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Luis García Montero: "Si hay algo que me ha decepcionado de la política soy yo mismo"
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Luis García Montero: "Si hay algo que me ha decepcionado de la política soy yo mismo"

El escritor defiende la poesía, la docencia y la política, tres facetas en las que se ha movido con desigual resultado. En las dos primeras, con soltura. A la tercera se aferra a pesar de lo vivido

Foto: El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero. (Ana Beltrán)
El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero. (Ana Beltrán)

En el despacho de Luis García Montero (Granada, 1958) se vive un poco más despacio. El poeta, director del Instituto Cervantes desde 2018, tarda en incorporarse de la silla y acercarse al sofá en el que tendrá lugar la entrevista. Pero lo suyo no tiene que ver con un problema de movilidad o con la pereza. Más bien es porque se toma su tiempo en responder, en posar, hasta en sonreír cuando la conversación lo pide. Aunque una de sus asesoras le recuerde y de paso nos recuerde que tiene 45 minutos para responder y no más. García Montero, en cambio, parece ajeno a esa premisa y da respuestas largas, en las que parece irse por las ramas para luego volver y disparar.

Montero defiende la poesía, la docencia y la política, tres facetas en las que se ha movido con desigual resultado. En las dos primeras, con soltura. A la tercera se aferra convencido a pesar de lo vivido, cuando se presentó a las elecciones a la Comunidad de Madrid en 2015 como candidato de Izquierda Unida y la formación ni entró en el Parlamento autonómico.

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No entiende demasiado uno de los debates surgidos tras la irrupción de la pandemia. Ese que afea que España sea un país de literatos en vez de cuna de científicos. "Antes de hablar, la gente debería informarse un poco de los presupuestos que se destinan a cultura y a ciencia en este país y compararlos a los de otros países europeos. Se darían cuenta de que es muy deficiente en ambos casos. Los países que invierten mucho en cultura suelen hacerlo también en ciencia. Y ambas, desde hace siglos, son inseparables. Quien desprecia a la ciencia es un cretino. Y quien desprecia a la cultura también", afirma.

P. Un poeta con despacho, trabajando al frente de una institución como el Cervantes. ¿Puede haber algo poético en un cargo como el suyo?

R. Una dedicación como exige el Instituto Cervantes responsabiliza mucho, y queda poco tiempo para hacer otras cosas, para escribir o para preparar clases o conferencias, que son las actividades propias de un filólogo o un escritor. Pero este año he publicado un libro de poemas que se llama ‘No puede ser así. Breve historia del mundo’ y es algo que he ido haciendo durante los últimos cinco años. Cuando empecé a dirigir el instituto lo tenía ya en marcha y he ido buscando momentos en aviones, hoteles, para ir completándolo. No me quejo, porque el tiempo de la poesía es la lentitud.

Tienes razón con eso de vincularme a la palabra poesía, porque es mi vocación. Mi padre tenía la costumbre de leernos sus poemas preferidos de un libro que estaba en todas las casas cuando yo era niño: 'Las mil mejores poesías de la lengua castellana'. Los romances de Zorrilla, del duque de Rivas y de Campoamor fueron mis cuentos infantiles. Y a partir de ahí me enganché. Descubrí el tomo con las obras completas de Federico García Lorca, de la editorial Aguilar, que estaba en la sala de las visitas.

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P. Esa la recuerdo yo en mi casa. Tenía prohibido entrar…

R. Es que éramos seis hermanos muy traviesos y lo rompíamos todo. En esa sala estaba la estantería de mi padre y mi padre. Un sitio seguro y sagrado; así, para mí, Lorca fue entrar en lo sagrado. Luego supe que era un poeta de mi ciudad, Granada, y estudié, hice mi carrera, una oposición de titular y una de cátedra para ganarme la vida con aquello que iba a hacer aunque no me pagaran: leer y hablar de literatura.

