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¿Qué fue de Carmelo Gómez, el actor que lo ganó todo en los 90? "El cine se acabó"
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Entrevista

¿Qué fue de Carmelo Gómez, el actor que lo ganó todo en los 90? "El cine se acabó"

Fue la cara masculina omnipresente de las salas españolas hace tres décadas hasta que, hastiado de la industria, regresó al teatro, donde ahora triunfa y de donde no quiere moverse

Foto: Carmelo Gómez. (Cedida)
Carmelo Gómez. (Cedida)

Durante los años noventa no hubo película buena en la que no apareciera Carmelo Gómez (Sahagún, León, 1962). Desde Días contados a El perro del hortelano, Secretos del corazón y todas las que filmó con Julio Medem convirtiéndose casi en su muso. Y se llevó también un montón de premios. Gómez, con esa voz grave y ese acento castellano seco, era el galán de la década. Pero un día, este leonés que había viajado a Madrid en los ochenta para estudiar Arte Dramático, dio el portazo al cine. Era 2014, ya se había pasado el fulgor noventero y Gómez decidió que no quería seguir más en "esa puerta giratoria en la que te mete el cine y en la que tienes que estar y si no estás, no estás". Y regresó a los escenarios, donde había empezado con la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

placeholder Carmelo Gómez en 'La guerra de nuestros antepasados'. (Cedida)
Carmelo Gómez en 'La guerra de nuestros antepasados'. (Cedida)

Gómez había vivido años en los que le traían y le llevaban, siempre viajando en primera, siempre con "unos cochazos en la puerta que te mueres". Pero descubrió que aquello, incluidos los premios, las fiestas, el glamour, las alfombras rojas, no le hacía feliz. Ser actor de cine no le permitía un desarrollo ni siquiera jugar. Y ya no le llegaban proyectos como las películas "comprometidas y cañeras" que había hecho en los noventa. La industria, para él, se había acabado. No fue fácil tomar la decisión. "Tuve que mirar las cosas a la cara para ver realmente que no era eso lo que quería".

El teatro le resarció, aunque, como él mismo reconoce, en una escala menos masiva. Lo hizo, entre otras, con su proyecto personal A vueltas con Lorca y lo está haciendo ahora con Las guerras de nuestros antepasados, un texto pacifista de Miguel Delibes dirigido por Claudio Tolcachir, adaptado por Eduardo Galán y en el que comparte cartel con Miguel Hermoso. Este 25 de enero se estrena en el Teatro Bellas Artes de Madrid y llega precedido por muy buenas críticas. "Es que este autor toca la fibra porque conoce muy bien a los españoles y a este país", reconoce Gómez en esta entrevista realizada por teléfono en la que da muestras de que ha encontrado su lugar, su tranquilidad y que, ahora sí, está muy feliz con su oficio. A veces hay que saber parar e irse.

PREGUNTA. Las guerras de nuestros antepasados… ¿Qué vigencia la de Delibes, no?

RESPUESTA. Si nos ponemos a mirar, la guerra está siempre de actualidad rabiosa y rabiosamente desagradable porque parece que es algo que el hombre no se lo puede sacudir de encima… y yo creo que por ahí va la cosa. El dibujo que hace Delibes es que la violencia es inherente al ser humano, que nacemos con ello, igual que con otros valores, pero también contra valores como la destrucción, la competitividad, el desprecio… Y de repente nos encontramos aquí con esta denuncia de una manera que a mí me parece simpática porque en el fondo hay una gran simpatía en esa sequedad que tiene a veces el castellano… y ya de entrada el personaje se llama Pacífico.

P. Manuel Gómez Pereira le ofreció hacer este personaje y esta obra hace años pero dijo que no porque no se sentía preparado. ¿Qué ha cambiado?

