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Cuando ir a la guerra era cosa de pobres: 1.500 pesetas por librarse de la muerte en Marruecos
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Cuando ir a la guerra era cosa de pobres: 1.500 pesetas por librarse de la muerte en Marruecos

En agosto de 1923, los soldados se rebelaron en Málaga, ya que el servicio de armas no era igualitario y quien disponía de medios económicos podía comprar la exención del servicio militar a la Hacienda pública

Foto: Submarinos españoles de clase B implicados en la guerra del Rif. (Wikipedia)
Submarinos españoles de clase B implicados en la guerra del Rif. (Wikipedia)

Se cumple en estos días el centenario del Motín de Málaga, cuando tropas embarcadas para ir al frente de Marruecos se rebelaron y hubo serios altercados en la ciudad andaluza, donde, en los enfrentamientos iniciales, fallecería el suboficial de ingenieros José Ardoz. Aún latía en el ambiente el triste recuerdo del reciente desastre de Annual de 1921, en el que tantos soldados españoles encontraron la muerte, y el estado de ánimo de las tropas no era, por ello, el mejor. De hecho, un mes después, en septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera tomaba el poder: quizás el episodio de Málaga fue uno de los detonantes.

Entonces, y desde el siglo XIX, el servicio de armas no era igualitario, ya que quien disponía de medios económicos podía comprar la exención del servicio militar a la Hacienda pública, o pagar a un vecino con menos recursos económicos para que cumpliese esta obligación en su nombre y, en muchos casos, hasta morir por él.

Foto: Ejercicios Flotex-22 de unidades de la OTAN y la UE en la base naval de Rota. (EFE/Román Ríos) Opinión
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En el año 2001, el servicio militar se derogó y, por tanto, la posibilidad de pagar por no hacerlo, buscar sustituto o reducir el tiempo de servicio, pero aun nuestro Código Civil en su artículo 1043 se refiere "a las cantidades satisfechas para redimir a los hijos de la suerte del soldado". Es solo una rémora del pasado, sin virtualidad alguna, pero da una idea de la importancia que esta práctica llegó a adquirir.

El sistema de 1837

Para tratar la cuestión, debemos partir de la Ordenanza para el Reemplazo del Ejército, de 2 de noviembre de 1837, que estableció las bases de un nuevo sistema de reclutamiento.

En esta norma, se reconocían dos maneras de eludir el servicio: la redención en metálico y la sustitución hombre por hombre. Ambas aparecerán recogidas en distintos documentos notariales, constituyendo una muestra más de que los protocolos reflejan la vida real de cada momento, siendo fuente imprescindible para el estudio de nuestra historia por incómoda que esta sea.

Las tretas que intentaban evitar el llamamiento: arrancarse los dientes, cortarse el dedo índice de la mano diestra o sacarse el ojo derecho

También esta ordenanza reunía diversas sanciones para castigar las tretas que intentaban evitar el llamamiento: por ejemplo, arrancarse los dientes —imprescindibles para romper el cartucho—, cortarse el dedo índice de la mano diestra —necesario para apretar el gatillo— o sacarse el ojo derecho. Así, establecía sanciones de dos a cuatro años en obras públicas.

placeholder Militares españoles en un blocao en Marruecos durante la contienda del Rif en el año 1921. (Wikipedia)
Militares españoles en un blocao en Marruecos durante la contienda del Rif en el año 1921. (Wikipedia)

Con la redención en metálico, se creaba una clara discriminación atentatoria contra el principio de igualdad. El que tuviera medios económicos podía eludir el servicio, bien pagando a la Hacienda pública 6.000 reales (desde 1868, 1.500 pesetas) —el sueldo de un catedrático en el siglo XIX era de unos 4.000 reales anuales— o buscando un sustituto que, a cambio de una cantidad inferior o pagadera a plazos, se convertiría en carne de cañón. Nunca mejor dicho.

La contienda marroquí

En la época, aparte de las guerras carlistas, que causaron enormes estragos, tuvo lugar la guerra de Marruecos, en donde solo en el periodo comprendido entre octubre de 1859 y mayo de 1860 fallecieron 4.000 hombres (el 9% de la tropa) y hubo unos 5.000 heridos. Después, en 1921, vendría Annual, con casi 11.000 muertos.

El servicio llamado de Ultramar se podía calificar de ruleta mortal. Muchos perecieron por enfermedades tropicales, siendo el periodo medio de servicio de seis años. En torno al 10% de los reclutados acabaron en Ultramar y en las campañas de 1866-1877 y 1895-1898, de cada dos soldados allí destinados, uno no volvió.

