Es noticia
Sirenitas negras para un mañana mejor
  1. Cultura
'TRINCHERA CULTURAL'

Sirenitas negras para un mañana mejor

Los tiempos cambian y las representaciones también. Sirenitas negras, Blancanieves chinas, Caperucitas hispanas, todo es posible y, aunque hacemos montañas de granos, hay cosas que huelen un poco a cloaca

Foto: La actriz que hará de la Sirenita, Halle Bailey. (Reuters/Aude Guerrucci)
La actriz que hará de la Sirenita, Halle Bailey. (Reuters/Aude Guerrucci)

Me enteré de la noticia antes de entenderla. Cogida al literal, pensé que había emergido de las aguas una versión acuática de la virgen de Montserrat. Un hito histórico que demostraba que todos veníamos, definitivamente, de África. Incluido quienes se adentraron en el agua durante el proceso evolutivo, en vez de hacerse la de los lagartos al sol.

Al final, no sé si el asunto es un hito, ni si es histórico, pero ha causado un revuelo más que llamativo. El tráiler de la última película de Disney, una versión humanizada de La Sirenita, tiene por protagonista una chica negra, con rastas a lo Bob Marley de gala. Hasta aquí, nada sorprendente. Tenemos orcos blancos, reinas enanas afroamericanas con acento de Compton, hobbits asiáticos, superhéroes de género fluido y una Hulk abogada. ¿Qué más da que la Sirenita sea negra, amarilla, blanca o india arapahoe? Pues parece que para bastante gente sí importa, aunque todo sea mucho ruido y pocas nueces.

* Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

Entiendo que haya un arrebato de indignación para quienes la Sirenita era un pilar de su infancia, la primera pelirroja blancucha de la que se enamoraron platónicamente muchas y muchos. Pero, como decía Alfred Tennyson, 'Es mejor haber amado y perdido, que jamás haber amado'. Los tiempos cambian y las representaciones también. Es un molino contra el que no se puede luchar. Dicho esto, hay varias cosas que sí huelen un poco a cloaca en esta nueva pirueta de la integración.

En primer lugar, quienes definen el gesto como la punta de lanza de una revolución por la igualdad. Vamos a ver, que esto de lo ‘woke’ empieza a ser como cuando los amantes de Sálvame, o 'Firts Dates', justifican su pasión por los desfiles de cretinos que hacen modelaje en esos programas, diciendo que hay que entenderlos como nichos de estudio sociológico o antropológico. Porque si los 'woke', los despiertos, creen que untando a una medio pez en chocolate negro, en vez de en blanco, están irguiendo los cimientos de una revolución, es que más de uno se ha dormido en los laureles. Como mucho, esta clase de manifestaciones simbólicas, tan innecesarias, lo que hacen es cimentar una desafección popular por una lucha, la de los derechos civiles, que se ha cobrado más sangre que un tanque para tampones. Este activismo, basado antes en la representación que en lo material, está alimentando los fuegos de un reaccionarismo vil, cenizo e inconsciente, que da fe de cómo, aunque se nos venda que la realidad cultural ha cambiado, la realidad material no se ha resignificado en absoluto. Esto se debe, en gran medida, a que, en Estados Unidos, hogar de valientes, tierra de oportunidades y nuestro reflejo civilizatorio, existe una sobreabundancia tan disparatada que se ha producido un olvido de lo material en función de lo puramente identitario. Algo que ya expone lúcidamente Iñaki Domínguez en un reciente artículo.

El caso es que recuerdo ver 'El príncipe de Bel-Air' y no andarme con devaneos sobre si podía identificarme físicamente con Will

Por otro lado, no debemos olvidar cuál es el objetivo real de Disney al racializar a su Sirenita. Si para el espectador el significante puede más que el significado, la compañía tiene muy claras sus apuestas, y no son a favor de la integración, ni de la inclusión, del antirracismo, ni de hostias en vinagre… Su leitmotiv es, como siempre, la caja. Disney, consciente de que la nostalgia mueve ahora a las masas, se decide a dar vida a un personaje integrado en el imaginario colectivo de muchas generaciones. Para ello, se rasca los bolsillos y suelta una cantidad ingente de billetitos con los que financiar el baile de recuerdos y emociones. Pero, ¿y si resulta ser un churro? ¿Y si, a pesar de las inversiones millonarias, la película solo alcanza la condición de mojón? Pues más vale cubrirse las espaldas e invertir en salud; en prevención de riesgos. Al darle el papel a una afroamericana, la empresa de Walt se asegura que haya ruido antes incluso de su estreno. Saben del mucho saben los guerreros del márquetin del estudio y, en su sapiencia mesiánica, se deciden a provocar la polémica a fin de obtener publicidad gratis, y apoyos ideológicos, que dejen lo interesante de una película infantil, la diversión y la calidad de la obra, en segundo plano.

