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¿Por qué quien te hace 'ghosting' considera que eres insignificante?
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¿Por qué quien te hace 'ghosting' considera que eres insignificante?

Vivimos la cultura de la espantada. Un gesto cobarde que oculta una idea muy simple: creerse mejor que los demás.

Foto: 'Ghosting',  cuando el silencio es la respuesta. (Unsplash/Firmbee.com)
'Ghosting', cuando el silencio es la respuesta. (Unsplash/Firmbee.com)

Toca aceptar que vales tirando a poco. Siento ser yo el que te lo diga. Créeme, sería un lujazo poder chivarte que estás en lo alto, que tienes el mundo a tus pies, pero va a ser que no. Y ojo, no porque no te lo merezcas. Estoy seguro de que has hecho méritos considerables para volar hasta lo alto del palmarés. Fijo que has picado piedra intelectual, gastado carburadores vitales y doblado el espinazo en más de una ocasión. Como reza ese recurso tan manido de quienes tronchan las relaciones: "no eres tú, soy yo". Pero... ¿”yo” quién?, te preguntarás. Pues el tablero, camarada, ¿quién va a ser? Este tablero, sistema, contexto o como quieras llamarlo, tan desproporcionado y desequilibrado por el que nos movemos. No hay hueco para todos en las mesas premium del menú. En esta competición, los puestos-bien son un palco reservado.

Ah, perdón, ¿que no te sitúas? ¿Te cuesta ubicarte en el terreno de juego? Lo tienes chupado. Piensa en alguien a quien admires. Da igual si es a nivel laboral, sentimental, sexual, en fin... piensa en alguien. Ahora, escríbele. Mándale un mail, un SMS, un WhatsApp, una misiva, una paloma mensajera o una carta en un condón hinchado-volador. Por una vez, McLuhan puede irse a freír espárragos. No, aquí el medio no es el mensaje. El mensaje es el mensaje, poco importa el medio. Venga, ¡adelante! Como decía mi ex: "Con el 'no' ya cuentas". Apúrale.

placeholder Mandas un mensaje por el móvil... y no te contestan. (iStock)
Mandas un mensaje por el móvil... y no te contestan. (iStock)

¿Ya lo tienes? Perfecto. Para saber si tienes premio de consolación, o medalla, ya sólo queda la prueba del algodón. Un test más sencillo que el mecanismo de un chupete. Verás, mandado el mensaje, esperamos un tiempo X relativo. ¿Te han respondido? ¿Sí? ¡Enhorabuena! Efectivamente, eres quién para merecer atención. No sabría decirte si partes la pana, o simplemente pilotas bien la calceta, pero el caso es que estás en una posición ventajosa. ¿No te responden? ¿Cri-cri en tu bandeja de entrada? Oh... vaya palo. Lo siento, no estás en la onda. No vales. No interesas. No gustas. Te han escupido el poder del silencio y de la humedad se te ha caído el ghosting encima. Mis condolencias.

Se pasa mal, ya lo sé. ¿Por qué? te preguntas. ¿Tanto cuesta una breve respuesta? ¿Una aseada y escueta explicación? No, claro. Por lo general, no es la cuadratura del círculo. Seguro que hay quien te abandona a la enfermiza indiferencia porque las está pasando canutas. Porque ha perdido la oportunidad de contactarte. Porque su canario acabó de piscolabis para el gato del vecino, o el gato acabó de piscolabis para el perro del vecino o el vecino acabó de piscolabis para tu perro. El caso es que a ellos sonrisita, palmadita en la espalda y ¡santas pascuas! Hay que ser comprensivos. La mayoría, no obstante, te están queriendo decir algo sin mucha sutileza: les importas una mierda. Sí, cariño, tal y como te lo digo. Una mierda. Un zurullo. Un flotador de barro en un ibón de residuos.

Foto: Foto: iStock.

Pero, bueno, no es importarle una mierda a alguien lo que resulta escandaloso en esta cultura del ghosting que triunfa más que los gambones en navidad, si no la creciente falta de educación y generosidad. Cuando vemos una película en la que, por ejemplo, una aburguesada dama de gesto solemne y voz de anguila rechaza hablar con un plebeyo por creerlo inferior, se nos revuelven las tripas, ¿verdad? A mí, al menos, me hierve la rabia. Sudar del personal, hacerle luz de gas por ausencia, un mutis por el foro o este neologismo anglicista; ghosting, es la versión posmo de esa presuntuosidad clasista tan raspona.