La desigualdad no solo era social, también geográfica: la cantidad fijada no suponía el mismo esfuerzo en Barcelona que en Galicia

Las cantidades exigidas por la Hacienda pública no eran menores. Si un catedrático ganaba en 1837 alrededor de 4.000 reales al año, a mediados de los años 40 un médico de pueblo recibía anualmente 6.000 reales. Para grupos sociales más modestos, esas cifras eran casi inalcanzables. Salvo ayuda celestial o herencia inesperada, les estaba vedada tal posibilidad, pues el obrero industrial madrileño entonces cobraba de media, por jornal diario, 12 reales, y un jornalero andaluz, trabajando de sol a sol, de dos a cuatro reales más el condumio.

placeholder Soldados españoles de la Legión de infantería durante la contienda del Rif. (Wikipedia)
Soldados españoles de la Legión de infantería durante la contienda del Rif. (Wikipedia)

La desigualdad no solo era social, también geográfica: la cantidad fijada no suponía el mismo esfuerzo en Barcelona que en Galicia. En la primera, se salvaron de ir a la guerra entre 1852 y 1867 más del 54% de los quintos. En Ourense y Lugo, no llegaron al 0,10%. Incluso hubo mozos de zonas deprimidas, reclutados por compañías de seguros —de las que luego trataremos— como sustitutos para otras regiones, como fue el caso de muchos quintos pobres de Ourense.

Foto: Un grupo de españoles durante el servicio militar en Melilla en los años 80. (Cedida)

No extrañará saber que en las regiones donde menos redimidos hubo, y que a la vez eran exportadoras de sustitutos, como es el caso de Galicia o León, se dio la mayor proporción de prófugos y desertores, del orden del 50%. Por el contrario, donde abundaron los redimidos y sustituidos, la deserción fue reducida: en Cataluña, por ejemplo, del 3% al 7%, cuando la media nacional estuvo en el 15%-20%.

Está documentado que los bancos subían los tipos de interés cuando se acercaba la fecha del Sorteo de Quintas, debido a que muchas familias precisarían de capital para esa redención. Los anuncios de las cajas de ahorros ofreciendo dinero a intereses públicamente confesados e impresos del 36% al 60% anual se multiplicaron en los periódicos, cuando el normal era del 6%.

El obrero industrial madrileño cobraba de media, por jornal diario, 12 reales, y un jornalero andaluz, trabajando de sol a sol, de dos a cuatro reales

Encontramos en Segovia un supuesto especial de redención. Es el caso de Vicente Clemente, de 21 años, llamado a filas en 1872, a quien su padre salva de ir a la guerra tras acordar con don Patricio de Antonio, en cuya casa Vicente sirve como criado, el anticipo de un préstamo para hacer frente a la redención. Según consta en el documento notarial, Vicente se compromete a servir a su señor durante siete años más "si dicho su amo le hace el anticipo de 1.000 pesetas". El amo le abonaría además 50 pesetas anuales, dándole alimento y calzado, "todo con arreglo a su clase y condición". El tiempo de trabajo nos puede dar idea de la importancia que para una economía modesta (el padre es un labrador) suponían las cantidades estipuladas para la redención. El don solo antecede al empleador, al que se le identifica como "propietario en Casla".

Como ya señalé con anterioridad, con el tiempo proliferaron los seguros para hacer frente al pago de la redención (o sustitución), creándose sociedades a tal fin. Una de ellas, denominada El porvenir de las familias, llegó a facturar 400 millones de reales en 1864. Y, durante la Guerra de Cuba, de 1895 a 1898, funcionaron hasta 30 sociedades de redención, que conseguían bien la exención total del soldado o un destino peninsular.

El esfuerzo familiar fue ingente. Los padres de la familia Marrero de Arucas (Canarias) habiendo redimido ya a tres de sus hijos, en su testamento de 1908 ordenan que se haga lo mismo con los otros tres.

Foto: Un veterano de la Legión que pasa las noches en un banco. (Claudia Borasteros)

Ante estas situaciones, algunas personas con recursos recogieron en sus testamentos disposiciones con ánimo filantrópico que permitieron redimir mozos de extracción humilde. Por ejemplo, el ferrolano Ramón Plá, marqués de Amboage, fallecido en 1892. Se calcula que gracias a él fueron redimidos 4.000 mozos gallegos. También tenemos noticia de algún prófugo: Miguel Pujol, soldado en la quinta de 1855, fue detenido por prófugo. Para conseguir su libertad, Juan Donay comparece en Barcelona ante notario el 19 de abril de 1856 garantizando su presentación en el Ayuntamiento o la de un sustituto.

Las sustituciones, más baratas

El coste medio de las sustituciones, siempre más baratas que las redenciones, fue de entre 3.000 y 4.000 reales. Además del metálico, en algunos casos se acuerda la entrega al sustituto de prendas de vestir. En una de Asturias: "Un vestido completo… como lo usan los aldeanos de su clase…". Otras muchas circunstancias quedan documentadas.

Si los sustitutos desertaban antes de cumplirse el primer año, el sustituido debía incorporarse como recluta. Así se lee en la escritura autorizada en Alcalá de Henares el 1 de julio de 1870 por el notario Gregorio Azaña Rajas, abuelo del que fuera presidente de la II República. Las sustituciones se recogían en documento notarial porque los pagos solían entregarse "a plazos", y de este modo quedaba documentado y garantizado su cobro.

