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No por mucho leer se amanece menos necio
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TRINCHERA CULTURAL

No por mucho leer se amanece menos necio

Tener tachada una lista de libros kilométrica no te hace más inteligente. A veces, incluso, provoca el efecto contrario

Foto: Clausura de la 82 edición de la Feria del Libro de Madrid. (EFE/Victor Lerena)
Clausura de la 82 edición de la Feria del Libro de Madrid. (EFE/Victor Lerena)
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Esta pasada feria del libro tuve la (des)gracia de estar firmando ejemplares. Una privilegiada ocasión para deslizarme entre bambalinas y poner oreja a los comentarios de autores y libreros. Gente muy leída. Leidísima. Devoradores de biblias que asustan, con más kilómetros de líneas sobre el papel que Alfonso Caparros de rayas sobre el móvil. En cambio, caballos, lo que se dice potencia de motor mental… Ay, eso ya es otra historia.

Steve Tesich escribió, a finales de los noventa, una divertidísima novela llamada Karoo. No entraré aquí a destriparla, pero haber atendido durante varios días a los paladines de la literatura me recordó una escena del comienzo. En ella, Saul Karoo, el protagonista, afirma pimplar alcohol como un buey de agua sin poder emborracharse. El pobre desgraciado, de un día para otro, es incapaz, por mucho mejunje que mezcle, de agarrarse una merla que lo relaje y facilite su autoimpuesta condición de chistoso-beodo. A muchos de estos autores o libreros me huele que les pasa igual. Beben y zampan libros como si tuvieran hiperfagia, pero no dejan en ellos más que el perfume del aliento. El poso de sustancia, el granulado con cierta densidad, se les escurre por la pata abajo.

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Mola ensuciarse de enciclopedias andantes para darse cuenta de que el carisma de la inteligencia no obligatoriamente se ensaya. Es como la gimnasia de competición. Conviene lucir un cuerpo, una actitud natural. Yo, sin ir más lejos, por mucho que pase años entrenando con el potro, no me convertiré en un gimnasta olímpico. Antes me abro la crisma y me dejo los tobillos como un tubo de plastilina. Lo mismo ocurre con la lectura. Hay quien, ni aun engullendo la biblioteca de Umberto Eco, aparcaría la necedad. A veces, tarugo se nace y también se hace. Una mancha de nacimiento mental que la cirugía estética literaria, como mucho, solo puede disimular.

Luego te llegan esos calvos con gafas que parece que se les ha caído el pelo y estropeado la vista de tanto leer, y es lo único que saben hacer

Provoca una relajante cura de humildad percatarse de eso. De la precariedad genética. De las debilidades de la riqueza cultural. Todavía más cuando te das de bruces con algunos iletrados que despachan la sabiduría de los titanes filosóficos. Ellos, sin casi libros en las cartucheras de su vida, despachan reflexiones puras... Será por ese pesquis esencial; esa originalidad que les puebla las greñas de experiencias reales. Yo qué sé. Quizás una precoz falta de opciones que no hizo de ellos superhéroes de la presuntuosidad, sino personas alérgicas a la flipada sequedad de quien se las da de líder intelectual, convertidos así en discretos dandis de una brillante modestia. Hay mindundis culturales que son auténticos genios.

Luego te llegan esos calvos con gafas que parece que se les ha caído el pelo y estropeado la vista de tanto leer, y es lo único que saben hacer. Ponerse gafas. Lucir calva. Hablar de lo mucho que han leído porque queda mal hablar de lo poco que han vivido. Otros, con buena mata y mirada de halcón, pecan de lo mismo. Los hay incluso que lo hacen siendo gua-perras, que son los que más joden a los primeros.

Foto: Foto: Getty.
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La cosa acaba incluso en retos personales para poder compararse. Sacar pecho. Hace cuatro años leíste un troncazo de 900 páginas. ¿Te gustó? ¿Acaso creíste que te iba a gustar? Apostaría a que no, porque tachar de la lista responde a la tiranía del esfuerzo, no del placer. Es una competición por el machaque. Durar dos horas en un polvo, aunque los sexos revistan carne viva. Todo para, una vez acabado, poder colgarse la medalla. Me gusta una frase de Paul Evdokimov, que viene a decir lo siguiente: "Un santo no es un superhombre, sino aquel que vive su verdad como ser litúrgico". Esta clase de literatos no son seres obligatoriamente sabios, sino sujetos autoidealizados, que hacen misa de todos los evangelios que pisan su biblioteca, sin que eso signifique que hayan entendido alguno. Son como los niños hambrientos de África, con esas llamativas barriguitas hinchadas. Están sobredimensionados de aire, no de nutrientes.

Dejemos de lado, por un instante, el universo intelectual. ¡Cambio de clima! Vayamos al viejo oeste superviviente. Esos lugares que no disponen de supermercado, climatización, no digamos ya de internet. Suelta por ahí a un mago del conocimiento, ¡o mejor! a un juntaletras, quien sea menos Sylvain Tesson, y ya verás cómo sale. Si es que llega a hacerlo. El plumilla abandona la contienda con lagrimones y la firme promesa de quejarse de ello en cada uno de sus escritos. Al principio, con ligera honestidad. Al final, con una glorificación rematadamente exagerada de sus hazañas. Pasará de Candace Bushnell migrando lejos de Manhattan un fin de semana, a Hemingway pescando marlines con los pelos del bigote trenzados y de anzuelo las uñas de los pies.

El saber nos hace entender el mundo, pero experimentarlo nos hace conscientes de él

Hay una escena en la película de El indomable Will Hunting que, a pesar de su sencillez, goza de un diálogo que me parece exquisito. En ella, Robin Williams acusa al joven Matt Damon de ser capaz de exponer toda la psicología que oculta La Capilla Sixtina a través de la biografía de Miguel Ángel, pero de no estar en disposición de saber cómo huele, ni de lo que supone maravillarse bajo semejante techo. Lo mismo con fenómenos como la guerra o el amor, sobre el que le afirma, seguro, conocerá sonetos y podrá fardar de haber echado un par de polvos, pero del que, en esencia, es un completo analfabeto. Los listillos, a veces, pilotan mucho, pero conocen poco. El saber nos hace capaces de entender el mundo, pero experimentarlo nos hace conscientes de él.

Me juego el pescuezo a que más de uno se ha visto representado. Quizás lo más irónico es que yo mismo haya pecado no pocas veces de listeras-muy-leído, y no fuera más que un tonto-muy-leído. No vengo a vender que haya que beber oscuridad para tomarle el pulso a la existencia, pero sí que no por mucho leer, se amanece menos necio. Ayuda, algo ayuda seguro. Pero, como he dicho otras veces, valoro, antes que la inteligencia o el talento, la bondad.

Y eso, ay… eso ya es otra historia.

Esta pasada feria del libro tuve la (des)gracia de estar firmando ejemplares. Una privilegiada ocasión para deslizarme entre bambalinas y poner oreja a los comentarios de autores y libreros. Gente muy leída. Leidísima. Devoradores de biblias que asustan, con más kilómetros de líneas sobre el papel que Alfonso Caparros de rayas sobre el móvil. En cambio, caballos, lo que se dice potencia de motor mental… Ay, eso ya es otra historia.

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