Carmen Mola viaja a La Habana: "España fue el penúltimo país esclavista del mundo"
Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero ambientan su nueva novela 'El infierno' en la Cuba colonial del XIX, llena de esclavos y en la que no falta su violencia explícita característica
Las calles eran una fiesta y las risas se encontraban en todos sus rincones. Teatros abiertos aquí y allá. Quitrines en los que iban sentados los señores con sus “domésticos”. Tiendas de bote en bote, música, diversión y dinero a espuertas (no siempre limpio). Casas coloniales donde refulgían los colores, azul, verde, rosa, frente al malecón. A algunos kilómetros fuera de la ciudad, los ingenios, aquellas plantaciones de caña de azúcar y tabaco donde los esclavos —africanos, chinos y no pocos españoles— se dejaban la piel (y la vida) dándole a la hoz y esquivando el látigo del patrón. El cielo y el hades en pleno siglo XIX en La Habana colonial. Por supuesto, en lo último es en lo que se han centrado los Carmen Mola —Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, el histórico, el romántico y el cruel, según se divide su trabajo de creación colectiva— para su nueva novela de título taxativo,
Hasta la capital cubana nos hemos ido con ellos para charlar de esta nueva obra que sucede a La Bestia, con la que ganaron el Planeta hace dos años con no poca polémica. De hecho, hubo quien se dejó los dedos en Twitter ante tamaña revelación de identidad. Pasado el tiempo, y como ya sabemos que ocurre con estas cosas, la afrenta se diluyó como un azucarillo. “Sí, hay gente que se enfadó. Por qué, no sabemos, pero el hecho es clarísimo. Y ahí hay que entenderlo, respetarlo e incluso pedir perdón a aquellas personas que se sintieron estafadas”, cuenta Mercero. “Sí, pero lo que más hemos escuchado es: ‘Me enfadé mucho, pero se me pasó enseguida”, añade Díaz mientras observamos el Caribe desde el mítico Hotel Nacional por el que pasaron desde Sinatra y Ava Gardner hasta Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat (y que hoy se nota que vivió tiempos mejores). Y, después, ahí están los números: Carmen Mola sigue siendo hoy uno de los grandes fenómenos editoriales de nuestro país que se puede permitir hacer promoción fuera de España. Tanto agravio no sería.
Además, los Mola también han mantenido la marca que tenían cuando aún nadie sabía quién se escondía detrás: la violencia explícita —“Carmen Mola no mata de un disparo”— y la ciudad de Madrid, si bien en esta ocasión algunas decenas de páginas después del inicio dan el salto transatlántico hasta una Cuba que poco tiene que ver con la actual. Y también, como en
La historia comienza en 1866 con un Madrid “luminoso”, afirma Mercero, lleno de teatros y cafés cantantes y hasta un parque de atracciones —los campos elíseos— situado poco más allá de la Puerta de Alcalá. Una capital vibrante con ese Teatro Variedades de la calle Magdalena donde actuaban las suripantas en los bufos madrileños de Francisco Arderius —personaje real que aparece en la novela, como tantos otros—y que se mantuvo en pie hasta que ardió en 1888. Es el Madrid de la noche y la fiesta —que no se ha inventado ahora— con los primeros flamencos que amenizaban bien las madrugadas. De forma coetánea, el latido revolucionario de los seguidores de Juan Prim que querían derrocar a Isabel II e instaurar otro sistema político. Y allende los mares, aquella Habana, que era también “una ciudad luminosa y maravillosa y elegante… Nada que ver con la de ahora. Por eso tampoco podíamos venir a verla, porque habríamos necesitado una máquina del tiempo. Nos hemos documentado con mucho con libros”, apostilla Díaz, de quien dicen que es el que mejor maneja los datos históricos de las novelas.
La Habana del XIX
Efectivamente, pasear hoy por La Habana Vieja provoca un regusto amargo tras leer la novela. En esta está en boga toda la arquitectura colonial —tuvo que ser bellísima— de la plaza de las armas con todo su mundo de palacetes y callejuelas de mercaderes por las que caminaba la llamada sacarocracia; es decir, los terratenientes españoles y criollos que se hicieron ricos con las plantaciones de azúcar y café (y traficando con esclavos).
