Es noticia
Tom Sharpe, una vida haciendo el ganso para no perder las plumas
  1. Cultura
10 años de su muerte

Tom Sharpe, una vida haciendo el ganso para no perder las plumas

Se publica la biografía póstuma de uno de los autores cómicos más importantes del siglo XX, y está llena de nazismo, palizas y paranoias. Males a los que su protagonista se enfrentó con la escopeta del humor

Foto: El escritor Tom Sharpe, en Barcelona en 2009. (EFE/Julián Martín)
El escritor Tom Sharpe, en Barcelona en 2009. (EFE/Julián Martín)

Tom Sharpe hoy sería cancelado. Me da igual lo que puedan decir muchos de los articulistas que ensalzan su figura ahora que, 10 años después de su fallecimiento, se publica Fragmentos de inexistencia (Anagrama), la biografía póstuma escrita por Miquel Martín, y que Sharpe dejó encargada a su concubina Montserrat Verdaguer. Si en este presente nuestro, tan mirado, alguien escribiera Reunión tumultuosa, cualquiera de las de Wilt, Vicios ancestrales o El bastardo recalcitrante, lo pondrían a caer de un burro. A parir, vaya. Son novelas con personajes misóginos, racistas, homófobos, incestuosos, depravados, clasistas, crueles… Muchos adjetivos y pocos buenos, salvo, quizá, los que se refieren a la calidad de las obras. Atributos que van más en la línea de desternillantes, ingeniosas, creativas, alocadas, accesibles y escritas para ser engullidas.

placeholder Portada de 'Fragmentos de inexistencia', la biografía de Tom Sharpe escrita por Miquel Martín.
Portada de 'Fragmentos de inexistencia', la biografía de Tom Sharpe escrita por Miquel Martín.

La obra de Sharpe puede resultar tan incómoda hoy como necesaria, porque patea la literalidad juzgona. Si uno analiza torpe y directamente una historia como la de su primera obra, Reunión tumultuosa (1970), en la que se aborda el homicidio de un cocinero negro en Zululandia por parte de una damisela inglesa viciosa de los trajes de látex, o el relato de su primer Wilt (1976), novela en la que un hombre planea el asesinato de su mujer con una muñeca hinchable, pues, mira, lo que se dicen premisas muy woke no son.

Manoseando las entrañas de ambas boutades, en cambio, lo que se desgrana es una crítica al colonialismo, a la idiosincrasia nobiliaria, al racismo, el esnobismo, la falta de comunicación matrimonial o al patetismo de la insatisfacción posmoderna. Afortunadamente, para los amantes de Sharpe esto ya es vox populi y no hay que dar la murga explicándolo día y noche —ay, qué fácil es bailarle el agua a los cadáveres—. La obra del chancero autor presenta así un antecedente razonable y privilegiado de cara a las distopías cenizas que se nos vienen.

Tuvo un padre nazi (reverendo anglicano, para más yuyu) y una madre que daba saltitos a la comba a fin de provocarse un aborto

Volviendo a la vida de Sharpe, que es lo que se celebra, no podemos obviar la parte que nos toca en tanto que españoles. Porque Tom, como buen guiri, cayó irremediablemente enamorado de la Costa Brava (lugar donde conoció a su enamorada extramatrimonial, la ya mentada Montsi). Imagino que más debido a su condición de jubileta que a su desenfreno, Sharpe se desentendió del balconing, la discoteque, el pago de kebabs con billetes de 500 euros o el seminudismo de trikini flúor. No así del pimple dipsomaniaco y los puros habaneros. Aficiones que durante sus últimos 16 años de idilio español lo dotaron de un porte churchilliano, más que de matraco rapado lleno de tatuajes tribales cantando el himno del United. Al fin y al cabo, era escritor, y por muy ganso que fuera le pillaba lejos el rollito Ben Brooks.

Entrando más en el material biográfico, si me tiro en plancha a mis debilidades psicoanalíticas con Sharpe, la jodemos. Sí, la jodemos, porque las relaciones paternofiliales son directoras del comportamiento adulto y me huele, sin ponerme demasiado lacaniano, que haber tenido un padre nazi (reverendo anglicano, para más yuyu) y una madre que daba saltitos a la comba en plan Heidi a fin de provocarse un aborto, no son antecedentes de una salud mental saneada. De hecho, en Fragmentos de inexistencia, descubrimos que los delirios mortales que polinizan las novelas de Sharpe quizás fuesen formas sarcásticas de enfrentarse a todos los flirteos que la de la guadaña le propuso.

placeholder Miquel Martín, autor de la biografía de Tom Sharpe 'Fragmentos de inexistencia', junto a Montserrat Verdaguer, la albacea del escritor británico. (EFE/David Borrat)
Miquel Martín, autor de la biografía de Tom Sharpe 'Fragmentos de inexistencia', junto a Montserrat Verdaguer, la albacea del escritor británico. (EFE/David Borrat)

Sin escarbar demasiado, su encantador padre-nazi-reverendo le regaló una pistola defectuosa a riesgo de que el joven Tom se volara la chola cualquier día. Por no hablar de las palizas regulares que le atizaban en el internado y, bueno, aunque no fuera él el receptor de esos cantos mortuorios, crecer con la banda sonora de las marchas militares de la Wehrmacht en la Hilversum Radio, y tener como expectativa laboral adulta pertenecer a las SS, son premisas a las que con el despertar de la conciencia solo puedes enfrentarte bajo el absurdo. Imagino que revisar tu pasado y verte emocionado alzando el brazo en lanza y con un palo hemorroidal cantando el Horst Wessel Lied, antes de abrir los ojos a la salvajada espuria y bestial que supone, debe ser tan vergonzoso que, o te atrincheras en la mofa, o metes la cabeza bajo tierra cual avestruz.