R. Sí, sí. Es que cuando me lo propuso estábamos haciendo cine y yo estaba muy enganchado con el cine. Y el teatro me daba pánico, sobre todo cuando había mucho texto. Siempre le he tenido mucho respeto. Y cuando apareció esa historia, aunque yo tenía la edad del personaje, no me veía preparado para afrontar un proyecto tan grande. E hice bien. Yo sé ahora la magnitud del personaje también porque ahora he sido capaz de hacerle una lectura más a fondo. Pasa muchas veces. La edad de Hamlet es la edad de un príncipe, pero no lo puede hacer un chavalillo porque Hamlet es un tremendo dilema existencial de una persona que se plantea las cosas como no se plantean hoy con esa edad, con lo cual para entenderlo tienes que tener unos pocos más de años. Con esto pasó igual. Yo con esa edad no podía entender la profundidad de la violencia. Mi cuerpo no había sentido hasta qué punto están los mandatos del ancestro, de la educación, del padre, del campo, de la tierra castellana, de la competitividad brutal, todo eso del primer amor que cala en tu vida y te marca para siempre. Pero en este momento sí me pilló con capacidad para reflexionar sobre todo eso.

"Como hombre, tener que demostrar ser hombre es realmente un coñazo. Existe eso de tener que estar a la altura de lo que te pide el grupo"

P. ¿Y qué reflexión se hace? ¿Esa violencia la ha visto muchas veces como hombre? Y me refiero desde el punto de vista del ser masculino.

R. Delibes hace decir al personaje que en algún momento su padre, su abuelo y el bisa le llaman marica, maricón y le llevan al médico porque no es suficientemente hombre. ¿Por qué? Porque no llega su guerra y no está a la altura del resto de los chavales del pueblo. ¡Y pues claro que todos hemos vivido esa sensación! Te hablo como hombre porque hay que demostrar ser hombre. Y como hombre, tener que demostrar ser hombre es realmente un coñazo. Algún día se podrá hablar de todo esto porque ahora estamos en otra lucha, pero es verdad que existe eso de tener que estar a la altura de lo que te pide el grupo, la sociedad. Y yo lo he vivido como hombre, eh. Y luego está la mujer, que en la función está muy presente porque, aunque no esté colocado físicamente por el autor, no se hace otra cosa que hablar de la mujer. ¿Qué pinta la mujer en un mundo en el que solamente la guerra es un valor tangible para la familia? Pues la mujer lo que hace es sostener todo eso y decir: "Dichosas guerras, cuándo se acabarán las guerras". Realmente no había, pero la vivían constantemente en la casa. Bueno, pues todo eso es algo que se hereda. Y yo de todo esto también sé porque he vivido cosas así en el pueblo.

P. ¿Se ha sentido incómodo por tener que demostrar virilidad, hombría, todas estas cosas testosterónicas de las que se habla tanto ahora también?

R. [Risas] Ahora estamos en unos momentos de confusión generalizada. Yo creo que todo está subido por arriba porque ya nadie sabe muy bien dónde están los centros. Pero yo sí viví eso… De alguna manera, la violencia educacional que implica que tengas que estar a la altura de una masculinidad comprendida como buena en ese momento. Yo en el pueblo tenía dificultades más que los demás para encontrar una chavala y tener tu primer historia de pasión detrás de un matojo de hierbas en el río. Yo sí que sentí esa pequeña injusticia. Pero luego resulta que salí del pueblo y cambió todo.

placeholder Carmelo Gómez en la obra de Delibes. (Cedida)
Carmelo Gómez en la obra de Delibes. (Cedida)

P. De hecho, ¡se convirtió en el galán de las películas!

R. Eso es acojonante [risas]. Todo el mundo a mí alrededor diciéndome, eres seductor, eres esto, lo otro, y yo, ¡pero cómo puedes decir eso! Yo nunca he sido consciente de eso. Yo he tenido una relación con la mujer que tiene mucho que ver con mi madre y que es de un extraordinario respeto y que algunas veces más que respeto era un poco de miedo. Sí, yo sentía que era una cosa que a mí no me correspondía… Hasta que salí de allí y todo lo que yo hacía eran valores y valores y valores y todo fue fácil. Pero mi infancia fue muy diferente a todo lo que viví después.

P. Esta obra es un alegato antibelicista, pero si defiendes la paz en una situación como el conflicto de Ucrania puede que te llamen hasta blandengue. Otra etiqueta: el hombre blandengue.