También se detectaron hijos de viudas o únicos de padres sexagenarios pobres que se vendían para ocupar el puesto de otro

Ni que decir tiene que estos mecanismos que permitían eludir el servicio militar tuvieron un fuerte impacto y rechazo social. En los acalorados debates parlamentarios de la época, encontramos críticas de algún diputado como esta tan gráfica: "La contribución de sangre… la más injusta y opresiva al pueblo pobre, que ve condenados sus hijos a tomar forzosamente las armas, al paso quo los ricos se libran por el dinero…". Hubo padres que para retener a sus hijos y ahorrarles una muerte que intuían segura no dudaron en endeudarse e hipotecar sus propiedades.

Algunos recurrirían a mancomunar el posible riesgo: José Martín y Laureano González, vecinos ambos de Los Molinos, en la sierra madrileña, el 29 de abril de 1862 otorgaron en Madrid respecto de sus hijos respectivos, Ramón y Anastasio, lo que se calificaba como escritura de asociación para librar de la suerte de soldados a sus hijos. Fue declarado soldado uno de ellos, Ramón, al cual se le buscará un sustituto, pagando a medias el precio.

placeholder Soldados españoles en combate durante la guerra del Rif. (Wikipedia)
Soldados españoles en combate durante la guerra del Rif. (Wikipedia)

También hijos desesperados que ven en la sustitución una posible forma de vida. Es el caso de un residente en el hospicio de Oviedo, que manifiesta ante notario: "Que por consecuencia de ser hijo natural… en atención a verse abandonado de sus padres, quienes, sin embargo, de haberle reconocido, no han cuidado de su crianza, ni alimento, pues le abandonaron cual si ninguna obligación tuvieran en ello, para poder subsistir se vio precisado a la sustitución…".

De igual modo se verán impelidos a ello por causa de deudas paternas, como víctimas o moneda de pago de dicho endeudamiento: Manuel González, de Oviedo, de los 3.000 reales por los que se contrata, "1.995 se los entregará a Jose Muñiz, a quien se los debe su padre…".

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Muchos sustitutos, en previsión de un fatal y no tan improbable desenlace, indicaban en la misma escritura la persona que recibiría la parte pendiente de cobro. Es el caso de Manuel Rubio Blanca, en la sustitución firmada en Torre del Campo (Jaén) el 21 de febrero de 1849. Tenemos constancia del fallecimiento de este sustituto durante el servicio.

Algún sustituido querrá eludir el pago de lo pactado: José Boronat, de Calpe (Alicante), acordó en 1861 con Francisco Pérez que le sustituiría. Francisco cumplió su parte del trato, no haciéndolo el primero, que se fugó a Argelia para no pagar. El padre del huido fue condenado a hacerlo en su lugar con base en lo pactado ante notario.

Hacer negocio con la desesperación

Los llamados "empresarios de quintas" proliferaron cada vez más, dedicándose a buscar sustitutos de manera profesional. En un examen de 230 escrituras "de sustitución", entre los años 1838 y 1859 en Asturias apareció en 49 ocasiones un mismo intermediario, Santiago Gómez Azcona. Otro, Juan Gómez, lo hizo en otras 32.

Otra salida era la emigración. El precio del pasaje, equipaje incluido, no superaba de media los 1.500 reales, menos que la sustitución

En Madrid, Francisco Cernuda Planas en varias escrituras era identificado como quien "se dedica a la sustitución de reclutas". Y, en la provincia de Granada, destacaría Miguel Oliva Rubio, que, si bien estaba afincado en la capital, encontramos sus sustituciones en el protocolo del notario de Santa Fe, Joaquín Sánchez Piquero.

En algunas zonas, en fin, se optaría como mal menor por la emigración. En Asturias se constata a mediados del siglo XIX una inusual salida ultramarina de varones de 15 a 16 años. El precio del pasaje, equipaje incluido, no superaba entonces de media los 1.500 reales, siempre inferior a la redención o a la sustitución.

Foto: Ilustración vintage francesa. /Fuente: iStock)

Solo en 1912 desaparecieron estas dos posibilidades tan sangrantes. En su lugar se creó el sistema de soldados de cuota, que seguiría siendo discriminatorio, pues permitía reducir el tiempo de servicio en filas a cambio de una cantidad en metálico: con el pago de 1.000 pesetas pasaba de tres años a 10 meses y por 2.000 pesetas quedaba en solo cinco meses. Eso sí, debían costearse su equipo militar. En cualquier caso, es verdad que todos servían y ya no cabían sustitutos.

La desaparición plena de la cuota tuvo lugar por ley en 1940.

Se cumple en estos días el centenario del Motín de Málaga, cuando tropas embarcadas para ir al frente de Marruecos se rebelaron y hubo serios altercados en la ciudad andaluza, donde, en los enfrentamientos iniciales, fallecería el suboficial de ingenieros José Ardoz. Aún latía en el ambiente el triste recuerdo del reciente desastre de Annual de 1921, en el que tantos soldados españoles encontraron la muerte, y el estado de ánimo de las tropas no era, por ello, el mejor. De hecho, un mes después, en septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera tomaba el poder: quizás el episodio de Málaga fue uno de los detonantes.

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