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Esto no va de más esfuerzo ni de estoicismo: al trabajo (y a todo lo demás) hay que ponerle mimo
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Paula Corroto

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Esto no va de más esfuerzo ni de estoicismo: al trabajo (y a todo lo demás) hay que ponerle mimo

No se trata de deslomarse ni de aguantar como jabatos lo que a uno le echen, sino de generar una cultura del cariño con el que se hacen las cosas. Empleados y empleadores. Solo así salen las cosas bien

Foto: Imagen de la obra 'Forever', de los Kulunka Teatro.
Imagen de la obra 'Forever', de los Kulunka Teatro.
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El otro día vi la obra de teatro Forever en el teatro María Guerrero de Madrid, que es, además, uno de los más bonitos de la capital. Era una obra de máscaras, es decir, teatro gestual en el que no decían ni una palabra. Y no sé cómo lo hicieron, pero la compañía vasca Kulunka teatro creó magia. Enseguida todos nos metimos en la historia, nos reímos, lloramos y disfrutamos. Yo tenía detrás a unas señoras que la gozaron pero bien. Ocurrió eso que a veces pasa en el teatro y es maravilloso: termina una obra, miras a los ojos a otro espectador que no conoces y os sonreís porque reconocéis lo bien que lo habéis pasado.

Después, leyendo sobre la obra, me enteré de que los chicos y chicas de Kulunka habían tardado en montarla dos años. Más de 600 días para una obra de 105 minutos. Leí que ensayaban mucho las escenas, las grababan en vídeo, cambiaban cosas, otras las aprobaban y otras, directamente, a la basura. Un trabajo hecho con cariño, con delicadeza, con mimo. No un aquí te pillo, aquí te mato y venga, vamos p'alante y lo que salga. Y el resultado, ya les digo, una pasada.

Como estamos a final de año pensé estos días también en las obras de teatro que más me habían gustado y las que menos de las 16 que he visto. Después de esta Forever me acordé de —bueno, para ser sincera, las tengo todas apuntadas con sus notitas respectivas—, Rabia, el monólogo que se marca Claudio Tolcachir sobre la masculinidad, al igual que el de Carmelo Gómez en La guerra de nuestros antepasados, basado en un texto de Delibes. Los dos le ponen un corazón enorme y se nota que les gusta mucho lo que hacen. Así me lo dijeron. Gómez, literalmente en una entrevista: "Recuerdo que llegábamos a los teatros y me decían, 'pero Carmelo, hombre, ¿tú te vas a poner aquí a montar?'. Y decía: 'Sí, a montar, a desmontar, a pintar, a colocar focos, recogeré y me marcharé, y después me tomaré una cervecita con mi gente, que somos tres'. Y era así, y nos entraba después una risa tonta que no sé ni por qué. Yo eso nunca lo había vivido, ¿sabes? Yo viví que me llevaban, me traían, que había unos cochazos en la puerta que te mueres, que iba siempre en primera… pero ahí no sé si estaba la felicidad completa”.

placeholder El actor Carmelo Gómez durante la representación de la obra 'Las guerras de nuestros antepasados'. (EFE/Villar López)
El actor Carmelo Gómez durante la representación de la obra 'Las guerras de nuestros antepasados'. (EFE/Villar López)

Luego pensé en Prima facie, de Vicky Luengo, otra que se deja las carnes en el escenario —la tienen ahora en los Canal de Madrid, aunque dudo de que haya entradas— y en La discreta enamorada, con una Joven Compañía de la CNTC que está en su salsa en el Teatro de la Comedia. Lo que nos pudimos reír. Y ellos. Cuando ves cómo miran los actores cuando termina una obra intuyes lo a gusto que han estado. Estos chicos estaban felices.

En definitiva, cinco obras de esas que dices: qué redonditas, qué bien están hechas y qué cuidadas. Como apunte: ahí hay teatro público (CDN, CNTC, estatales; y Canal, Abadía, de la Comunidad de Madrid) y privado (Teatro Bellas Artes, de la productora Pentación).