R. Sí, la palabra es blando, sí. Pues sí, ahora te pueden llamar blando por cualquier cosa y parece que es el insulto más grande. Blando que puede ser un sinónimo de sensible. Y ese es el mal que tiene Pacífico y es por lo que le llevan al médico. Porque es demasiado sensible, es decir, es un tipo raro, y a lo mejor es marica, y a lo mejor afeminado, y que lo vea el médico porque este niño no va bien. Y a mí me pasaba lo mismo. Cuando llegaba la matanza todo el mundo iba a ver el espectáculo. Y a mí el espectáculo de la sangre nunca jamás me ha gustado. Y yo he vivido la violencia sobre mí para que yo tuviese que afrontar ese momento con arrojo, como hacen los hombres. Pero yo me marchaba corriendo en cuanto veía al bicho gritar, y mi padre detrás de mí, y me agarraba, y a la fuerza me hacía coger al animal. Bueno, pues porque tenía miedo de que yo no tuviese lo que tenía que tener en ese entorno social. ¿Y ahora hablamos de las guerras? Pues si es que es lo mismo, si es que no hemos parado. La huella de la violencia es como un lago en el que el agua se va moviendo más y más, y al final son olas las que llegan a la orilla y es muy difícil parar eso ya.

"El personaje es sensible, es decir, a lo mejor es marica y que lo vea el médico porque este niño no va bien. A mí me pasaba lo mismo"

P. La matanza, las monterías, la caza, el entorno rural castellano con todo eso… Hay una violencia ahí que parece difícil de despegar de las entrañas culturales.

R. Es el ancestro, sí. Son las costumbres que, como decía mi padre, se convierten en leyes. Pero claro, son leyes rígidas en las que no hay ningún resquicio para que tú te construyas personalmente como a ti te gusta. Entonces eso es una olla… De hecho, nosotros, de chavales hacíamos batallas y se construían bandas. Había dos, tres bandas en un pueblo de unos 4.000 habitantes entonces, y si no pertenecías a ninguna de esas bandas te hacían torturas. Pero es que te hacían daño, eh. Conozco a un chaval al que lo fueron corriendo kilómetros, y lo ataron al poste de la luz, y ahí lo dejaron toda la noche; y sus padres no sabían dónde estaba. Es decir, crueldades de esas… Y yo, poco a poco, me fui recluyendo cada vez más al corral y a las gallinas y allí pasaba las tardes más a gusto que la leche. También es una oportunidad para mirar a tu alrededor.

P. ¿Es posible enseñar a los chicos jóvenes ese ancestro de una forma positiva y que no les presione como le presionó a usted? Es decir, ¿es posible enseñar a los jóvenes de esos entornos la no violencia?

R. Ahora no les presiona nada. Ahora no sé qué pasa con ellos. Todos esperamos mucho de los jóvenes y creo que son muy indiferentes. Practican la indiferencia con una gran maestría y habilidad. No sé si con ello consiguen algo, me temo que no. Pero fuera de eso, los jóvenes hacen siempre cosas muy contradictorias, enloquecidas. Creo que somos una sociedad que tiene ahora una pequeña enfermedad que viene a través de las redes y que es el onanismo. El estar constantemente mirándose para adentro y a sí mismo y cada vez más desconectados con el exterior. Cosa que no le pasa a Pacífico que, aunque tenga dificultades para entenderse con los demás él se entiende con los ríos, con las aguas… Es un poeta en silencio. Y eso le salva.

P. Otro asunto importante en la obra es el lenguaje castellano del pueblo que tan bien manejaba Delibes. Me lleva a pensar en cómo esa España vacía también puede dar lugar a un lenguaje perdido…

R. Sí, yo siempre digo que la zona rural es la cantera de ciertos valores que no deben de perderse. También me pasa con Latinoamérica, cómo mantienen el castellano vivo y a veces parece que hablan castellano antiguo. Pero no, es porque está vivo, lo tienen fresco, sin anglicismos… Nosotros hemos abreviado tanto el lenguaje… No nos gustan las palabras y ya no tenemos diccionario. Ya no tenemos más que cuatro palabras para poder expresarnos. O sea, y o sea, y o sea, y o sea y en plan, en plan, en plan… A mí me gustaría que alguien se expresara con palabras. Alguien decía que el pensamiento está en el lenguaje y si no tenemos un gran lenguaje no podemos tener un pensamiento dinámico, activo y asociativo. Y sí, yo creo que en los pueblos todavía hay expresiones que sintetizan muy bien lo que ocurre en cada instante. Y yo lo veo mucho en mi padre. Durante todo este trabajo cada vez que me he ido a casa me he ido a hablar con los viejos, me he subido al campo y he estado con ellos en las solanas y he ido con el lapicero y la grabadora para ir tomando notas de muchas de las cosas que ellos realmente explican extraordinariamente bien a través de refranes, o bien a través de expresiones que vienen heredadas.

