas páginas. Me dijo que había leído el libro y que le dio mucha nostalgia. Es que al final era un lugar que por más que era feo, un desastre… tenía mucha identidad. Tenía eso que hoy no encuentras en el centro de las ciudades. Un lugar feo, mal puesto, con todo mal pero muy cargado de identidad y de una imagen que a nuestra generación la marcó para bien o para mal.

P. ¿Caminas mucho por las zonas donde estaban tus tiendas? ¿Cómo ves ahora a este Madrid del 2023?

R. Yo estoy enamorado de esta ciudad. Amo esta ciudad como creo que no amé ninguna ciudad en mi vida. Ahora, hecha esta salvedad, veo que aguanta mucho mejor que otras ciudades españolas y europeas. Tiene algo, más allá de la gentrificación, la homogeneización, que sí, que es cierto, hay algo cuando caminas por Lavapiés, Malasaña o Justicia (Chueca), que se ha vuelto un sitio megapijo, pero hay algo que la salva. No sé si es el espíritu cañí, esa decadencia que arrastra de la época de la movida… pero hay algo que se mantiene intacto. Madrid tiene esa cosa mágica como si siempre mantuviese esa identidad de la que hablábamos. Ahora no está el Mercado de Fuencarral, hay un Decathlon, pero hay otras cosas. Ahora Madrid es bonita, en los 2000 era cualquier cosa menos bonita, pero tenía ese imán innegable que tiene esta ciudad a la que la gente llega y no se va.

P. Para terminar, antes hablábamos del alivio, pero no sé si este libro también ha sido un poco hacer las paces con la marca, contigo mismo y con esa época.

R. Sí, eso resume perfectamente el libro. Cuando terminé el libro me dije, pues valió la pena. Porque al final es una aventura que uno se dio el lujo de vivir en un momento único de la vida, que es el que va de los veintipico a los treintaypico y que uno no es consciente de lo feliz que es, y se da cuenta después. Y también fue el hecho de decir, y esto fue y estuvo bien y se acabó y pasamos página y no pasa nada.

placeholder Modelo de Kling.
Modelo de Kling.

P. ¿Y en qué líos estás metido ahora? Algo que igual no resulte tan contradictorio como montar una empresa de éxito cuando se rechaza esta selva tan neoliberal.

R. Es difícil porque cuando empieza el tema de los empleados, de los proveedores, uno tiene que aceptar que hay una especie de pelea y tensión permanentemente porque hay que repartir la torta rápido y coger el trozo más grande… Pero bueno, se pueden hacer cosas interesantes. Me metí un poco en la gastronomía, también escribo, produzco un programa de filosofía, tengo un proyecto cultural… Se puede buscar hackear un poquito el sistema.

P. Se puede ser decente.

R. Sí, sí, tampoco quiero estar andando con el dedito diciendo que el empresario… No, no, no tengo nada contra el emprendedor, el empresario, ni siquiera contra el millonario. El tema es qué se hace con eso. Pero sí, hay que buscar hackear algo el sistema y hacer cosas que valgan la pena.

En la primera década de los 2000 en Madrid todavía se vestía feo y desaliñado. Había un sitio, el Mercado de Fuencarral, bastante horrible y decadente, pero que, sin embargo, era el lugar de la modernidad. Estaba en una esquina clave de aquel entonces: entre Chueca y Malasaña. Por allí estaban también todos los garitos de los veinteañeros de la época.

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