“Hay que hacer un ejercicio de imaginación porque ahora está sin rehabilitar. Hay que imaginárselo en pleno esplendor con el trasiego continuo de carruajes, de quitrines, el colorido de los mayordomos, porque a los que tenían en casa los llamaban 'domésticos' y los vestían de manera muy particular dependiendo de la familia. Esa Habana floreciente como la del Café del Louvre que ahora es el Hotel Inglaterra. Al lado está el Teatro Nacional que entonces era el teatro Tacón. Había muchos teatros también como el Villanueva, el circo Albisu…”, recalca Martínez. Sí, hoy cuesta hacer ese ejercicio en una ciudad sin luz por la noche, paredes desconchadas y literalmente caídas, con farmacias desabastecidas y con colas de personas delante de los establecimientos.
Esa sacarocracia del XIX es una de las columnas vertebrales de la novela. Los ricachones y esclavistas. Uno de los personajes tiene pinceladas de Pancho Marty, un español que, como cuenta Martínez, llegó a Cuba sin nada y gana poder controlando el puerto y la venta del pescado. Así generó una fortuna con la que creó una red de tráfico de esclavos con la que, a su vez, se hizo multimillonario. “Pero, a pesar de no tener ninguna formación y ser bastante inculto, adoraba el teatro y compró el Teatro Villanueva que aparece en la novela”, resalta el escritor. “Había mucha ostentación de la riqueza, de dar grandes fiestas, de abrir las puertas de tu palacio”, comenta a su vez Mercero. “Y luego había otros que ya procedían de familias asentadas y heredaban ingenios, plantaciones, cafetales. Ya pertenecían a la aristocracia cubana. Había hasta 50 títulos nobiliarios, condes, marqueses, que ya habían nacido en Cuba. Desde 1700 y pico se estaban concediendo títulos, construyendo palacios… En esta sacarocracia había buscavidas y herederos”, apostilla por su parte Díaz. Una sociedad (racista y clasista) que movía el dinero, que le gustaba verse y dejarse ver, y que traía lo mejor de Europa, desde una actriz hasta un paño. Como hacen siempre los nuevos ricos.
Pero la parte del oropel siempre suele sustentarse en una pata oscura y vil. En este caso eran los esclavos, muchos de ellos venidos de África y Asia, pero otros tantos miles de España, concretamente de Galicia, como hizo el traficante gallego Urbano Feijóo de Sotomayor, quien destinó a casi 2.000 compatriotas a la muerte en los cafetales cubanos. Su historia la contó recientemente Bibiana Candia en su premiada novela Azucre (Pepitas de Calabaza), que gustó bastante a los Mola, según confiesan. Lo curioso es que tanto Azucre como ahora El infierno son de los pocos libros españoles que tratan este pasado español tan feo.
“Sí, muchos vinieron engañados con la promesa de un contrato y la posibilidad de hacerte rico y volver como un indiano, tal cual se hace hoy con la trata de mujeres que vienen engañadas. Nosotros también nos preguntamos por qué en España esquivamos un poco algunos aspectos de nuestra historia que son muy interesantes desde el punto de vista literario o cinematográfico y no hacemos como los americanos, que si tienen que hablar de Vietnam o de su esclavitud van y lo hacen”, señala Mercero.
"Muchos vinieron engañados con la promesa de un contrato y la posibilidad de hacerte rico, tal cual se hace hoy con la trata de mujeres"
Para Jorge Díaz la respuesta está en la vergüenza de haber mantenido la esclavitud durante tanto tiempo. “España había prohibido la esclavitud en la península, pero la mantenía en las colonias. La última colonia fue Cuba y aquí había esclavitud. Pero el último país que prohíbe la esclavitud es Brasil en 1888 y en Cuba dos años antes, así que supongo que existe esa vergüenza de reconocer que, cuando decimos: ‘No, los españoles nos mezclamos, no como los anglosajones que los exterminaban’. No, vamos a ver, los españoles hemos sido los penúltimos que hemos acabado con la esclavitud”, comenta, aunque también reconoce que muchos españoles adinerados cuando llegaban a Cuba y veían que aún existía este trato se postulaban en contra convirtiéndose en importantes abolicionistas.