P. Pero ahora se la gana como gestor…

R. Sí, pero también en este tipo de responsabilidades hay algo que tiene que ver con la vocación y con la pasión, no es algo meramente burocrático. En este caso se trata de apostar por la cultura española y en español. Hago la distinción entre ambas porque al hablar de la cultura en español no somos solo los españoles, sino los 489 millones de hablantes nativos que hay en el mundo, según el último censo que hemos hecho en el Instituto. Solo somos el 8% de un inmenso tesoro.

Y al hablar de cultura española uno es consciente de que incluye el gallego y a Rosalía de Castro, que fue una poeta que me formó muchísimo. Está el catalán, con Joan Vinyoli, Salvador Espriu y mi íntimo amigo Joan Margartit. Y el euskera, con esa reflexión sobre la poesía que hizo Gabriel Aresti, que es muy importante porque otro de mis primeros poetas fue Blas de Otero y tuvo mucha influencia en él. La verdadera riqueza de un país es su cultura, y sin ella, España sería un país muy limitado. Si internacionalmente tenemos la posibilidad de intervenir es por la riqueza de nuestro idioma.

Foto: Luis García Montero. (EFE)

Te he dicho lo bonito, pero claro, ponerte a pensar cómo está la plantilla, la falta de profesores, el poco cupo que nos dan, los sueldos tan bajos… Si formas a un profesor en Estocolmo o en Londres, con el prestigio del Cervantes, y a los dos años recibe una oferta de cualquier academia privada con el doble de sueldo, es lógico que se vayan y dejen de pensar en la belleza de la poesía.

P. ¿Es posible vivir con lentitud hoy, cuando todo parece fragmentado y veloz?

R. Creo que es muy importante hacerse una reflexión sobre el tiempo. Podemos pensarlo como una mercancía de usar y tirar o como algo que tiene que ver con el largo plazo. Martha Nussbaund, filósofa que recibió el premio Princesa de Asturias, dice que un lector es alguien que recibe una herencia de sus mayores. Cuando leo a Galdós o a Pardo Bazán lo siento así, y cuando escribo intento que esa herencia recibida pase a lectores más jóvenes que yo, y si tengo suerte de tener cierta calidad, que permanezcan.

Por eso creo que las mercancías de usar y tirar, las que caducan, pueden empeorarnos mucho la vida y rompen el diálogo intergeneracional. Y qué peligroso un mundo donde los viejos nos hacemos unos cascarrabias diciendo que los jóvenes son tontos y los jóvenes se convierten Adanes y Evas que creen que se están inventando el mundo y lo que hacen sus mayores es una tontería. Eso afecta al periodismo, a la medicina, y en general a todos los oficios.

"Qué responsabilidad tiene uno diciendo una cosa si a los diez minutos será prehistoria"

Y añado: si sacralizamos el instante, perdemos el sentido de la responsabilidad. Qué responsabilidad tiene uno diciendo una cosa si a los diez minutos será prehistoria.

El vértigo nos hace quitar valor a las cosas y nos pone en peligro a la hora de pensar. Eso me lo enseñó la lectura de 'Juan de Mairena', de Machado. El personaje, que era profesor, hablaba con los alumnos y les decía: "Tengamos cuidado, que la verdadera libertad no está en poder decir lo que pensamos, sino en poder pensar lo que decimos". Poder decir lo que pensamos es fundamental, los que estudiamos y escribimos en dictadura lo sabemos, lo que vemos que pasa hoy en muchos sitios donde hay dictadura; pero para poder responsabilizarnos de lo que decimos tenemos que pensarlo antes.

P. Con el español se hace ideología, política y negocio. ¿Le intranquiliza?

R. El español es mucho más que ganar dinero, pero no perdamos de vista que se puede ganar mucho dinero con él y que para la economía española es muy importante. Creo que la cultura está siempre relacionada con los debates sociales, pero no puedes someter una institución o una lengua a coyunturas políticas. En ese sentido, creo que uno de los primeros compromisos que adquirí con el Gobierno, y que este me ha permitido, es que esto es una institución que trabaja al servicio del Estado, no de un gobierno.

Soy una persona muy politizada, y me incomoda mucho cuando se utiliza la palabra para desacreditar cosas. Para vivir en democracia, la política democrática es el gran invento. Si no, estaríamos abocados a la violencia. Pero reivindicar la política no supone el sometimiento a un partido o a un gobierno concreto.

