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El hombre más criticado del mundo se defiende
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'TRINCHERA CULTURAL'

El hombre más criticado del mundo se defiende

La habilidad para conseguir que tus errores no te manchen y tus aciertos brillen es típica de nuestra época. También ocurre en el ámbito de la teoría política

Foto: Fukuyama, en un hotel de Madrid. (EFE/Paula Urrutia)
Fukuyama, en un hotel de Madrid. (EFE/Paula Urrutia)

El éxito de la ideología que ha gobernado Occidente durante las últimas décadas, y por extensión el mundo, no es responsabilidad de Francis Fukuyama, aunque lo cierto es que su contribución fue relevante: el politólogo estadounidense ideó una tesis, la del fin de la historia, sobre la que se basó el sistema que ha dominado el panorama político y económico. Ese hecho no le convierte en culpable de todo lo que se hizo con sus tesis, pero Fukuyama sí es responsable de intentar mantenerla vigente, incluso cuando las señales del presente nos muestran su irrealidad.

Esa idea de que el mundo se iba a organizar alrededor de una serie de valores sostenidos por la hegemonía estadounidense, de que los principios liberales se extenderían universalmente y que ese entramado de instituciones internacionales, relaciones comerciales y resolución jurídica de conflictos terminaría con los grandes enfrentamientos nacionales retrata escasamente nuestra realidad. Los efectos de esa idea han sido, además, particularmente perjudiciales: la confianza alemana y europea en que ese tejido institucional iba a perdurar durante mucho tiempo ha conseguido que Europa haya externalizado todo lo que le es necesario para competir en el nuevo mundo y que sea especialmente dependiente del exterior, y no solo en la energía. La debilidad europea actual proviene de esa convicción ilusa, que estuvo mucho tiempo operativa.

Foto: Fukuyama, en el IV Seminario de Estudios y Políticas Públicas del Banco Santander, en Santiago de Chile. (EFE)

Fukuyama, del mismo modo que antes fue comúnmente alabado, se ha convertido ahora, en los malos momentos, en el politólogo más criticado del mundo. Ya sea para defenderse de los reproches o por convicción, acaba de publicar 'El liberalismo y sus desencantados' (Ed. Deusto) una obra con la que intenta rescatar los restos del naufragio para mantener viva su visión.

Uno de sus argumentos suena curioso, y no porque le falte razón, sino porque es aplicable prácticamente a todo. Es posible que las disfunciones que el liberalismo global ha creado no sean intrínsecas al liberalismo y que deberíamos separar la idea de su aplicación. Sin embargo, si se utiliza este razonamiento, tiene que aceptarse que se prolongue respecto de todo tipo de ideologías: el comunismo era bueno y que su puesta en práctica contuviera muchos errores no invalida la pertinencia de sus ideas; y así sucesivamente.

En segunda instancia, Fukuyama hace algo muy común entre quienes están acostumbrados a ser tenidos en cuenta. Incorpora a su discurso, ya que los entiende pertinentes, aspectos como la identidad, los valores socialdemócratas o la mayor participación del Estado en la economía; sin embargo, esos mismos elementos eran el objeto de sus críticas, aquello que combatió. Podría suponer una rectificación, el reconocimiento de un error y, si así fuera, resultaría positivo. Pero no hay nada de eso en el texto, que se despliega como si sus críticas no hubieran sido emitidas y como si las disfunciones hubieran sido causadas por fuerzas exteriores y ajenas, y no por sus propias ideas. Actúa de la misma manera que esa gente que alababa a Merkel y al modelo alemán y ahora los censura amargamente, como si ellos no hubieran formado parte del coro. Esa capacidad de estar siempre en el lado correcto de la historia resulta extraña, pero así parecen funcionar las cosas: quienes advirtieron de los problemas fueron excluidos, y ahí siguen, y quienes los ignoraron o fomentaron continúan en los lugares más prestigiosos. La habilidad para que tus errores no te manchen y que tus aciertos brillen es típica de los buscavidas de nuestro tiempo, y hay muchos.

