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Llega un momento en que todos queremos leer a Manuel Vilas
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Mala fama

Llega un momento en que todos queremos leer a Manuel Vilas

Las primeras 100 páginas de 'Nosotros', la novela con la que ha conseguido el premio Nadal, son fantásticas. Construye muy bien el personaje de una señora totalmente verosímil

Foto: Manuel Vilas, la noche en que ganó el Nadal. (EFE/Quique García)
Manuel Vilas, la noche en que ganó el Nadal. (EFE/Quique García)

He seguido la carrera literaria de Manuel Vilas desde el comienzo hasta su fatal desenlace: el éxito. ¿Qué es el éxito para un escritor? Ganar dinero. Todo lo demás son variaciones más o menos enjundiosas de tu madre diciéndote que escribes muy bien. Mucha gente puede decirte que escribes muy bien, pero solo mucho dinero hace innecesario que nadie más te lo vuelva a decir.

Me gusta enormemente la obra literaria de Manuel Vilas, lo que no deja de ser una suerte asimismo enorme para este autor. Tener muchos lectores a los que agradar es bonito, pero tener uno solo al que decepcionar es imprescindible. Ese lector que ha leído todos tus libros es el que sabrá exactamente en qué momento te empiezas a hundir, aunque no se lo diga a nadie. Los demás seguirán comprando tus libros a lo tonto, porque para eso se dan premios y se hace publicidad y las cubiertas son tan atractivas. Disponer de un lector fiel sirve para temer escribir cualquier cosa. El éxito le permite a uno escribir cualquier cosa.

placeholder 'Nosotros', de Manuel Vilas, último premio Nadal.
'Nosotros', de Manuel Vilas, último premio Nadal.

Con Manuel Vilas suceden varias anomalías interesantes, aparte de esa anomalía seminal que es tener éxito en literatura escribiendo bien. Una es que Vilas ha cumplido 60 años, y parece un autor de media edad, de cuarenta y muchos. Yo mismo me sorprendo con cada nuevo libro suyo al ver en la solapa que nació en 1962. Curiosamente, sus primeros pasos en la prensa cultural los dio empotrado en esa milicia posmoderna que se denominó generación Nocilla. Digo curiosamente porque en aquellos años (2004 y siguientes) Vilas parecía más viejo que ahora, el más viejo de la Nocilla, y hacía, sin embargo, novelas muy modernas y juveniles. Pululaba por las Españas de spoken words y vaciedad tratando en comandita de derribar nuestra tradición literaria. Por lo que sea, nuestra tradición literaria no se dejó derribar por cuatro gafapastas. Es duro, el cabrón de Galdós.

De toda aquella modernidad y postureo, justamente el que más lejos ha llegado es el que leía a Galdós, a Machado y a Quevedo. O sea, Manuel Vilas. Nadie lo hubiera dicho. El éxito llegó con Ordesa (2018), como podía no haber llegado. Discrepo de Juan José Millás —según nos dijo en este periódico— en que ese éxito era inevitable, dado que el libro era muy bueno. Hay muchos libros buenos que no llegan a nada, y quizá tener suerte es más importante que tener talento, como saben todos aquellos que penan un gran talento vendiendo 500 ejemplares.

Nuestra tradición literaria no se dejó derribar por cuatro gafapastas

Ordesa vendió una barbaridad, y recibió buenas críticas, lo que asustó tanto al fiscal literario Ignacio Echevarría que salió a despreciar la obra en una de sus pocas columnas no dedicadas a ensalzar la de un amigo. Que don Ignacio fuera jurado del Premio Nacional de ese año explica algunas cosas más.

¿Qué es el éxito, Manuel Vilas? Nadie lo sabe, un rumor, un oleaje, 100.000 personas que de pronto quieren leer sobre padres con SEAT 600 y divorcios dramáticos.Ordesa no era ni mucho mejor ni mucho más comercial que cualquier libro anterior de Vilas. Era lo mismo. Vilas es todo el rato lo mismo, como Woody Allen o Francisco Umbral.

Lo que le ha pasado luego a Vilas no tiene que ver con lo buen escritor que es, sino con la cantidad de lectores que ha agrupado. Solo una cosa da el poder al autor: vender. Entonces las editoriales dejan de tratarte como a un perro y te mandan vino por Navidad. Ya les dije aquí que los editores no son mucho más que eso.