Sharpe era la clase de tipo que decía sin vergüenza que se inventaba sus entrevistas cuando era reportero, le parecía más divertido

El mundo está lleno de personas que reciben estímulos, pero no los asimilan. Tom Sharpe supo convertir sus machacadas existenciales en motivo de burla ficticia. Henry Wilt sería su alter ego más destacado; un personaje donde volcó sus paranoias con los condones, sus frustraciones docentes (Sharpe fue profesor durante muchos años), sus rayadas matrimoniales, sus instintos homicidas y un sinfín de idiosincrasias sin gota de gracia que, con la magia de la literatura, se convertían en motivo de descojone. Sharpe era la clase de tipo que decía sin vergüenza que se inventaba sus entrevistas cuando era reportero porque le parecía más divertido. Y leyendo esta y otras confesiones en Fragmentos de inexistencia, reincido en que dar un barrigazo por el cerebro de Sharpe debía ser la batalla entre una coña marinera inextinguible pinchando monstruosos recuerdos. Me atrevo a decir, incluso, potenciales deseos. Un toma y daca entre la crítica y el placer.

Líneas rojas

Aunque, ojo, machacó cosas como el thatcherismo con descaro y hasta inmortalizó la pantomima yuppie en Lo peor de cada casa, pero, por ejemplo, no retrató a la ex primera ministra británica. Sharpe, aunque parezca mentira, tenía sus líneas rojas. Según él, Thatcher era como el sida, como la guerra sucia, como una bomba en un carrito de niño o un violador agazapado en internado femenino, algo tan luctuoso que no es material de comedia. El humor, su especialidad, curiosamente tenía límites. Lo que no quita que, a mí entender, el escritor compartiera esa ilustre idea que Emil Cioran inmortalizó en una frase: "Un libro debe abrir viejas heridas, incluso infligir otras nuevas. Un libro debe ser un peligro". Porque, más allá de sus fronteras, el humor de Sharpe es el caviar con el que endulzar el medicamento. El caramelo que envuelve el filo de los peligros de su crítica.

Foto: Fallece el escritor británico Tom Sharpe, padre de 'Wilt'

Por esto último, los libros de Tom Sharpe son actualmente un bálsamo ideal contra la tiña del analfabetismo lector. Incido en lo de lector, pues que hoy no se lea, a diferencia del pasado, no viene impulsado por el desconocimiento, sino por la impaciencia y la falta de interés. Sharpe te sopla a la oreja como una bonita sonrisa, haciéndote adicto a sus cosquilleos y al escalofrío descacharrante de sus negras ocurrencias. Es un método eficaz y agudo para hacer que alguien vea en los libros algo más que tostones hiperentendidos o el cemento de un cultureteo inútil que mira al resto con desdén. Sharpe concibió eso en su escritura, la magia del entretenimiento sin perder el fondo, la forma, la provocación y el juicio.

placeholder El escritor Tom Sharpe, padre de Wilt. (EFE)
El escritor Tom Sharpe, padre de Wilt. (EFE)

Ah, y a pesar de tanto drama, una vez chupó triunfo, vivió bastante fetén. Gusto de quien va peatonalmente faldicorto, siendo objeto de las miradas justas y los halagos propios del arqueo de las cejas, sin llegar al incómodo silbido o al berrido borrico de los famosos intratables. Y eso que ganó millones, una pequeña fortuna. La morterada padre fluyó entre sus ajadas manos, lo que no explica por qué terminó con las mejillas amoratadas y blanquimoteadas que es señal de devoto al Don Simón, y no del brandy Monte Cristo con el que se daba los homenajes.

Sea como fuere, Sharpe hizo de lo patético lo glorioso, del ingenio una ley y de la gansada y la broma una forma de enfrentarse a los chinchetas existenciales. Su biografía da fe de ello y su literatura, tan moral y cínica como entrañable, lo respaldará por siglos. Cosa que tampoco le importaba un pimiento, pues cuando se le interrogó sobre si le daba importancia al legado, respondió cosas como: "En absoluto. Sería como pasarse la vida cargando con la lápida de la propia tumba. Ésa es una de las grandes fantasías que existen, un autoengaño total".

Y, autoengaño, o no, Tom Sharpe lo logró con creces.

Tom Sharpe hoy sería cancelado. Me da igual lo que puedan decir muchos de los articulistas que ensalzan su figura ahora que, 10 años después de su fallecimiento, se publica Fragmentos de inexistencia (Anagrama), la biografía póstuma escrita por Miquel Martín, y que Sharpe dejó encargada a su concubina Montserrat Verdaguer. Si en este presente nuestro, tan mirado, alguien escribiera Reunión tumultuosa, cualquiera de las de Wilt, Vicios ancestrales o El bastardo recalcitrante, lo pondrían a caer de un burro. A parir, vaya. Son novelas con personajes misóginos, racistas, homófobos, incestuosos, depravados, clasistas, crueles… Muchos adjetivos y pocos buenos, salvo, quizá, los que se refieren a la calidad de las obras. Atributos que van más en la línea de desternillantes, ingeniosas, creativas, alocadas, accesibles y escritas para ser engullidas.

Libros Literatura
El redactor recomienda