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Cómo disfrazan la ruina con palabras biensonantes
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'TRINCHERA CULTURAL'

Cómo disfrazan la ruina con palabras biensonantes

Constantemente, se está disfrazando la ruina con palabras bien sonantes. La realidad, bajo el maquillaje, es otra. Que somos cada vez más pobres y, seguramente, más cretinos

Foto: Foto: EFE/Mariscal.
Foto: EFE/Mariscal.

Ahora que está de moda hablar de la etimología de las palabras, como si esta rama no fuera una de las más snob y pedantes de las filologías (a lo mejor por eso está de moda), me voy a subir al carro. Voy con la palabra eufemismo. Del griego, euphemia, compuesta por eu, que significa 'bueno', y pheme, que significa 'hablar', básicamente se refiere a aquello que está bien dicho. El caprichito de las madres, los curas y las profesoras de primaria. A mí me va más el disfemismo; esa expresión premeditadamente insultante que se usa antes que otra neutra, pero el eufemismo es más el pan de cada día, menos cuando Ortega Smith va al Pleno de Cibeles. Y es que no solo se ha convertido en una costumbre popular, sino en una herramienta, un arma en plan Kalashnikov, que puede llegar a maquillar aberraciones más grandes que los estropicios faciales de Irma Serrano.

Ir bien vestido de domingo, con traje de Pierre Cardín y botas Chelsea de piel de becerro, es un privilegio que se puede explotar. No tanto llevar un chándal agujereado del instituto con unas zapatillas, las mismas que han sobrevivido a un verano de festivales sin lavar, y afirmar que vas de punta en blanco (y no de puta en Huesca, que se dice en mi tierra). Pero, como cristianos libidinosos que predican contra los pecados de la carne, el eufemismo nace para confundir. Para ejercer la hipocresía descarada. Unas veces para demonizar. Otras tantas, para dulcificar.

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Sea cual sea el caso, no hay que dejarse manipular por las palabras. Son malas, las palabras. Nicanor Parra decía que había que ofenderlas, poseerlas y humillarlas en público —bueno, hablaba de la poesía, lo cual, bien visto, viene siendo lo mismo—. Por eso me presto a ofender y humillar unas cuantas, sobre todo aquellas que tengan en su ADN una cadena eufemística. Por ejemplo, pienso en algo tan cotidiano como el 'calentamiento global'.

A finales de los años noventa y principios de los dos mil, se consolidaron en Estados Unidos varios laboratorios de ideas que, basándose en gurús del marketing requetefashion y triunfadores, comenzaron a entender cómo, según las palabras que se usase, la opinión pública tendía a una idea u otra sobre el hecho descrito. Calentamiento global, que daba mucho yuyu, no nos fuésemos a freír todos como el pollo de Kentucky, rápidamente pasó a llamarse cambio climático, que suena más a hacer la mudanza verano-invierno del armario. O, en vez de "impuesto de sucesiones a las grandes fortunas", sentencia con perfume de justicia social, fue mejor llamarlo "impuesto a la muerte", que es como ir a lo necrófago por los cementerios o de cobrador del Frac a los funerales. Esta clase de manipulaciones del lenguaje permitieron, como bien muestra El vicio del poder, de Adam Mckay, allanar el camino hasta a algo tan tontorrón como la Guerra de Irak. Incluso durante todo el conflicto, la terminología fue mutando en función de las circunstancias, aunque siempre reinaban de fondo libertad, terror y democracia, palabras de las que no hay que fiarse… son como un Huevo Kínder; siempre llevan sorpresa.

Foto: Marilyn Monroe.
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Siguiendo esta onda tan chachi, tan de hablar del Mundo de la Piruleta, cuando Hansel y Gretel están en una orgía involuntaria por el contenido lisérgico de la Casita de Chocolate —la verdadera historia jamás contada—, medios de comunicación, influencers y cualquier sujeto con ventanas a la calle, está tirando de eufemismos para hacer una exfoliación química a la ruina. Aumentan los "ceses temporales de convivencia", o, mejor llamados; divorcios de los que te sangran hasta los granos, así como los pisos "ideales para parejas"; habitáculos tan minúsculos que para montárselo hay que revisar el Kamasutra en busca de posiciones que no sean horizontales.