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En cuanto a lo del idioma, creo que si utilizamos el sentido común, las cosas son muy fáciles. Por ejemplo, el español nació, y los primeros documentos importantes están en La Rioja, en las glosas emilianeses. Aquel era un territorio sonde se hablaba vasco y a sus habitantes les costaba mucho contactar con otras regiones de la península cuyo idioma procedía del latín. Hubo una evolución del latín mezclado con el euskera para intentar facilitar el diálogo entre las distintas zonas. Y así nació el español, y al irse extendiendo llegó a Andalucía, donde entró en contacto con el mundo árabe y entraron muchas de sus palabras; después pasó a América y allí se enriqueció con las lenguas indígenas… la palabra canoa, que ya aparece en los diarios de Cristóbal Colón, fue la primera en entrar en nuestro idioma.

Y así hemos llegado a ser el segundo idioma con más nativos hablantes después del chino mandarín, y el segundo idioma de comunicación y cultura después del inglés. Es algo que une a millones de personas por el respeto a las diferencias y a los matices. Yo no puedo decir que en España se habla bien y en el Río de la Plata mal, y al revés. Y de niño me decían que hablaba mal por ser andaluz y comerme las eses, como si solo se hablara bien en Salamanca. Sería una torpeza creernos dueños del idioma.

P. Cuando se habla del idioma también aparecen acompañados de las palabras 'defensa' y 'amenaza'…

R. Cuando Extremadura y Andalucía estaban muy empobrecidas y había una gran riqueza en Cataluña y en el País Vasco, para que esa riqueza pudiera desarrollarse necesitaba mano de obra barata porque el territorio no la daba. Así que hubo grandes movimientos migratorios y de pronto en Cataluña empezaron a decir: "Viene mucha gente de fuera que no conoce nuestro idioma, así que nuestro idioma está en peligro".

P. A mí todo esto me agota, la verdad.

R. Por no hablar de los que opinan que la identidad está encerrada en un idioma. Eso ya lo hicieron los ingleses cuando tomaron la parte mejicana de lo que ahora es Estados Unidos. En los patios de los colegios enterraban libros en español para que todo fuera inglés.

Vivimos en un mundo donde las identidades son abiertas, y las lenguas conviven desde hace siglos. El año pasado una de las noticias más hermosas que leí en la prensa fue que el euskera había dejado de ser un idioma en peligro de extinción. Cuando desaparece un idioma es mucho más grave que cuando lo hace una especie biológica. Se pierde una herencia cultural, una historia…

"De niño me decían que hablaba mal por ser andaluz y comerme las eses, como si solo se hablara bien en Salamanca"

Cuando uno ve que en una cámara de comercio de Cataluña alguien dice que va a hablar en catalán y en inglés y no en castellano uno solo puede pensar: pero qué paleto y qué disparate. Y cuando uno ve que en Madrid alguien considera una ofensa hablar catalán, me pregunto qué sentido tiene esa persona de España. El catalán y el euskera son muy españoles, porque fuera de aquí se hablan muy poco. Es de sentido común.

P. Tengo la sensación de que la docencia y la política, a pesar de la vocación y de lo dicho, tienen para usted sabor agridulce…

R. Empecé a dar clases hace exactamente cuarenta años, y considero que la educación es vocación. En la pandemia hemos vivido cosas muy contradictorias. Primero confinamiento, luego no confinamiento, los médicos pidiendo distancia de seguridad para no contagiarnos, los jueces metiéndose por medio… a nivel social eso ha creado un debate entre nuestro ser individual y nuestro ser social. Cómo articulamos nuestra libertad con nuestro compromiso social, y cómo necesitamos un marco de convivencia para evitar la ley de la jungla… Cuando alguien me dice cómo se hacen las cosas en China siempre pienso que no me sirve como referente un lugar donde no se respeta la libertad.