placeholder Carmelo Gómez en 'A vueltas con Lorca'. (EFE)
Carmelo Gómez en 'A vueltas con Lorca'. (EFE)

P. Usted practica lo de mantener rico el lenguaje porque leyendo entrevistas suyas para preparar esta, en una de ellas decía la palabra "pitecántropos" para referirse a los jóvenes y tuve que buscar qué era (un homínido anterior al Homo Sapiens)

R. [Risas] Sí, sí. Estaría muy enfadado. Estaría diciendo que a lo mejor son bastante primitivos. El tema es que necesitamos un lenguaje. Es fundamental. Y muchas veces el lenguaje que viene heredado pertenece a una tradición, a un conocimiento que ya pasó por donde nosotros creemos que estamos intentándolo y que nos vendría muy saber para que nos ubique rápidamente y pasar a otra cosa. Todos estamos tan seguros de nosotros mismos que no necesitamos nada de nadie, pero resulta que nuestros anteriores ya vivieron y ya pasaron por ahí y lo tienen expresado en refranes, en dichos y en palabras hoy perdidas. Delibes era un estudioso del mundo rural y de la gente de los pueblos y lo tiene en todas sus novelas, con lo cual aquí es algo que es constante.

P. Usted es de Sahagún, un pueblo de León. Además de los habitantes que ha perdido… ¿Nota que se ha perdido ya ese lenguaje?

R. Sí… Pero todavía la gente mayor habla así. Tengo muchísimas expresiones apuntadas que he intentado meter en el texto. Sí que hay gente que todavía se expresa de esa manera y es una gozada. Y eso se va yendo y es sabiduría popular.

P. A la gente la guerra del 36 le pilló en el campo, en la verbena… y hasta en la playa. Un día hay refriega en el congreso y al otro alguien ha sacado las armas. Con la guerra del 14 pasó algo parecido. ¿A usted le da miedo que el momento actual que vivimos pueda derivar en algo más grave?

R. A mí el miedo que me da es cómo la violencia enardece las pasiones más básicas. Porque nos lleva a una sinrazón en la que somos fácilmente dominados y podemos ser llevados fácilmente a una guerra absurda. Lo digo no solo por los rusos, que están siendo llevados como corderitos a dejarse matar. A los ucranianos no les podemos decir nada porque están defendiendo sus fronteras y su país de una invasión. Pero yo estoy viendo todas esas noticias y hay días que digo: "Me dan ganas de ir yo también". Y no puede ser así, pero es que ahí es donde nos llevan. Y nos llevan las emociones básicas, elementales… Y me da mucha pena pensar que todos, que hemos ido a colegios estupendos, nos podamos dejar llevar con tanta facilidad hacia esos discursos. Y también hablo del Congreso en este país que hace ya unos cuantos años es una puñetera guerra y no es un lugar de consenso ni de acuerdos. Es un lugar de desacuerdos, de guerra, de insultos… Es insoportable. Y eso se ha extendido al Tribunal Constitucional, al Supremo y a todos los estamentos. ¿Y qué estamos construyendo entonces? Si desde el consenso no somos capaces de llegar a nada cada vez somos más primates. Ahí sí que tengo mi pesar de que no sepamos parar esto.

P. Ahora ha vuelto a salir a la palestra hasta lo del aborto…

R. Vamos a ver, lo de abortar ya todos tenemos clarísimo qué es y dónde está la ley. Entonces, ¿por qué todo esto se ha convertido en campaña política? ¡Es que no le interesa a nadie! Solamente a estos señores. ¡Pues que se vayan a la mierda! [risas]. Pero bueno, nos vamos dejando llevar por la confrontación y la verdad es que no sé por qué. Ese es mi miedo.