Después recordé las que menos me gustaron: Cielos, de Wajdi Mouawad —es uno de los actores de la película Anatomía de una caída, por cierto—, Villa y Marte, de Ron Lalá, Iribarne, de Esther Carrodeguas, El libro del mormón, dirigida por David Serrano (musical), y Y… lo que el viento se llevó, dirigida por José Troncoso. Aquí hay también teatro público (CDN, Abadía), y privado (Pavón, con dos obras; y Calderón, de Som Produce).

Lo que pensé de estas últimas es que, en algunos casos, principalmente las que se estrenaron en el teatro Pavón, estaban desganadas, como hechas con prisas, como cogiendo textos/temas/formas que (casi) se saben que van a funcionar, todo en una batidora y adelante. Además, el Pavón lleva ya muchos años con problemas en su infraestructura: es un teatro en el que casi siempre hace frío, que parece que se te va a caer encima. Un teatro descuidado. Y si pones una obra que no funciona… La experiencia es aterradora. Me consta que ha pasado con varios montajes, más allá de los que cito.

placeholder La actriz Vicky Luengo en otro momento de 'Prima facie'. (Pablo Lorente)
La actriz Vicky Luengo en otro momento de 'Prima facie'. (Pablo Lorente)

No es esta una crítica al teatro privado. Ni a nada que se hace de forma privada. Todo empresario quiere ganar dinero —y los empleados también queremos comer y vivir— pero hay maneras de que no se te vea tanto el plumero. Hay empresas teatrales a las que les gusta a lo que se dedican, que quieren rentabilizar y llegar a un público amplio, pero también hay corazón detrás, también hay ganas de que el espectador disfrute con algo bien hecho. A mí me pasó con Las guerras de nuestros antepasados, por ejemplo. Y luego hay otras que no, que van a la pela, a lo precario, a sacar la mayor tajada, salga como salga. No olvidemos otro problema no menor: esto no debería ocurrir en el teatro público y también pasa, sobre todo en estas recientes temporadas cuando las programaciones cambian cada vez y no hay tiempo de disfrutar de nada. Cuántas veces he intentado ir al CDN, al Español, al Matadero o al Canal y ya ni entradas, ni fechas ni reposición que valga. Todo deprisa y corriendo.

De lo que se trata es de generar una cultura del mimo y del cuidado con el que se hacen las cosas. Y hablo de empleados y empleadores

Esta reflexión me lleva al puerto de ese mantra tan actual del esfuerzo y el estoicismo porque creo que para hacer las cosas bien no se trata de nada de eso. No se trata de deslomarse, de matarse mil horas trabajando y que los trabajadores estén a disgusto. Tampoco se trata de aguantar como jabatos, de asimilar todo lo que venga, de tirar millas con lo que haga falta. De eso de tú aguanta que ya te ganarás el cielo. Eso solo lo piensa alguien que quiere sacar algún provecho de ti.

De lo que se trata es de generar una cultura del mimo y del cuidado con el que se hacen las cosas. Y cuando hablo de mimo hablo de empleados y empleadores. Hablo, en definitiva, de ponerle corazón, pasión, ganas y cariño. Porque cuando lo hay lo percibes en las cosas bien hechas. Y cuando no lo hay, también.

Me ha quedado una columna muy navideña. Felices fiestas.

El otro día vi la obra de teatro Forever en el teatro María Guerrero de Madrid, que es, además, uno de los más bonitos de la capital. Era una obra de máscaras, es decir, teatro gestual en el que no decían ni una palabra. Y no sé cómo lo hicieron, pero la compañía vasca Kulunka teatro creó magia. Enseguida todos nos metimos en la historia, nos reímos, lloramos y disfrutamos. Yo tenía detrás a unas señoras que la gozaron pero bien. Ocurrió eso que a veces pasa en el teatro y es maravilloso: termina una obra, miras a los ojos a otro espectador que no conoces y os sonreís porque reconocéis lo bien que lo habéis pasado.

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