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Olona es el canario en la mina: así actúan los nuevos conservadores
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Olona es el canario en la mina: así actúan los nuevos conservadores

La entrevista a la exdirigente del partido de Abascal es parte de una historia que nos encanta: traiciones, puñaladas, cotilleos. Sin embargo, esta mirada espectacular sobre la política tapa todo lo demás

Foto: Macarena Olona, en 'Lo de Évole'. (Atresmedia)
Macarena Olona, en 'Lo de Évole'. (Atresmedia)

La atención que concitará la presencia de Macarena Olona en el programa de Évole es comprensible. Nos encantan estas historias: un cargo relevante de un partido que sale de él tras desavenencias serias con la cúpula y que decide contar su amarga experiencia. Es como la presencia en el mismo programa de Iván Redondo tras su salida de La Moncloa, o la indagación en las desavenencias entre Errejón e Iglesias cuando Podemos era una fuerza importante en la política española. Todos estos aspectos personales, los cotilleos, las traiciones y el despecho son un elemento importante a la hora de atraer la atención y de generar audiencias. La entrevista de Olona, además, tiene importancia política, en la medida en que se avecinan las elecciones de mayo, y unas declaraciones contundentes por parte de la excandidata por Andalucía podrían hacer daño al partido de Abascal.

La política parece haberse dividido entre un lado serio, el de las cifras que procuran los expertos económicos, y uno banal, la espectacularización de sus mensajes. No se trata únicamente de que las ideas se conviertan en eslóganes o que se preste máxima atención a la frase llamativa en las entrevistas, mítines o debates, sino que se pone el acento en lo personal: las cualidades y personalidad del líder, sus filias y fobias, y las peleas, ataques de celos, reacciones vengativas y puñaladas por la espalda en los partidos. Es nuestra novela política cotidiana y lo de Olona forma parte de ello.

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El inconveniente no es que se preste atención a estos aspectos de la política, que siempre generan atracción, y a veces tienen consecuencias relevantes, sino hasta qué punto se han convertido en prácticamente los únicos. Esto es un problema por muchos motivos, pero sobre todo porque impide discusiones políticas de calado en un momento de verdad importante. Y tampoco ayuda a comprender los fenómenos específicos: Vox forma parte de un movimiento internacional bastante más grande que este partido en concreto, juega un papel ideológico, y sus planteamientos políticos no pueden entenderse si se reducen a lo personal.

Lo importante y lo polémico

De modo que mientras discutimos acerca de si Feijóo entiende que el aborto es un derecho o no (cuando la ley de plazos está vigente y el PP no modificó ni una sola coma cuando gobernó), acerca de si Ayuso tiene aspiraciones presidenciales o sobre si Yolanda Díaz prescindirá de Irene Montero, pasan cosas relevantes en el mundo. Lo de Olona es el canario en la mina, porque nos señala cómo lo importante pasa desapercibido gracias a polémicas continuas.

Una de las más importantes tiene que ver con la guerra de Ucrania, con la recomposición del orden internacional y con el papel que jugarán Occidente, y especialmente Europa, dentro de ese nuevo contexto. El dilema más relevante, en ese sentido, ya que determinará en gran medida la política que se pueda realizar, tiene que ver con continuar anclados en la globalización o girar hacia el proteccionismo. Es cierto que es una pregunta que se formula más en unos territorios que en otros: en los países más importantes del mundo, como EEUU y China, ya se han puesto en marcha, y en otros Estados internacionalmente relevantes, el impulso a las industrias nacionales es cada vez mayor, también con ayudas de Estado. Europa no está en eso, más que de un modo retórico y dubitativo.

Por decirlo de una manera más contundente: lo que está en juego es el tipo de economía que tendremos los próximos años, los resortes con los que podremos fortalecernos y el nivel de vida, declinante o ascendente, del que dispondremos. Son preguntas muy relevantes para afrontarlas de una manera clara. Y nos estamos resistiendo en Europa a encarar las respuestas.

Las tres fases conservadoras

Es lógico, por otra parte: cualquiera que se tome en serio la política y que piense más allá de la evidente y de lo coyuntural, sabe que el poder es conservador. Y no porque tenga una ideología u otra, sino porque su primer impulso es conservar el poder que tiene. Verse obligado a cambiar de posición es algo que se soporta escasamente, porque implica dar entrada a nuevos actores relevantes y, por tanto, a perder parte de ese poder

Las resistencias son, así, previsibles. Pero lo que más llama la atención entre los conservadores, es decir, entre quienes quieren conservar el statu quo vigente, es la frecuencia con que utilizan los recursos que Albert O. Hirchsman denominó la retórica de la reacción o las retóricas de la intransigencia. Frente a cualquier cambio, los reaccionarios empleaban las mismas tesis: la perversidad, la futilidad y la del riesgo de todo intento de cambio histórico. Todas ellas están presentes en nuestra época.