"El Congreso, desde hace ya unos cuantos años, es una puñetera guerra y no es un lugar de consenso ni de acuerdos... Es insoportable"

P. Cuando hablé de esta obra en la redacción hubo compañeros que me preguntaron, vaya, a Carmelo Gómez le tenía muy ubicado en el cine, pero ahora no sé qué hace… y les dije, bueno, es que está triunfando en el teatro con obras como A vueltas con Lorca

R. Ah, qué bien que digas eso.

P. Sí, pero parece que si no estás en el cine o la televisión, en este país no estás.

R. Bueno, yo lo sabía. Cuando te alejas del glamour y de la alfombra roja que son los festivales de cine y todo eso que tiene un imán muy fuerte para los medios de comunicación sabes perfectamente que vas a dejar un mundo de… Pero yo me fui al teatro pensando, bueno, pues aquí se está también bien, el cine fue una etapa y se acabó. Y resulta que tampoco he parado de estar ahí. A lo mejor no de una manera tan masiva, pero lo que sí sé es que yo no he desaparecido por irme al teatro, ya que he hecho cosas que no pensaba hacer y que son realmente emocionantes. Una de ellas ese proyecto personal de Lorca.

P. Sí, y que ha tenido un gran éxito en toda España.

R. ¿Y cómo lo hemos hecho? Pues como lo hacía Federico: con un remolque que le pusimos a un coche y con lo que cabía en ese remolque que se nos quedó pequeño fuimos por las plazas de toros. Y a mí no se me han caído los anillos. Recuerdo que llegábamos a los teatros y me decían, "pero Carmelo, hombre, ¿tú te vas a poner aquí a montar?" Y decía: "Sí, a montar, a desmontar, a pintar, a colocar focos, recogeré y me marcharé, y después me tomaré una cervecita con mi gente, que somos tres". Y era así, y nos entraba después una risa tonta que no sé ni por qué. Yo eso nunca lo había vivido, ¿sabes? Yo viví que me llevaban, me traían, que había unos cochazos en la puerta que te mueres, que iba siempre en primera… pero ahí no sé si estaba la felicidad completa. Ahí a lo mejor lo que había era ese muchacho de pueblo que se ve envuelto en oropeles. Pero me resarcí de aquello y qué queda, bueno, pues unas cuantas películas que no están mal porque en esa época se hacía un cine muy comprometido y cañero. Pero hoy en el teatro estoy viviendo algo que era increíble que yo hiciese.

P. ¿Qué le da el teatro que no le dio el cine o que no le hizo alcanzar eso que podemos llamar felicidad? ¿Eso hizo que se alejara del cine?

R. El teatro me da una ración de realidad. De que no hay más verdad que la ficción, pero la ficción llevada hasta el extremo. El realismo en el cine es siempre pequeño y no puedes tener un desarrollo hacia arriba, siempre es plano. Y en el teatro puedes subir, bajar, es mucho más caleidoscópico, está lleno de colores, tienes un público que mira… Es muy emocional. Y luego además puedes contar lo que te dé la gana. Los textos de teatro, como están en la palabra, ahí es donde se produce la metáfora, el sueño o el ensueño. Lo que más me enardece a mí de todo es poder soñar. A mí lo que me da el teatro es ver cuando cierro los ojos.

P. Esa magia de hacer un mundo con dos palitos.

R. Como hace un crío.

"A mí me llevaban, me traían, había unos cochazos en la puerta que te mueres... pero ahí no sé si estaba la felicidad completa"

P. No obstante, sí hizo una película el año pasado con Imanol Uribe con el que ha trabajado en varias películas. Tampoco ha cerrado del todo la puerta al cine…

R. Sí, se estrenó, pero era un papelillo pequeño. De repente es algo que te gusta, es bonito… Pero no quiero pertenecer ya a la industria del cine. No quiero pertenecer a la angustia de tener siempre una propuesta para estudiar, para trabajar, para estar ocupado… Se acabó. Yo ya no pertenezco a eso y no me ofrecen mucho, pero lo que me ofrecen, si me quita tiempo del teatro, no lo hago. Pero es por eso, porque no quiero estar ya metido en esa atracción, ese bucle, esa puerta giratoria en la que te mete el cine en la que tienes que estar y si no estás, no estás. Pues yo en ese sentido no quiero estar. Pero llega Uribe y me propone un proyecto y voy, lo hago de mil amores y creo que lo sé hacer. Estuve mucho tiempo en el cine y noté que no estaba desengrasado.

P. ¿Ha escuchado a más compañeros decir que le gustaría hacer lo que usted, dejar ese bucle, esa angustia y ansiedad y ahí os quedáis?

