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Qué alegría de verte, Luisa Fernanda
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Qué alegría de verte, Luisa Fernanda

La dirección musical de Gómez Martínez y las actuaciones de Juan Jesús Rodríguez y de Ismael Jordi convierten en un acontecimiento la zarzuela de Moreno Torroba

Foto: Escena de 'Luisa Fernanda' en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. (Teatro de la Zarzuela/Javier del Real)
Escena de 'Luisa Fernanda' en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. (Teatro de la Zarzuela/Javier del Real)

Al Teatro de la Zarzuela, como su propio nombre indica, le compete velar por la integridad y credibilidad del género. Y de homologar y canonizar las grandes obras que lo definen, incluido el mito de Luisa Fernanda. Por eso revisten interés y relevancia los medios que se han concedido a la reposición de la obra maestra de Moreno Torroba. Se estrenó en Madrid en 1932 y ha regresado amparada con las mejores garantías musicales.

Es el contexto propicio que trae a cuenta enfatizar el imponente Vidal de Juan Jesús Rodríguez, el exquisito Javier de Ismael Jordi y el criterio clarividente de Gómez Martínez, cuya experiencia en el foso de la Zarzuela tanto evocaba los años gloriosos del teatro de ópera como predispuso una versión de intensidad, lirismo y belleza a la altura del acontecimiento.

Predominaban los jubilados en el abarrotado templo madrileño. Y no era sencillo satisfacerlos ni camelarlos. Porque se conocen Luisa Fernanda de memoria. Porque abanican las romanzas más populares. Y porque todavía se dejan sorprender por la comicidad del libreto mordaz de Sarachaga y Fernández-Shaw, como si los chascarrillos brotaran espontáneamente.

placeholder Escena de 'Luisa Fernanda'. (Teatro de la Zarzuela/Javier del Real)
Escena de 'Luisa Fernanda'. (Teatro de la Zarzuela/Javier del Real)

Tiene sentido, por idénticas razones, elogiar el estupendo trabajo actoral de los secundarios —María José Suárez, Antonio Torres, Nuria García-Arrés—, como lo tiene matizar los aciertos y los desaciertos de la producción de Davide Livermore. Su principal virtud consiste en la relación fluida de la música y la escena, como si existiera una conexión conceptual o subliminal que las sincroniza. Y su principal defecto radica en la desubicación espacio-temporal. No porque trasladar la zarzuela del periodo isabelino a la época de su estreno (la II República) implique una transgresión vanguardista, sino porque la extrapolación en cuestión la despoja del contexto político social que opuso a monárquicos y liberales en la irrupción de La Gloriosa (1868).

Livermore sorprende a los espectadores con la fachada del cine Doré, sede contemporánea de la Filmoteca, ejemplo señero de la arquitectura déco y pretexto dramatúrgico de un montaje que juega con la realidad y la ficción a través de las proyecciones en blanco y negro. La solución, la idea, convierte la zarzuela en una película, aunque los personajes atraviesan la cuarta pared para estimular la trama amorosa y la derivada subtrama política.

La extrapolación temporal la despoja del contexto político-social que opuso a monárquicos y liberales en 1868

Abusa del costumbrismo el director de escena italiano e incurre premeditadamente en la estética del musical americano, pero también favorece una atmósfera teatral propicia a la inspirada coreografía de Nuria Castejón y sensible a los pasajes decisivos de la zarzuela.

La lectura de Gómez Martínez extrema la atención a los detalles y prodiga toda su afinidad al repertorio. Dirige de memoria el maestro. Aporta su escrúpulo técnico, su erudición musical. Y explora todas las facultades de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, desde la calidad del concertino a la mesura de los metales, en una función de intensidad progresiva.

Hicieron justicia los clamores a la actuación rebosante de Juan Jesús Rodríguez. El bronce de su timbre descollaba tanto como la corpulencia de sus medios y como la elocuencia de los agudos. Emocionaba el barítono onubense en sus romanzas y dúos. Y lo hacía Ismael Jordi, equilibrando la técnica, la valentía, la sensibilidad y los pianísimos de la zona aguda.

El duelo masculino revistió mayor interés que el femenino. Quizá porque los colores vocales de Amparo Navarro y Sabina Puértolas se diferenciaron menos. O porque su caracterización teatral las conduce a un cierto desamparo. O porque Juan Jesús Rodríguez titanizó el espectáculo.

Impresiona la vigencia de Luisa Fernanda 90 años después de su estreno. Reivindica la Zarzuela la inspiración de una obra sin altibajos. Y se demuestra la cualificación y el interés del género lírico “nacional” cuando se lo reviste de los medios escénicos y musicales adecuados. Empezado por el acierto de haber entregado a Gómez Martínez la llave maestra.

Al Teatro de la Zarzuela, como su propio nombre indica, le compete velar por la integridad y credibilidad del género. Y de homologar y canonizar las grandes obras que lo definen, incluido el mito de Luisa Fernanda. Por eso revisten interés y relevancia los medios que se han concedido a la reposición de la obra maestra de Moreno Torroba. Se estrenó en Madrid en 1932 y ha regresado amparada con las mejores garantías musicales.

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