En cualquier caso, los terratenientes amasaron grandes fortunas gracias al trabajo de los esclavos. Y, tras los primeros movimientos independentistas de la isla, muchos volvieron a España manteniendo sus riquezas, poder e influencia. Incluso algunas familias hasta hoy en día. Eso también aparece en la novela.
“Y esa puede ser una posible respuesta a por qué esta historia está silenciada y que nadie te haya contado en el colegio que España había sido una potencia esclavista. Hay personajes que se hacen ricos en esta Cuba colonial y se convirtieron después en familias muy importantes de la burguesía”, constata Martínez. Ahí están los nombres de los Goytisolo, los López Lamadrid, los Vidal-Quadras o el conde de Peñalver, con un palacete enorme al lado de la catedral habanera y cuyo hijo llegó a ser alcalde de Madrid (y tiene una calle en la capital). Historias que apenas son conocidas. De ahí que para Mercero, además del sentimiento de culpa para evitarlas, también es posible que haya mucha ignorancia. “Son sucesos que están esquilmados de nuestra memoria”, insiste Martínez.
La violencia y el amor
Todos estos acontecimientos históricos se nutren en la novela de la ficción pura de los toques violentos explícitos tan Carmen Mola, algo que, dicen hoy, casi ocurrió por casualidad en su primera novela, La novia gitana, con esos gusanitos que entraban en el cerebro a través de la nariz. “En la novela negra, el modo de matar es un factor diferencial que tiene su importancia. A partir de ahí, como funcionó, ya todo era más madera y era ya una cosa de la editorial que nos decía: '¡Más extrema todavía!'. Por lo que nos hemos ido obligando a dar con un modus operandi…. Pero también nos gusta”, sostiene Mercero entre risas junto a sus compañeros.
"Como [la violencia explícita] funcionó, ya todo era más madera y era ya una cosa de la editorial que nos decía: '¡Más extrema todavía!"
Esta vez, no obstante, han introducido una historia de amor folletinesca muy del XIX. Algo que, señalan, también es muy Mola aunque nunca lo hayan tratado. “Quisimos evitar la novela policiaca actual como eran La novia gitana y
Para el futuro más próximo todo indica que van a cerrar el tríptico del siglo XIX. Si La Bestia empezaba en 1834 y El infierno 32 años después en 1866, la tercera llegará a 1898, un año con no pocos elementos históricos. Y van a potenciar la temática social. “Ciertamente Carmen Mola se está volviendo más social, más comprometida. Aunque no enarbolemos ninguna bandera, el hecho de exponer un tema social como la desigualdad o ahora la esclavitud y la explotación de seres humanos… Eso ya es algo”, adelanta Mercero, quien también asegura que esta próxima novela será buena. “El escritor se gana la vida, el talento y el sueldo antes de sentarse a escribir. En la que tenemos ahora entre manos no hemos empezado a escribir, pero ya sé que es buena. Lo que está saliendo es muy bueno”. De momento, los lectores pueden conformarse con El infierno. Y no serán pocos.
Las calles eran una fiesta y las risas se encontraban en todos sus rincones. Teatros abiertos aquí y allá. Quitrines en los que iban sentados los señores con sus “domésticos”. Tiendas de bote en bote, música, diversión y dinero a espuertas (no siempre limpio). Casas coloniales donde refulgían los colores, azul, verde, rosa, frente al malecón. A algunos kilómetros fuera de la ciudad, los ingenios, aquellas plantaciones de caña de azúcar y tabaco donde los esclavos —africanos, chinos y no pocos españoles— se dejaban la piel (y la vida) dándole a la hoz y esquivando el látigo del patrón. El cielo y el hades en pleno siglo XIX en La Habana colonial. Por supuesto, en lo último es en lo que se han centrado los Carmen Mola —Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, el histórico, el romántico y el cruel, según se divide su trabajo de creación colectiva— para su nueva novela de título taxativo,
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