¿Qué mejor para insinuar, cobardemente, que me creo mejor que tú, o que no tienes nada que aportarme, que regalarte el eco de tu voz? Para quien te deja en blanco, vas de cabeza de cartel y no llegas ni a telonero. No seduces. Ni siquiera aburres, porque al que aburre se lo manda a hacer puñetas. Eres una carga que abandonar comiéndose los mocos sin la excusa de haber ido a por tabaco. ¿Te corroe la curiosidad? ¿La culpa, quizás? No así a quien se ha vestido de Casper de cara a tus reclamos naturales. ¿Tienes facha de Monster y hueles pachuli en una sauna? Tal vez. Pero el magma subyacente es que te consideran de una clase social más baja. Eres menos importante, menos rico, menos guapo, menos... rentable. Sí, esa es la palabra: rentable. En esta peli de clics compulsivos donde somos extras, en esta batalla de egos multiversal, las relaciones se han vuelto productos de los que extraer una rentabilidad.

El magma subyacente es que te consideran de clase social más baja. Eres menos importante, menos rico, menos guapo, menos... rentable

Recuerdo cuando me echaron de las novatadas de mi colegio mayor. Le zurré la badana a un alfeñique con complejo de Napoleón y, bueno... eso es otra historia. El caso es que me fueron negadas las actividades, pero escuchaba los relatos del resto de “nuevos” que tragaban fango en la trinchera. No dejaba de sorprenderme una cosa; quienes sufrían las vejaciones, quienes ponían en petit comité el grito en el cielo por todas las putadas sufridas, babeaban como auténticos bulldogs fantaseando con el momento en que ellos las llevarían a cabo. Igual para quien se marca la del fantasma. A uno se lo hacen cuando está subiendo. Luego termina de subir. Llega a la cima y mismo rollo. Ahora es su turno de ponerlo en práctica. La rueda sigue. Y gusta pensar en el “ojo por ojo” para sosegar la mala vibra justificando el feo, sin que, realmente, eso sea motivo suficiente.

Generosidad demodé

La bondad siempre me ha parecido más importante que la inteligencia o el talento. Pero el toma y daca, la feroz competencia narcisista y la puñalada, han hecho que la generosidad se haya convertido en una cursilada. Pocos se esfuerzan por ponerla en práctica. Está demodé. Como el honor y todo eso. Y los que la esquivan, hacen las paces consigo mismos asumiendo que no sirve para gran cosa. Que lo suyo es mirar por ellos y culminar en el individualismo satisfecho de los poderosos. Debe dar mucho morbo sentirse el Correcaminos. Esquivando, sin excepción, los ingeniosos, aunque humildes, intentos de los muchos Coyotes que te desean y no te huelen ni en pintura. Hay demasiada gente a la vanguardia de lo peor.

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El ghosting, la espantada, la desaparición inesperada, ir a por tabaco y no volver, son distintas formas de nombrar el abandono, una llama que azuza el desaliento, la desconfianza y el recelo. Quien la prende, se cubre las espaldas, se ahorra movidas, pasa del asunto para no tener que trabajarse una respuesta. La sociedad que lo tolera y lo practica, está condenada al egoísmo y la incomunicación. Es, en definitiva, cobarde.

Soy de los que claman por bajarse de este burro acelerado que cabalgamos. De los que creen que deberíamos ahogar el ruido más a menudo. Pero, ojo, no todos los silencios son iguales.

Toca aceptar que vales tirando a poco. Siento ser yo el que te lo diga. Créeme, sería un lujazo poder chivarte que estás en lo alto, que tienes el mundo a tus pies, pero va a ser que no. Y ojo, no porque no te lo merezcas. Estoy seguro de que has hecho méritos considerables para volar hasta lo alto del palmarés. Fijo que has picado piedra intelectual, gastado carburadores vitales y doblado el espinazo en más de una ocasión. Como reza ese recurso tan manido de quienes tronchan las relaciones: "no eres tú, soy yo". Pero... ¿”yo” quién?, te preguntarás. Pues el tablero, camarada, ¿quién va a ser? Este tablero, sistema, contexto o como quieras llamarlo, tan desproporcionado y desequilibrado por el que nos movemos. No hay hueco para todos en las mesas premium del menú. En esta competición, los puestos-bien son un palco reservado.

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