En esta línea, ha emergido una fórmula de lo más práctica basada en los anglicismos. Porque al igual que Marcelino te cuenta que su hija está en Londres, o Nueva York, como si la mierda en el extranjero tuviese un sabor menos desapacible, nominar los siniestros en inglés resulta más cool, más trendy… Por eso, ahora no compartes piso con bolsas de pedos andantes, ni zorras chismosas, sino que practicas el co-living. Tampoco es que, en vista de la precaria situación que padeces, en la que no te da ni para Superglue con el que pegar la hucha del cerdito que rompiste hace tres alquileres, no puedas poner un pie fuera de casa. No. Tú lo que estás es practicando el nesting que, de nuevo volviendo a las etimologías, viene de nest, es decir, 'nido'. Un término con el que la revista de turno vendrá a venderte la moto para convertir tu hogar "el eje de la felicidad", solo que la moto no es una Ducati Scrambler, sino el ciclomotor que tenía tu abuelo en el huerto. Si los pájaros están en el nido es porque no pueden volar. Igual que tú, que tienes tan pocas plumas en el cuerpo como nóminas que superen el salario medio.

Disfrazar la decadencia de elección a la moda, la baja cualificación de alta tecnificación, o los movimientos bélicos de destino manifiesto

La idea se puede, igualmente, trasladar a las personas. O, mejor dicho, a las profesiones. Porque los eufemismos dignifican mucho… Pongamos por caso, que el Especialista en Logística de Energía Combustible ha tenido un affaire con la Coordinadora Oficial de Movimientos Internos y los Técnicos Sanitarios de Caminos Públicos los han pillado en ejercicio en el hall, lo cual es un problema porque la Coordinadora de Movimientos contrajo nupcias el verano pasado con el Distribuidor Interno de Recursos Humanos. Hasta aquí, todo bien, ¿no? El asunto pinta de lo más profesional, como si los altos cargos de una multinacional de Shanghái hubieran tenido un culebrón en la oficina. Pero la historia se puede contar un poco más… castiza. Dicho de otra forma, el butanero se ha follado a la portera en el portal, los basureros lo han visto, y es un lío porque la portera está casada con el ascensorista. La cosa, aunque aclarada, no tiene ni la mitad de porte o hidalguía, admitámoslo.

En fin, cada vez que leo, o escucho, un eufemismo de estos, siento que me están tomando el pelo como a un tocino al que le prometen la muerte de viejo. Porque disfrazar la decadencia de elección a la moda, la baja cualificación de alta tecnificación, o los movimientos bélicos de destino manifiesto, es masticar las palabras hasta convertirlas en una papilla que los pobres pajaritos del vulgo digiramos sin rechistar. Ya no sé si quien se las inventa lo hace por pitorreo, creatividad o porque, de verdad, funcionan. Siendo sincero, puestos a elegir una opción, casi prefiero quedarme con la primera.

Dicho esto, en vez de irme por ahí, voy a practicar el nesting, para conectar conmigo mismo, prepararme una cena ligera, porque el ayuno es saludable y a dormir en mi cama sin somier, que es un estilo muy feng shui… Así que, si queréis ser fashionable, herejes de lo awesome, ya me estáis siguiendo el rollo. Eso, o poneros a hacer la O con un canuto, que para el caso, patatas…

Ahora que está de moda hablar de la etimología de las palabras, como si esta rama no fuera una de las más snob y pedantes de las filologías (a lo mejor por eso está de moda), me voy a subir al carro. Voy con la palabra eufemismo. Del griego, euphemia, compuesta por eu, que significa 'bueno', y pheme, que significa 'hablar', básicamente se refiere a aquello que está bien dicho. El caprichito de las madres, los curas y las profesoras de primaria. A mí me va más el disfemismo; esa expresión premeditadamente insultante que se usa antes que otra neutra, pero el eufemismo es más el pan de cada día, menos cuando Ortega Smith va al Pleno de Cibeles. Y es que no solo se ha convertido en una costumbre popular, sino en una herramienta, un arma en plan Kalashnikov, que puede llegar a maquillar aberraciones más grandes que los estropicios faciales de Irma Serrano.

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