Es noticia
Una guerra de pobres reclutados a la fuerza
  1. Cultura
EL HISTORIADOR JAMES MATTHEWS INVESTIGA LA COTIDIANIDAD DE LAS TRINCHERAS DE AMBOS BANDOS

Una guerra de pobres reclutados a la fuerza

La ideología fue pólvora mojada en el conflicto en el que millones de españoles que nunca habían sido voluntarios y no querían verse implicados en la

Foto: Una guerra de pobres reclutados a la fuerza
Una guerra de pobres reclutados a la fuerza

La ideología fue pólvora mojada en el conflicto en el que millones de españoles que nunca habían sido voluntarios y no querían verse implicados en la lucha pelearon entre sí durante tres largos y violentos años. La tercera España fue reclutada a la fuerza, retenida durante toda la guerra, se inventó expedientes imaginativos para eludir el servicio, otros sirvieron a regañadientes y trataron de no hacerse notar durante las hostilidades, y muchos cambiaron de bando fácilmente cuando les convino o cuando les fue posible.

El reclutamiento pasó por los mismos problemas en un ejército y en el otro para conseguir convencer y retener a la población. Dependió más de la geografía que de la ideología. “El conflicto español subraya la dificultad de conseguir una movilización sostenida en una guerra civil”, asegura el doctor en Historia de España por la Universidad de Oxford James Matthews, en el ensayo Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil 1936-1939 (Alianza).

La República movilizó más reemplazos que los nacionales y envió al frente a hombres física o psicológicamente inaptos para el servicio militar. Sin embargo, el ejército rebelde, que movilizó a menos reemplazos, mantuvo mejor la moral en la retaguardia. Los reclutas republicanos de más edad al final de la guerra tenían 45 años; los del ejército rebelde, 33. “Motivar a estos nuevos combatientes fue una tarea enormemente difícil. Ambos bandos gastaron una gran cantidad de energía y recursos en construir y reconstruir relatos para embellecer sus respectivas causas”.

Un nuevo modelo de soldado

En ese sentido, la República se vio forzada a formular una nueva definición de lo que significaba ser soldado. Debían crear un nuevo modelo de ejército para diferenciarse del enemigo y sus ideas, sobre todo, los militantes de partidos y sindicatos que se unieron voluntariamente. Querían un nuevo ejército: “Y eso se ve en el saludo del puño o el sistema del comisariado político”, explica el historiador. Los soldados de la República asociaban al ejército como el enemigo, necesitaban romper con esa imagen y surgieron los problemas de organización y de disciplina.

Laxa e ineficaz”, define Matthews la disciplina del Ejército Popular, “pese al constante recurso a métodos de castigo tradicionales, como el trabajo forzoso, e incluso a las ejecuciones sumarias por infracciones graves”. Así fue cómo este ejército, en su necesidad de distinguirse del enemigo al extremo, se puso obstáculos potenciales a su capacidad de combate. Buscó en sus soldados rasos una obediencia inclusiva y voluntaria, más que irreflexiva y automática.

“Ambos bandos utilizaron sus campañas de educación para reforzar los relatos edulcorados que había detrás de sus campañas de movilización e involucrar a sus soldados en la construcción del Estado”, con el objetivo de crear nuevos hombres sin compromiso, pero con ideologías.

La falta de alimentos

El libro enfatiza el papel de los participantes en lugar de las teorías sobre tácticas bélicas, sobre grandes nombres y grandes acontecimientos. El investigador baja a la trinchera, al lado del recluta, husmea en sus cartas, recorre la cotidianidad en sus memorias. Es la primera historia que trata del reclutamiento obligatorio en la Guerra Civil.

Y una de las pocas que se fijan en la importancia del pan. Cuenta Matthews que un soldado asturiano que luchaba con los nacionales en Teruel describió la llegada de pan y café como una oportunidad para darse un “gran banquete” después de días y días sin comer y en los cuales apenas “conservaba memoria” de la comida anterior.

Al parecer, el alto mando nacional también permitió a algunos soldados marroquíes trabajar como vendedores ambulantes en primera línea y suministrar a los soldados “botellas de coñac, leche condensada, tabaco, hojas de afeitar, jabón, sobres y plumas”. El coñac era un licor lo bastante fuerte para usarse como combustible de lámpara. Como licor no era tan bueno, conocido como “matarratas”.

El tabaco era tan importante como el pan. Era un consuelo psicológico porque reducía el apetito y aliviaba el estrés. Distribuirlo a diario suponía mantener a las tropas muy contentas. Una carta de un soldado a otro proporciona una prueba más de la importancia del suministro regular de tabaco. El remitente, explica Matthews, incluyó tres cigarrillos en el sobre, confiando en que los censores militares permitiesen su envío. Incluye entre la documentación otro soldado que directamente en su carta se dirige al censor: “Oye censor, no quites más pitillos de las cartas, porque no los llevas a los hospitales de sangre, como dices, y te los fumas tú, que yo me creo tienes poca vergüenza”. Tabaco de mala calidad.

El humor fue el mejor analgésico en las trincheras. Ante situaciones mortales, el mejor modo de enfrentarse a la muerte era con un chiste. En una tira cómica republicana, un soldado le dice a otro que tiene malas noticias y que el amigo que se había ido a casa de permiso ha muerto. “Imposible”, responde el otro, “si fuera verdad, habría escrito”. 

La ideología fue pólvora mojada en el conflicto en el que millones de españoles que nunca habían sido voluntarios y no querían verse implicados en la lucha pelearon entre sí durante tres largos y violentos años. La tercera España fue reclutada a la fuerza, retenida durante toda la guerra, se inventó expedientes imaginativos para eludir el servicio, otros sirvieron a regañadientes y trataron de no hacerse notar durante las hostilidades, y muchos cambiaron de bando fácilmente cuando les convino o cuando les fue posible.