P. Libertad, otra palabra manoseada.

R. Hemos pasado de concentrarnos en las plazas para pedir reivindicaciones políticas y laborales al botellón (sonríe).

Creo que la política es algo que hay que defender, pero también hay que exigir responsabilidades. Hay algunos valores fundamentales en una sociedad democrática, y los poetas sabemos que existe la metonimia, que es el desplazamiento de una cosa concreta a otra que está al lado. Cuando un político mete la pata, que tenga cuidado porque quedará mal él, pero su ejemplo servirá para decir que todos son iguales. Cuando un político insulta al otro, igual.

Hace falta autoridad política para tomar decisiones y poner límites. Deja que vuelva a Antonio Machado cuando le decía a sus alumnos: "Tened cuidado con quien os dice que no os metáis en política, porque en el fondo lo que quiere es hacer la política sin vosotros". Si hay algo que me ha decepcionado de la política soy yo mismo.

Foto: Luis García Montero (EFE)

Me acerqué a la política en los años 70, con los movimientos estudiantiles y en el partido que entonces tenía mayor implicación contra el franquismo. Después llegó la Transición y seguí identificándome con un Partido Comunista que con sus ideas quiso llegar a un pacto para asegurar la libertad democrática en España. Cuando me preguntan si soy comunista siempre digo: a ver, pongámonos de acuerdo en lo que eso significa.

P. Para Juan Luis Cebrián es un insulto, recuerde.

R. No reniego del partido que fue exponente de lucha contra el franquismo y que puso la concordia por encima de sus valores. Pero en cuanto empecé a estudiar y a viajar por el mundo, me enteré muy rápido de lo que era el estalinismo, cómo se vivía detrás del Telón de Acero, y dije: "Un momento, mi lucha por la igualdad es incompatible con esta falta de libertad". Quizá mis ideas ahora tienen mucho más que ver con un socialismo democrático.

P. Hablando de incompatibilidades. Usted creció en una familia muy conservadora y una de sus hijas, Elisa, se presentó en las listas de la Falange en las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid. ¿Cómo lo llevó entonces y cómo lo lleva ahora?

R. Sí, mi familia era muy conservadora y mi padre fue militar de alta graduación, pero cuando empecé a pensar de la manera que pienso lo que me encontré fue un ambiente donde los vínculos familiares eran más fuertes que la distancia ideológica. Siempre lo cuento, pero cuando asesinaron a Monseñor Óscar Romero yo participé en una toma del consulado de El Salvador para protestar por aquello, y en el bar de oficiales le dijeron a mi padre: "¿Has visto que sale en la prensa lo que hace tu hijo, el comunista?". Y contestó: "Mi hijo hace lo que le ha enseñado su padre, negarse al asesinato".

Y en eso estoy ahora (sonríe). Lo más importante ahora para mí es que mi hija está embarazada, que está feliz y que o nos invita a comer a su casa o viene ella a la nuestra y estamos muy bien. Y puedo tener una conversación con ella muy tranquila. Hablo, le sigo defendiendo las cosas en las que creo, ella habla de sus ideas y te das cuenta de que muchas veces no es más que una caricatura lo que se cuenta, porque al hablar de eutanasia, ella es partidaria de la muerte digna, por ejemplo.

Fíjate que una de las últimas conversaciones que hemos tenido con ella es dónde piensa bautizar a su hija cuando nazca, y creo que si somos razonables, cualquier convivencia es posible. Me siento muy feliz por ser abuelo e intentaré no ser un viejo cascarrabias.

En el despacho de Luis García Montero (Granada, 1958) se vive un poco más despacio. El poeta, director del Instituto Cervantes desde 2018, tarda en incorporarse de la silla y acercarse al sofá en el que tendrá lugar la entrevista. Pero lo suyo no tiene que ver con un problema de movilidad o con la pereza. Más bien es porque se toma su tiempo en responder, en posar, hasta en sonreír cuando la conversación lo pide. Aunque una de sus asesoras le recuerde y de paso nos recuerde que tiene 45 minutos para responder y no más. García Montero, en cambio, parece ajeno a esa premisa y da respuestas largas, en las que parece irse por las ramas para luego volver y disparar.

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