La tesis de la perversidad apunta a que una acción que se propone unos fines determinados acaba generando los efectos contrarios. Por ejemplo, un impulso proteccionista que aspira a fortalecer a Occidente y que ayude a defender nuestros valores democráticos y a consolidar el sistema económico acabará produciendo una sociedad estatalizada, vigilante y controladora. Sería el regreso del gran Estado, que intervendría en todo, y que, en consecuencia, nos convertiría en algo similar a China. Ese argumento ha estado continuamente presente en el debate público, y ahora lo está menos. En la medida en que EEUU ha virado hacia un cierto proteccionismo, es más difícil de defender.

Cuando fallan los otros argumentos, se recurre al del riesgo: aunque el cambio sea deseable, implica costos o consecuencias inasumibles

Es, por tanto, el momento de la segunda tesis, la de la futilidad. Viene a subrayar que los cambios que se introducen no son más que elementos cosméticos, de fachada, ilusorios, pero que no trastocan la estructura profunda. Esta perspectiva es ahora muy habitual y se formula de la siguiente manera: la globalización está bien viva y los datos lo indican, de modo que todo este giro proteccionista no es más que un elemento decorativo del que los medios se hacen eco por su tendencia al sensacionalismo, pero nada cambia en realidad.

Y cuando esa tesis falla, como lo está haciendo (con una guerra por medio, con Rusia mucho más cerca de China, con gran parte de los Estados haciendo caso omiso a las sanciones rusas, con intentos de fortalecer lazos entre los BRICS para desarrollar iniciativas conjuntas y alternativas a Occidente, y con países como India, Turquía o Arabia Saudí ejerciendo de países no alineados), se llega al tercer argumento reaccionario, el del riesgo: aunque el cambio sea deseable, implica costos o consecuencias inasumibles.

Este argumento es cada vez más popular. Entre los efectos negativos del proteccionismo, dicen, está el impuesto oculto a los consumidores, una inflación más elevada, la guerra por los subsidios, el aumento de las desigualdades (ya que las ayudas públicas irán a las grandes empresas que más poder político tengan y no a las empresas que lo necesitan), el gasto más elevado de los Estados, y así sucesivamente. Son argumentos que tienen su parte de realidad, pero que pasan por alto lo evidente: todo eso se ha producido ya sin necesidad de que el intervencionismo estatal se haya instalado; han sido efectos generados por la globalización y no por su contrario.

Todos contentos, menos la gente común

A pesar de todos estos inconvenientes, este tipo de posiciones conservadoras los aceptan, siempre y cuando tengan que ver con la desglobalización selectiva, es decir, con el intervencionismo estatal en defensa y para hacer frente al cambio climático. Esto es llamativo, porque permite contentar a la derecha y a la izquierda. A la primera porque se le aseguran inversiones en Defensa, a la segunda porque se le promete girar hacia la energía renovable a través de dinero público. El problema de ambas cosas, que probablemente sean necesarias para Europa, es que, al no modificar el sistema general, se carga con más gasto a los Estados que terminamos pagando los ciudadanos de a pie: perderemos nivel de vida.

El repliegue estratégico solo puede funcionar si va de la mano de la mejora del nivel de vida de las poblaciones

Por lo tanto, preguntarnos acerca de la globalización o el proteccionismo va mucho más allá de un enunciado teórico. Tiene que ver con la capacidad de generar prosperidad, de idear salidas que permitan aumentar nuestro nivel de vida, fortalecer a nuestro país y al continente y generar un tipo de sociedad que haga posible que los valores occidentales subsistan. Rusia está dando un obligado giro interno, ya que no le queda más remedio que aumentar las capacidades propias, China ha anunciado en muchas ocasiones el giro hacia el mercado interno, que no termina de llevarse a cabo, y EEUU ha puesto el acento en un repliegue estratégico en el que, por primera vez en mucho tiempo han comenzado a enunciarse conceptos como proteccionismo, se habla de inversión pública, de medidas antitrust para ayudar a las pequeñas empresas y de mejora de los salarios. Es cierto que las declaraciones de Biden cuentan hasta ahora con más retórica que concreción, que solo ha dado pequeños pasos en esa dirección, pero también lo es que marcan un camino adecuado para los propósitos internos que el presidente estadounidense. El repliegue estratégico solo puede ir de la mano de una mejora del nivel de vida de las poblaciones; lo contrario es darse un tiro en el pie.

Sin embargo, seguimos anclados en el folclore ideológico. La política está para responder a las grandes preguntas, y las estamos evitando, a menudo a través del componente moralista, de la división frenética del mundo entre buenos y malos, y de la conversión en espectacular de lo que debería contar con profundidad, recorrido y perspectiva de largo aliento.

La atención que concitará la presencia de Macarena Olona en el programa de Évole es comprensible. Nos encantan estas historias: un cargo relevante de un partido que sale de él tras desavenencias serias con la cúpula y que decide contar su amarga experiencia. Es como la presencia en el mismo programa de Iván Redondo tras su salida de La Moncloa, o la indagación en las desavenencias entre Errejón e Iglesias cuando Podemos era una fuerza importante en la política española. Todos estos aspectos personales, los cotilleos, las traiciones y el despecho son un elemento importante a la hora de atraer la atención y de generar audiencias. La entrevista de Olona, además, tiene importancia política, en la medida en que se avecinan las elecciones de mayo, y unas declaraciones contundentes por parte de la excandidata por Andalucía podrían hacer daño al partido de Abascal.

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