Porque, siendo sinceros, si su deseo hubiese sido ser realmente provocadores, antisistema e insurrectos, haber luchado contra la desigualdad y el 'establishment', podrían haber hecho otra cosa. A mí que me den una versión en la que Úrsula sea una fulana chino-japonesa-americana (como O‑Ren Ishii) adicta al bótox, CEO de una malvada empresa que busca privatizar el plancton, y con harenes de delfines que viven en un régimen de explotación laboral, y sexual, para disfrute de los accionistas del monopolio marino. Una película en la que la Sirenita, con un nombre étnico, tipo Latisha o Newén, venga de los bajos fondos de la manga del mar menor, y se vea empujada a organizar una rebelión en favor de la colectivización del plancton. Todo ello mientras Úrsula, un pulpo déspota con ocho patas como las piernas de Jane Fonda, intenta conservar los medios de producción e imponer el imaginario de los octópodos como la raza superior. Joder, esa película sí que la defiendo y la voy a ver al cine. Y eso, por cierto, sin necesidad de identificarme obligatoriamente con los personajes.

Foto: Marilyn Monroe.
TE PUEDE INTERESAR
Con la perfección no se evoluciona
Galo Abrain

Circulan por ahí videos enternecedores de niñas negras emocionadas al ver que la nueva Sirenita es 'cómo ellas', y eso ha servido de baluarte para muchos que defienden la decisión de los directores de casting. Supongo que no te sacarán, por otro lado, los de todas las niñas blancas, seres que tienen la misma maldad que un pony recién nacido, llorando porque no se pueden identificar con el personaje. Y no digo que las niñas negras del mundo no merecen reconocerse en bichos de fantasía, respecto a cómo lo han podido hacer durante décadas las blancas. Creo que, tanto unas como otras, están siendo mal educadas si necesitan esa identificación para disfrutar de la imaginación audiovisual. ¿No sería mejor hacerles entender, a todos los niños del mundo, que, da igual si el protagonista es negro, mulato, blanco o está bañado en pústulas, sino que lo importante es empatizar con sus dramas, sus miserias y alegrías, sea cual sea su naturaleza? Todo esto, huelga decir, siempre que esos dramas no se deriven de su condición étnica. Ahí ya, no hay argumento posible. El caso es que recuerdo ver 'El príncipe de Bel-Air' o 'Cosas de Casa' y no andarme con devaneos sobre si podía identificarme físicamente con Will o Steve Urkel, sino disfrutando de sus peripecias que, a mí, qué cojones me importaba fuesen de familias afroamericanas, también podían sucederles a la mía.

En una reciente conversación con el escritor Emiliano Monge, le pregunté acerca de esta polémica. Según él, la edición del presente no es el problema, sino la cancelación del pasado. Negar lo que fue es el virus que condena a la deslocalización de la razón y no tanto reescribir viejas glorias. Aunque coincido en el fondo, admito que siento en esta limpieza de cutis racializada una cancelación por oportunismo, un destierro de lo que fue a los cenagales del error. De forma indirecta, este circo comercial, traduce un revanchismo que desea recordarnos que la jerarquía blanca se acabó (¡gracias a Dios!), pero no para desplazarnos hacia una igualdad, sino con el objetivo de construir nuevas hegemonías, y hacernos sentir tiranos y deudores a generaciones que no tenemos culpa de los desastres pasados.

Foto: Una madre con su bebé. (Unsplash/Ana Tablas)

Pero, en fin, la verdad es que hacemos montañas de granos. No es tan grave que la Sirenita pase de estar escrita en 'Arial', a estar en 'Arial Black'. Y, bueno, para quienes se retuercen de un malestar digno de las almorranas de un mexicano, porque la nueva Sirenita es afroamericana, espero que les tranquilice pensar en lo que sentirá Walt Disney cuando emerja de su criosueño. Que uno de los norteamericanos de la primera mitad del siglo XX más poderosos, antisemitas y racistas, vea su apellido cosido a estas sediciones por la igualdad, ufff… eso sí, escocerá un huevo.

Sirenitas negras, Blancanieves chinas, Caperucitas hispanas, todo es posible y, personalmente, todo me da cada vez más igual. Si, de verdad, esta clase de cosas nos ayudan a hacer de nuestra sociedad un lugar más cómodo, menos juzgón y sin odios estúpidos e irracionales, pues bienvenidas sean todas.

Sólo pido, eso sí, una película de Aladdín con un raterillo de Vallecas con la voz del Pirri de protagonista y, como Jasmín, una gitana con dos ovarios como dos catedrales con orgullo de raza, de calle y de clase. ¡Qué por soñar no quede! Ya veremos, a lo mejor hay suerte…

Me enteré de la noticia antes de entenderla. Cogida al literal, pensé que había emergido de las aguas una versión acuática de la virgen de Montserrat. Un hito histórico que demostraba que todos veníamos, definitivamente, de África. Incluido quienes se adentraron en el agua durante el proceso evolutivo, en vez de hacerse la de los lagartos al sol.

Disney+ Trinchera Cultural
El redactor recomienda