"La habilidad para que tus errores no te manchen y que tus aciertos brillen es típica de los buscavidas de nuestro tiempo, y hay muchos"

El texto incurre también en algún argumento retorcido, como cuando, para alabar la vivacidad, la creatividad y la innovación que producen las sociedades liberales recurre a la Atenas de Pericles. Aquella Atenas era democrática, pero distaba mucho de ser liberal en el sentido que Fukuyama estableció en su teoría. De hecho, era sustancialmente distinta: fue producto de una presencia de las instituciones públicas incomparablemente mayor de la que el pensador estadounidense promovía; contaba con un liderazgo (resultado de la lucha contra la oligarquía) al que hoy se tilda frecuentemente de populista; y suponía un ejemplo de equilibrio económico entre los ciudadanos mucho más acentuado de lo que Fukuyama jamás propuso. La cita a Pericles no es significativa, pero sí simbólica: si tienes que atribuirte logros de otros sistemas para justificar tus posiciones, es que no son demasiado sólidas.

La idea de Fukuyama con el nuevo texto es noble: defender el liberalismo y sus instituciones en tiempos en lo que la cohesión social está rompiéndose y la polarización se desata. Es un propósito difícil de rebatir, pero sus propuestas no suenan especialmente pragmáticas. Y no lo son porque pone el acento en la derecha nacionalista populista y en la izquierda progresista obsesionada con las diferencias culturales como los grandes problemas del liberalismo. Con ese diagnóstico, la solución aparece de forma evidente: hay que combatir a los enemigos y todo aparece limpio de nuevo. Esto es hacerse trampas: señala como grandes obstáculos a fenómenos políticos que han crecido precisamente a causa de las fallas profundas del liberalismo que gente como él promovía; los defectos de su sistema han producido el tipo de clima social que favorece las posiciones iliberales. De manera que insistir en las mismas fórmulas que han causado los problemas y proponerlas como solución, además de añadir moderación y templanza, como propone, simplemente conseguirá que el liberalismo ahonde en su decadencia.

Foto: Foto: Reuters. Opinión
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Si bien los propósitos de Fukuyama pueden ser ampliamente compartidos, su perspectiva es extemporánea. Ya no estamos en el momento del fin de la historia, sino en otro muy diferente. Según aseguraba a sus clientes Zoltan Pozsar, analista de Credit Suisse, "China se hizo muy rica haciendo cosas baratas. Rusia se hizo muy rica vendiendo gas barato a Europa, y Alemania se hizo muy rica vendiendo cosas caras producidas con gas barato". Estados Unidos, mientras tanto, "se hizo muy rico con el Quantitative Easing. Pero la posibilidad para el QE provino del régimen de 'baja inflación' que permitían las exportaciones baratas provenientes de Rusia y China". En esencia, este era el mundo liberal real, unos cuantos países y algunas clases sociales dentro de ellos haciéndose ricos, mientras las clases medias y las trabajadoras veían menguar sus recursos. El enredo geopolítico tiene también que ver con esto.

Ahora, como subraya Rana Foroohar en un artículo de 'Financial Times', en el que recoge el diagnóstico de Pozsar, la época tiene un color muy distinto: "Estamos en guerra, guerra significa industria y una industria en crecimiento significa inflación". Y esto, señala Foroohar, implica un modelo completamente distinto de aquel en el que hemos vivido en las últimas décadas, que exige nuevas perspectivas y nuevas soluciones. Algunas de ellas se han puesto ya en marcha, llegarán otras, pero es complicado comprender cómo se puede afrontar este nuevo momento regresando a las prácticas que dominaron las décadas anteriores. Se quiere combatir los problemas actuales con soluciones que ya no responden a las necesidades del momento político, ni al geopolítico ni a las prioridades económicas. Ya no estamos en la era Fukuyama, y nos vendría bien tomar consciencia.

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El éxito de la ideología que ha gobernado Occidente durante las últimas décadas, y por extensión el mundo, no es responsabilidad de Francis Fukuyama, aunque lo cierto es que su contribución fue relevante: el politólogo estadounidense ideó una tesis, la del fin de la historia, sobre la que se basó el sistema que ha dominado el panorama político y económico. Ese hecho no le convierte en culpable de todo lo que se hizo con sus tesis, pero Fukuyama sí es responsable de intentar mantenerla vigente, incluso cuando las señales del presente nos muestran su irrealidad.

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