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Para quienes somos de Aragón, Labordeta fue el más de todos los hombres
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Para quienes somos de Aragón, Labordeta fue el más de todos los hombres

Fue uno de esos escasos políticos que lucía una alta cultura de ramalazos tabernarios, frente a la baja cultura de ramalazos esnobistas que muchos otros despachan. Labordeta fue un erudito de almuerzo al sol y no un sabelotodo de menú de degustación

Foto: El cantautor y político José Antonio Labordeta. (EFE/Javier Cebolleda)
El cantautor y político José Antonio Labordeta. (EFE/Javier Cebolleda)

José Antonio desayunaba los pinchos de tortilla de mi madre en su bar, el Babel. Ya de crío, recuerdo verlo con la mirada clavada en la doble página de algún periódico, disfrutón de esa insustituible cumbre culinaria que es la tortilla de patata, con la concentración de quien goza por dentro. Como si hacer muecas de gusto tradujera una frivolidad que solo ha de colonizarse con palabras. Ataviado con sus gafas de John Lennon ojicéntrico y su bigote de película de animación, saludaba a quien lo interpelaba con la educada emoción de una leyenda, tan hecha a su tierra, a la que, sin minusvalorarla, uno se acostumbra.

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Ahora se descubre, vía el épico documental Labordeta, un hombre sin más, que el cantautor siempre vivió en dudas sobre su talento, rebozado en la frustrante agonía de quien desea hacer del mundo un lugar mejor. Un viejo diario es el órdago que envalentona este recorrido por la carrera de uno de los portavoces de una estirpe de políticos que abundan más bien poco en los hemiciclos de hoy. Yo, vista mi juventud, me baso en testimonios y hemerotecas para realizar esta afirmación. Amigos del poeta, como Ignacio Martínez de Pisón, o mi propio padre, quien compartió no pocos momentos con él, confirman mis indirectos instintos.

José Antonio Labordeta vivía la política con el sentimiento de quien, aun dudando del destino, tiene fe en alcanzarlo. Pero, sobre todo, saborea a los compañeros de viaje. Como sintiéndose parte de un absoluto, que diría Steiner. Porque cualquiera diría que los representantes actuales, más que esperanza en la culminación de unos ideales, sienten esperanza por la culminación de sus deseos. Caprichos de quien juega en los tronos del poder para sí mismo y no para quienes representa.

"Labordeta personificaba una calidad humana y una ilusión que se traducía, no solo en sus palabras, sino en las que hablaban de él"

La cultura del compromiso del autor de 'Canto a la libertad' ya salía a relucir durante sus clases de Historia en Teruel. Un lugar inexistente donde Jiménez Losantos, el mejor insultador de este país, alimentó la bilis bajo sus alas. Difícil sería asumir que su depurada técnica de la ofensa ilustrada naciese a la sombra del bigote más poblado de Aragón, pero seguro que no hay pocas cosas del 'temperamento elegíaco' que le agradece a su viejo mentor. Mal que, quemados los años, las ideas de ambos atracasen en harinas de costales opuestos. Principalmente, porque Labordeta personificaba una calidad humana y una ilusión que se traducía, no solo en sus palabras, sino en las que hablaban de él. Adalid televisivo del somardeo, un término aragonés que debiera grabarse en el diccionario mental de todo hispanohablante, Labordeta hizo gala de la herencia cultural de Buñuel y de la perspicacia de Baltasar Gracián.

En el documental se hace mención de alguien de quien, aunque poco se habla, también tuvo por apellido Labordeta. El hermano del cantautor fue un poeta surrealista, de verso catártico y disruptivo, con poco que envidiar, salvo en fama, a André Breton. Miguel fue el iluminado, pero discreto, artífice de archipiélagos de palabras suspendidas en un olvido con recuerdo. Un tahúr de la expresión poética. La orgullosa sombra que la fama de su hermano, grande como un mayo, mantuvo en una póstuma clandestinidad. Como esa droga difícil, exigente, solo digna para mentes preparadas, que se recomienda discreta, pero apasionadamente, en los callejones fetichistas de la poesía.

Foto: Labordeta, entrañable diputado, entrañable cascarrabias

Volviendo a José Antonio... En fin, esto no va de hablar sobre su vida. Para eso ya hay muchos, mejores y más preparados que yo haciéndolo. Esto es una pieza sobre el fantasma vivo, después difunto, de un hombre que orbita en el imaginario de todo aragonés hablando con tiernos cojones verbales. Un jotero que nos enseñó que los triunfadores no son los buenos de la película y que los derrotados visten el orgullo de una lucha por la que lo dan todo. Iluminó una España humilde pero más rica que cualquier cacique de palacio. Sentenció que había que disfrutar de las frustraciones, pues nos definían tanto como las victorias. Y que, si alguien se ríe de nosotros, debemos alzar la voz, con las cuerdas vocales bañadas en taurina, para decir, alto y claro: "Coño, ¡vayan a la mierda!". Cita cortes por la segunda del imperativo, que no quita lo valiente por negar concesiones a los 'hooligans' de la poltrona política. Grandes blancos con culos donde una flecha se perdería, que orquestan el bienestar ajeno, diezmado de ser necesario, con tal de mantener intacto el suyo.

Porque, aunque uno dude del Estado de autonomías, y sea centralista como Guillermo del Valle, no le cuesta asumir que el regionalismo le pone más churrasco a la indignación. Aragón, reino y ombligo, honor y cabeza de carnero, queda constantemente relegado a la anécdota climática en el telediario. Y paladines como Labordeta le devolvían, día a día, su dignidad. El Abuelo lo hacía, además, con una alta cultura de ramalazos tabernarios, frente a la baja cultura de ramalazos esnobistas que muchos otros despachaban. Porque, no sé vosotros, pero siempre prefiero al erudito de almuerzo al sol, y migas con chorizo, que se ha metido un país en la mochila, que al sabelotodo de salón privado, y menú de degustación, que se ha metido a las élites privilegiadas en la cartera.

"¿Hay algo más grande que llegar a ser parte de las tradiciones? Pero no de las que se celebran con despilfarros titánicos del erario público"

Se me ponen los pelos como escarpias cada vez que oigo entonar el 'Somos'. Un himno que no abandona la sobremesa familiar en las escasas ocasiones en que nos reunimos. ¿Qué más se le puede pedir a un artista? ¿Acaso hay algo más grande que llegar a ser parte de las tradiciones? Pero no de las que se celebran con despilfarros titánicos del erario público. Si no de las que, como Labordeta, cantan, íntimas y cómplices, a 'esos viejos árboles, batidos por el viento, que azoooota desde el maaaaarrr'. Puedo prometer y prometo que es escuchar estos versos y me pongo más de la tierra que Agustina de Aragón…

Tal vez, como reza el título del documental, Labordeta fuese 'un hombre sin más', pero, para quienes somos de Aragón, Labordeta fue el más sin más de todos los hombres.

José Antonio desayunaba los pinchos de tortilla de mi madre en su bar, el Babel. Ya de crío, recuerdo verlo con la mirada clavada en la doble página de algún periódico, disfrutón de esa insustituible cumbre culinaria que es la tortilla de patata, con la concentración de quien goza por dentro. Como si hacer muecas de gusto tradujera una frivolidad que solo ha de colonizarse con palabras. Ataviado con sus gafas de John Lennon ojicéntrico y su bigote de película de animación, saludaba a quien lo interpelaba con la educada emoción de una leyenda, tan hecha a su tierra, a la que, sin minusvalorarla, uno se acostumbra.

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