Es noticia
Libres domingos y domingas
  1. Cultura
Galo Abrain

Por

Libres domingos y domingas

Se han desvelado las mazmorras de la opresión y han salido como setas defensores de los pechos al aire. Yo no veía dónde había tanto drama, hasta que he pisado la playa este año

Foto: Playa de Las Canteras en Las Palmas de Gran Canaria. (EFE/Elvira Urquijo A)
Playa de Las Canteras en Las Palmas de Gran Canaria. (EFE/Elvira Urquijo A)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Los domingos son el día del señor, incluso para los ateos. Así me lo explicaron de crío y en esas que me sigo viendo a día de hoy. Es una de las herencias del protagonismo místico de antaño que todavía favorecen magistralmente la cohesión social en reuniones familiares o en resacas matutinas masivas. El cemento de la civilización, vaya. Aunque no todo el mundo está de acuerdo…

De un tiempo a esta parte, han sido varias las discusiones que he tenido sobre la importancia de un día de descanso para todo Cristo, sea este beato o no. El argumento de los herejes a la tradición bíblica se basa, principalmente, en un liberalismo navajero que antepone la libertad de las empresas y trabajadores de revolcarse en las ciénagas de la (auto)explotación y el consumismo, antes que en la dominguera y sana jornada panza arriba.

Foto: Los protagonistas de 'Kids in Crime'. (Filmin)

No me pillarán en este entierro del reposo… Menos aún si es en domingo. Se nos está yendo de las manos dejarnos a merced de sobreesfuerzos y machaques que inyectan, como una epidural, dosis marrulleras de individualización de las responsabilidades y obsesiones por la acumulación de capital. Trabajar más, tener más y poco más. Si no se está en la cuerda floja y tener más implica vivir un día más, entiéndase.

Algunos teóricos llaman a esto turbocapitalismo (véase el librito de Edward Luttwak) y creo que se nos empieza a ir de las manos. Pero más que referirme aquí al protagonista, me interesa un personaje secundario de la peli. Porque detrás del turbocapitalismo está desde sus orígenes, como Obi-Wan para Luke Skywalker, la ética protestante y el puritanismo.

Sobre esto, Max Weber (pronúnciese la "w" como una "v", por favor, que si no suena a suspensorio) puso sobre el tapete un fulminante estudio relacionando el calvinismo con la acumulación de riqueza y el creciente círculo vicioso-virtuoso de los mojigatos más ricos del cementerio. El libro, titulado La ética protestante y el espíritu del capitalismo, indaga muy agudamente en los trapos sucios de esta agitada relación.

La playa y yo nunca nos hemos llevado bien. La arena se me cuela hasta los pliegues de mi dulce y prieto amiguito marrón

El caso es que, no contento el turbocapitalismo de fuerza puritana con querer fastidiar la merecida jornada endomingada de acidez gástrica y grandes dosis de hidratación para combatir la sobrecarga de etanol en vena, ahora se está metiendo con las tetas.

La playa y yo nunca nos hemos llevado bien. La arena se me cuela hasta los pliegues de mi dulce y prieto amiguito marrón, y tengo como un imán para las putas medusas que me abrazan como se amorra el oso al madroño. Tampoco suelo ver a casi nadie de menos de 35 leyendo un libro. Los pocos que oteo suelen estar en manos de chicas que hacen caso omiso del móvil que el resto parecen tener pegado a la mano, mientras los tíos están demasiado ocupados dándole empentones al mar, como empotrándose las olas. A pesar de todo, me gusta ir. Entre otras cosas, por los topless...

¡Quieto parao to el mundo! Antes de que quien yo me sé empiece a crucificarme cual cochino-marrano dejad que me explique. No me gusta ir a la playa para babear como un primate onanista-reprimido ante el desatado rebotar de los bustos femeninos, sino porque me satisface ver a las mujeres descorsetadas. Igual que me mola ver al abuelo de bañador-paquetero azul fumándose un puro de punta a punta, con tantos pelazos canosos en las ingles como un mandril albino.

Foto: Mötley Crüe es un grupo célebre por sus fiestas sexuales, y su batería Tommy Lee se casó con Pamela Anderson.

En mis últimas incursiones playeras, sin embargo, he visto cada vez menos partes de arriba del bikini comiendo arena. Por no decir que, salvo alguna vieja guardiana del bronceado integral, no he visto mucho pezón en fotosíntesis. Y eso me preocupa. Me pone tenso pensar que a un avance del feminismo tan sutil, pero determinante, se lo está comiendo una paranoia que no se sabe muy bien dónde empieza (son muchas sus cunas) pero sí dónde acaba.

Tengamos claro la importancia de esto… Más allá de la igualdad, ir a la playa y lucir pechos al aire es una educación en la variedad. Te pispas así de que hay mujeres que se parecen a la Judit de Gustav Klimt y otras a las que la vejez les ha arañado como una fiera con sus garras sin poder huir de ellas. Porque cuando la costa está desinhibida, da gusto ver ese crisol de cuerpos más polisabroso que un tanga de caramelo. Como decían los de Un pingüino en mi Ascensor: "en la variedad está la diversión".

