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La nostalgia del confinamiento o "unas semanas encerrado me venían bien ahora"
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'TRINCHERA CULTURAL'

La nostalgia del confinamiento o "unas semanas encerrado me venían bien ahora"

Hasta yo he pensado en algún momento que no me vendría mal un confinamiento cortito, porque proporcionó límites, tranquilidad, introspección

Foto: Foto: EFE/Juan Manuel Vidal.
Foto: EFE/Juan Manuel Vidal.
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Tan solo hace falta dejar que el tiempo pase y ejerza su efecto triturador sobre la memoria para que cualquier cosa pueda ser objeto de nostalgia. Durante las últimas semanas, coincidiendo que llega la primavera y con ella el recuerdo del confinamiento de hace tres años, cada vez más gente empieza a reconocer que echa de menos los meses más extraños de nuestras vidas. No la pandemia, por supuesto, mucho menos las muertes, sino no poder salir de casa ni a trabajar. Mucho menos a trabajar. Un sueño inconfesable para mucha de esa gente que pasaba medio día fuera de su hogar y que de repente se encontró con unas semanas inesperadas de descanso.

Esta nostalgia toma diversas formas. Una, la del anhelo de la tranquilidad experimentada durante aquel paréntesis en el que no hacer nada era heroico: "Creo que es sintomático e increíblemente triste que para muchas personas fuera un momento de paz". Dos, la de echar de menos la solidaridad que brotó espontáneamente durante aquellos días: "Nos ayudábamos, reíamos en medio del desastre, estábamos juntos en eso y saldríamos". Ese punto de emotividad se ha desvanecido en el cinismo cotidiano. Finalmente, la de la constatación de que esa nostalgia es un síntoma de tantas cosas que van mal en nuestro mundo.

Decíamos "éramos felices y no lo sabíamos", pero sentíamos lo opuesto

Entre aquellos que no perdieron a nadie y que no pasaron esas semanas en circunstancias desfavorables (solos en una casa diminuta, obligados a salir a trabajar día tras día) parece haber aflorado la sensación de que si hoy se volviese a repetir lo mismo, pero sin muertes ni terrores, firmarían. Una extraña romantización para aquellos que lo pasaron tan mal durante esos días, pero que es más frecuente de lo que ellos piensan. Hasta yo he pensado en algún momento que no me vendría mal un confinamiento cortito, porque proporcionó una de esas cosas tan difíciles de encontrar en la vida moderna: límites, tranquilidad, introspección. No, el verano no cuenta, porque es todo lo contrario: un mes que abotargamos de planes para no quedarnos con la sensación de que hemos malgastado nuestro escaso tiempo libre.

Eso era lo bonito del confinamiento, que como no podíamos hacer nada, era imposible malgastar el tiempo. De repente descubrimos que todas esas cosas con las que solemos llenar nuestras agendas (y que las han vuelto a ocupar durante los últimos dos años) no nos hacían tan felices como pensábamos. Por mucho que es el eslogan del momento fuese "éramos felices y no lo sabíamos", para algunos fue más bien "era infeliz y no me daba cuenta".

placeholder Íbamos a salir mejores. (Reuters/Jon Nazca)
Íbamos a salir mejores. (Reuters/Jon Nazca)

La clave tal vez se encuentre en ese mal de muchos, consuelo de tontos. A nadie le gusta quedarse en casa, enfermo y limitado, mientras el resto sigue pasándoselo bien (o, al menos, mostrando que se lo está pasando bien). Nos cuesta hacer un paréntesis si el resto del mundo sigue, pero es más fácil cuando el tiempo muerto es para todos, porque atenúa nuestro miedo a estarnos perdiendo algo, ese motor fomero que mueve nuestra ajetreada vida diaria.

No creo que esta mitificación se haya producido solo por el paso del tiempo. Observo lo que yo mismo escribí durante esos días y a principios de abril ya utilizaba el término "ni tan mal" para referirme al estado mental de algunas de las personas que me rodeaban. Como me comentaba entonces el psicólogo Luis Muiño, "durante la primera semana o diez días es frecuente que se vea como una oportunidad de aprender, un parón en vidas que antes eran muy estresantes".

Sentí por primera vez en mucho tiempo que me daba la vida

Esa es la sensación con la que nos quedamos muchos de esa época. Si echamos de menos esos días terribles es porque nuestra vida anterior era mucho más estresante, cansada, vacía. Recuerdo que aquel abril, una vez superado el miedo a que mis padres hubiesen enfermado y tras haber conseguido administrar mejor el trabajo, vi películas que hacía años que quería ver, leí libros que no había podido leer aún, hablé con gente con la que hacía demasiado que no charlaba y, en general, sentí por primera vez en mucho tiempo que me daba la vida.