Manuel Vilas fue finalista del planeta con Alegría, publicó Los besos y ahora ha ganado el premio Nadal. Entre medias, poemarios y residencias en Roma, y más cosas que tampoco me he parado a buscar, seguramente. Todo ello se decanta en su última novela: Nosotros.

Lujo, amor y muerte

Nosotros, en fin, es un premio Nadal gratificante. El premio Nadal agitó la vocación literaria de numerosos jóvenes hasta los años noventa, sobre todo por ese puesto finalista que siempre daban a alguien que debutaba con materiales frescos. En un momento dado, se eliminó el finalista y solo quedó un ganador que fuera a vender mucho, y ahora mismo el premio Nadal no es prácticamente nada en términos de criterio literario, exploración de nuevas voces o pulso de una literatura. Creo que Nosotros es el primer premio Nadal que leo en el siglo XXI.

Vilas, en entrevistas, ha adjudicado a la edad el hecho de haberse puesto a escribir sobre temas importantes, aunque sean solo dos, en realidad: el amor y la muerte. Nosotros trata de una viuda rica que recuerda a su marido muerto mientras recala sucesivamente en hoteles de lujo por toda España y algunas ciudades extranjeras. Es una novela sin conflicto, por eso mismo. En España, un relato sin conflicto solo lo pueden hacer Eloy Tizón y Manuel Vilas.

placeholder El escritor Manuel Vilas le dedica un libro a Marta Buadas, una de las mecenas del Premio Formentor. (EFE)
El escritor Manuel Vilas le dedica un libro a Marta Buadas, una de las mecenas del Premio Formentor. (EFE)

Las primeras 100 páginas de la obra (justo hasta el capítulo 4) son fantásticas. Vilas construye muy bien el personaje de una señora de 50 años, y las obsesiones y bromas propias del autor se posan sin ventriloquías a esa figura de ficción, totalmente verosímil. Con Irene (que así se llama la protagonista), se abre un catálogo de temas y motivos. Uno es el dinero, tocando en lujo; otro es la literatura, casi siempre española. El asunto central es el amor perfecto. Esto último, sin temor a sonar antiguo: "Fue de esas mujeres que decían 'mi marido' y no 'mi pareja', y cuando decía 'mi marido' no solo nombraba el amor, también una forma remota de firmeza".

Luego de este comienzo efectivamente firme, Vilas incurre en repeticiones. Un libro como Nosotros se propone inmóvil, recurrente, pero no es lo mismo hacer variaciones sobre el amor que hacer reiteraciones. La variación aporta matices; la reiteración no aporta nada. Uno, como autor de algunas novelillas, detecta perfectamente que Vilas escribe improvisando, y a veces la improvisación no es acertada, y habría que quitarla. Para eso hacía falta un editor: para decirle a Vilas que tachara cuatro páginas aquí y cinco allá. Pero vete tú y encuentra a un editor.

"Los muebles de Ikea son la derrota del amor", escribe Vilas en un momento inspirado. Porque leer a Vilas va de verle inspirado

"Los muebles de Ikea son la derrota del amor", escribe Vilas en un momento nuevamente inspirado. Porque leer a Vilas va de verle inspirado, y, cuando lo está menos, se le perdona, como poco, durante 30 páginas. Solo así llega uno al capítulo 11, sobre la muerte, que tiene una página gloriosa, la 196. "No hay nada que humille más a un ser humano que una sentencia de muerte".

Vilas, por supuesto, está escribiendo todo el rato para saber lo que quiere decir, para que lo que luego parecerá que ha dicho él se le revele mágicamente, como dictado por otro. No lo ha dicho él, lo ha dicho la propia escritura. Nosotros está lleno de momentos mágicos, cursis, graciosos. Porque detrás de la prosa, de los relojes Patek Philippe y el BMW, de las cuitas de amor y las referencias a Fellini y al Mediterráneo, está una búsqueda precisa: la gran belleza. A cierta edad, ya solo queremos que las cosas sean bellas, y que los demás lo sepan.

He seguido la carrera literaria de Manuel Vilas desde el comienzo hasta su fatal desenlace: el éxito. ¿Qué es el éxito para un escritor? Ganar dinero. Todo lo demás son variaciones más o menos enjundiosas de tu madre diciéndote que escribes muy bien. Mucha gente puede decirte que escribes muy bien, pero solo mucho dinero hace innecesario que nadie más te lo vuelva a decir.

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