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¿Es realmente necesario un Ministerio de Cultura?
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EL ERIZO Y EL ZORRO

¿Es realmente necesario un Ministerio de Cultura?

En los últimos gobiernos, su tarea ha sido meramente administrativa o, como suele decirse en el sector, de "gestión cultural"

Foto: Miquel Iceta, en el anuncio del Premio Cervantes 2022 al poeta venezolano Rafael Cadenas, el pasado noviembre. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
Miquel Iceta, en el anuncio del Premio Cervantes 2022 al poeta venezolano Rafael Cadenas, el pasado noviembre. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
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La semana pasada, Alberto Núñez Feijóo afirmó que, si se convierte en el próximo presidente del Gobierno, la cultura tendrá "rango ministerial". "Mi ministerio [de Cultura] no será una cartera vacía de contenido", dijo. Y anunció unas cuantas ideas: "Tendrá la mano tendida al sector, a los creadores, la industria o los trabajadores", potenciará "la creatividad de nuestros autores" y promoverá "una estrategia para la proyección exterior de España a través de la cultura, porque somos una desaprovechada potencia cultural". Todo eso suena bien. Pero ¿necesitamos de verdad un Ministerio de Cultura?

Desde hace décadas, el Ministerio de Cultura se comporta simplemente como una sección sectorial del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo. Cuenta con un presupuesto pequeño (en 2023 fue de 1.804 millones de euros, una cifra alta en términos históricos) que reparte básicamente entre la conservación del patrimonio público (228 millones para museos o 175 para patrimonio histórico, por ejemplo), las ayudas y subvenciones (394 millones dedicados al bono cultural joven, que es una forma indirecta de subvencionar a la industria, o 343 millones al teatro y el cine) y la promoción cultural (que llevan a cabo instituciones como el Instituto Cervantes o Acción Cultural Española).

Foto: Una exposición de cuadros de Sorolla en el Museo del Prado, en una imagen de archivo. (EFE/Sergio Pérez)

Pero hace mucho que dejó de tener una línea de actuación intelectualmente clara, más allá del apoyo a la cultura como sector económico. Sí la tuvo durante los primeros años de la democracia, con Javier Solana o Jorge Semprún al frente del ministerio: entonces, se trataba de ordenar y modernizar el inmenso legado cultural español y de que el Estado apoyara la cultura represaliada durante casi cuatro décadas de dictadura. José María Aznar no dio a la cultura un ministerio, sino una secretaría general dentro del Ministerio de Educación, pero tuvo algunas obsesiones culturales y asumió una misión: quiso que su Gobierno reivindicara a Azaña, a la Generación del 27 y a algunas instituciones como la Residencia de Estudiantes. La derecha también podía, y debía, sentirse orgullosa de la cultura del periodo republicano y del legado ilustrado español, pensaba. Desde entonces, la cultura ha alternado rango ministerial (2004-2011 y 2018-2023, con el PSOE) con el de secretaría de Estado dentro del Ministerio de Educación (2011-2018, con el PP). Y ha tenido a algunos gestores eficaces. Pero ninguno de ellos tuvo una misión intelectual o un cometido político firme. Su tarea ha sido meramente administrativa o, como suele decirse en el sector, de "gestión cultural".

placeholder El escritor y exministro de Cultura Jorge Semprún, en 2008. (EFE/Alberto Morante)
El escritor y exministro de Cultura Jorge Semprún, en 2008. (EFE/Alberto Morante)

Lo cual, cabría pensar, es una buena señal. Superado el momento excepcional en el que la cultura española debía recuperar la plena normalidad democrática y bipartidista, el Gobierno central ha renunciado a darle una orientación explícita y se ha limitado a hacer política industrial y de promoción turística: la ordenación política de un sector relevante, que representa alrededor del 2,4% del PIB y el 3,5% del empleo. Sin duda, esa política se ha visto influida por la ideología del partido al mando y la personalidad de los gestores, que en pocas ocasiones han sido meros tecnócratas. Pero sus contenidos han sido bastante neutros, o todo lo neutros que podían ser en un sector dominado abrumadoramente por la izquierda. La cultura, según una interpretación optimista de esta renuencia a marcar unas líneas intelectuales fuertes, debe surgir de los creadores de manera espontánea y el Gobierno debe limitarse a apoyar las infraestructuras que permiten que esos productos lleguen de manera efectiva al público cuando el mercado no es suficiente, cuidar de nuestra extraordinaria herencia cultural y utilizar todo eso para fortalecer la economía, sobre todo mediante el turismo. Suena razonablemente imparcial y prudente: un ministerio no dirigista para un asunto, la cultura, que debería ser lo más libre posible.

Sin embargo, esa descripción es, en efecto, demasiado optimista. Los sucesivos ministerios de cultura siguen empeñados en conceder premios nacionales, como si el objetivo del Gobierno fuera ser crítico de literatura, música, cómic o cine: mejor dejar ese trabajo al periodismo o las asociaciones profesionales. Como explicaba recientemente un artículo de ABC, en estos últimos años el ministerio de Iceta ha servido para satisfacer las exigencias de los socios parlamentarios del Gobierno: pese a su escaso presupuesto, ha asumido el 31,96% de las enmiendas que el Gobierno pactó para las cuentas con sus socios (algunas, por ejemplo, para impulsar el circo en lengua vasca o para organizar una competición de vela en Barcelona). En los últimos años, el Instituto Cervantes, una institución de enorme importancia para España, ha tenido al frente a un hombre honesto y dedicado, Luis García Montero, que, sin embargo, no ha asumido la relativa neutralidad que debería conllevar su puesto de gestor y se ha dedicado a hacer opinión partidista en periódicos y radios. Dentro de la ya funesta tendencia de los ministros españoles a convertirse en presentadores de actos e invitados de honor en innumerables eventos, el papel del de Cultura llega a extremos: parecería que el suyo es un cargo casi solamente protocolario para festividades, premios e inauguraciones.

En los últimos años, sus contenidos han sido bastante neutros, o todo lo neutros que podían ser en un sector dominado por la izquierda

Si Feijóo logra gobernar y mantiene el Ministerio de Cultura, será el primer presidente del PP que lo haga. En principio, no es algo a lo que oponerse; la diferencia económica de conservarlo o no es marginal y los objetivos que declaró Feijóo son loables. Pero estos implican el reconocimiento de que su cometido es la política industrial, el fomento del turismo y la promoción de la marca España. Como digo, son cuestiones muy relevantes, en las que tal vez debiéramos insistir aún más. Pero si esa es su función, podría ser perfectamente una secretaría de Estado. Y aunque tradicionalmente Cultura se ha encontrado bajo el paraguas de Educación, sería mucho más coherente incluirla en el de Industria. Ya entiendo que "secretario de Estado de Industrias Culturales y Promoción del Turismo Cultural" tiene mucho menos glamour. Pero haría el mismo servicio. Otra opción, claro está, es que el Ministerio de Cultura empiece a hacer cultura. Pero quizá esa opción sea mucho peor que la alternativa puramente burocrática.

La semana pasada, Alberto Núñez Feijóo afirmó que, si se convierte en el próximo presidente del Gobierno, la cultura tendrá "rango ministerial". "Mi ministerio [de Cultura] no será una cartera vacía de contenido", dijo. Y anunció unas cuantas ideas: "Tendrá la mano tendida al sector, a los creadores, la industria o los trabajadores", potenciará "la creatividad de nuestros autores" y promoverá "una estrategia para la proyección exterior de España a través de la cultura, porque somos una desaprovechada potencia cultural". Todo eso suena bien. Pero ¿necesitamos de verdad un Ministerio de Cultura?

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