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'Cristo y Rey': cuando España se convirtió en un circo
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'Cristo y Rey': cuando España se convirtió en un circo

La serie de Atresplayer reúne personajes históricos alrededor de la turbulenta relación del domador de leones con la 'vedette' Bárbara Rey

Foto: 'Cristo y Rey'.
'Cristo y Rey'.

Antiguamente, los nobles solían recurrir al envío de retratos para propiciar el amor entre los jóvenes príncipes y las impacientes princesas (o al revés). Siglos después, en España, concretamente a mediados de los años setenta, para facilitar los amoríos de los reyes se inventó el destape. Era un poco lo mismo que aquellos óleos, solo que mostraba además el cuerpo de la moza de cuello para abajo, incluso de cintura para abajo. Además, como avance, al rey no le importaba ya mucho que la chica no fuera princesa con tal de que fuera una actriz que estuviera buenísima. A esto es a lo que en España empezamos a llamar democracia. La democracia en España comenzó por quitarle la ropa a las chicas, y luego ya se iría viendo qué más era democracia.

Esta época grosera y fumadura es la que aborda Cristo y Rey (Atresplayer), la serie sobre la relación sentimental entre Ángel Cristo y Bárbara Rey. Titular Cristo y Rey en lugar de Ángel y Bárbara o, qué sé yo, El domador y la vedette, se nos antoja todo un acierto, porque no habrá dos palabras que suenen más españolas, disuasorias y setenteras que Cristo y Rey. Es como que la serie nos pone firmes, y alerta, y un poco sacrílegos, ya con el título.

Elegir el matrimonio de estos dos personajes totalmente olvidados del posfranquismo fugaz como médula espinal de una serie no deja de tener su riesgo. Casi nadie menor de 30 años sabe quién fue el primer presidente de la democracia, como para saber quién domaba leones y quién se quitaba la bata de gasa en 1979. Así, la serie apela a un público un poco envejecido, nostálgico incluso de más, que aún emplea expresiones como “mujer de bandera” (Bárbara Rey) o “vestirse por los pies” (Ángel Cristo), y se la juega (la producción) con el resto de la audiencia a que estos personajes trasladados a la pantalla tengan algún interés por sí mismos, sumado al morbo de que Juan Carlos I salga persiguiendo vedettes, mandando flores y, en fin, haciendo todo eso que resultó imprescindible que hiciera para sacar el país de la dictadura. Nuestro mártir inguinal.

La interpretación de Jaime Lorente como Ángel Cristo es sencillamente espantosa

Lo malo de Cristo y Rey es que solo tiene una fuga o vía de escape, pero es una fuga tremenda: el protagonista. La interpretación de Jaime Lorente como Ángel Cristo es sencillamente espantosa, casi en cada plano, casi en cada línea. Lo único que hace bien o que a mí me molesta poco del actor es cuando mete la cabeza entre los colmillos de los leones. Siempre es agradable estar a favor de los leones. Todo lo demás, su gestualidad, su intensidad viril pasada de rosca, su expresión facial desportillada, resulta insoportable.

Extraordinaria Cuesta

Compensatoriamente, Belén Cuesta está extraordinaria como Bárbara Rey, no solo por cómo va borrando en nuestra memoria la cara real de Bárbara Rey, y sustituyéndola por su propia cara, no tan parecida, sino por esa auténtica generación de sensualidad que caracterizó a la, así llamada, “musa de la libertad”, y que la actriz consigue irradiar de inmediato y verazmente. Mientras que de Ángel Cristo te tienes que creer que era alguien, a la vista de lo patán que resulta y lo ridículo de sus manejos, con Bárbara Rey no te cabe duda de que calentó a todo un país, Zarzuela incluida, y que vivió el martirio de ser siempre deseada a todas horas por todos los hombres con poder de España.

Foto: Cartel oficial de 'Cristo y Rey'. (Atresmedia)

Las ya tópicas escenas de sexo sobreabundantes en el primer capítulo para enganchar a los espectadores son en Cristo y Rey lo más acertado del piloto, porque esto va efectivamente de cómo el destape hizo ricas a las mujeres, desgraciadas a las mujeres, protagonistas a las mujeres, y cada una cargó como pudo con las cadenas del erotismo democrático que explotó en aquellos años en la cultura española. Señalar sin tapujos las correrías del Rey no diría yo que inclina la serie hacia cierto antimonarquismo, pues el actor que hace de Juan Carlos I es mucho más guapo y elegante y apuesto que Juan Carlos I, lo que me parece una forma sutil de decir que, claro, ¿cómo no van a querer acostarse con él las vedettes? Si te inventas que Juan Carlos I era un Cary Grant, ya estás empezando a perdonarle todo.

Si te inventas que Juan Carlos I era un Cary Grant, ya estás empezando a perdonarle todo

El circo, como espectáculo popular y variadillo, ocupa, como es lógico, muchas escenas de la serie, y es curioso cómo el circo ahora nos parece más antiguo que la Inquisición. La Inquisición sigue viva en el sadomaso, pero el circo es tan rancio, saltimbanqui, cagarrutero (los animales sucios y maltratados) que yo mismo, que todavía pude sufrir a Ángel Cristo en la televisión, me asombraba recordando que hubo un tiempo en que ser domador de leones era un oficio, y hasta podías hacerte famoso con eso. Domar leones, o sea.

Foto: Belén Cuesta y Jaime Lorente, protagonistas de 'Cristo y Rey'. (Atresmedia)

El circo quedaba atrás, nos dice Cristo y Rey, era un entretenimiento anticuado, que había que extirpar de la nueva España de tetas y transexuales, de Movida y columnismo, de elecciones que cada vez se ganarían más por lo guapo y falso que fueras, y no porque supieras miniar leyes orgánicas. Así, la serie viene a decirnos que un circo dio paso al siguiente, que los leones (del Congreso) ya estaban domados, tan quietitos en bronce, y que era redundante ir a ver payasos bajo una carpa, y trapecistas y mujeres barbudas, cuando todo eso lo pondrían pronto en televisión a todas horas, y gustaría mucho.

Antiguamente, los nobles solían recurrir al envío de retratos para propiciar el amor entre los jóvenes príncipes y las impacientes princesas (o al revés). Siglos después, en España, concretamente a mediados de los años setenta, para facilitar los amoríos de los reyes se inventó el destape. Era un poco lo mismo que aquellos óleos, solo que mostraba además el cuerpo de la moza de cuello para abajo, incluso de cintura para abajo. Además, como avance, al rey no le importaba ya mucho que la chica no fuera princesa con tal de que fuera una actriz que estuviera buenísima. A esto es a lo que en España empezamos a llamar democracia. La democracia en España comenzó por quitarle la ropa a las chicas, y luego ya se iría viendo qué más era democracia.

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