Por eso las mujeres ponen nombre, por lo particular y variopinto, a sus tetas. Scarlett Johansson, por ejemplo, las llama: mis niñas. Dos niñas con el resplandeciente potencial de pacificar el mundo, ¿qué duda cabe? Aunque lo importante aquí es que todas las mujeres tienen a "sus niñas" y es fantástico saber/ver la variedad de "chiquillas" que hay por el mundo para tenerle el debido cariño a las tuyas, y un respeto a las que te rodean.

Foto: Concentración en apoyo a la Selección femenina. (EFE/Mariscal)

Visto lo visto en este mundo de redes, si la referencia para amar a tu cuerpo se basa en la colección de fotografías con tantos filtros como una piscina infantil que hacen que todas las carnes parezcan obra de un coito entre Brad y Angelina, malamente te vas a sentir bien contigo.

A este respecto, me gusta lo que dice Caitlin Moran. Bueno, ¿qué narices? Me gusta Caitlin Moran, así, en general, y sobre esa "variedad" disfruto con su análisis sobre cuando unas tetas son unos melones; nombre solo reservado a Pamelas Anderson y chicas de entre 18 y 32 años. Unos pechos; apelativo en boca de médicos y tíos chungos. Unas pechugas/bufas; nombre rancio a evitar, suena a pollo descuartizado al vino blanco o barbacoa. O, en plan íntimo y personal, cuando son el nombre de una pareja de famosos o un mote cariñoso: "nenas", "lolas", "campanillas", etc. Aunque su idea de pasar al lenguaje visual y definirlos, sencillamente, tal que así: "(.)(.)", me resulta profética y encantadora.

El asunto, decía, es que la pluralidad de apelativos, que van desde las frutas ricas en H20 hasta el homenaje a una heroína nativa americana con "pocohuntas", es proporcional a la variedad de sujetos. Negar por un puritanismo apolillado percatarse de ello en un entorno tan propicio como el marítimo, es venderse a la deprimente y falsa ilusión de las imágenes diseminadas por internet.

Pues en la playa hay de todo a la vez que, por no haber, no hay ni ideologías

Detrás de este resurgir de la censura pezonera, ¿quién sabe? Podría estar un oscuro lobby de la cirugía estética, al que la presión por la perfección les está llenando las estanterías de silicona reservada… Pero paso de ponerme conspiranoico.

Oh, y aquí he hablado de los pechos femeninos porque es donde he visto una temeraria marcha atrás, pero esto se amplía a todo lo que evita sumergir la cabeza en la densa piscina de lo artificial. Porque al rodearse de ropajes ligeros, te pispas de cómo, al igual que con las tetas, hay panzas unisex trilladas, tersas, cicatrizadas, duras o viejas como un chicle mascado durante demasiado tiempo. La playa nos homogeneiza. Nos hermana homologando nuestras diferencias. Pues en la playa hay de todo a la vez que, por no haber, no hay ni ideologías. Solo mollas presentes o futuras.

Y dicho lo de los topless, de las pelotas, mejor ni hablar. De hecho, si eres un hombre, conviene darte un voltio alguna vez por un paraje naturista para hacerte a la idea de la mortaja sin planchar que acabará por colgarte. Saber que no puedes escapar a la rugosa bolsa escrotal, como un cencerro de corazón caído, es una cura de humildad. Te pone en tu sitio.

Frente a todo esto, parece que hay más mendas que ululan y se indignan como un ET asustado de cara a estos flirteos con la desnudez marítima. Cosa que se me escapa en un país de tradición católico-hedonista como es el nuestro. Hay cosas que he dado siempre por sentadas. Cosas que ahora parecen tener que ser manejadas con pinzas, como el estiércol humano o la peste bubónica.

Quien cancele los 'topless' porque se cree en un videoclip trapero y le asusta ponerse monicaco, que se lo haga mirar

No conozco a nadie, en persona al menos, que se oponga abiertamente a una liberadora desnudez pública, pero es como si hubiese en el ambiente la voz juzgona de no sé sabe quién dando mal. Tal que si hacer topless fuese a azuzar un descalabro orgiástico a lo Tito Berni en mitad de la pista de vóley-playa.

No me envalentono a asegurar determinantemente que estamos frente a una sobresexualización total… Condenados a olvidar que la sugerencia es más erótica que la exhibición. A mí, por más que haya mujeres que digan que los hombres somos criaturas olvidadizas, que lo mismo nos da una bolsa de papel con dos agujeros para las piernas, que unas braguitas compartiendo un secreto con Victoria, me reconozco amante de lo sutil y, por encima de todo, de la provocación intencionada. Quien cancele los topless porque se cree en un videoclip trapero y le asusta ponerse monicaco, o piensa que así van a actuar los demás, que se lo haga mirar.

España es un país de libres domingos y domingas, y ya puede venir todo el turbocapitalismo puritano que les salga de los cojones a los gringos y beatos de toda religión. Yo eso lo defenderé hasta mi último aliento. Así, en plan épico…

Los domingos son el día del señor, incluso para los ateos. Así me lo explicaron de crío y en esas que me sigo viendo a día de hoy. Es una de las herencias del protagonismo místico de antaño que todavía favorecen magistralmente la cohesión social en reuniones familiares o en resacas matutinas masivas. El cemento de la civilización, vaya. Aunque no todo el mundo está de acuerdo…

Trinchera Cultural Noadex
El redactor recomienda