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Yo prefiero que Israel sí haya bombardeado ese hospital
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Juan Soto Ivars

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Yo prefiero que Israel sí haya bombardeado ese hospital

Casualmente, siempre se puede acusar de los crímenes más abyectos a quien coincide con el malo de la película que te habías montado. ¿No es simpático, esto?

Foto: Protestas en contra de Israel. (Stringer/dpa)
Protestas en contra de Israel. (Stringer/dpa)
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Esto ni mucho menos es una idea nueva: el primer muerto de toda guerra es la verdad, pero no por viejo suena el adagio menos actual. Le añado hoy otra línea: este asesinato de la verdad al arranque de cualquier contienda nos lleva, paradójicamente, a la verdad. A la verdad sobre algunos hombres. Los desenmascara. Los expone a la luz y nos permite conocerlos.

Hoy conozco a ciertas personas rastreras de mi país mejor que antes de que Hamás perpetrara el mayor crimen contra los judíos desde el Holocausto e Israel respondiera con una brutalidad de sobra comentada. Esto, el desenmascaramiento, quizás es lo único que debemos agradecer a la guerra.

Foto: Imagen satélite del hospital de Gaza después de la explosión. (Reuters/Maxar)
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Dos escenas bélicas se han distinguido del resto. Según la información de que disponemos, que es siempre poco fiable porque no estamos allí y porque los que están allí tienen sobradas razones estratégicas para mentir, hoy podemos decir que estas dos escenas son falsas: la primera, que los terroristas de Hamás decapitaron a cuarenta bebés en un kibutz. La segunda, que Israel ha matado a quinientas personas en el bombardeo de un hospital en Gaza.

Que la historia de los cuarenta bebés decapitados sea falsa no significa que no masacraran a bebés, y que Israel no matase a quinientas personas en ese hospital no significa que Israel no mate personas inocentes en otros bombardeos. En nada se discute la crueldad brutal de los terroristas que penetraron en Israel, ni el exceso de fuerza del que suele hacer gala el ejército israelí en sus represalias.

Recalcar que ambas cosas son (parecen ser) falsas significa simplemente que el mito de los cuarenta bebés le interesaba a la propaganda israelí, porque cuarenta bebés decapitados tienen una carga simbólica más terrible que cuarenta bebés invisibles enterrados en los escombros de Gaza, y que el mito del hospital interesaba a la propaganda de Hamás, que quiere condensar en los israelíes una nueva emanación hitleriana. Unos y otros tratan de exhibir a su enemigo como un animal no humano.

A muchos no les importan los muertos, sino a quién se puede acusar de crímenes abyectos

Y aquí es donde cayeron las máscaras; donde la mentira condujo a la verdad. Había quien puso en duda la veracidad de los bebés decapitados antes incluso de que hubiera indicios de sospecha, pero estas personas tan escépticas rara vez discutieron la veracidad de lo segundo. Y viceversa, por supuesto. Deduzco que a esta clase de persona, a estos panfletos con patas, no les importa la gente que muere en la guerra, sino a quién se puede acusar de crímenes abyectos.

Casualmente, siempre se puede acusar de los crímenes más abyectos a quien coincide con el malo de la película que te habías montado. ¿No es simpático esto?

A medida que los indicios sobre la autoría israelí del bombardeo del hospital se desvanecían (y también los indicios sobre la magnitud de las consecuencias, porque parece ser que explotó un cohete en el aparcamiento, y ya me diréis cómo se mata a quinientas personas en un aparcamiento), veíamos separarse a la gente honesta de los personajes a los que me refiero aquí. Los primeros reculaban. Los segundos, perseveraban.

Desear lo peor

Esta situación produjo una extraña inversión moral, lo mismo que los días posteriores al titular de los cuarenta bebés decapitados. Lo preferible, para ciertos amigos de Israel, parecía ser que cuarenta bebés hubieran sido decapitados, mientras que para ciertos amigos de la causa palestina era mejor que quinientas personas hubieran perecido carbonizadas en un hospital a que no lo hubieran sido. Llamativo, ¿no?, que uno le termine deseando lo peor al bando que defiende.

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Veo en este curioso fenómeno al menos tres rasgos centrales de la sociedad en la que vivo, y todos bien entrelazados: el narcisismo, el victimismo y la frivolidad. Narcisismo porque se utilizan, en beneficio de la imagen que uno quiere proyectar a los demás, las atrocidades supuestamente cometidas por el enemigo para elevar una pose digna y comprometida; victimismo porque se entiende que cuanto peor lo pasen "los míos" más legitimado estoy yo para presumir; frivolidad porque el dolor real siempre lo sufre otro, y en el fondo les importa a todos un carajo.

Foto: Cuerpos de los palestinos víctimas de la explosión en el Hospital Ahli Arab. (Europa Press/DPA/Mohammad Abu Elsebah)

Uno, un día, decide que el pañuelo palestino o la chapita con la estrella de David es un complemento moral elevado, y desde ese momento empieza a falsear de forma maniquea todo lo que caiga en sus manos. Nos gusta vernos a nosotros mismos en una posición de superioridad moral, pese a que este compromiso abstracto, desinformado, pervertido y superficial nos convierta en engranajes de la propaganda.

Por poner las cartas encima de la mesa, yo preferiría vivir en Israel antes que en un Estado palestino gobernado por Hamás. Es decir: en este dualismo me siento más próximo a Israel, y también entiendo mejor las razones históricas de Israel que la de una construcción nacionalista forjada en la oposición que no termino de aceptar: el "pueblo palestino". Sin embargo, no por esto voy a prostituir mi noción del bien y del mal. Israel comete actos injustos, injustificables e incluso viles con los palestinos.

Pienso que mucha gente no opera así. Que tiran con su equipo contra la verdad si es que la verdad perjudica sus preferencias frívolas. Así es como leo este baile popular entre dos mentiras, entre dos bulos de la propaganda de guerra. Y así es como la mentira bélica revela una verdad social y una guerra lejana habla de nosotros, aunque no de la forma en la que los narcisistas desearían.

Esto ni mucho menos es una idea nueva: el primer muerto de toda guerra es la verdad, pero no por viejo suena el adagio menos actual. Le añado hoy otra línea: este asesinato de la verdad al arranque de cualquier contienda nos lleva, paradójicamente, a la verdad. A la verdad sobre algunos hombres. Los desenmascara. Los expone a la luz y nos permite conocerlos.

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