R. Ni a uno. El que lo piense no lo dice porque todo el mundo tiene como el sueño de el volver. Y yo creo que ahí es donde está la tómbola esta que gira y gira y gira, pero siempre pasa por el mismo sitio. Así que yo creo que ese es un sueño baldío. A mí como me da igual pues sí es algo que puedo decir. Pero es algo que a mí, ni siquiera en privado, me lo han dicho. Yo les digo: "Mira, no sabéis lo a gusto que estoy". Y me dicen: "Anda ya, déjate de gilipolleces, tú lo que tienes que hacer, porque tú puedes, tú eres cojonudo, tú no sé qué". Pues no, no es una cuestión de lo que soy o lo que hago. Se trata de que se ha pasado un tiempo, un momento, y ha venido el teatro a resarcirme. El teatro, que es donde empecé.

placeholder Gómez, feliz en el escenario. (EFE)
Gómez, feliz en el escenario. (EFE)

P. A mí lo que me produce esta conversación es que ha alcanzado una gran serenidad con su profesión. Y me resulta admirable.

R. Bueno, la serenidad también es un estado de riesgo [risas] porque para llegar ahí tienes que mirarle a la cara a muchas cosas. Volvemos a los mandatos de antes: ¿quién me ha dicho a mí que yo tenía que hacer esto? ¿Quién me ha dicho a mí que yo tenía que conseguir este objetivo? Te puedo decir mil nombres de compañeros que han conseguido una patada para arriba después de los 50. Karra [Elejalde], por ejemplo. Y yo estoy con él y hablamos de cosas distintas, pero bueno, yo he tenido que hacer un ejercicio personal, un recorrido personal que tiene que ver con mirar las cosas a la cara para ver realmente que no era eso lo que me estaba haciendo feliz. Y creo que he encontrado lo que quería.

P. Yo lo que sí noto es que está contento con lo que hace. Y eso se debe transmitir al trabajo porque hay quien ha visto ya esta obra y me ha dicho: ojo, que Carmelo está de Max. Yo le vi en A vueltas con Lorca y creo que estaba estupendo. ¿Le van los premios que da esta profesión?

R. Pues te voy a decir algo que había pensado y que me habían dicho que no dijera nunca: yo no quiero ningún Max ni quiero nada, yo lo que quiero es que venga el público. Pero no quiero premios. Y no creo que me nominen, pero si sucede, estoy muy ocupado y no puedo ir a recoger ningún premio. Es que no quiero… Yo ya sé lo que es, tuve muchos en aquella época y me equivoqué, me equivoqué [repite varias veces], me equivoqué en muchas cosas. Entonces ahora no quiero equivocarme. Estoy en paz.

"He tenido que hacer un ejercicio que tiene que ver con mirar las cosas a la cara para ver que no era eso lo que me estaba haciendo feliz"

P. Bueno, si le dan un premio tampoco es una equivocación suya…

R. Sí, porque cuando te los mereces no te los dan y cuando quizás no los necesitas vienen todos porque toca y porque siempre hay sinergias que no tienen nada que ver con la calidad. También pasa con el trabajo. Te echan cuando lo estás haciendo bien y cuando no lo estás haciendo bien toca que estés ahí porque no vaya a ser que te mueras y no te hayan dado todos los méritos que tú necesitabas. Federico García Lorca lo decía muy bien: "No me des premios, yo quiero batallas y desafíos". Y esos desafíos son ser capaz de captar el dolor de un soldado enemigo de la guerra o llamarse Pacífico y estar en un entorno de guerra. Y a lo mejor llega un premio y te saca de esa realidad. Y yo ahora estoy muy bien. Llevo una temporada larga sin premios y podría seguir así.

Durante los años noventa no hubo película buena en la que no apareciera Carmelo Gómez (Sahagún, León, 1962). Desde Días contados a El perro del hortelano, Secretos del corazón y todas las que filmó con Julio Medem convirtiéndose casi en su muso. Y se llevó también un montón de premios. Gómez, con esa voz grave y ese acento castellano seco, era el galán de la década. Pero un día, este leonés que había viajado a Madrid en los ochenta para estudiar Arte Dramático, dio el portazo al cine. Era 2014, ya se había pasado el fulgor noventero y Gómez decidió que no quería seguir más en "esa puerta giratoria en la que te mete el cine y en la que tienes que estar y si no estás, no estás". Y regresó a los escenarios, donde había empezado con la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

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