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Funcionarias del corazón: cómo odiar a tu santa madre
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Funcionarias del corazón: cómo odiar a tu santa madre

María Negroni publica 'El corazón del daño', un ajuste de cuentas con su madre donde la escritura excelsa ahoga la emoción más pura

Foto: Una madre con su hija. (EFE/David Arquimbau Sintes)
Una madre con su hija. (EFE/David Arquimbau Sintes)

Odiar a la madre es mucho más interesante que querer al niño, al menos si de escribir libros o filmar películas se trata. Ya saben que, desde el principio de los tiempos, la narrativa pivota en torno al conflicto, y querer a tus hijos nos da poca levadura dramática, la cosa no sube, al menos no comparado con detestar a tu madre, que siempre escandaliza. Todo lo que sabemos de las madres es que son sagradas, intocables, incriticables, un poco como funcionarios del corazón. Están ahí para siempre, cobrando en cariño, pues te trajeron al mundo y sufrieron muchas privaciones. El padre no se puede ni comparar. Sin embargo, detrás de toda madre hay una suegra, no sé si lo han notado; detrás de toda madre hay una suegra. Por ahí vamos viendo que la madre amantísima tiene algo de sádica del consejo, metomentodo doméstica, promesa de castigo. Lo dijo con puntería Woody Allen: "Ya es difícil sobrevivir a una madre".

María Negroni no ha hecho, por tanto, el libro de ser madre, sino de ser hija. El corazón del daño (Random House) es un recuento del pasado de la autora por las escenas donde había una madre, y no precisamente echando una mano. La autora va a por su madre, como algunos defensas centrales van a por el árbitro. Ser madre es un arbitraje, y lo normal es que el hijo acabe expulsado.

Había leído trozos de Negroni en libros que iban de mujeres, feminismo o qué sé yo. Quiere decirse que la autora me gustaba por las citas suyas que otras autoras empleaban. Curiosamente, su propio libro está lleno de citas de sí misma, lo que constituye solo el más pequeño de los motivos por los que no me ha gustado.

placeholder 'El corazón del daño'. (Random House)
'El corazón del daño'. (Random House)

El corazón del daño no me ha gustado, sobre todo, porque está demasiado bien escrito. Lo mejor es no leerlo, pero citarlo mucho. Es la cita la que sobrevive en un talento verbal que no se da ni un respiro. Por ejemplo: "Tuve que habituarme a lo peor, quedar varada en el montaje de las ruinas". Está bien, pero hay más, y entonces satura y cansa. Hay más frases y parrafitos (cada párrafo es apenas una frase corta) pensados portátiles, para entresacarlos y lucir las joyas de la palabra en alguna fiesta de escritura propia. Ya les digo que agarré este libro de Negroni justamente porque la recordaba citada muy bonitamente, en otros volúmenes.

Escribir demasiado bien

Escribir demasiado bien no es un defecto de perfección exclusivo de la literatura. También hay películas con planos preciosos, con escenas trazadas por bailarines visuales, que a los cinco minutos ya no tienen nada que decirte, porque todo el rato son brillantes y ya no sabes qué querían contarte, salvo lo brillantes que son sus creadores. A las metáforas hay que dejarlas respirar, poniendo alrededor un poco de vida vulgar, de prosa de andar por casa. Si todo son metáforas, todo el banquete es postre, y no puedes decir que comiste bien si solo comiste tiramisú y pasteles, eso sí, excelentes.

El corazón del daño, decimos, va de una madre mandonísima, y la hija propone el libro como el clásico desnudo de la tragedia íntima, que por fin nos es comunicada. Esto siempre da algo de vergüenza, esto de creer que uno (una) tiene grandes problemas ocultos que, oye, al final, voy y te los cuento. Nos dan igual, señora. Sus problemas. Los buenos libros hablan, sobre todo, de los problemas de los demás.

La infancia con criada, las becas en Nueva York, las propias citas recurrentes, como de mirarse en el espejo el talento, no consiguen alzar la empatía del lector por una mujer cuya madre no fue ideal, simplemente porque no consiguen que veamos a una madre, ni siquiera a la suegra-madre, sino solo la excusa evidente para escribir bonito, que es de lo que va el libro.

La infancia con criada, las becas en Nueva York, las propias citas recurrentes, no consiguen alzar la empatía del lector

Por ello, se dedican también muchas páginas al misterio de escribir, y se citan cien trozos de la obra de otros escritores, algo que solo sirve para querer leer a esos otros escritores como uno quiso leer a Negroni: por lo bien que son citados. Casi todos los referentes del libro son hombres, y, si sale citada una escritora, es obvia y nunca olvidada (Pizarnik, Duras, Zambrano, etcétera). Esto quiere decir que luego no me vengan con autoras olvidadas, porque ni las que las defienden se acuerdan de ellas cuando se ponen a escribir en serio.

El corazón del daño es un libro impecable, y no funciona. Esto es espectacular. No puedes decir que la autora no escriba bien, no puedes decir que no haya leído y no puedes decir que no lo sepa todo sobre literatura. Sin embargo, el libro no es mejor que el que escribiría un patán con suerte. De hecho, es peor.

Porque hay libros donde se posa la gracia, y el talento del autor da un poco igual, va detrás como un perro que muerde lo justo. Sin gracia, el talento es solo unas ganas locas de gustar.

Odiar a la madre es mucho más interesante que querer al niño, al menos si de escribir libros o filmar películas se trata. Ya saben que, desde el principio de los tiempos, la narrativa pivota en torno al conflicto, y querer a tus hijos nos da poca levadura dramática, la cosa no sube, al menos no comparado con detestar a tu madre, que siempre escandaliza. Todo lo que sabemos de las madres es que son sagradas, intocables, incriticables, un poco como funcionarios del corazón. Están ahí para siempre, cobrando en cariño, pues te trajeron al mundo y sufrieron muchas privaciones. El padre no se puede ni comparar. Sin embargo, detrás de toda madre hay una suegra, no sé si lo han notado; detrás de toda madre hay una suegra. Por ahí vamos viendo que la madre amantísima tiene algo de sádica del consejo, metomentodo doméstica, promesa de castigo. Lo dijo con puntería Woody Allen: "Ya es difícil sobrevivir a una madre".

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