Lo cual no quiere decir, como sugería un criticadísimo artículo de BBC, que la pandemia no haya tenido un efecto negativo en la salud mental, como creo que es evidente que ha ocurrido entre los jóvenes y las personas con menos recursos. Pero creo que se trata ante todo de la larga pandemia, con todas sus implicaciones. Alguien en el futuro se encontrará con que en el imaginario colectivo de muchas personas, el confinamiento ha quedado como un período de paz y relajación.

placeholder Mira el gato, qué majo. (Reuters/Jon Nazca)
Mira el gato, qué majo. (Reuters/Jon Nazca)

Quizá un cronista del futuro se encuentre con que el confinamiento es recordado como el tiempo de cocinar recetas elaboradísimas, hacer ejercicio, aprender yoga, llamar a un amigo desaparecido, todas esas cosas que debemos hacer, pero nunca hacemos porque no tenemos suficiente tiempo. En realidad es la punta de un iceberg mucho mayor. Sobre todo, porque el parón (y la tragedia) sirvieron para poner en orden nuestras prioridades y cambiar la perspectiva sobre nuestra vida.

Hay otras nostalgias asociadas, quizá más difíciles de reconocer. La nostalgia por haber tenido control sobre nuestras vidas. Más allá de la incontrolable curva, el mundo se redujo tanto que dejó de ser vasto e incognoscible, cercano de nuevo y manejable. Volvimos a ese pasado idealizado de la vida de barrio, de pueblo, de pequeña comunidad, en el que encontramos cierto confort que creíamos perdido. Esto unido al alivio por no tener que elegir, en comparación con un día a día donde nos vemos sometidos a tomar millones de decisiones banales que nos distraen de las importantes. Qué hamburguesa quieres, qué patatas deseas y sobre todo, qué salsa vas a elegir.

No es que el confinamiento nos hiciera lúcidos, es que de repente teníamos más tiempo

Sobre todo, sentimos la nostalgia por un momento en el que de nuevo podíamos hacer un cierto ejercicio de introspección y pararnos a pensar por qué deseamos lo que deseamos y por qué creemos lo que creemos. No es que el confinamiento nos hiciera más lúcidos, es que simplemente nos prestó algo más de tiempo para aburrirnos, eso que tanto miedo nos da en otras circunstancias. Y lo hizo de manera sincrónica, como una revelación colectiva. Pero que, como los propósitos del uno de enero, se desvanecieron en cuanto se volvió a la normalidad.

Una vida imposible

"Vacaciones de uno mismo" fue el término que utilizaba a principios de aquel mes de abril para resumir el sorprendente bienestar redescubierto durante el confinamiento. Vacaciones de uno mismo y de todo eso que el mundo exterior nos impone y que descubrimos que nos amarga sin parar. Un estilo de vida ultraproductivista y ultraconsumista que de repente no era tan atractivo como parecía.

placeholder Qué días. (Reuters/Sergio Pérez)
Qué días. (Reuters/Sergio Pérez)

El confinamiento puso en práctica, casi sin pretenderlo, algunas de las ideas que han sido (y serán) importantes en las políticas sociales de los próximos años. El derecho al teletrabajo y la desconexión digital, la conciliación, la importancia de la salud mental, la relativización de la importancia del trabajo en nuestras vidas frente a las relaciones personales o el ocio. Nos dimos cuenta de lo importante de la cercanía, que es la base de la ciudad de los quince minutos.

Todo ello era una ventana abierta a que la vida pudiese ser de otra forma, porque de repente parecía imposible que siguiese siendo como era hasta ese momento. Que existen alternativas. Cuando peor lo pasé no fue durante el confinamiento, sino en el largo posconfinamiento, ese mundo que tenía todo lo malo del ultracapitalismo y nada de lo bueno. Mucho trabajo y poca recompensa, mucha restricción y ningún espacio para la pausa, muchas obligaciones y poca introspección. El tiempo ha mostrado que en el capitalismo todo tiende a volver a ser como era, pero aún peor.

Nostalgia por un pasado en el que el futuro iba a ser distinto. No fue así

Quizá la razón última por la que echamos de menos lo que en principio debía haber sido un período terrible es que mostró, por un breve período de tiempo, que las cosas se podían cambiar, que podían ser diferentes, en un mundo acostumbrado a no ver alternativa. Otro ritmo, otra solidaridad y otra escala de valores, en la que uno incluso puede permitirse el aburrimiento. La nostalgia por un pasado no tan remoto en el que el futuro parecía que iba a ser otro.

Tan solo hace falta dejar que el tiempo pase y ejerza su efecto triturador sobre la memoria para que cualquier cosa pueda ser objeto de nostalgia. Durante las últimas semanas, coincidiendo que llega la primavera y con ella el recuerdo del confinamiento de hace tres años, cada vez más gente empieza a reconocer que echa de menos los meses más extraños de nuestras vidas. No la pandemia, por supuesto, mucho menos las muertes, sino no poder salir de casa ni a trabajar. Mucho menos a trabajar. Un sueño inconfesable para mucha de esa gente que pasaba medio día fuera de su hogar y que de repente se encontró con unas semanas inesperadas de descanso.

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